Museo Arqueológico Nacional


El Museo Arqueológico Nacional es una institución pública cuyo objetivo es ofrecer a todos los ciudadanos una interpretación rigurosa, atractiva, interesante y crítica del significado de los objetos que pertenecieron a los distintos pueblos de la actual España y del ámbito mediterráneo, desde la Antigüedad hasta épocas recientes, de manera que el conocimiento de su historia les sea útil para analizar y comprender la realidad actual.

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Tarifas

Entrada general: 3 €

Entrada reducida: 1,50 €

  • Grupos de más de 8 personas, previa solicitud 
  • Voluntariado cultural, previa acreditación

Entrada reducida al 50 % con el Programa Museos en Red. RENFE.

  • Esta oferta será válida 48 horas antes de la salida y después de la llegada, presentando el billete Renfe Alta Velocidad o Larga Distancia en la taquilla del Museo. +Info Link externo Abre en ventana nueva

Entrada gratuita:

  • Sábados desde las 14:00 horas y domingos por la mañana
  • 18 de abril, Día de los Monumentos y Sitios
  • 18 de mayo, Día Internacional de los Museos
  • 12 de octubre, Fiesta Nacional de España
  • 6 de diciembre, Día de la Constitución Española

Nuestros Museos. Abonos y tarjetas Link externo

+Info sobre condiciones especiales de entrada:

Orden ECD/868/2015, de 5 de mayo, por la que se regula la visita pública a los museos de titularidad estatal   Abre en ventana nueva

Orden ECD/747/2017, de 25 de julio, por la que se modifica la Orden ECD/868/2015, de 5 de mayo PDF

 Venta de entradas online Link externo


Accesos

C/ Serrano, 13
28001 Madrid

Tel.: (0034) 91 577 79 12

Autobuses

          1, 9, 19, 51 y 74, con parada delante del Museo

          5, 14, 27, 45 y 150, con parada en el Paseo Recoletos

21 y 53, con parada en la Plaza de Colón

2, 15, 20, 28, 52 y 146, con parada en la Plaza de la Independencia

Metro

    Línea 4: Estación Serrano

                   Línea 2: Estación Retiro

Tren de cercanías

          Estación de Recoletos (Paseo de Recoletos, Pares, esquina C/Villanueva)

          Líneas C-1,C-2, C-7,C-8, y C-10 de Cercanías Madrid

Aparcamientos públicos

           Plaza de Colón. Jardines del Descubrimiento
Plazas reservadas para personas con discapacidad

           Serranopark – Aparcamiento 3, en la calle Jorge Juan y la Plaza de
la Independencia
24 Plazas reservadas para personas con discapacidad

Carril bici en la calle de Serrano

Guerra del Opio


El emperador Tao Kuang no pudo detener la decadencia a que China había llegado durante el reinado de los últimos miembros de la dinastía manchú, y tuvo que plegarse al deseo de las potencias occidentales de abrir los puertos chinos a su comercio; así, a partir de los años iniciales del siglo pasado, las grandes compañías inglesas iniciaron un activo tráfico entre sus posesiones de la India y los puertos del sur de China.

Aunque el opio era conocido en China, sólo se utilizaba como medicamento. El cultivo de la adormidera en la India era muy importante, por lo que los comerciantes ingleses empezaron a considerar que sería interesante abrir nuevos mercados para aquella droga. Por ello, empezaron a exportarla, sobre todo a los puertos de la región cantonesa, y su empleo se propagó enormemente en toda la China meridional, calculándose que pocos años después había más de doscientos fumaderos en la ciudad de Cantón. Este vicio causó enseguida grandes estragos en la población y en la actividad de sus habitantes, llevando a los mandarines más distinguidos a pedir su prohibición, aconsejando que el comercio del opio fuera castigado con la pena de muerte.

 

En esta situación, el 28 de marzo de 1839, las autoridades chinas de Cantón obligaron al representante comercial británico, Elliot, a entregar 20.292 cajas de esta droga, que fueron destruidas arrojándolas al mar. Elliot reclamó una indemnización que le fue denegada y ante las amenazas británicas, China decidió suspender toda transacción comercial. Aunque realmente tenía todo el derecho del mundo a imponer las leyes o prohibiciones que considerará oportuno en su propio territorio y comerciar con quien quisiese, Inglaterra decidió no tolerarlo y su gobierno declaró la guerra a China.

Inmediatamente la Marina Británica organizó flotillas de cañoneros que, ascendiendo por el río Si-kiang, atacaron sus principales puertos (junio 1840) y, más al norte, sus tropas de desembarco ocuparon Ning-Po (9 de marzo de 1841) y Shangai (18 de abril de 1842), ascendiendo por el río Yang-Tse-Kiang hasta Nankin, momento en el que el débil gobierno de Pekín debió ceder y pidió la paz, firmándose el 24 de agosto de 1842 el duro tratado de Nankin, por el que quedaban definitivamente abiertos al tráfico comercial inglés los puertos de Cantón, Amoy, Fucheu, Nigpo y Shanghai, a lo largo de toda la dilatada costa china, cediéndose a Inglaterra la isla de Hong-Kong, que domina y bloquea la entrada del Sikiang y la ciudad de Cantón.

De esta forma el comercio de la droga fue aún más fácil y se extendió a todas las regiones chinas. Celosas las demás potencias de las ventajas logradas por los ingleses pidieron un trato similar y, en julio de 1844, franceses y americanos firmaron en Wang Pong tratados que abrían otros puertos a su comercio.

Al morir ocho años más tarde el emperador Tao Kuang le sucedió su hijo Hien Fong, que intentó endurecer la postura frente a la apertura comercial, produciéndose algunos incidentes, y la flota inglesa del almirante Seymur fue expulsada de Cantón. Entonces, Napoleón III y el gobierno inglés enviaron una gran expedición militar al golfo de Pechilli, ocupando Tien Sing el 30 de mayo de 1858, puerto que era la salida al mar de Pekín, por lo que el gobierno chino tuvo que capitular y firmar en junio un nuevo tratado de paz y comercio. Meses después, ingleses y franceses pretendieron reocupar Tien Sing, pero los chinos habían fortificado Taku, ante cuyos fuertes tuvieron que retirarse (26 de junio de 1859). Volvieron al año siguiente con una fuerte escuadra y un cuerpo de desembarco de 16.000 hombres, ocupando Taku y Tien Sing (16 de agosto de 1860) y entrando poco después en Pekín, donde lord Elguin hizo incendiar entre otras cosas el Palacio de Verano.

La paz se firmó en octubre, concediendo China todas las indemnizaciones que le fueron pedidas. A partir de entonces, todas las potencias imperialistas fueron adquiriendo territorios y concesiones en la costa, siendo puestas las aduanas bajo dirección europea para comerciar más libremente con toda China y seguir explotando el comercio del opio.

1461 – Batalla de Towton


La Batalla de Towton fue un enfrentamiento militar librado en el contexto de la guerra de las Dos Rosas el 29 de marzo de 1461 en la aldea homónima en Yorkshire. Se considera la más grande y sangrienta batalla librada en el territorio inglés.

Batalla de Towton de Richard Caton Woodville Jr.

Historia

De acuerdo a los cronistas más de 50.000 a 75.000 hombres lucharon en medio de una tormenta de nieve durante dicho día, un Domingo de Ramos. Un boletín publicado una semana después declaró que 28.000 hombres murieron en total durante el combate. Estimaciones modernas rebajan la cifra de fallecidos a 9.000. Fue parte del conflicto entre Eduardo IV y Enrique VI por el trono inglés. La victoria del primero significo el exilio para sus partidarios y familiares.

Los contemporáneos al conflicto describieron al rey Enrique como un hombre pacífico y piadoso, demasiado para los tiempos de guerras civiles en los que tuvo que gobernar. Además sufría de constantes episodios de locura, teniendo que dejar buena parte de sus responsabilidades a su esposa, Margarita de Anjou, lo que contribuyó a su propia caída. Su débil régimen animó a los nobles ambiciosos a intentar dominarlo y la situación finalmente llevó a una guerra civil entre los partidarios de su casa (Lancaster) y los de la Casa de York, liderada por Ricardo Plantagenet.

Después de que los norteños capturaran a Enrique el Parlamento inglés aprobó una Acta de Acuerdo en la que se instalaba a la línea de York en el trono pero la reina Margarita se negó a aceptar que su hijo perdiera sus derechos a la corona, Eduardo de Westminster, y junto al apoyo de los Lancaster se alzo en armas. Ricardo de York murió en la batalla de Wakefield y sus derechos, títulos, influencias y su reclamo al trono pasaron a manos de su hijo Eduardo. Muchos nobles que se habían negado a apoyar a Ricardo tras estos sucesos consideraron que los Lancaster habían incumplido la ley y colaboraron con Eduardo de York quién gracias a un acuerdo legal denuncio al rey Enrique y se proclamo monarca. De esta manera la batalla de Towton era clave para decidir quién habría de dominar trono inglés.

Al llegar al campo de batalla, los norteños se vieron en amplia inferioridad numérica ya que no habían llegado las tropas del Duque de Norfolk. Uno de sus comandantes, el Barón Fauconberg, viendo que la dirección del viento les era favorable les dio mayor alcance a los arqueros norteños, lo que forzó a los sureños a abandonar a sus sólidas posiciones defensivas, provocando un feroz choque cuerpo a cuerpo, que tras varias horas de combate ambos bandos quedaron agotados hasta que llegaron las tropas de Norfolk lo que permitió la victoria de los norteños.

El poder de la Casa de Lancaster perdió mucho de su poder e influencias tras esta derrota, Enrique tuvo que exiliarse y muchos de sus aliados murieron o le acompañaron al exilio, Eduardo IV gobernó por nueve años hasta que el conflicto volvió a reabrirse con el retorno al poder de Enrique.

Batalla de Towton
Fecha Cerca de Towton, Yorkshire, Inglaterra
Lugar 29 de marzo de 1461
Coordenadas 53°50′10″N 1°16′25″O 
Resultado Victoria decisiva de York
Beligerantes
Casa de York Casa de Lancaster
Comandantes
Eduardo IV de Inglaterra
Conde Ricardo Neville de Warwick
Duque Enrique Beaufort de Somerset
Fuerzas en combate
Cálculo de Baines
40.000
Cálculo de Wheater
50.000
Cálculo de Kaufmann
16.000
Cálculo de Boardman
20.000
Cálculo de Sadler
25.000-30.000
Cálculo de Baines
60.000
Cálculo de Wheater
60.000
Cálculo de Kaufmann
20.000
Cálculo de Boardman
25.000
Cálculo de Sadler:
30.000-35.000
Bajas
8.000 muertos 20.000 muertos

1831 – Batalla de Rodeo de Chacón


La batalla de Rodeo de Chacón o batalla de Potrero Chacón (Santa Rosa, 28 de marzo de 1831) fue un combate durante la guerra civil entre unitarios y federales, terminó con la victoria del general Juan Facundo Quiroga, uno de los más capaces y conocidos caudillos federales.

 

Antecedentes

La guerra civil que había estallado con el fusilamiento del gobernador federal Manuel Dorrego por orden del militar unitario Juan Lavalle en Buenos Aires se desarrolló principalmente en la provincia de Córdoba, donde se combatieron las batallas de San Roque, La Tablada y Oncativo. Las tres fueron victorias del general unitario José María Paz, y las dos últimas sobre el caudillo federal Juan Facundo Quiroga.

Vencido, Quiroga decidió no volver a la lucha, ni siquiera a pedido del gobernador porteño Juan Manuel de Rosas, refugiándose en Buenos Aires. Pero a finales de 1830 se enteró de las violencias que había cometido contra su familia el general Gregorio Aráoz de Lamadrid, a quien Quiroga había vencido ya dos veces. Su madre había sido paseada con cadenas por la plaza de La Rioja, y su esposa e hijos habían tenido que exiliarse en Chile. Además sus bienes habían sido robados por Lamadrid, que ocupó la gobernación de La Rioja.

Por esos momentos el curso de la guerra civil empezaba a cambiar. Rosas había organizado el Ejército de Reserva, una poderosa tropa de diez mil hombres liderados por Juan Ramón González de Balcarce, y lo había hecho acampar en San Nicolás de los Arroyos en apoyo al federal Estanislao López, gobernador de la provincia de Santa Fe, quien amenazaba Córdoba desde el oeste con 2000 dragones armados por Rosas. Más preocupado por López con base en Calchines, de las montoneras cordobesas de los hermanos Reynafé y la derrota de Román Deheza ante Juan Felipe Ibarra con la consecuente pérdida de Santiago del Estero, el unitario Paz no se dio cuenta de una vieja amenaza que creía ya eliminada.

Tras las afrentas a su familia, Quiroga decidió volver a la acción: pidió a Rosas un grupo cualquiera de hombres, y este le dio 300 presos y vagabundos más 150 voluntarios atraídos por la fama de Quiroga, con los cuales se trasladó a Pergamino (provincia de Buenos Aires) y los adiestró militarmente. Nacía así la División Auxiliar de los Andes, una tropa muy eficiente de jinetes. Luego, el 3 de febrero de 1831, avanzó hacia el sur de la provincia de Córdoba. En el camino se le sumaron los soldados federales que habían desertado del ejército unitario (al que habían sido unidos a la fuerza) en la batalla de Fraile Muerto, victoria del general porteño Ángel Pacheco. Con estas fuerzas ocupó Río Cuarto (Córdoba) el 8 de marzo de 1831, después de un sitio de tres días. Con su ejército reforzado, invadió la provincia de San Luis, donde derrotó al coronel unitario Juan Pascual Pringles, que resultó muerto en una batalla junto al río Quinto, en un lugar llamado El Morro, en la provincia de San Luis el día 19 de marzo de 1831. Poco después ocupó la ciudad de San Luis.

Desarrollo

Ocupada San Luis, su siguiente enemigo era el gobernador de la provincia de Mendoza, el general José Videla Castillo. El rápido avance de Quiroga obligó a Videla a presentar batalla mucho antes de estar debidamente organizadas sus fuerzas.

A poco de entrar en la provincia, en las lomas conocidas como Rodeo de Chacón (actual ciudad de Santa Rosa), cerca del río Tunuyán, a unos 90 km al sureste de la ciudad de Mendoza, los dos ejércitos se enfrentaron el 28 de marzo de 1831.

El ejército de Videla Castillo iba al mando de los coroneles Lorenzo Barcala, Indalecio Chenaut y José Aresti. Se componía del 2.º Regimiento de Cazadores Cívicos ―unos 700 hombres―, algunos escuadrones que formaban una nutrida caballería y cuatro piezas de artillería, en total más de 2000 hombres.

El ejército federal era mandado por Quiroga desde el pescante de una carreta, ya que no se podía mover del reuma que lo torturaba; sus divisiones iban al mando de los coroneles Prudencio Torres, José Ruiz Huidobro, Pantaleón Argañaraz y Juan de Dios Vargas.

Al iniciarse la batalla, el coronel federal Torres llamó a gritos a los soldados que habían peleado a sus órdenes en las campañas de Lavalle, y que iban al mando del cruel Chenaut. Este se había dado el lujo de tratarlos con demasiada dureza, por lo que desertaron apenas comenzado el combate. La batalla duró unos pocos minutos, porque la carga de la caballería de Quiroga y la deserción del regimiento de Chenaut desorganizaron rápidamente a las filas unitarias.

Consecuencias

Los jefes unitarios huyeron a Córdoba, donde Videla Castillo fue ascendido a general. Enterado poco después de la captura y ejecución de su amigo Benito Villafañe, Quiroga hizo fusilar a varios oficiales prisioneros.

Quiroga se apoderó sin más resistencia de Mendoza y San Luis, mientras sus oficiales recuperaron casi pacíficamente La Rioja y aseguraron San Juan. Desde allí, Quiroga avanzaría unos meses más tarde hacia Córdoba con un nuevo ejército de 2000 hombres vía Ischilín. También se había impedido que Videla Castillo pudieran reforzar las fuerzas unitarias en Córdoba.

Paz estaba cercado sin retirada posible: había perdido todo el interior del país y su propia provincia estaba ocupada por las guerrillas de los Reinafé y la columna de Pacheco; solo le quedaba enfrentar a sus enemigos ―en especial Balcarce y López― por separado antes de que unieran sus fuerzas. Con marchas forzadas llegó a Calchines pero López se retiró a El Tío a la espera de los porteños, Paz lo siguió pero cuando inspeccionaba el terreno una boleadora lanzada por el soldado Francisco Ceballos (hombre de los Reinafé) lo derribó, siendo capturado (10 de mayo de 1831).

Ya en prisión el general unitario escribiría una carta a sus segundos Acha, Deheza, Lamadrid y Pedernera para que cesaran la guerra, pero estos eligieron decidieron continuar y nombraron a Lamadrid como su nuevo jefe. Aquel general decidiría retirarse a Tucumán, lugar donde lo persiguió Quiroga y lo venció en la batalla de La Ciudadela. Con eso terminó la guerra civil por unos años, quedando por primera vez la totalidad de la Argentina en manos de los federales.

El Mundo Romano tras la Conquista de la Galia


El territorio de la Galia se encontraba habitado por los galos, antiguos celtas, y estaba dividida en dos regiones: la Galia Trasalpina o Ulterior, que se extendía por Francia, Bélgica, parte de los Países Bajos, Alemania y Suiza, y la Galia Cisalpina o Citerior que comprendía el norte de Italia.

El territorio fue ocupado por los celtas, que se instalaron en esta región hacia el año 500 a.C y, entre el 250 y el 150, poblaron la zona los belgas; aunque fueron los romanos quienes unificaron políticamente el territorio al crear la provincia de la Galia.

Dicho territorio comprendía unas noventa ciudades, gobernadas por grandes propietarios rurales; esta división facilitó la conquista de estas tierras por César (58-51 a.C.), que sometió la primera de las dos regiones antes mencionadas, la Galia propiamente dicha. Ésta fue dividida por Augusto en cuatro provincias: Aquitania, Narbonense, Bélgica y Lugdunense. El territorio galo sufrió un proceso de romanización progresiva; se impuso a los pobladores el uso del latín, se fundaron nuevas ciudades, entre las que destacaron por su importancia comercial y administrativa se encontraban Burdigala, Lutetia y Lugdunum (las actuales Burdeos, París y Lyon, respectivamente). La crisis económica del siglo III provocó el éxodo de la población rural hacia las ciudades, lo que fue causa de que los emperadores facilitaran la instalación de colonos germánicos (llamados bárbaros por los romanos). En el 406 fue invadida por los suevos, vándalos y alanos, a los que más tarde se unieron burgundios, alemanes y francos. El rey franco Clodoveo unificó la Galia a fines del siglo V, y sus habitantes paseron a denominarse francos.

Diseño de armamento histórico del que probablemente jamás habías oído


La utilización de gallinas, pollos, murciélagos o incluso palomas como armas de guerra son solo algunas de las ideas que ha tenido el hombre para desarrollar armamento y generar ventaja en el campo de batalla. Estas es una selección de esos diseños estrambóticos o inusuales que posiblemente nunca escuchaste.

dou6zugn3cmgzxsfy0hvLa lista es interminable y da para varios episodios. En cualquier caso se trata de inventos donde en muchos casos da la sensación de que se pensaba antes en el qué que en el cómo. Empezamos:

Project Pigeon

O lo que es lo mismo, el Proyecto Pelícano, un intento del psicólogo Frederic Skinner, defensor del conductismo, por utilizar a las palomas como proyectiles suicidadas en la Segunda Guerra Mundial. Desde luego, estamos ante un trabajo como mínimo curioso donde Skinner buscaba condicionar a las palomas de forma que estas pudieran mantener orientado un proyectil en dirección al objetivo.

Un trabajo donde se llegó a crear un aparato preciso donde introducir a las palomas mientras adiestraban a estas para reconocer los objetivos. Al final el proyecto pelícano fue cancelado por falta de dinero y por considerarse “grotesco”.

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Gallinas y pollos para calentar minas nucleares

La guerra no es una broma, pero ciertamente existieron ideas que no sabríamos donde encajarlas. Dentro de este tipo de “proyectos” debemos destacar la propuesta que desarrollaron varios científicos en la Guerra Fría. Nada más y nada menos que utilizar a pollos y gallinas como medio para calentar las minas nucleares con las que Europa se defendería de una posible entrada soviética.

Los físicos estaban preocupados por la forma en la que podrían mantener las minas a una temperatura correcta sin que estas se congelaran. Las gallinas serían la solución, se introduciría viva a cada una en el interior de las bombas junto a un cuenco con agua y comida para 1 semana. Estas producirían el calor suficiente para que las detonaciones no se congelaran. El proyecto se canceló y no se supo de él hasta el año 2004, momento en el que se desclasificó.

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Clase I-400, el submarino portaaviones

Se trata de un diseño japonés de la Segunda Guerra Mundial que, obviamente, tenía unas dimensiones enormes, mucho mayores que ningún otro submarino anterior.

En su gigantesco hangar cilíndrico podía transportar hasta tres hidroaviones de ataque Aichi M6A Seiran, aviones diseñados específicamente para el submarino que se podían plegar y desmontar con facilidad.

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Bomba murciélago

No hay trampa ni cartón, se trata de murciélagos utilizados como bombas, aunque no pasaron del campo de pruebas estadounidense. La idea, enmarcados en la Segunda Guerra Mundial, era adjuntar a los murciélagos una bomba incendiaria.

En esencia esta idea descabellada trataba de armar a cientos de murciélagos con napalm. Un proyecto, si así se le puede llamar, que acabo en un sonoro fracaso tras las primeras pruebas donde los murciélagos, después de echarse a volar, acabaron incendiando parte de la base militar de las pruebas.

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Tanque del Zar

Lo que vemos también tiene el nombre de Netopyr, un vehículo ruso extraño que se desarrolló a comienzos del siglo pasado por Nikolai Zhukovsky, Boris Stechkin, Alexander Mikulin y Nikolai Lebedenko. Un acorazado terrestre que pesaba 40 toneladas y podía alcanzar los 17 km/h.

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Un tanque cuya principal “virtud” debía ser su diseño triciclo, destacando sus dos ruedas de radio delanteras que medían 9 metros de diámetro. El problema es que debido a errores de cálculo del peso, la rueda trasera se atascaba con facilidad en ciertos terrenos, razón por la que el proyecto fue desechado tras las pruebas iniciales y se detuvo la producción en masa.

Proyecto Pluto

Se trata de uno de los diseños de guerra que afortunadamente no vieron la luz. En esencia fue un estudio con la idea de crear un nuevo tipo (y devastador) misil SLAM (Supersonic Low-Altitude Missile o misil supersónico de baja cota).

El estudio fue iniciado por Estados Unidos en 1957 y para hacernos una idea de la destrucción que hubiera supuesto SLAM basta con observar su maquinaria de guerra: Tenía una onda de choque que arrasaría lo que se encontraba a su paso (podía volar a baja altura), además, contaba con la radiación de su motor (un reactor nuclear desnudo que expulsaba pedazos de plutonio altamente radioactivo). Por si esto no fuera poco, también contaría con 16 cabezas termonucleares de un megatón en cada una.

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Fuego griego

Volvemos atrás en el tiempo para hablar del fuego griego, o posiblemente el primer lanzallamas del que se tienen documentos. Se trataba de un arma incendiaria utilizada por el Imperio bizantino y creada en el siglo VI, aunque luego se utilizaría masivamente tras las primeras cruzadas en el siglo XIII.

Los bizantinos lo empleaban en batallas navales y sus componentes son aún hoy motivo de debate. Se cree que podrían ser nafta, cal viva, azufre y nitrato. Luego habría que darle a los bizantinos la distinción en el uso de las mezclas utilizando sifones presurizados para lanzar el líquido al enemigo. Líquido que además era de gran eficacia porque incluso ardía en el agua, lo que supuso una gran ventaja en el campo de batalla.

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Espejo ustorio

Estamos ante un espejo cóncavo de gran tamaño que se utilizaba para concentrar en su foco los rayos solares o de un cuerpo en combustión y utilizarlo con fines bélicos. En cuanto a quién o quienes fueron los primeros en utilizarlo no hay consenso.

De entre las sugerencias de usos en la Antigüedad se dice que el mismo Arquímedes incendió en Siracusa los bajeles romanos de la flota de Marcelo usando el espejo ustorio.

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Helépolis

Maquinaria de la Antigüedad para el campo de batalla que fue desarrollada durante el reinado de Alejandro Magno. Se trata de maquinaria de asedio de grandes proporciones con las que conquistar ciudades del período helenístico.

Dispositivos tremendamente útiles para el campo de batalla, ya que en su interior se podía concentrar la artillería. La primera Helépolis de la que se tiene constancia fue la de Demetrio Poliorcetes, una máquina en forma de torre cuadrada dividida en nueve pisos.

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La garra de Arquímedes

Aunque su forma no está del todo clara, nos encontramos ante otra arma de asedio que fue diseñada por Arquímedes para defender la ciudad de Siracusa, concretamente la parte de la muralla de lindaba con el mar.

El consenso general habla de una especie de grúa de la antigüedad que estaba equipada con un gancho de metal, lo que la hacía capaz de elevar barcos y navíos del enemigo por encima del agua, para luego dejarlos caer causando la escoración o el hundimiento.

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Origen del piano


El piano (palabra que en italiano significa «suave», y en este caso es apócope del término original, «pianoforte», que hacía referencia a sus matices suave y fuerte) es un instrumento musical clasificado como instrumento de teclado y de cuerdas percutidas por el sistema de clasificación tradicional, y según la clasificación de Hornbostel-Sachs es un cordófono simple. El músico que toca el piano recibe el nombre de pianista.

Está compuesto por una caja de resonancia, a la que se ha agregado un teclado mediante el cual se percuten las cuerdas de acero con macillos forrados de fieltro, produciendo el sonido. Las vibraciones se transmiten a través de los puentes a la tabla armónica, que las amplifica. Está formado por un arpa cromática de cuerdas múltiples, accionada por un mecanismo de percusión indirecta, a la que se le han añadido apagadores. Fue inventado en torno al año 1700 por el paduano Bartolomeo Cristofori. Entre sus antecesores se encuentran instrumentos como la cítara, el monocordio, el dulcémele, el clavicordio y el clavecín.

A lo largo de la historia han existido diferentes tipos de pianos, pero los más comunes son el piano de cola y el piano vertical o de pared. La afinación del piano es un factor primordial en la acústica del instrumento y se realiza modificando la tensión de las cuerdas de manera que estas vibren en las frecuencias adecuadas.

En la música occidental, el piano se puede utilizar para la interpretación solista, para la música de cámara, para el acompañamiento, para ayudar a componer y para ensayar. Las primeras composiciones específicas para este instrumento surgieron alrededor del año 1732; entre ellas destacan las doce sonatas para piano de Lodovico Giustini tituladas Sonate da cimbalo di piano e forte detto volgarmente di martelletti. Desde entonces, muchos han sido los compositores que han realizado obras para piano y en muchos casos esos mismos compositores han sido pianistas. Destacan figuras como Frédéric Chopin, Franz Liszt, Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Claude Debussy o Piotr Ilich Chaikovski. Fue el instrumento representativo del romanticismo musical y ha tenido un papel relevante en la sociedad, especialmente entre las clases más acomodadas de los siglos XVIII y XIX. Es un instrumento destacado en la música jazz.

Hemos encontrado una buena infografia que nos muestra esa historia:

Plano y vista de la Plaza de Miranda de Duero 1762


Miranda de Ebro es un municipio y ciudad de España, ubicado en el norte del país, perteneciente a la provincia de Burgos, en la comunidad autónoma de Castilla y León. Está situado en la comarca del Ebro, al noreste de la provincia, junto a los límites con Álava y La Rioja. Cuenta con una población de 35 922 habitantes (INE 2016), y es la segunda ciudad más poblada de la provincia tras la capital y por delante de Aranda de Duero. 

En el plano económico tiene un marcado carácter industrial y es un importante nudo de comunicaciones, especialmente ferroviario.3​ La industria química, alimentaria y aeronáutica son sus máximos exponentes. En un radio de tan solo 80 km se encuentran las ciudades de Bilbao, Burgos, Logroño y Vitoria; y a 130 km las de Pamplona y San Sebastián. Se encuentra a 150 km de la frontera con Francia.

A pesar de la existencia de asentamientos en la zona desde la Edad del Hierro, la primera mención de Miranda de Ebro en la Historia se produjo en el año 757. Alfonso VI concedió a la villa un importante fuero en 1099 y dos siglos después, el comercio mirandés tomó fuerza tras la concesión de las ferias. La llegada del ferrocarril a la villa en 1862 marcó un punto de inflexión en la economía de la zona y a partir de ese momento y durante todo el siglo XX la ciudad se industrializó.

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Plano y vista de la Plaza de Miranda de Duero

Material cartográfico manuscrito –  1762

pincha aquí para ver el documento

La Historia de los Mapas Manuscritos de la Biblioteca Nacional, p. 312, nº 406
Relieve por sombreado. – Representada con flecha la dirección de la corriente del río
El mapa se ha datado teniendo en cuenta el año en que Miranda fue sitiada por tropas borbónicas al mando del general Lascy y se rindió el 9 de mayo de 1762
Manuscrito sobre papel iluminado a la aguada en gris, verde y carmín. La vis en tinta negra
Inserta en la parte superior: «[ Vista de perfil de la ciudad de Miranda do Douro bombardeada desde el otro lado del río ]». – 11,5 x 33 cm
Inserta en la parte superior: «[ Vista de perfil de la ciudad de Miranda do Douro bombardeada desde el otro lado del río ]». – 11,5 x 33 cm

 

1766 – Motín de Esquilache y los Motines de España de 1766


El Motín de Esquilache fueron una serie de tumultos populares acaecidos en Madrid entre los días 23 y 26 de marzo de 1766 contra la política de reformas del ministro favorito de Carlos III, el siciliano Leopoldo de Gregoris, marqués de Esquilache y, más concretamente, contra las medidas decretadas por éste sobre el atuendo tradicional masculino.

El 20 de marzo de 1766 se hizo público un Real Decreto en el que, entre otras disposiciones destinadas a la reforma de la vida urbana madrileña, se ordenaba a los varones, bajo pena de multas y cárcel, sustituir la capa larga y el sombrero redondo por la capa corta y el sombrero de tres picos. Esta medida -recuperada del pasado- tenía como objetivo atajar el alto índice de criminalidad en Madrid, prohibiendo unas vestiduras que permitían ocultar la identidad de quien las llevaba: la capa larga de gran vuelo y el sombrero “gacho” de ala caída. La misma noche en que se publicó el bando del Decreto fueron arrancados los carteles y sustituidos por otros en los que se amenazaba a Esquilache y se advertía de la existencia de tres mil hombres preparados para la rebelión. De inmediato comenzaron a circular por la ciudad panfletos contra los ministros extranjeros del Consejo Real. Carlos III encargó al ejército, comandado por el mariscal Francisco Rubio, hacer cumplir el Decreto.

El clima de agitación popular causado por estas disposiciones se tradujo en continuos enfrentamientos entre los alguaciles y el pueblo madrileño. Muchos hombres se paseaban, desafiantes, frente a los cuarteles, ataviados con los atuendos prohibidos. Los encontronazos entre el ejército y la población en rebeldía culminaron el día 23, domingo de Ramos, cuando dos embozados que discutían con los soldados apostados a la puerta del Cuartel de los Inválidos, en la plazuela de San Martín, dieron la señal de la rebelión. Otros muchos embozados acudieron desde las calles adyacentes. El oficial al mando hizo retirarse a la tropa, ante la violencia desplegada por los amotinados. Éstos, divididos en grupos, tomaron entonces la calle Atocha en dirección a la Plaza Mayor, lanzando vivas al rey y a España y mueras a Esquilache, mientras despuntaban los sombreros de tres picos de quienes encontraban a su paso y apedreaban los faroles, nuevos en Madrid, como símbolo de las odiadas reformas urbanísticas de Carlos III.

Los primeros grupos de amotinados se juntaron en la Plaza Mayor con otros procedentes de la Plaza de la Cebada. Desde Mayor, se dirigieron al Palacio Real, donde les salió al encuentro el duque de Arcos, capitán de la guardia de corps, en representación del monarca. Éste les ordenó retirarse, prometiendo que el rey acordaría una solución a sus demandas. Los grupos de rebeldes fueron dispersándose, pero parte de ellos se dirigió a la casa de Esquilache. El marqués se había refugiado en Palacio al tener noticia del motín, mientras su familia había sido acogida en la embajada holandesa. Al no encontrar al ministro, los amotinados asaltaron y saquearon la casa, para después dirigirse a la de otro ministro italiano, Grimaldi, cuya residencia resultó también destruida, al grito de “¡Fuera extranjeros!”. Los amotinados regresaron después a la Plaza Mayor, donde quemaron un retrato de Esquilache.

Todo hace pensar que el motín respondió a una acción organizada. Se ha calculado que los amotinados fueron, en principio, unos seis mil y que, al atardecer del día 23, habían ya doblado su número. Al parecer el motín no tuvo cabecillas reconocibles, pues los individuos que actuaron como mediadores en los días siguientes (el padre Cuenca, Diego Abendaño) lo hicieron sólo en calidad de portavoces. Por otra parte, el tumulto tuvo en todo momento un carácter festivo y popular, al mezclarse sin solución de continuidad con las celebraciones de la Semana Santa madrileña.

Al día siguiente (24 de marzo) se reprodujeron los disturbios en Madrid. Se calcula que unas veinticinco mil personas se reunieron en la Puerta del Sol, donde discutieron la postura política que habrían de mantener ante el Consejo. Se dirigieron después nuevamente a Palacio. Les salió al encuentro la guardia valona, que abrió fuego contra las primeras líneas de amotinados y causó las primeras bajas -diez- del motín. En los enfrentamientos resultaron también muertos diez guardias valones, de cuyos cadáveres se apoderó la turbamulta, mutilándolos y arrastrándolos por las calles aledañas. Mientras se producían estos acontecimientos, el rey celebraba Consejo en el interior de Palacio. Por recomendación del marqués de Sarriá, del conde de Oñate y del de Revillagigedo, Carlos III aceptó permitir el acceso de los sublevados a la Plaza de la Armería. Ante ellos se presentaron los duques de Arcos y de Medinaceli, quienes prometieron en nombre del rey el cumplimiento de sus reivindicaciones, pero contando con un plazo razonable para ello. Esto provocó un gran alboroto entre la multitud, que obligó a los ministros a refugiarse de nuevo en Palacio.

Los amotinados eligieron al padre Cuenca, predicador franciscano muy afamado, para que actuara como mediador ante el rey. Cuenca leyó ante el Consejo una lista de peticiones que incluían: el destierro de Esquilache y de su familia; la elección de españoles para ocupar todos los cargos ministeriales; la disolución de la guardia valona; la bajada del precio de los alimentos; la supresión de la Junta de Abastos; la retirada de las tropas movilizadas a sus acuartelamientos; la derogación de la prohibición de la indumentaria tradicional; y, por último, la presencia del rey para escuchar de su boca el compromiso de cumplir estos puntos. Carlos III accedió a asomarse a uno de los balcones sobre la Plaza de la Armería, donde permanecía reunida la multitud, y fue prometiendo cumplir, una a una, las exigencias del memorial leído por el padre Cuenca.

El motín pudo haber acabado entonces. Pero la salida del monarca y su familia hacia Aranjuez esa misma noche (acompañados por los duques de Arcos, Medinaceli y Losada, así como por Esquilache y Grimaldi) alarmó a los amotinados, que vieron en ello una huida poco prometedora. Por otra parte, los movimientos de tropas registrados en Madrid y sus cercanías pusieron en guardia a los rebeldes contra el inicio de una represión violenta por parte del ejército. Los rebeldes tomaron nuevamente las calles, obligando a las tropas a acantonarse en el Retiro. Tras hacerse con el control sobre un polvorín del barrio de Carabanchel, los rebeldes acordaron cortar las comunicaciones entre Madrid y los Reales Sitios de Aranjuez. Uno de los amotinados, Diego Abendaño, se ofreció para marchar a Aranjuez y presentar al rey un nuevo memorial de agravios, firmado por el propio gobernador del Consejo Real, el obispo Diego de Rojas, a quien se había obligado a rubricar el documento. Éste añadía a las anteriores dos nuevas exigencias: el regreso inmediato del rey a la capital y la concesión del perdón general a los implicados en la rebelión.

El 26 de marzo se encontraba Abendaño de vuelta en Madrid. Ante la multitud reunida en la Plaza Mayor y en presencia del Consejo Real, mandado reunir por el obispo Rojas, leyó la respuesta del rey, que ratificaba sus anteriores promesas y acordaba el perdón general. Al día siguiente se hizo efectivo el destierro de Esquilache, quien partió junto a su familia hacia Cartagena, donde se embarcaría poco después rumbo a Nápoles. El siciliano fue sustituido por Miguel de Múzquiz en la cartera de Hacienda, y por el teniente Gregorio de Muniain en la de Guerra. La calma volvió a Madrid. El motín había dejado veinte muertos y cuarenta heridos entre los amotinados, además de los diez guardias valones asesinados en la segunda jornada de disturbios.

Así concluyó la que se ha considerado primera fase del Motín de Esquilache, llamada de “estallido”, caracterizada por los tumultos callejeros. A partir de entonces, y durante muchas semanas todavía, siguió la fase del “clamoreo”, en la que una intensa propaganda antigubernamental circuló por Madrid y otras ciudades y que incluyó el estallido de numerosos motines en otras localidades del país. Los tumultos se propagaron rápidamente por todo el reino: entre fines de marzo y mediados de mayo de 1766 se registraron disturbios en unas 130 localidades de todo el territorio español. La zona de mayor intensidad trazaba una línea entre Guipúzcoa y Murcia. Los disturbios más importantes tuvieron lugar en Zaragoza (Motín de los Broqueleros), Cuenca, Palencia y algunas localidades de Andalucía, Guipúzcoa, Navarra y Cataluña. Fueron éstas en su mayoría revueltas causadas por la escasez de alimentos. En las provincias catalano-aragonesas (a excepción de Zaragoza) y en las del noroeste los tumultos tuvieron escasa relevancia, si bien en ciudades como Barcelona sólo la rápida actuación del ejército atajó el estallido de la revuelta.

En Madrid, una vez controlada la agitación popular con el ejército patrullando las calles, el rey pudo retractarse de las gracias concedidas a los sediciosos. El nuevo presidente del Consejo Real, conde de Aranda (nombrado en abril de 1766) ordenó a la nobleza, al clero, a las autoridades municipales y a los gremios mayores que solicitaran al rey la revocación de las concesiones hechas a los rebeldes. De esta forma la monarquía desautorizó a la oposición manifestada en los disturbios de marzo. Aranda fijó como prioridades el mantenimiento del orden público en la capital y el desvelamiento de los culpables del motín, ya que el gobierno consideraba que tras éste se escondía una conspiración de las fuerzas políticas enemigas de las reformas ilustradas preconizadas por Carlos III. Éste ordenó la creación de una Consejo Extraordinario encargado de investigar las responsabilidades de la camarilla de poder en torno al marqués de la Ensenada, antiguo ministro de Fernando VI y enemigo acérrimo de Esquilache. También se investigó a los jesuitas (que poco después fueron expulsados de España) y al cuerpo de colegiales mayores de Madrid como sospechosos de conspiración. El monarca no regresó a Madrid hasta diciembre de 1766. Respecto al detonante inmediato del motín, la prohibición de la indumentaria varonil tradicional, al poco tiempo de sofocados los disturbios los miembros de la corte comenzaron a vestir la capa corta y el sombrero de tres picos, indumentaria que rápidamente adoptó el pueblo.

Las causas del llamado “Motín de Esquilache” han suscitado numerosas controversias entre los historiadores del siglo XVIII español. Algunos autores (V. Rodríguez Casado, C. Corona) han buscado su origen en la oposición de los jesuitas a la política carolina, sin que por el momento se haya probado fehacientemente su implicación en los acontecimientos madrileños. Otras hipótesis apuntan, en cambio, a la reacción de la aristocracia y del alto clero contra las reformas ilustradas como motivación profunda de los tumultos. Según esta hipótesis, en el origen del motín estuvo la hostilidad de la alta nobleza hacia los ministros foráneos que copaban las principales carteras ministeriales y, especialmente, la hostilidad de la camarilla del marqués de la Ensenada (desterrado poco después del motín a Medina del Campo). Las reformas preconizadas por el gobierno de Carlos III habrían resultado demasiado bruscas y “progresistas” para los elementos más conservadores de la sociedad española, esto es, para la aristocracia y el alto clero, quienes habrían aprovechado el descontento popular por la crisis económica para derrocar al gobierno de los extranjeros.

Pierre Vilar ha caracterizado los motines de 1766 como revueltas de subsistencia causadas por la carestía que padecía el reino. Estas “revueltas del hambre” se insertarían en el contexto de una oleada generalizada de tumultos similares que afectó a toda Europa. Durante los cuatro años anteriores al motín, España padeció una terrible sequía y la consiguiente escasez generalizada de cereal. La carestía produjo un aumento espectacular de los precios de los productos de primera necesidad, sobre todo del pan, el aceite y el tocino. La libertad de comercio decretada por Esquilache en 1765 agravó esta situación, al aumentar bruscamente el precio del trigo. Por otra parte, las reformas urbanísticas puestas en marcha por Carlos III (Madrid tenía fama en la época de ser la ciudad más sucia e inhabitable de Europa) provocaron una rápida subida del precio de los alquileres urbanos. No es extraño, pues, que los rebeldes atacaran la casa de Sabatini, el arquitecto italiano encargado por Carlos III de dirigir la remodelación urbanística de la ciudad.

Domínguez Ortiz, por su parte, distingue entre el motín de Madrid, donde primaron las motivaciones políticas, y el resto de los disturbios acaecidos en el reino, de los que, según este autor, estuvieron ausentes las causas políticas, excepto en algunas localidades (Lorca, Zaragoza, villas de Guipúzcoa) en las que las autoridades locales y las fuerzas vivas utilizaron el descontento popular para protestar contra ciertas disposiciones del gobierno. Habrían faltado en estas revueltas, sin embargo, las reivindicaciones de carácter nacional que se dieron en Madrid. Según Domínguez Ortiz, la derrota de España en la Guerra de los Siete Años, la subida de los precios de los alimentos básicos motivada por la inflación y las malas cosechas, así como los elevados impuestos exigidos por Esquilache para financiar la guerra y las reformas produjeron un amplio descontento popular que supieron aprovechar quienes, de entre las clases dominantes, se oponían al proyecto político de Carlos III. En Madrid, las protestas contra los ministros extranjeros y el cúmulo de agravios contra el gobierno carolino dieron a los disturbios un cierto carácter patriótico y popular.

La consecuencia política inmediata del Motín de Esquilache fue el final de una primera fase del reinado de Carlos III, caracterizada por las reformas radicales, que dejó paso a un segundo período de reformas más cautelosas -dirigidas primero por Aranda y, posteriormente, por Campomanes-, con el fin de evitar una reacción conservadora de las fuerzas más conservadoras que pudiera poner en peligro la estabilidad de la monarquía carolina.

Fuente: Larousse

Jerusalén (Israel). Planos de población. 1860


Impresionante plano de Jerusalén en el año 1860

Orientado con flecha con el N. al E. de la hoja. – Relieve por normales. – Representados los caminos indicando la dirección

En el ángulo inferior derecho firma del autor

Manuscrito sobre papel a tinta negra y roja

Inserta, debajo del título, dedicatoria: «L’offrirti questo povero; ma studiato lavoro, o amico Giovanni, ti do una prova di quanto ti stimo, e aprrezzo conservami sempre la tua cara Amicizid»

En el ángulo superior izquierdo y dentro de un recuadro nota de carácter geográfico y en el inferior izquierdo, sobre las escalas, figuran las coordenadas de la ciudad

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