Tras la huella genética de Alejandro Magno en las momias egipcias


El Mundo

  • El ADN de los cuerpos embalsamados revela el parentesco de los pobladores del Nilo
  • Los antiguos egipcios están más emparentados con las poblaciones de Oriente Próximo, mientras que los actuales lo están con poblaciones subsharianas

 

Sarcófago de Tadja encontrado en Abusir el-Meleq NATURE COMMUNICATIONS

La genética supone un arma poderosa para establecer relaciones de consanguinidad. A partir de un pequeño frotis de la boca los científicos realizan sin mayores problemas el análisis de nuestro material genético mediante técnicas convencionales para proceder a su estudio. Extraer el ADN de un habitante de otra época y poder estudiarlo, requiere sin embargo de unas técnicas más sofisticadas que solo se pueden aplicar cuando ese ADN ha llegado inalterado hasta nosotros.

Encontrar estas marcas y poder observar el paso de las civilizaciones en los genes de sus habitantes es el objetivo de un equipo de investigadores del Instituto Max Plank , que ha analizado el ADN de las momias del antiguo Egipto en busca de la huella genética que dejaron a su paso otros pobladores, como los de la época de Alejandro Magno.

El estudio aporta sin embargo otro tipo de relaciones y concluye que los egipcios del pasado están más emparentados con las poblaciones de Oriente Próximo de lo que los egipcios modernos lo están ahora, una relación que ha podido diluirse con el tiempo debido a las constantes interacciones producidas en el Mediterráneo entre las culturas africanas, asiáticas y europeas desde la época anterior a Cristo. Los egipcios actuales han adquirido por otro lado un aporte genético subsahariano después del periodo romano.

Los investigadores, que han publicado sus conclusiones en la revista Nature Communications, usaron el ADN mitocondrial (el que se conserva en una parte de la célula distinta al núcleo) de 90 individuos de la antigüedad procedentes del yacimiento arqueológico de Abusir el-Meleq y el genoma completo de tres momias de la época pre-ptolemaica, ptolemaica y romana, cubriendo así un periodo de 1.300 años.

El cálido clima de Egipto, los altos niveles de humedad de muchas tumbas y los productos químicos utilizados en las técnicas de momificación contribuyen a la degradación de este ADN y a que su conservación en las momias egipcias sea poco probable. No obstante, la aplicación de técnicas modernas de secuenciación y nuevos métodos de autentificación de ADN antiguo ha contribuido al éxito de este estudio y entender el parentesco de las antiguas poblaciones egipcias a partir de unos restos que datan del año 1.400 a.C. al año 400 d.C.

A modo de investigación arqueológica a nivel molecular, el equipo liderado por el genetista Johannes Krause quería identificar si los relatos que conocemos por la historia sobre la conquista y el dominio de las civilizaciones habían dejado alguna marca en los genes de estas poblaciones. «Queríamos probar si la conquista de Alejandro Magno y otras potencias extranjeras ha dejado una huella genética en la población egipcia antigua», ha explicado en una nota de prensa Verena Schuenemann, coautora del grupo de investigación de Krause, en el que también participa la Universidad de Tubinga en Alemania.

El estudio ha revelado sin embargo que los antiguos egipcios están relacionados con las poblaciones del Levante del pasado, así como con los habitantes del neolítico de la Península de Anatolia y Europa. «La genética de la comunidad de Abusir el-Meleq no sufrió ningún cambio importante durante los 1.300 años que hemos estudiado, lo que sugiere que la población estuvo relativamente poco afectada a nivel genético por la conquista y el dominio extranjeros«, ha afirmado Wolfgang Haak, del Instituto Max Planck.

Los datos que aporta el grupo de Krause apuntan además a que los egipcios modernos comparten aproximadamente un 8% más de ancestros con las poblaciones africanas subsaharianas que con los antiguos egipcios. «Esto sugiere un aumento en el flujo de genes subsaharianos en Egipto en los últimos 1.500 años», ha añadido Stephan Schiffels, coautor del estudio.

La mejora de la movilidad a lo largo del río Nilo, el aumento del comercio a larga distancia entre el África subsahariana y Egipto y la trata de esclavos transahariana que comenzó hace aproximadamente 1.300 años pueden estar detrás de estos resultados.

Descubren en Roma el acueducto más antiguo del mundo


El Mundo

  • Los arqueólogos dan con la obra durante los trabajos de construcción de una línea de metro

El hallazgo ocurrió por casualidad y como suele suceder en la capital italiana: haciendo unas simples obras. Pero lo que los arqueólogos descubrieron esta vez puede tener una importancia capital: habrían localizado el acueducto romano más antiguo encontrado nunca, correspondiente ni más ni menos que al siglo III a. C.

El acueducto se sitúa a la altura de la actual plaza Celimontana, a unos pocos centenares de metros del Coliseo, y a una profundidad de veinte metros bajo tierra. Los arqueólogos consiguieron dar con él, porque se está construyendo una nueva línea de metro en esa zona, que ha permitido excavar a tal profundidad. De hecho, la arqueóloga Siomona Morretta detalló al diario Corriere della Sera que los trabajos de excavación se iniciaron hace más de dos años para abrir un conducto de ventilación de 32 metros de diámetro en una superficie que abarca 800 metros cuadrados.

«Sólo gracias a las perforadoras de hormigón para la apertura del túnel del metro, hemos podido bajar a esa profundidad y estudiar por primera vez toda la estratigrafía de Roma«, insistió la arqueóloga. «Es decir, a partir de las casas que existen en la actualidad, hemos ido descendiendo hacia abajo hasta localizar una tumba con objetos funerarios que datan de la Edad de Hierro, y otros del siglo X y principio del siglo IX antes de Cristo«, detalló.

Los arqueólogos no saben precisar todavía de dónde provenía el acueducto exactamente, y hacia dónde se dirigía. No obstante, creen que se podría tratar del denominado Acqua Appia, el primer acueducto que se edificó en Roma, y cuya construcción tardó decenios. «Se sabe que el Acqua Appia era profundísimo, y el que hemos encontrado también lo es», destacó Morretta.

Un tramo de diez metros del acueducto ha sido desmontado bloque por bloque, catalogado y almacenado en superficie, con el objetivo de montarlo de nuevo en otro lugar para que se pueda visitar. «A veinte metros de profundidad, es imposible que nadie lo pueda ver. Sería necesario reubicarlo entero en otro lugar en un futuro», opinó la arqueóloga.

Viaje a las entrañas de una tumba del Antiguo Egipto


El Mundo

Fue el alto funcionario encargado del cuerno, la pezuña, la balanza y la pluma. Guardián de toda ave que nadara, volara o anduviera. Supervisor de lo que era y no era. El visir Ipi, «amigo único» del rey al que sirvió, acumuló tantos títulos antes de fallecer hace cuatro milenios como negligente fue la Historia con su memoria. Su recuerdo quedó extraviado en la árida ladera del valle que guarda el elegante templo de Hatshepsut, la monarca que fue faraón. La tumba de Ipi, encaramada en la colina rojiza de Deir el Bahari que se extiende más allá de los campos verdes en la orilla occidental de la actual Luxor, es el último legado de su nobleza.

«En Tebas se sabe muy poco de Ipi a pesar de sus títulos llenos de epítetos que pueden resultar rocambolescos y grandilocuentes», relata el egiptólogo sevillano Antonio Morales, profesor de la Universidad Libre de Berlín y director del Middle Kingdom Theban Project que desempolva la memoria del visir.

Son las nueve de la mañana y una cuadrilla de obreros, a las órdenes del rais Ali Faruk, excava el amplio patio que comienza frente al acceso a la sepultura y se desliza montaña abajo. Una hilera de puertas salpica el paisaje cercano. «Todas estas tumbas datan del Reino Medio (alrededor del 2055-1650 a.C.). Suelen tener un patio inmenso de 100 metros que en la parte inferior cerraba con una capilla de adobe», explica Morales mientras deambula por el talud. «Los sacerdotes eran muy listos y evitaron subir todos los días a la cámara funeraria para realizar los rituales de culto al difunto construyendo una capilla a los pies de la colina», bromea.

Entre cazatesoros y arqueólogos

Los enterramientos, horadados en la roca, fueron excavados por el estadounidense Herbert Winlock en los años 20 del siglo pasado al abrigo de una expedición sufragada por el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. El objetivo de su tarea fue, más bien, desvalijar las entrañas de las oquedades con la voracidad de un vulgar cazatesoros. «Los museos querían objetos para sus colecciones y Winlock dedicaba tan solo un mes a cada una de las tumbas. Hasta que en 1923 se descubre el inicio de la rampa del templo de Hatshepsut y el Metropolitan le ordena que baje y comience a limpiar la explanada. Lo que halla allí es un queso gruyere, un caos de sarcófagos, ataúdes y rampas al que se entrega durante años. Las tumbas quedan sin publicar o se divulga información muy pobre e inexacta», replica el egiptólogo, doctorado en la universidad estadounidense de Pennsylvania. Nueve décadas después, el propósito del equipo que lidera es precisamente elaborar el inventario que dejó pendiente Winlock. Un documento que arroje luz sobre la arquitectura del Reino Medio. «Todo el mundo habla de estas tumbas para explicar la arquitectura posterior pero nadie hizo jamás un estudio científico sobre ellas», puntualiza el mudir (director, en árabe).

La segunda campaña, que concluyó el pasado abril, ha comenzado a rescribir la historia de la tumba TT315. «Hemos descubierto que el complejo de Ipi no consistía en un patio rectangular sin estructuras que se alzaba pendiente arriba hasta el acceso de la tumba, con su muro de recinto. Hemos podido rechazar esta hipótesis al encontrar restos de una plataforma que los egipcios excavaron para hundir ambos lados y dejar una especie de rampa central desde los pies de la colina hasta la puerta de la tumba», comenta el egiptólogo. «Hemos hallado -agrega- indicios de una estructura de adobe y piedra que se construyó a la entrada del complejo, a los pies de la montaña. Probablemente se trate de una capilla de culto al difunto». La aventura de exhumar el nombre de Ipi se desarrolla bajo un sol de justicia, en un patio abarrotado de peones en galabiya (túnica tradicional). El egiptólogo local Mohamed Osman es el encargado de auscultar su perímetro. «Estamos limpiando todo el patio para comprobar lo que no se publicó y lo que Winlock desechó, tanto elementos arquitectónicos como objetos de la tumba», narra el egipcio, fascinado aún por la técnica que emplearon sus antepasados para abrirse paso a través de la montaña. «Cuesta imaginar que cortaran tanta superficie de la roca y luego comenzaran a perforarla para lograr el pasillo y el interior», murmura.

De la arena que el tiempo había ido amontonando en el patio ha emergido un primer tesoro: los materiales usados en el embalsamamiento del cadáver de Ipi. «Durante la momificación hay una serie de objetos que entran en contacto con el difunto y que tienen restos de sangre o bitumen. No se pueden tirar porque han sido usados con alguien que va a ser trasladado al más allá, pero tampoco se pueden colocar en la tumba porque es un material impuro que ha servido para extraerle los intestinos o el hígado. Se suelen guardar en otra sala que Winlock localiza y de la que se lleva parte del material. En cambio, lo que no le interesa lo arroja en la puerta de la tumba», indica Morales, entusiasmado con un hallazgo que está siendo examinado con celo. «Se trata de una colección sin igual, con tapones de jarras con sus vendas para sellar líquidos como ungüentos, perfumes y grasas animales; bolsas de tela con natrón [sal empleada para desecar el cadáver o rellenarlo al vaciarle y quitarle los órganos principales durante el embalsamamiento]; cientos de metros de todo tipo de vendas; e incluso el sudario principal del difunto, al estilo de la sábana santa de Jesús, con manchas de sangre, ungüentos, grasas y perfumes usados durante la momificación».

El contenido almacenado durante milenios en 67 vasijas y descartado por Winlock -que será sometido a análisis químico de las manchas, del ADN o la composición del textil- es tan solo una fracción de los vestigios rescatados del olvido. «Hemos recuperado unos 1.500 objetos, entre shabtis [estatuillas funerarias], trozos de ataúdes de época baja o Reino Medio y fragmentos de momia», detalla Morales, el primer arqueólogo español que dirige una misión extranjera en Egipto. De recibir las piezas del puzzle y documentarlas se ocupa Raúl Sánchez, de 27 años, que prepara su tesis en la universidad de Sevilla. «Trabajar aquí es cumplir un sueño y hacerlo en un ambiente internacional resulta aún más interesante», confiesa mientras estudia y cataloga los últimos hallazgos en la carpa plantada en el patio junto a la cadena de obreros que transporta los escombros. A su lado, el egipcio Hazem Sharid dibuja algunos de las piezas recobradas. «Esta es mi pasión. Empecé en las excavaciones con nueve años acompañando a mi padre. Pertenezco a una generación de arqueólogos locales que puede hacer mucho», esboza.

Pequeñas joyas de la historia

A la mesa de Sánchez y Sharid llega hasta el más pequeño de los objetos recuperados del naufragio. Como las cerdas de un cepillo faraónico. «Proceden de la escoba que empleaba el sacerdote para borrar los pasos de la tumba y conseguir que, cuando se cerrara la sala, fuera una cavidad pura donde no quedara rastro humano», arguye el director de la expedición antes de cruzar el dintel e internarse en la sepultura. En su laberinto poco permanece de su geografía primitiva. Las paredes y el suelo del pasillo han sido completamente arrasadas. «Todo estaba forrado en piedra y los muros tenían textos jeroglíficos. Lo destrozaron todo porque posteriormente fue utilizada como cantera», reconoce. Quienes la profanaron tampoco respetaron la sala de culto que se halla al final del corredor ni las losas que recubrían la estancia y ocultaban la rampa hacia la cámara funeraria. «En la sala de culto se colocaría una estatua del difunto recibiendo a los visitantes. El acceso a la cámara quedaría clausurado el último día del funeral», expone. Hoy, en cambio, toda la estudiada estructura queda a la vista, como si hubieran despojado al visir de todos sus secretos. Al final del pasillo descendente, descuella el sarcófago, una mole de tres metros tallada a partir de un solo bloque de caliza y depositada en la estancia. «Sobre el sarcófago -apostilla- se construyó el suelo de la cámara. De hecho, su tapa sería la última lasca de piedra que se colocaría, completando una superficie que evitaría que los saqueadores pudieran acceder a los restos del visir».

El ataúd de piedra fue la única joya que sobrevivió al expolio, con las preciadas huellas de su decoración interior. «Estamos recogiendo los fragmentos para reconstruirlo. Algunos se encuentran en muy mal estado. De momento, hemos descubierto que es el único sarcófago conocido que tiene textos también en la base», avanza Morales, un enamorado de los textos y prácticas religiosas del Reino Antiguo y Medio. «Este ataúd tiene Textos de las Pirámides y de los Sarcófagos. Los Textos de las Pirámides se usan originalmente durante el Reino Antiguo en, por ejemplo, las grandes pirámides de Saqqara. Los Textos de los Sarcófagos aparecen en los sarcófagos del Reino Medio pero, en realidad, son los mismos que usaban quienes no pertenecían a la élite en el Reino Antiguo». En los coloridos jeroglíficos que van surgiendo de su restauración se guarda una de las claves para desentrañar la biografía olvidada de Ipi. «Se ha hablado de que el visir sirvió a finales del reinado de Mentuhotep II (2055-2004 a.C.), el monarca que reunificó el país y desde Tebas fue creando un Estado sólido. Pero también hay quien dice que actuó al principio de Amenemhat I (1985-1956 a.C.), el primer rey de la dinastía XII. La paleografía nos ayudará a desvelar su época».

Los arqueólogos toman las trincheras


El Pais

                          Excavación de un abrigo republicano en la Ciudad Universitaria, Madrid. / UCM

Excavación de un abrigo republicano en la Ciudad Universitaria, Madrid. / UCM

Los efectos de la sexta contraofensiva franquista sobre las posiciones republicanas en la orilla derecha del Ebro fueron decisivos. El joven y capaz coronel Manuel Tagueña, al mando de los 18.000 soldados del XV Cuerpo de Ejército, dirigía las operaciones de retirada republicana en esos días de noviembre de 1938 y, tras la caída de La Fatarella, centra el esfuerzo defensivo en la estratégica línea de Raïmats. Allí se ubica la Cota 562, y en una de sus trincheras, junto con sus compañeros de la 15ª Brigada, Charlie se preparó para el inminente combate, consciente de que el futuro de los que cruzaban el río dependía de su sacrificio. Era más alto de lo habitual y también un poco viejo a sus cuarenta y tantos años entre esos jóvenes de la Quinta del Biberón. Se cercioró de que llevaba su zurrón bien provisto: las granadas polacas y munición para su fusil Mosin Nagant, y se quedó con unos pocos objetos personales: la escudilla para comer, una navaja, el cepillo de dientes y su tubo de pasta, una carta doblada cuidadosamente… En la mañana de ese 15 de noviembre, la 82 División de Franco, después de tres días de bombardeo aéreo sobre la zona, se lanzó rápida contra la Cota 562. Charlie y sus compañeros comenzaron a disparar, respondieron con sus bombas de mano. A su lado cayó una granada del enemigo y trató de devolvérsela pero no hubo tiempo. Le estalló en la mano de manera fatal. Allí mismo quedó sepultado por los soldados de la 82 que tomaron la cota. Gracias a la entrega de hombres como Charlie, el coronel Tagueña pudo afirmar en sus necesarias memorias Testimonio de dos guerras (Planeta) que en el paso del Ebro, los franquistas no capturaron prisioneros ni material.

Si conocemos la historia final de Charlie, no es gracias al testimonio de alguien, o su aparición en algún documento o imágenes de la época. Fue el mismo Charlie, 73 años después, quien nos trajo su historia y el canal que usó fue la arqueología. Desde 2006, Alfredo González Ruibal, científico del CSIC y arqueólogo especializado en el pasado contemporáneo, investiga el paisaje de la Guerra Civil y la posguerra a lo largo y ancho de España y ha plasmado los resultados de estos años de trabajo de campo en Volver a las trincheras (Alianza Editorial), una aportación realmente atractiva para conocer la tragedia española del siglo XX desde el foco científico de la arqueología, tomando como base de partida los objetos encontrados en los campos de concentración, las fosas comunes o los frentes de combate. ¿Qué conocimientos pueden aportar esos objetos en un ámbito del que se ha escrito tanto y hay tanta documentación? En declaraciones a este blog, el autor afirma que “la arqueología puede, por un lado, simplemente contar las cosas de otra manera, poniendo más el acento en lo material y en la experiencia vivida. Ese es quizá el objetivo fundamental del libro. Pero también puede documentar fenómenos de los que existe poca documentación ­-como la práctica de la violencia política (cómo se asesinaba a la gente). También puede llamar la atención sobre aspectos que pueden estudiarse a través de otras fuentes, pero que han recibido poca atención: la historia cultural, la de la vida cotidiana, que es la que nosotros recuperamos en las excavaciones y es un tipo de historia que ha sido poco practicada (frente a la política, económica o militar)”. Ciertamente, a través de la arqueología accedemos a aspectos históricos que resultan imposibles de percibir por otros caminos. El investigador se enfrenta al pasado directamente, lo toca de manera no mediada. A través del registro arqueológico se teje un nuevo relato que no discrimina en función de la importancia de la persona y aborda las vicisitudes, en este caso trágicas, de la gente corriente, los olvidados de la historia hegemónica, de todos y todo.

Con el cambio de siglo, las fosas comunes han despertado un enorme interés social y numerosas asociaciones y colectivos trabajan para que los restos de los que fueron asesinados o murieron en la lucha sean recuperados y tengan un final digno elegido por sus familiares. En este proceso, la arqueología ha desempeñado una tarea necesaria que ha contextualizado e interpretado como fueron los momentos que vivieron los que iban a ser asesinados, su identidad, cómo se perpetró el crimen. Un ejemplo estremecedor es el de la violencia que la sublevación militar focalizó hacia las mujeres, en particular las del sur de España, (a la derecha, detalle de un zapato de tacón encontrado en una fosa común de Fregenal de la Sierra, Badajoz) un colectivo que con la llegada de la República comenzó a exigir en voz alta igualdad de género y emancipación social. El trabajo del equipo de González Ruibal en las fosas confirma esta circunstancia con la descripción de lo encontrado:  adornos femeninos, costureros, peinetas, un zapato de tacón…El trabajo de los arqueólogos consiste en invocar fantasmas, y en el caso de la cercana Guerra Civil con todas las consecuencias que trae consigo. Es por ello que desde sectores conservadores se les acusa de aprovecharse de la Ley de Memoria Histórica y de estar “politizados”. Sobre este asunto González Ruibal discrepa de manera rotunda y declara: “Me atrevería a decir que los historiadores mezclan sus ideas políticas con su práctica profesional de forma mucho más evidente que los arqueólogos: no hay más que leer a Payne, Preston, Julius Ruiz o Espinosa, por citar a historiadores de ambos lados del espectro ideológico. Y no lo digo como una crítica. Es que la historia contemporánea es así. Es imposible no tener un punto de vista político (…). Aceptemos de una vez que la política y la ciencia no se pueden separar fácilmente. El problema es cuando se tergiversan los datos para defender una determinada perspectiva política. Creo que esto es algo que sucede muy excepcionalmente en arqueología, si es que sucede”.

Muy pocos de los dos millones de viajeros al año que se mueven por los pasillos del aeropuerto de Lavacolla, en Santiago de Compostela, saben cómo se construyó ese aeropuerto. La nueva pista proyectada necesitó del trabajo esclavo de cientos de presos republicanos, que en condiciones extremas de hambre y muerte, fueron hacinados en una antigua fábrica de curtidos, convertida hoy en restaurante. Este grupo de arqueólogos ha fijado también su atención en esas cárceles, campos de concentración y destacamentos penales donde malvivieron y murieron los más de 370.000 presos políticos del régimen franquista, que forman parte de lo que denominan “el paisaje totalitario”. Como afirma el autor, esta compleja red “que existió hasta los años cincuenta se puede entender como parte de la tecnología franquista para construir nuevos sujetos políticos, dóciles con el régimen”. La mayoría de los campos de concentración se ubicaron en centros o edificios ya construidos pero en el caso de Castuera, en Badajoz, el contexto arqueológico se presentaba más accesible ya que se trataba de un centro de nueva planta que no fue reutilizado después. El equipo de González Ruibal decidió acometer su excavación y una vez más se vuelve a tocar el pasado, se regresa en el tiempo y son recuperados miles de objetos que hablan de la alimentación, la higiene, las condiciones médicas, la vigilancia, el castigo o la resistencia. Uno de ellos, una irrelevante tapa de olla, le fue mostrada a una anciana vecina del pueblo, a cuyos padres fusilaron al acabar la guerra, y en ese momento su memoria recuperó el recuerdo de aquellas mujeres que pasaban por su casa y llevaban alimentos a sus seres queridos presos en el campo de Castuera.

                Excavación de un búnker republicano de la Batalla del Ebro en La Fatarella (Tarragona). / UCM

Excavación de un búnker republicano de la Batalla del Ebro en La Fatarella (Tarragona). / UCM

 

¿Cómo se está gestionando el patrimonio que sale a la luz con el trabajo arqueológico? ¿Cómo actúan las instituciones ante el gran interés social por conocer mejor la Guerra Civil? Alfredo González opina que “los restos de la Guerra Civil todavía se encuentran en un estadio muy incipiente de transformación en patrimonio cultural. El riesgo es que con el creciente interés social por este tema se generalicen las musealizaciones triviales y repetitivas, que no solo den una visión aburrida de la guerra, sino que además omitan las cuestiones políticas (fundamentales en la Guerra Civil) para evitar problemas. El patrimonio de la guerra y la dictadura requiere un tratamiento crítico, que haga reflexionar a los ciudadanos y plantearse las narrativas heredadas, y creativo, que permita ver el pasado de una forma distinta y atractiva”.

Cuando queda poco más de un mes para que se cumpla el 80º aniversario de la sublevación militar contra la II República son ya muy pocas las voces que aún se pueden escuchar de los que vivieron la guerra. La arqueología puede ocupar ese espacio de la memoria que el testimonio oral ya no podrá llenar y Volver a las trincheras es una obra indispensable para entender lo realizado hasta ahora en esta nueva disciplina. El conocimiento crítico y científico que proporciona debe recibir el trato digno que merece por parte de las instituciones, como en los países europeos de nuestro entorno, de manera que siga contribuyendo a la demanda social que exige comprender mejor nuestro pasado cercano.

Hallan una construcción subterránea hecha por neandertales


ABC.es

  • Esta especie humana levantó con estalagmitas unas estructuras circulares en el interior de una cueva de Francia hace 175.000 años
 La construcción neandertal de la cueva de Bruniquel - Etienne FABRE - SSAC

La construcción neandertal de la cueva de Bruniquel – Etienne FABRE – SSAC

Investigadores franceses han descubierto en las profundidades de una cueva del suroeste de Francia unas estructuras circulares hechas de estalagmitas rotas que fueron levantadas por los neandertales hace al menos 175.000 años. El hallazgo, descrito en la revista Nature, supone la primera prueba de la habilidad constructora de la otra especie humana inteligente y demuestra que exploró el mundo subterráneo. Si el lugar era utilizado como refugio o tenía un significado simbólico todavía está por aclarar.

Los neandertales vivieron en Eurasia durante cientos de miles de años hasta hace unos 40.000, momento en el que desaparecieron misteriosamente tras la llegada de los humanos anatómicamente modernos. Aunque gracias a los registros arqueológicos se conocen muchas características sobre la forma de vida de este grupo, como su alimentación, el cuidado de los hijos o sus adornos, poco se sabía sobre sus habilidades constructoras por falta de pruebas directas. Hasta ahora, tan solo se les habían atribuido, con escaso consenso científico, unas pocas estructuras como agujeros para postes o elementos aislados de muros de piedra.

El equipo de Jacques Jaubert, de la Universidad de Burdeos, descubrió casi 400 fragmentos de estalactitas y estalagmitas apilados en varias estructuras, incluyendo dos que tienen una forma circular, a unos 300 metros de la entrada de la cueva Bruniquel. Una de ellas tiene 2 m de anchura y la otra, más de 6,7. La más grande está compuesta de un «muro» hecho de hasta cuatro capas superpuestas de fragmentos de estalagmita de aproximadamente 30 cm de longitud, con elementos más pequeños pegados de forma oblicua en el medio.

Al calor del fuego

Muchas de esas estalagmitas están enrojecidas, ennegrecidas o agrietadas, lo que sugiere que fueron calentadas por pequeños fuegos hechos de forma voluntaria por sus ocupantes, no de manera natural. Los autores también recuperaron un fragmento de 6,7 cm de hueso con señales de haber sido calentado, y evidencias de un efecto similar en la roca por encima y alrededor de las estructuras.

Los investigadores no tienen duda de que los autores de todo este tinglado fueron los neandertales, la única especie humana que entonces ocupaba la zona. Los anillos están hechos con piezas de tamaño similar, lo que indica que la construcción estaba cuidadosamente planeada. Además, la organización interna y el tamaño de las estructuras no encajan con los hogares de los osos de las cavernas, una posibilidad que queda descartada.

Para los científicos, este hallazgo es un ejemplo más de que los neandertales exhibían un comportamiento social complejo. Pero para qué servían esos anillos no está claro. Hacen falta hallazgos similares para aclarar si se trata de los restos de una visita subterránea casual o si eran parte de actividades regulares y planificadas, como un refugio o un lugar con significado simbólico. Eso sí, estas estructuras, muy bien conservadas porque fueron selladas por calcita muy poco después de ser erigidas, muestran que los ancestros humanos ya dominaban el ambiente subterráneo, un comportamiento moderno que parece haber emergido antes de lo que se creía.

Hallan en Tomares 19 ánforas con 600 kilos de monedas de bronce


El Mundo

  • Se trata de piezas homogéneas que no han estado en circulación
  • Las monedas han sido depositadas en el Museo Arqueológico de Sevilla

 

Una de las ánforas con monedas de bronce halladas en Tomares. EUROPA PRESS

Una de las ánforas con monedas de bronce halladas en Tomares. EUROPA PRESS

Unas máquinas han destapado este miércoles en Tomares (Sevilla) 19 ánforas romanas que contienen unos 600 kilos de monedas de bronce del siglo IV después de Cristo, un hallazgo que los arqueólogos que han trabajado en la zona consideran único en España y quizás en el mundo.

Las ánforas se han encontrado durante unas obras de acometida paralelas al camino interno del parque Zaudín de Tomares, donde las máquinas han dejado al descubierto los recipientes romanos llenos de monedas, según han explicado fuentes de la investigación arqueológica.

Las monedas tienen en el anverso la figura de un emperador y en el reverso diversas alegorías romanas, como la abundancia, y los investigadores han enfatizado que no se ha encontrado nunca tal acumulación de piezas y además tan homogéneas.

Se da la circunstancia de que las monedas, probablemente hechas en Oriente, están «en flor de cuño«, es decir, que no han circulado y por tanto no tienen desgaste.

Las ánforas, algunas rotas y otras enteras, no son las usadas para el transporte de vino o grano, sino de tamaño más pequeño, y estaban en un receptáculo específico habilitado al efecto, que estaba sellado y cubierto con materiales rotos.

La hipótesis inicial de los investigadores es que las monedas estaban acumuladas en ese receptáculo para el pago de impuestos imperiales o para pagar las levas del Ejército.

Las monedas encontradas ya han sido depositadas en el Museo Arqueológico de Sevilla, según han precisado las fuentes.

Una de las joyas de la arqueología mundial está en Palencia, según National Geographic


ABC.es

  • La revista incluye el yacimiento de La Olmeda entre los doce «grandes descubrimientos de la arqueología», como Petra o Angkor
Uno de los mosaicos que se pueden ver en La Olmeda - VILLA OLMEDA

Uno de los mosaicos que se pueden ver en La Olmeda – VILLA OLMEDA

A finales de diciembre el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte concedía a Javier Cortes, descubridor de la Villa Romana La Olmeda, la Medalla de Oro de las Bellas Artes a título póstumo. Sólo unos meses después el complejo arqueológico romano vuelve a estar de actualidad, ya que la prestigiosa revista National Geographic lo ha elegido para «ilustrar» el mes de septiembre de su calendario anual en 2016, enmarcándolo dentro de los «grandes descubrimientos de la arqueología» y equiparándolo a otras «joyas» repartidas por el mundo como la tumba de Tutankhamon, en Egipto, el Machu Picchu, la ciudad perdida en las cumbres de Los Andes, la ciudad de Petra excavada en una roca en el desierto jordano, los guerreros de terracota de Xian o los templos de Angkor en Camboya.

No es la primera vez que esta revista se fija en la villa romana palentina, ya que en septiembre de 2013 le dedicaba un extenso reportaje, en el que hacía hincapié en su descubrimiento por parte de Javier Cortes un verano de 1968, cuando se disponía a hacer unos trabajos de allanamiento para facilitar las labores de cultivo en sus tierras, así como en la riqueza de los mosaicos de este palacio palacio edificado en tiempos de Diocleciano y de Teodosio I, entre los siglos IV y V. Para la Diputación, este nuevo «espaldarazo» que recibe La Olmeda, cuyos visitantse superan ya los cientos de miles desde su reinauguración en 2009, supone «un reconocimiento a su calidad y a su riqueza, al tiempo que constituye un motivo de orgullo».
La villa de La Olmeda fue donada por Javier Cortés a la Diputación en 1980. Cuatro años más tarde se abría al público para sus vistas. Posteriormente, en 2005 volvió a cerrar y en 2009 se volvía a abrir tal y como se conoce hoy, tras su adecuación. De su inauguración se encargó la Reina Doña Sofía, amante de la arqueología.

La villa, que posiblemente pertenecía a un rico terrateniente, ocupa 4.400 m2, consta de 35 habitaciones, 26 de ellas con pavimento de mosaico, y una amplia zona termal. Cerca del palacio han aparecido tres necrópolis, cuyos hallazgos se conservan en un museo en Pedrosa de la Vega. No obstante, las investigaciones continúan. En 2012 se llevaron a cabo unas prospecciones geomagnéticas sobre el terreno que han permitido crear un mapa de las zonas inexploradas del yacimiento para continuar con las excavaciones.
Los doce grandes descubrimientos

1. El descubrimiento de Tutankhamón

2. El fabuloso bestiario de la Cueva de Lascaux.

3. Machu Picchu. La ciudad perdida en las cumbres de Los Andes

4. Pompeya, la ciudad destruida por la ira del Vesubio

5. Petra. Excavada en la roca del desierto jordano

6. Angkor, la metrópoli devorada por la selva en Camboya

7. Tikal, el esplendor de la civilización maya

8. Las cuevas de Ajanta, joya del budismo en la India

9. La Olmeda, la lujosa mansión romana en Palencia

10. Abu Simbel. El gran templo de Ramsés II bajo las arenas del desierto

11. Un ejército de terracota para servir al emperador

12. El gran altar de Pérgamo. Una batalla mítica para celebrar un triunfo militar

El enigma de las formas geométricas del Amazonas


El Mundo

  • La deforestación revela un secreto que sólo se puede ver desde el aire: zanjas y fosas excavadas con formas circulares o redondas
  • Geoglifos realizados hace miles de años por una civilización perdida
Una de las formas geométricas, en este caso cuadrada, descubiertas en la selva amazónica de Brasil. J. DE LA CAL

Una de las formas geométricas, en este caso cuadrada, descubiertas en la selva amazónica de Brasil. J. DE LA CAL

La floresta guardaba un secreto oculto por los árboles desde hace 3.000 años. Quizá más. Círculos ofrecidos por el hombre a los dioses, dicen algunos. Cuadrados creados para albergar pueblos, aseguran otros. Hexágonos para hacer rituales, comentan los más antiguos. En cualquier caso, quien los hizo parece que quería transmitirnos un mensaje del pasado. Un mensaje que, cual paradoja ecológica, ha salido a la luz por la destrucción incontenible de la selva amazónica.

Hay más de 300 repartidos por el estado brasileño de Acre, el más occidental de Brasil, junto a la frontera con Perú y Bolivia. Se trata de detalladas zanjas o fosos de uno a cuatro metros de profundidad y unos 12 metros de ancho, reforzados en sus lados por la propia tierra de la excavación. Forman diferentes bajo relieves sobre un suelo arcilloso con diferentes diseños, desde los mas simples -rectas paralelas, cuadrados o rectángulos- hasta otros un poco más complejos como círculos, pentágonos o en forma de U. Pueden medir hasta 300 metros cuadrados de superficie.

Su descubrimiento, como suele pasar en muchos de los grandes hallazgos arqueológicos de la Historia, tuvo también su parte azarística. En 1977 el profesor Ondemar Dias, del Instituto Brasileño de Arqueología de Río de Janeiro, los incluyó como parte del inventario que estaba realizando para el Programa Nacional de Investigaciones Arqueológicas en la cuenca del Amazonas. En aquel momento su trascendencia apenas salió de los círculos académicos. La vegetación todavía cubría la mayor parte de unas formaciones que, por otra parte, abundaban ya en las vecinas selvas bolivianas.

El impacto mediático llegó unos años más tarde. A mediados de los ochenta, el geólogo y paleontólogo de la Universidad Federal de Acre (UFAC) Alceu Ranzi, discípulo de Ondemar, viajaba en un vuelo comercial entre Porto Velho y Río Branco, en un vuelo que solía hacer con cierta frecuencia. Y cada vez que miraba por la ventanilla del avión sentía la misma preocupación al ver como avanzaba la colonización del hombre sobre la selva. De un mes a otro aparecían nuevas y enormes superficies desarboladas donde ya pastaban innumerables cabezas de ganado. Las carreteras, primero de tierra y luego de asfalto, iban abriendo brecha en esa selva otrora intacta. Y, precisamente junto a una de ellas, la BR 317, que comunica los estados de Rondonia y Acre, Ranzi se dio cuenta de una estructura circular de doble borde que aparecía en una zona antes tapada por la floresta.

A partir de este momento la noticia se fue expandiendo en la medida que los expertos cayeron en la cuenta de que sólo una civilización avanzada podía haber tallado formas geométricas tan perfectas. Desde 2007, con el apoyo del satélite taiwanés Formosat-2, los descubrimientos en una zona de 25.000 kilómetros cuadrados se han multiplicado por 10 y se calcula que apenas se ha localizado el 20% del total. Actualmente, los geoglifos de Acre están a punto de ser incluidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

La Amazonía fue hogar de grandes pueblos

Hasta ahora los investigadores estaban convencidos de que en la época precolombina, la Amazonía Occidental presentaba muy pocas señales de población y civilización. Sin embargo, lo que ha venido a demostrar la existencia de los geoglifos y sus estudios asociados, es que esta zona olvidada del planeta pudo ser el hogar de varios pueblos estructurados y de gran tamaño.

Las figuras están conectadas entre sí por lo que parecen ser caminos: dos líneas paralelas, más elevadas, como si estuvieran protegidos. Hasta hace pocos años la hipótesis inicial era que las construcciones, cuyos contornos están formados por zanjas continuas abiertas en el terreno, tenían funciones defensivas similares a las de un fuerte.

«Las crónicas de los primeros conquistadores -de Orellana a Schnidel, por ejemplo- describían aldeas defendidas por altas empalizadas de madera. Si había aldeas fortificadas significa que los pueblos que allí vivían tenían que defenderse de invasores. La expansión de los pueblos de lengua tupi-guaraní y pano en tierras habitadas por indígenas que hablaban arawak podría esclarecer parcialmente esta tesis», asegura el arqueólogo Marcos Vinicius das Neves, uno de los investigadores pioneros que acompañó las investigaciones del profesor Ondemar.

No obstante, esta teoría no explica los geoglifos dobles, o bien, los que están constituidos por un círculo al interior de un cuadrado. Los últimos estudios realizados por los finlandeses parecen apuntar otra cosa: como una especie de plaza tribal, el área interna de los geoglifos habría sido utilizada para la realización de ceremonias. «La evidencia arqueológica sugiere que en estos sitios se realizaban encuentros especiales, cultos religiosos por ejemplo, y sólo ocasionalmente hacían las veces de aldea», afirma la profesora Denise Schaan, de la Universidad Federal de Pará (UFPA).

La última de las teorías, también relacionada con la espiritualidad indígena, es la que afirma que estos geoglifos fueron construidos para rendir tributo a la divinidad como en el caso de los de Nazca, descubiertas en 1927, con el advenimiento de la aviación comercial. «Los geoglifos de la Amazonía son tan importantes como los de Nazca. Pero a pesar de haber sido descubiertos hace más de veinte años, nadie ha sabido nunca nada de ellos», afirma su propio «redescubridor», Alceu Ranzi. «Era evidente que, como los de Nazca, se trataba de geoglifos: grandes diseños labrados en el suelo -geométricos, zoomorfos o antropomorfos-, que pueden ser mejor observados desde lo alto, y a veces sólo así. El dominio de la geometría y las dimensiones de los geoglifos -hay círculos de hasta 300 metros de diámetro- revelan algo más fascinante, y que revoluciona la historia del Amazonas», añade.

Uno de los misterios que envuelven a estos geoglifos es que, a pesar de su gran número, no hay indicios de que hubiese habido grandes poblaciones en la zona. «Antes se creía que en esta parte de la Amazonía sólo había cazadores y recolectores, nómadas. Pero por el número y el tamaño de las estructuras, los pobladores de entonces tenían que ser sedentarios y organizados haciendo trabajos en cooperación», deduce Ranzi. Calcula que, al menos en los sitios descubiertos, la población rondaba las 70.000 personas.

Sin embargo, y a pesar de las afirmaciones del profesor, no se ha encontrado ninguna evidencia de ocupación humana a gran escala y durante un período prolongado en sus zonas aledañas. «Los constructores de los geoglifos no tenían piedras en aquella región, pero hicieron enormes trabajos en la tierra, que demandaban un poderío y habilidades de organización comparables con las de otras civilizaciones antiguas», añade Ranzi. Tampoco se han encontrado restos óseos ni manchas de la llamada «tierra negra», un tipo de suelo negro muy común en otras partes de la Amazonia, que se forma a partir de restos orgánicos producidos por la ocupación humana prolongada en una zona. En todo caso, la construcción de geoglifos en una selva tan densa es difícil. Por ello los estudiosos consideran la posibilidad de que la selva que actualmente cubre el área fuera, no hace tanto tiempo, mucho menos espesa que hoy día. A no ser que la talaran, como hicieron los mayas en el Yucatán

Los escasos artefactos asociados a una cultura material, en general algunos trozos de cerámica, fueron rescatados en la cima o en el fondo de las zanjas que forman las líneas geométricas. La datación de estos restos, con el método del Carbono 14, es del 1294 d.C. Aunque hay dataciones de movimientos terrenos como campos elevados, canales de riego y balsas redondas, que pueden tener más de 4000 años de antigüedad. Tampoco se han localizado los lugares de residencia y los cementerios de los constructores. Esta puede ser la fecha del fin de esta civilización, que habría permanecido en la zona desde un milenio antes. Fecha que sugiere que los desconocidos autores de los geoglifos pueden haber desaparecido antes de la llegada a América de los europeos.

Una gran civilización perdida

Todo esto indica que en esta zona no hubo una gran civilización perdida, como tampoco existen evidencias concretas acerca de quiénes fueron los constructores de los geoglifos, ni cuánto tiempo emplearon en esa tarea. «No podemos hablar de un enorme imperio perdido que adoraba a sus dioses geométricos en ese rincón de la Amazonía. De momento todo parece apuntar a dos o tres pueblos semi nómadas y dispersos por pequeñas aldeas que compartían algunos rasgos culturales comunes, tales como la construcción de los geoglifos, asegura la arqueóloga Sanna Saunaluoma, de la Universidad de Helsinki.

Saunaluoma pertenece al Instituto Iberoamericano de Finlandia, con sede en Madrid. Esta institución colabora desde hace casi 15 años con las universidades brasileñas en el estudio de los misteriosos geoglifos de Acre a raíz de la tesis doctoral por la que su director, Martti Pärssinen, demostró que los incas habían llegado a áreas relativamente próximas a la selva acreana. En 1997, Pärssinen y un equipo de la Universidad de Helsinki, descubrió una fortaleza incaica conocida por el nombre de Las Piedras, próxima al pueblo de Riberalta, en el extremo norte de la región de Bení y bastante cerca de los geoglifos. La conclusión de esta cadena de descubrimientos parece probar que la zona de Acre fue un punto de encuentro cosmopolita entre la Amazonía oriental y las Cordilleras de los Andes.

«Nuestra hipótesis ayuda a entender la razón por la cual los primeros españoles que exploraron la selva amazónica hablaban de grandes ciudades densamente pobladas, pero en los escritos posteriores sólo mencionan pequeños pueblos», aclara Pärssinen. Algunas de estas tribus, como los tucanos, son apuntados como los posibles descendientes de los pueblos que hicieron los geoglifos. Una pista, si bien tenue, surge de un texto de finales del siglo XIX. Ese escrito relata el encuentro entre un coronel brasileño y 200 indios que vivían en una aldea sumamente organizada y que adoraban a dioses geométricos tallados en madera, en la frontera con Bolivia.

Quizá la solución a este misterio venga algún día de la mano de los propios herederos de los constructores de estos geoglifos: los indios. «De forma indirecta hemos sugerido a los arqueólogos que porqué no juntan en uno de esos círculos a los pajes (chamanes) más viejos de nuestras tribus y hacen un ritual con nuestras plantas visionarias», asegura Xia Kaxinawá, cacique de la tribu de los Huni Kuin. «Quizá venga del otro lado alguna inspiración para dar claridad al origen de todo esto después de 20 años de no saber nada…»

Los tesoros de la ‘Pompeya británica’


El Mundo

  • Hallazgo a 100 kilómetros de Londres
Anillo de la edad de hierro tardía que probablemente fue parte de una cinta para cargar la espada al hombro. CAMBRIDGE ARCHEOLOGY UNIT

Anillo de la edad de hierro tardía que probablemente fue parte de una cinta para cargar la espada al hombro. CAMBRIDGE ARCHEOLOGY UNIT

Hasta Catalina de Aragón se ha removido en su tumba de la Catedral de Peterborough al conocer la noticia. En una cantera en las afueras de la ciudad británica, unos cien kilómetros al norte de Londres, han aparecido los restos increíblemente conservados de dos casas construidas hace 3.000 años, en plena Edad de Bronce. Las construcciones redondas, con paredes de zarzos y techo de paja, fueron al parecer levantadas sobre plataformas de madera sostenidas con pilotes a orillas del río Nene.

Un fuego repentino las destruyó parcialmente, pero se hundieron en el limo fluvial, que preservó su interior con el mismo celo que la capa de cenizas que se extendió sobre Pompeya. La Pompeya de Peterborough, como ya la han bautizado, es muy anterior pues a la llegada de los romanos a las islas británicas. Estamos hablando aún de la prehistoria, del Bronce tardío. La comparación con la ciudad a los pies del Vesuvio, sepultada por la erupción del volcán en el año 79 después de Cristo, se debe a la sensación de momento congelado en el tiempo que ha sorprendido a los arqueólogos.

«Más que arqueólogos, nos hemos sentido como antropólogos», confiesa Mark Knight, de la Universidad de Cambridge, director de la excavación. «Casi todo estaba en su sitio en el interior de las casas y nos hemos sentido como intrusos, entrando en una casa medio quemada para llevarnos lo que había dentro».

Y dentro había joyas, vestidos, vasijas, puntas de lanza y otras armas, y restos de vacas, ovejas, ciervos y perros salvajes, y hasta restos de comidas -del típico porridge de cereales a un estofado de ortigas- pegados al fondo de los cuencos. «Digamos que un fuego dramático, hace 3.000 años, sirvió para congelar un extraordinario momento en el tiempo», declaró a The Times Duncan Wilson, director ejecutivo de Historic England, que ha celebrado la Pompeya de Peterborough como uno de los descubrimientos arqueológicos de la década. «Nos estamos realmente asomando a cómo era la vida diaria en la Edad del Bronce».

A diferencia de Pompeya, en las casas de Peterborough (dos de momento, aunque podrían haber otras tres) no hay más restos humanos que un cráneo. Son de un tamaño considerable y se estima que entre 50 o 100 personas pudieron encontrar cobijo en su interior. Todo hace pensar que el fuego repentino pudo haber sido incluso provocado por sus ocupantes, antes de moverse a otro asentamiento. O que salieron huyendo ante una amenaza imprevista. «Estamos hablando de un mundo lleno de espadas y lanzas, no muy amigable que digamos», advierte el arqueólogo Mark Knight.

Hasta las casas se llegaba seguramente en canoas como las nueve aparecidas en otra excavación cercana a Must Farm, como se llama la cantera de los prodigios, donde está emergiendo desde hace cinco años la Edad del Bronce. Las construcciones redondas se levantaban sobre una plataforma de madera de fresno, sostenida por pilotes sobre el terreno pantanoso.

Al poco de arder, se hundieron sobre el agua y el barro, que preservó los restos hasta el descubrimiento de esta semana, al cabo de unos 3.000 años. «Lo habitual es encontrar un poco de cerámica e intentar reconstruir toda una civilización a partir de ahí», advierte Mark Knight. «Pero aquí hemos encontrado de todo. Vamos a ser capaces de saber cómo vestían, cómo cocinaban y hasta qué comían». Los restos de ganado en el interior permiten sugerir que llevaban una dieta carnívora, pese al hallazgo en una excavación cercana de lo que parecen ser trampas para pescar anguilas. Knight está convencido de que estamos ante un grupo de pobladores «ricos», en comparación con otros vestigios de la Edad del Bronce hallados en las islas británicas: «Si el baremo de la riqueza es la prosperidad material, digamos que los abalorios, los objetos de metal, los tejidos, las cerámicas y todas las otras herramientas halladas nos permiten sugerir que eran bastante prósperos».

Las excavaciones en Must Farm durarán en principio hasta el mes de mayo, cuando se podrá tener una visión más completa de la supuesta Pompeya de la Edad del Bronce. David Shariatmadari, en las páginas de The Guardian, previene contra la fácil tentación de los británicos de mirar hacia Italia a la luz de cualquier descubrimiento arqueológico: «Tenemos la Pompeya del norte en Binchester, la Pompeya de Escocia en Skara Brae, en las Islas Orcadas, y la Pompeya inglesa en Vindolanda, junto al Muro de Adriano».

«Si tuviéramos tantas Pompeyas, nadie se molestaría en ir a Italia», sentencia Shariatmadari, que insiste además en lo engañoso de la comparación: «No estamos hablando de ruinas romanas, sino de restos del la Edad de Bronce. Estamos de hecho ante un descubrimiento que puede arrojar mucha luz sobre cómo se vivía en estas islas antes del nacimiento de Cristo. Y en ese sentido, es cierto que estamos ante un hallazgo que puede revolucionar nuestra manera de entender la Edad del Bronce en nuestras tierras, de la misma manera que las excavaciones a la sombra del Vesuvio sirvieron para reconstruir la vida bajo el Imperio Romano».

Santuario inca por vía satélite


El Pais

  • Exploradores españoles descubren restos de 55 edificios y donde se realizaban presumiblemente sacrificios humanos
Restos óseos en una de las tumbas descubiertas. / RAFA GUTIÉRREZ

Restos óseos en una de las tumbas descubiertas. / RAFA GUTIÉRREZ

Cuatro expediciones, una corazonada y un minucioso trabajo de rastreo de imágenes por satélite han culminado en el importante hallazgo de un santuario inca en las montañas de Vilcabamba, en Perú, a unos 150 kilómetros en línea recta al noroeste de la ciudad del Cusco. El equipo de científicos e investigadores españoles dirigidos por el escritor y explorador Miguel Gutiérrez Garitano acaba de regresar a Vitoria, aún sorprendido por la «importancia» del hallazgo, que contempla al menos 55 recintos emplazados en la montaña más «elevada de la zona, en un lugar que sólo podía descubrirse mediante imágenes por satélite». El discurso de Miguel Gutiérrez apenas puede disimular la ilusión y la sorpresa: «Las ruinas, desconocidas hasta ahora para la ciencia y localizadas mediante una investigación que incluyó el recurso a técnicas de teledetección, estarían relacionadas con el reino incaico de Vilcabamba. Puede que las evidencias que hemos recogido demuestren la existencia del rito de la Capacocha, o sacrificios humanos en la zona alta del santuario, lo que según los expertos sería un hallazgo revolucionario. Pero es que, además, y con gran fortuna, localizamos una necrópolis inca con decenas de tumbas en cuevas», dice emocionado Miguel Gutiérrez.

Todo empezó con una imagen obtenida vía satélite. La geóloga del equipo, Rut Jiménez, apreció una serie de recintos rectangulares que podrían corresponderse con edificios. «Pensé casi con total seguridad que era la clásica distribución adoptada por algunos centros ceremoniales». Faltaba dar con los vestigios.

Trabajo sobre el terreno

El trabajo sobre el terreno, patrocinado, entre otros, por la empresa Mars Gaming, se llevó a cabo a mediados del pasado mes de septiembre. «Ascendimos a la montaña, hasta la cima, y recorrimos los puntos más importantes que habíamos fijado mediante técnicas de detección a distancia (descubrieron así de 30 a 50 recintos); los resultados dejaron cortas nuestras estimaciones. Pudimos fotografiar numerosos recintos rectangulares correspondientes a edificios probablemente dedicados al culto o asociados a él (como tambos o posadas destinadas al alojamiento de los participantes en los ritos), además de carreteras incas, escaleras y gradas, cuevas acondicionadas, huacas (reliquias en forma de piedra tallada) usnus (plataformas), y numerosas tumbas en la base de la montaña», relata Miguel. El arqueólogo Iñigo Orue considera que «toda la montaña se organiza como un enorme yacimiento cuyo alcance no podemos conocer hasta un trabajo arqueológico de mayores proporciones».

Los expertos consideran que en la montaña se llevaban a cabo rituales muy importantes y que se trataba de uno de los principales complejos sagrados del reino neoinca de Vilcabamba, aunque el lugar tal vez tuviera su origen en épocas anteriores; entre los ritos que se podían haber dado estaría el rito de los sacrificios humanos o Capacocha; «Normalmente este tipo de ritual —donde se sacrificaban preferiblemente aunque no únicamente doncellas vírgenes— se llevaba a cabo para prevenir hambrunas, o desastres naturales, en algunos festivales señalados o ante la muerte del Inca, por ejemplo—», opina Miguel Gutiérrez.

«Hemos encontrado indicios de que en esta montaña pudo darse el ritual de Capacocha, pues tenemos documentadas dos construcciones adosadas cercanas a la cima, que son idénticas a las aparecidas en el volcán Llullaillaco y que sirvieron supuestamente para preparar a los niños antes del último ritual del sacrificio. Cerca existe una plataforma de rocas donde podrían estar enterrados estos niños sacrificados». En verano del 2016, el equipo espera regresar a Perú para profundizar en lo aprendido.