Tratado de París (1783)


El 3 de septiembre de 1783 se llevó a cabo la firma del Tratado de París entre el Reino de Gran Bretaña y los Estados Unidos, poniendo fin a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. El agotamiento de los participantes y la evidencia de que la superioridad inglesa en el mar hacía imposible un desenlace militar, fueron los factores que condujeron al cese de las hostilidades.

El tratado fue rubricado por David Hartley, un miembro del Parlamento del Reino Unido que representaba al rey Jorge III, y por los representantes de los Estados Unidos, John Adams, Benjamin Franklin y John Jay. Después de la ratificación por el Congreso de la Confederación el 14 de enero de 1784, el tratado fue finalmente ratificado por los británicos el 9 de abril de 1784.

Firma del tratado. La delegación británica rehusó posar y por ello la pintura quedó incompleta.

Acuerdos

Los acuerdos establecidos en el tratado reconocían la independencia de las Trece Colonias como los Estados Unidos de América (artículo 1), y establecían que la nueva nación tendría todo el territorio al norte de Florida, al sur del Canadá y al este del río Misisipi, con el paralelo 31º como frontera sur entre el Misisipi y el río Apalachicola (artículos 2 y 3). Gran Bretaña renunciaba al valle del río Ohio y otorgaba a Estados Unidos plenos derechos sobre la explotación pesquera de Terranova. (artículos 2 y 3).

El tratado también establecía que las deudas contraídas legítimamente debían ser pagadas a los acreedores de ambas partes (artículo 4), y que los Estados Unidos tomarían medidas para evitar futuras confiscaciones de las propiedades de los colonos británicos leales a la corona británica durante la revolución americana (artículo 6).

Además, se acordó que los prisioneros de guerra de ambos bandos serían liberados (artículo 7) y que Gran Bretaña y los Estados Unidos tendrían libre acceso al río Misisipi (artículo 8).

Los británicos firmaron también el mismo día acuerdos por separado con España, Francia y los Países Bajos, que ya habían sido negociados con anterioridad:

  • España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida Oriental y Occidental. Por otro lado recuperaba las costas de Nicaragua, Honduras (Costa de los Mosquitos) y Campeche. Se reconocía la soberanía española sobre la colonia de Providencia y la inglesa sobre Bahamas. Sin embargo, Gran Bretaña conservaba la estratégica posición de Gibraltar —Londres se mostró inflexible, ya que el control del Mediterráneo era impracticable sin la fortaleza del Peñón—.
  • Francia recibía San Pedro y Miquelón, Santa Lucía y Tobago. Además, se le otorgaba el derecho de pesca en Terranova. También recuperaba algunos enclaves en las Antillas, además de las plazas del río Senegal en África.
  • Los Países Bajos recibían Sumatra, estando obligados a entregar Negapatnam (en la India) a Gran Bretaña y a reconocer a los ingleses el derecho de navegar libremente por el océano Índico.
  • Gran Bretaña reconocía la independencia de los Estados Unidos y le cedía los territorios situados entre los Apalaches y el Misisipi. Las regiones de Canadá siguieron siendo un dominio de la Corona, a pesar de los intentos estadounidenses por exportar su revolución a esos territorios.

Consecuencias

En general, los resultados de la guerra se consideraron favorables para España y en menor medida para Francia, a pesar del alto costo militar y las pérdidas comerciales resultantes de la casi total interrupción del comercio con América. Este lastre tuvo un impacto negativo en la economía francesa posterior.

Además, la victoria de los rebeldes norteamericanos sobre Inglaterra tuvo un impacto significativo en las colonias españolas en el futuro cercano. Esto se debió a varios factores, incluyendo la emulación de lo que se había logrado por las comunidades en circunstancias similares, la solidaridad entre los antiguos colonos y los que aún lo eran, así como la ayuda de otras potencias interesadas en la desaparición del imperio colonial español. Estos aspectos se manifestaron claramente durante las Guerras Napoleónicas.

Declaración de Independencia estadounidense


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En la historia de Estados Unidos, documento que proclamó la independencia de las trece colonias británicas de América del Norte y que fue adoptado por el Congreso Continental el 4 de julio de 1776.

La declaración expresaba las penalidades sufridas por las colonias bajo el gobierno de la Corona británica y las declaraba estados libres e independientes. La proclamación de la independencia supuso la culminación de un proceso político que había comenzado como protesta contra las restricciones impuestas por la metrópoli al comercio colonial, las manufacturas y la autonomía política, y que evolucionó hasta convertirse en una lucha revolucionaria que acabó en la creación de una nueva nación.

La filosofía política enunciada en la Declaración tuvo una influencia constante durante muchos años en los procesos políticos de Europa y América. Sirvió como fuente de autoridad para la Ley de Derechos de la Constitución de Estados Unidos. Su influencia se manifiesta en la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, adoptada por la Asamblea Nacional de Francia en 1789 durante la Revolución Francesa. En el siglo XIX, diversas personalidades y grupos políticos de Europa y Latinoamérica que luchaban por la libertad de sus pueblos incorporaron en sus manifiestos los principios formulados en la Declaración de Independencia.

El proceso que acabó dando existencia a la Declaración fue el siguiente: el 7 de junio de 1776 Richard Henry Lee, en nombre de los delegados de Virginia en el Congreso Continental, propuso la disolución de los vínculos que unían a las colonias con Gran Bretaña. Esta propuesta fue secundada por John Adams de Massachusetts, pero la acción se postergó hasta el 1 de julio y la resolución se aprobó al día siguiente. Mientras tanto, un comité (designado el 11 de junio) formado por los delegados Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams, Roger Sherman y Robert R. Livingston, estaba preparando una declaración acorde a la resolución de Lee. El 4 de julio fue presentado al Congreso, que añadió algunas correcciones, suprimió apartados (como el que condenaba la esclavitud), incorporó la resolución de Lee y emitió todo ello como Declaración de Independencia.

Fue aprobada por el voto unánime de los delegados de doce colonias; los representantes de Nueva York no votaron porque no estaban autorizados. No obstante, el 9 de julio el Congreso Provincial de Nueva York concedió su apoyo.


El 2 de agosto fue firmado por los 53 miembros presentes en el acto; los tres ausentes firmaron después. El documento defiende el derecho a la insurrección de los pueblos sometidos a gobiernos tiránicos en defensa de sus inherentes derechos a la vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad y la igualdad política.

Actualmente el pergamino se conserva, junto con otros documentos históricos, en la Sala de Exposiciones del Archivo Nacional de Washington, sellado en una urna de cristal y bronce para su protección.

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Banderas estados de EEUU


Se denomina estado de los Estados Unidos a cada una de las 50 entidades subnacionales de los Estados Unidos que comparten soberanía con el gobierno federal. Aunque su estatus legal es idéntico a los demás, cuatro estados (Massachusetts, Pensilvania, Virginia y Kentucky) utilizan el título oficial de «mancomunidad» (commonwealth) en lugar de estado. A causa de esta soberanía compartida, un estadounidense es un ciudadano tanto de la entidad federal como del estado en que tenga fijado su domicilio. Sin embargo, la ciudadanía estatal es muy flexible, y no requiere de ninguna aprobación gubernamental para mudarse o trasladarse entre estados (a excepción de convictos en libertad condicional).

La Constitución de los Estados Unidos asigna el poder entre los dos niveles de gobierno en términos generales. Ratificando la Constitución, cada estado transfiere ciertos poderes soberanos al gobierno federal. De acuerdo con la Décima Enmienda a la Constitución, todos los poderes no explícitamente transferidos son retenidos por los estados o el pueblo. Históricamente, las competencias en materia de educación pública, salud pública, transporte y otras infraestructuras han sido consideradas responsabilidades principalmente estatales, aunque todas tengan tanto una regulación como una financiación federal significativa.

En diversas ocasiones la constitución estadounidense ha sido enmendada, y la interpretación y la aplicación de sus provisiones ha cambiado. La tendencia general ha sido hacia la centralización, con el gobierno federal desempeñando un papel mucho más amplio cada vez que esto sucedió. Hay un debate persistente sobre los «derechos de los estados», relativo al grado y la naturaleza de los poderes y soberanía de los estados con relación al gobierno federal, y su poder sobre los individuos.

Cataratas Havasu


Las Cataratas de Havasu (en inglés: Havasu Falls) Es una cascada en el Gran Cañón, en el estado de Arizona en los Estados Unidos. Está situado en las coordenadas 36°15’18″N 112°41’52» W (1 ½ millas de Supai) y se accede desde un camino en el lado derecho (lado izquierdo cuando se va aguas arriba) de la vía principal. El sendero conduce a través de un lado de una pequeña meseta y cae en la piscina principal. Havasu es sin duda la más famosa y visitada de las caídas en la región. Las cataratas consisten en un conducto principal que cae sobre un acantilado vertical de 120 pies (37 m)(debido al alto contenido de minerales del agua, las caídas son siempre cambiantes y a veces se rompen en dos tolvas separadas de agua) en un gran piscina.

 

La Historia de la Astronáutica y la Carrera Espacial


Se llama astronáutica a la navegación realizada entre los astros, es decir, realizada fuera del ámbito de la Tierra. También es conocida como cosmonáutica, ya que también se realiza en el cosmos. El término astronáutica ha sido más utilizada en occidente, de ahí que los tripulantes de naves espaciales occidentales sean conocidos como astronautas, mientras que en la antigua URSS eran conocidos como cosmonautas, o navegantes del cosmos. Evidentemente esta disciplina no sólo incluye el estudio de los vuelos espaciales, sino que incluye también la investigación, construcción de los vehículos necesarios, así como una serie de tecnologías anexas.

A la hora de plantearse la posibilidad de salir de la atmósfera terrestre, tanto para orbitar alrededor de la Tierra como para navegar en el cosmos, se ha de tener siempre presente la fuerza de la gravedad. La gravedad es la fuerza que mantiene la cohesión del universo y la que rige su mecánica. Los vehículos o artefactos que vuelan por el espacio no son ajenos a esta fuerza.

Escapar a la gravedad terrestre

Como recordaremos, la ley de la gravitación universal, enunciada por Isaac Newton, dice que cualquier partícula de materia atrae a cada una de las demás con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas respectivas e inversamente al cuadrado de la distancia que las separa. Como los astros están en movimiento constante, la fuerza centrífuga provocada por ese movimiento contrarresta en parte la atracción gravitacional, creándose una complejísima maraña de interacciones entre unos cuerpos y otros.

Los cuerpos más grandes atraen con mayor fuerza a los pequeños. Esta atracción será más intensa si la distancia es poca. Así encontramos que ciertos cuerpos son capaces de atraer a otros obligándoles a orbitar a su alrededor. Si estos cuerpos atrapados por la gravedad de uno mayor estuvieran quietos serían arrastrados hasta chocar.

La gravedad que nos interesa en este caso, la de la Tierra, es muy poderosa. Nos mantiene sobre su superficie y da forma a todo nuestro mundo. A nivel intuitivo sabemos que todo cuerpo dejado en libertad en el aire caerá en dirección al centro de gravedad de la Tierra con una aceleración, es decir, su movimiento será cada vez más rápido según pasa el tiempo.

A la aceleración que sufren los cuerpos por efecto de la gravedad terrestre es conocida como g, y su valor oficial es de 9,81metros por segundo. Es fácil imaginar que este valor varía en cada cuerpo celeste. Así en la Luna, un cuerpo de una masa mucho menor que la de la Tierra, la aceleración de la gravedad es mucho menor a la terrestre, ya que su masa también lo es.

Un dato a tener en cuenta sobre el valor de g, 9,81 m/s., es que se trata de un valor en un punto concreto, a nivel del mar. Según dice la ley de la gravitación universal, si nos acercamos al centro de gravedad, ese valor aumentará. Si nos alejamos de ese punto, la aceleración de la gravedad tenderá a disminuir.

Una vez que sabemos como interactúa la gravedad de la Tierra con los cuerpos que hay en su superficie, tenemos un problema si queremos salir de la Tierra, bien hacia otros planetas, o bien para colocar un cuerpo en una órbita para que se comporte como un satélite. Hemos de vencer la fuerza de la gravedad que tenderá a que ese objeto caiga hacia el centro de gravedad. La experiencia nos dice que cuando lanzamos algo, este objeto seguirá subiendo hasta que su velocidad se anule y caiga.

¿Cómo hacer que un objeto nunca caiga hacia el centro de gravedad de la Tierra? Muy sencillo, haciendo que esté cayendo constantemente hacia ese punto y la forma de realizarlo es imprimiéndole una velocidad inicial horizontal adecuada. Esta velocidad es de aproximadamente de unos 8 km por segundo, es decir, unos 28.800 km/h. Aunque ese objeto se desplace a esa velocidad también tenderá a caer hacia el centro de gravedad de la Tierra.

Si la Tierra fuera plana, el objeto, pasado un tiempo, llegaría a la superficie. Pero la Tierra es una esfera y por cada 8 km que se recorren en un segundo, en sentido horizontal, ese cuerpo ha caído en ese mismo tiempo la cota del arco de 8 km. Esto significa que la caída de ese objeto coincide con la curvatura de la Tierra, por lo que la trayectoria es paralela a la superficie terrestre. Hemos logrado que ese objeto entre en órbita. A menor velocidad el cuerpo terminaría cayendo a tierra. Pero para que esta órbita sirva para algo debe de ser continua, ya que dentro de la atmósfera ese impulso inicial se iría perdiendo con el paso del tiempo por el rozamiento del aire.

Sin embargo, a una distancia de unos 200 km de la superficie terrestre, la atmósfera es inexistente. Además, no debemos olvidar que cuanto mayor sea la distancia del objeto al centro de gravedad, menor será la atracción gravitacional. Así, a partir de estas alturas, no encontramos nada que frene el avance del cuerpo y además la velocidad horizontal que se ha de lograr para equilibrar la fuerza de gravitación es menor. Como ejemplo baste decir que a 1.666 km sobre la superficie terrestre, la velocidad circular que contrarreste la fuerza de la gravedad es de 7,02 km por segundo.

Cuando hablábamos de la Tierra, la describíamos como un esfera para simplificar, ya que en realidad tiene una distribución irregular de las masas, además de estar achatada en ambos polos. Esto supone que las órbitas no sean circulares sino elípticas o excéntricas. En las órbitas elípticas de los satélites la Tierra ocupa un foco de dicha elipse.

Puede ocurrir que nuestra intención sea que un aparato viaje hacia otros lugares más lejanos. En ese caso también hay una velocidad de escape de la influencia gravitacional de la Tierra. Esa velocidad está establecida en 11,2 km segundo, o lo que es lo mismo 40.000 km/h. A partir de esa velocidad ese objeto no describe una elipse sino una parábola. Aún consideramos otra velocidad de escape y es la necesaria para escapar a la influencia gravitacional del Sol, establecida en 16,7 km por segundo.

CohetesAntes de establecer la órbita hemos tenido que elevar ese objeto hasta el punto de eyección, o lugar en donde inicia su órbita. Debemos conseguir que un cohete, sirva de portador al objeto que pretendemos poner en órbita y sea capaz de alcanzar la velocidad necesaria.

Realmente un cohete no es más que un gran contenedor del propergol, es decir, combustible y oxidante, listo para realizar la reacción química en el motor que produzca el empuje. Es cierto que además hay un gran número de sistemas que controlan su funcionamiento. No debemos olvidar que hay que acoplarle en la parte superior el satélite que se ha de poner en órbita. En un lanzamiento normal, o sea vertical, el motor debe ser capaz de elevar toda su masa, el empuje del motor debe superar la masa del cohete.

Otro problema al que se enfrentan los técnicos es el de lograr que el cohete alcance la velocidad necesaria para lograr poner en órbita un satélite, (aproximadamente 8 km por segundo). En este caso es muy importante relacionar la masa estructural del cohete y el peso total con el propergol. Cuanto menos pese la estructura y mayor carga de propergol pueda transportar, mayores posibilidades de alcanzar la velocidad adecuada. Pero la tecnología actual no permite que un cohete alcance la velocidad necesaria.

Este es un grave problema que sin embargo tiene una sencilla solución. Se recurre a los cohetes de fases, es decir, un cohete que en realidad se comporta como varios. Esto es así por que la velocidad de cada una de las etapas se suma. Se recurre a un cohete de 3 etapas, en la que cada etapa es capaz, por ejemplo, de imprimir al conjunto una velocidad de 3 km por segundo, lo que significa una velocidad final de 9 km por segundo. Además, cada etapa ha de imprimir esa velocidad a una masa cada vez menor. En primer lugar porque el propergol se va consumiendo en cada fase del vuelo. Además, cuando las etapas dejan de funcionar se desprenden del conjunto, con lo que la masa del cohete va descendiendo mientras aumenta la velocidad.

Para que este principio se cumpla, la masa de cada etapa sucesiva debe ser proporcionalmente mucho menor que la anterior. Aún así la relación entre la carga que se pondrá en órbita y el peso del cohete que ha de llevarla, incluyendo el propergol, es bajísima, aunque cada vez se hace más favorable con la mejora en la propulsión y en la utilización de materiales más ligeros.

Una vez que ya tenemos el cohete capaz de alcanzar las velocidades necesarias a lo largo de su vuelo, nos encontramos con que ese vuelo ha de ser controlado con gran exactitud. Los satélites están pensados para trabajos muy concretos que necesitan a la vez de órbitas precisas. A su vez, como ya comentamos, la forma de la órbita tiene mucho que ver con la velocidad del satélite y la forma en que es eyectado en su órbita correspondiente. Ya que el cohete, en sus primeras fases, vuela dentro de la atmósfera, el control efectivo de su actitud se realiza recurriendo a superficies de control similares a las que utiliza un avión, en este caso a aletas, normalmente en la base de la estructura. Pronto la densidad de la atmósfera es tan poca que las aletas no ejercen control efectivo, por lo que se recurre a pequeños motores cohete instalados en puntos estratégicos. Este es el mismo sistema que se utiliza en el resto de ingenios espaciales para su control. Ya tenemos listo el cohete. Su carga, montada en el extremo superior, va resguardada por una caperuza cónica conocida como ojiva.

Aunque la lógica nos dice que la trayectoria rápida para alcanzar una órbita es inclinando el cohete en esa dirección, el vuelo inicial es casi vertical. La razón es muy sencilla. El cohete alcanzará grandes velocidades aún en su primera fase de vuelo dentro de la atmósfera más densa. A las velocidades a las que se trabaja, el rozamiento de la atmósfera tenderá a frenar el movimiento además de calentar fuertemente el recubrimiento de la estructura. Cuanto menos tiempo permanezca el cohete en la atmósfera mucho mejor. La forma de hacerlo es mediante una trayectoria lo más vertical posible, que es la que suele coincidir con el funcionamiento de la primera fase.

Una vez que se ha alcanzado una altura suficiente y la densidad del aire es baja, comienza a funcionar la segunda fase del cohete que ya toma una inclinación vertical en busca de la órbita. La tercera fase será la que confiera al satélite la velocidad necesaria para entrar en órbita a la altura necesaria. Todas las funciones del cohete, así como sus evoluciones, son controladas desde tierra gracias a equipos de radio.

Historia de la astronáutica

Para hablar de la astronáutica, que ha dado todos sus frutos a lo largo de este siglo, hemos de retroceder hasta el siglo X, al menos, para encontrar la primeras aplicaciones del principio de reacción para impulsar un cuerpo, con los primeros cohetes de pólvora chinos. Ya en el siglo XIII estos cohetes se utilizaron como armas contra los mongoles. Con esta finalidad serán utilizados hasta que la artillería los desbanque en el siglo XIX.

Curiosamente antes de que el cohete se desarrollara como un instrumento útil, podemos encontrar a un gran número de visionarios que ya piensan en la exploración espacial y que investigan sobre los problemas de la propulsión. Uno de los primeros es el ruso Kibalchich. Pensaba utilizar para la propulsión la pólvora dentro de una cámara de combustión. Era un gran especialista en la utilización de dicho elemento aunque parece ser que para la construcción de bombas, motivo por el que fue ejecutado en 1881. Otro de los pioneros, que expuso sus teorías a finales del siglo XIX, fue el alemán Ganswindt. Sin embargo, el que todos los estudiosos consideran como el padre de la astronáutica es el ruso Konstantin Eduardovich Tsiolkovski. Su obra, Exploración del universo mediante vehículos propulsados por cohetes, sienta las bases de la astronáutica.

En 1921, Tijomirov crea en la URSS el Laboratorio de Dinámica de Gases, que tan buenos resultados obtendría en la aplicación de los cohetes a la artillería de saturación durante la II Guerra Mundial. Se trataba de los cohetes Katiuska, cuyos lanzadores eran conocidos como los Órganos de Stalin.

El americano, Robert Hutchins Goddar, inició en 1926 sus trabajos en cohetes en su afán de alcanzar cada vez mayor empuje y altura. Fue el primer investigador que trabajo con propergol líquido con el que obtuvo grandes éxitos. Uno de sus ingenios superó en 1935 la velocidad del sonido. Pero desgraciadamente sus experiencias no sirvieron de mucho ya que su trabajo fue ignorado y será otro país, Alemania, el que tomará la delantera en este campo.

Los alemanes crearon en 1930 un campo de experimentación cerca de Berlín que sirvió de embrión para el desarrollo de un vasto programa sobre cohetes de uso militar. Tenían como base los trabajos teóricos de otro precursor, el alemán Julius Obert. En 1936 se centralizan todas estas experiencias en una isla del mar Báltico, en un lugar conocido como Peenemünde, controlada por el ejército alemán.

Entre los técnicos que trabajarán en esta base se encuentran Maximilian Valier, Walter Neubert y el famoso Wernher von Braun, que más tarde será el padre de los más importantes cohetes americanos. Sus trabajos darán lugar a los primeros cohetes realmente útiles de la historia, eso sí, de uso militar. Tras años de experimentos, en 1942 vuela el primer A 4. Se trata de un cohete de propergol líquido, concretamente alcohol y oxígeno líquido, que logra alcanzar alturas de 200 km y velocidades superiores a los 5.000 km/h. Este será el primer cohete que salga de la atmósfera terrestre. Con 14 m. de altura y más de 12 t. de peso se trata pues de un sistema ya muy evolucionado, capaz de transportar explosivos, a más de 300 km. El cohete conocido militarmente como V 2, será el origen de los desarrollos posteriores en la técnica de los cohetes.

Esos técnicos que habían logrado el primer cohete moderno de la historia, serán uno de los botines más apetecidos tras la derrota de Alemania en 1945. Tanto las potencias occidentales como la URSS emprendieron una auténtica carrera para hacerse con el mayor número de V 2, así como de los ingenieros que las hicieron posibles. Ellos serán la base del desarrollo de los cohetes en ambos bloques. En 1947 los soviéticos ya realizan desarrollos de las V 2 con mayores capacidades. También los norteamericanos empiezan sus trabajos sobre esos mismos cohetes. En los EEUU es donde volará el primer cohete de dos etapas en 1949. Se trata del cohete Bumper. La primera fase es una V 2, mientras que la segunda es un desarrollo americano llamado WAC Corporal. Con este cohete se logra una altura de 392 km. Todavía los esfuerzos técnicos están más centrados en las posibilidades como armamento de estos ingenios que como plataforma para llegar al espacio.

La carrera espacial

Será la URSS la que dé muestras de mayor agilidad en este campo, con la puesta en funcionamiento del primer cohete intercontinental: el SS 6, que convenientemente remozado será el cohete utilizado en los primeros vuelos espaciales. Aunque los EEUU habían anunciado que pondrían en órbita su primer satélite artificial en 1957-1958, para conmemorar el Año Geofísico Internacional, fueron los soviéticos los que dieron la sorpresa el día 4 de octubre de 1957, colocando en órbita el primer objeto artificial de la historia: el Sputnik 1. Lo sorprendente de la hazaña es que este satélite, que tan sólo portaba un emisor encerrado en una carcasa esférica, tenía un peso realmente elevado, 86,3 kg. El cohete portador era un Vostock y el satélite describía una órbita completa a la Tierra en 96 minutos.

El pánico se desató en los EEUU y la Guerra Fría encontró otro nuevo escenario para el combate, el espacio. Los americanos se apresuraron a responder al desafío, pero todos los intentos acabaron en fracaso. Mientras, la URSS no deja de sorprender al mundo lanzando el 3 de noviembre del mismo año el Sputnik 2. Para la época se trataba de un satélite inmenso ya que medía 4 m y pesaba 508 kg. Pero lo más sorprendente es que a bordo llevaba una perra, Laika, que se mantuvo viva y en perfectas condiciones durante 7 días. Era la demostración de que los vuelos tripulados eran posibles.

No será hasta enero de 1958 cuando los EEUU logran poner en órbita su primer satélite: el Explorer 1. Aunque varias misiones posteriores son un fracaso, también logran poner en órbita el Vanguar 1, primer satélite que utiliza células solares para producir energía eléctrica. Otro éxito es la colocación en órbita del primer satélite de comunicaciones SCORE. Finalmente, en octubre de ese año se crea la Agencia Espacial de los Estados Unidos, NASA, que a partir de este momento centralizará todo el esfuerzo en el campo de la astronáutica. Ese año los soviéticos dan un paso más y lanzan a dos perras que después son recuperadas con total normalidad.

En el año 1959 los soviéticos logran lo que antes intentaron en varias ocasiones, alcanzar la Luna gracias a la sonda Lunik 2 que invierte 34 horas en alcanzar nuestro satélite. Será la Lunik 3 la que logre llegar a la Luna y volver a una órbita terrestre tras transmitir las primeras imágenes de la cara oculta del satélite.

La década de los 60 será sin duda la más intensa en la carrera, aunque no hay que olvidar que también es la que marca el inicio de los satélites artificiales como plataformas usuales de investigación, pero también para otros usos. Así, a principios de esta década encontramos los primeros satélites meteorológicos como el TIROS 1, de comunicaciones como el Echo 1, el más avanzado Courier 1B, y el de defensa como el Midas 3.


Vuelos espaciales tripulados

Para responder al reto de colocar un hombre en órbita, los EEUU preparan el proyecto Mercurio. En una cápsula de este tipo, en enero de 1961, vuela el chimpancé Ham, que vuelve a la tierra en perfectas condiciones. Pero de nuevo los soviéticos dan la sorpresa. El cosmonauta Yuri A. Gagarin es el primer hombre que llega al espacio, el día 12 de abril de 1961. Es, a su vez, el primero que entra en órbita, describiendo una revolución completa al planeta antes de descender en su cápsula Vostok. Parece ser que este vuelo sufrió graves problemas que hicieron peligrar la vida de Gagarin.

Los EEUU no pudieron enviar su primer hombre al espacio hasta el 5 de mayo, aunque la trayectoria de la cápsula Mercurio era de tipo balística, es decir, no entra en órbita. Los americanos realizan tres misiones de este tipo hasta que en 1962, John Glenn logra las primeras tres órbitas. De todos modos el reto era muy distinto ya que en el verano anterior el cosmonauta Titov había logrado pasar un día completo en órbita.

Los soviéticos ganaban claramente la carrera. Ese era el momento de lanzar una apuesta más arriesgada y eso fue lo que hizo el presidente estadounidense John F. Kennedy, apostar por alcanzar la Luna antes de que terminara la década. Será la década de oro para la NASA, con presupuestos casi ilimitados. Era el momento de contrarrestar el avance comunista hasta en el espacio y el ciudadano de a pie seguía ansioso cada progreso en la carrera del espacio. En 1963 los soviéticos dan otra vez la campanada con el primer vuelo de una mujer, Valentina V. Terechkova.

Es importante hacer notar que los EEUU, aunque avanzan de forma más lenta en el campo de los vuelos tripulados, logran grandes éxitos en el campo de los satélites. Los de comunicaciones se muestran fiables y capaces de permitir buenas comunicaciones entre continentes como el Syncom I y II y el Telstar. Una de las grandes aportaciones soviéticas durante 1963 es la puesta en órbita del satélite Polet que es capaz de cambiar de órbita de forma controlada.

En cuanto a los nuevos cohetes, los EEUU logran lanzar el Saturno I en 1964, el cohete más potente de la época y que será determinante en el proyecto de llegar a la Luna. También en este año se produce el primer vuelo en el que la cápsula acoge a más de un tripulante, concretamente son tres cosmonautas.

En cuanto a la investigación de otros planetas, se inicia con algunos intentos de alcanzar Venus y Marte. La sonda americana Mariner llega cerca de Venus en 1962 aportando diversa información, mientras que la Mariner 4 alcanza en 1965 Marte, enviando imágenes de este planeta.

El evento más importante ocurrido durante 1965 es, sin duda, el primer paseo espacial de la historia. Ocurrió el 18 de marzo de ese año, cuando el cosmonauta soviético Alexei A. Leonov salió de la cápsula Vosjod 2, permaneciendo fuera de la nave durante 10 minutos. Leonov, equipado con un traje espacial, estuvo en todo momento sujeto a la cápsula con un cable. Apenas tres meses después, el astronauta Edward White logra ser el primer americano en salir de una cápsula en plena órbita. También fue el año del primer lanzamiento de un cohete espacial francés.

El año 1966 está marcado por los preparativos para la llegada del hombre a la Luna. Los primeros son los soviéticos que logran posar de forma suave sobre su superficie una sonda. Se trata de la Luna 9. Este aparato capaz de enviar fotografías, será seguido por la Luna 13 que es capaz de tomar muestras del suelo y analizarlas. También los EEUU consiguen enviar una sonda a nuestro satélite, concretamente la Surveyor, que permanecerá activa durante varios meses. En el marco de esa preparación, dos astronautas, Neil Armstrong y David Scott, logran que la cápsula Géminis 8 se acople a un cohete Agena en pleno vuelo.

Camino de la Luna

La NASA había logrado los objetivos fijados dentro del programa Géminis, por lo que en 1967 pasa al siguiente programa, el Apolo, con el objetivo puesto en la Luna. Dicho programa no puede empezar peor. En enero de ese año mueren tres astronautas durante un ensayo en el Apolo I, lo que supuso el más grave de los accidentes en este campo hasta la fecha. Tampoco el programa soviético se libraba de estos accidentes y en abril murió un cosmonauta a bordo de la nave Soyuz I. Ese mismo año la sonda soviética Venusik 4 alcanza el planeta Venus, enviando importantes datos del poco conocido planeta.

La siguiente prueba para el programa Apolo es el de la permanencia de los tripulantes en el espacio. El Apolo VII logra en octubre de 1968 permanecer 11 días en el espacio con tres tripulantes a bordo. El camino hacia la Luna estaba despejado.

El año 1969 se inicia con un ensamblaje de dos naves tripuladas. Fue realizado por las soviéticas Soyuz V y la Soyuz VI. Mientras los soviéticos parecían haber perdido el interés por la Luna, los EE.UU. seguían sus progresos dentro del programa Apolo. La misión Apolo IX incluye la separación del módulo de descenso lunar LEM, tripulado por dos astronautas, para volver a unirse a la cápsula más tarde orbitando sobre la Luna. La siguiente misión llevó el LEM muy cerca de la superficie del satélite.

El Apolo XI siguió el mismo programa que las dos misiones anteriores. Una vez que los astronautas entraron en la órbita del satélite, el módulo lunar Eagle se separó del módulo de mando en el que permaneció el astronauta Michael Collins. El Eagle llevaba a bordo a Edwin Aldrin y Neil Armstrong, que será el que pise por primera vez la superficie lunar el día 20 de julio de ese año.

Durante algo más de dos horas permanecen fuera del módulo haciendo diversas pruebas y recogiendo muestras. Terminada la misión, el módulo lunar abandona la superficie para unirse al módulo de mando e iniciar la vuelta a la Tierra. En total la misión duró algo más de 8 días. Por fin los estadounidenses pueden presumir de haber batido ampliamente a los soviéticos. Antes de que acabe el año, el Apolo XII llega de nuevo a la superficie del satélite.

El mes de abril de 1970 se produce el intento fallido de llegada a la Luna del Apolo XIII, que tras un accidente puede volver a la Tierra, con su tripulación a salvo. Ese mismo año la República China pone en órbita su primer satélite artificial, entrando de esta forma en el club de las potencias espaciales.

A finales de este año la URSS lanza el Lunik 17, que alcanza la Luna. A bordo de este ingenio se encuentra un vehículo, el Lunajod, que es capaz de rodar por la superficie del satélite. Al año siguiente ponen en órbita la primera estación espacial de la historia, la nave Salyut. Esta estación puede ser visitada por los cosmonautas en naves Soyuz. La primera tripulación permanece 24 días en su interior, aunque en el regreso se produce un accidente, en el que pierden la vida los tres cosmonautas.

Durante 1971 llega a la Luna el Apolo XV que permaneció 4 días en la Luna, llevando a bordo un vehículo para desplazarse por la superficie. Los EE.UU. comienzan en 1972 sus misiones con sondas de larga duración, con el lanzamiento del Pioneer X en dirección a Júpiter. Ese mismo año se realiza la que será última misión tripulada a la Luna hasta el momento, la Apolo XVII. En estos momentos los programas espaciales no logran despertar el entusiasmo popular de la década pasada y se empieza a cuestionar su rentabilidad. A partir de este momento se reorientará el programa espacial americano. Los soviéticos seguirán con su programa Salyut no exento de problemas.

De fracaso se puede considerar el primer y ambicioso laboratorio espacial americano, el Skylab. Puesto en órbita en 1973, es ocupado por varias tripulaciones a pesar de sus problemas técnicos, que lo dejarán inservible hasta el momento de su descenso y desintegración en 1979.

En 1975 se asiste a la primera misión conjunta realizada por los EE.UU. y la URSS. Consistía en la unión de una nave Apolo y otra Soyuz. Durante dos días las tripulaciones de ambas naves realizaron diversos experimentos.

Ese mismo año nace lal que terminará siendo el gran competidor de soviéticos y americanos en el espacio es la Agencia Espacial Europea o ESA, como resultado de la fusión de otros organismos europeos. Su base de lanzamiento se establece en Kourou, en la Guayana Francesa. Su programa de lanzadores será conocido como Ariane, el primero de los cuales hace su vuelo a finales de 1979.

El uso del satélite artificial ha alcanzado en este punto una gran difusión, baste saber que hasta 1980, el número de estos aparatos puestos en órbita era de 2.170. Concretamente el mayor número de estos ingenios lo constituyen los de comunicaciones. Además hemos de destacar el gran avance que suponen los satélites para la meteorología. Una de las series de satélites meteorológicos más famosa se inicia con el lanzamiento del Meteosat 1 en 1977. También ese año los EEUU lanzan dos sondas: la Voyager 1 y 2. Estas sondas han aportado interesantes datos sobre los planetas exteriores del sistema solar.

El transbordador espacial americano Columbia vuela en 1981. Se trata de una nave orbital reutilizable, con forma de avión. En el momento del lanzamiento se le acopla un gran depósito de combustible líquido, además de dos cohetes laterales de combustible sólido. El empuje a la hora del despegue es proporcionado por los motores principales, alimentados por el depósito externo y los dos aceleradores laterales. A unos 40 km de altura se desprenden los cohetes auxiliares, que pueden ser utilizados varias veces. A mayor altura el tanque principal se desprende y queda sólo el orbitador. Tiene en su interior una gran bodega en la que se pueden transportar tanto laboratorios, como sondas o satélites.

Gracias a un brazo articulado estos ingenios pueden ser sacados de la bodega o incluso atrapar objetos para ser trasladados a tierra. Será la tripulación del transbordador Discovery en 1984 la primera que atrape un satélite en órbita para introducirlo en la bodega. Terminada la misión el orbitador vuelve a la Tierra planeando para perder altura y velocidad antes de aterrizar como un avión normal. Pronto se comprobó que para colocar satélites en órbita era mucho más caro que los lanzadores convencionales. En 1984 se produce la primera misión en la que un astronauta americano se aleje del transbordador sin estar unido físicamente a éste. Utiliza una mochila especial con un gran número de pequeños cohetes.

En la década de los 80 la cooperación entre Europa y los EEUU se hace más estrecha, así ESA y NASA participan conjuntamente en varios programas. En 1983 el transbordador espacial lleva a bordo un laboratorio reutilizable, llamada Spacelab construido por la ESA y que viajará en varias ocasiones al espacio.

Los soviéticos, por su parte, se están especializando en prolongadas permanencias en el espacio. En este sentido, logran en 1986 uno de sus mayores éxitos al colocar en órbita la estación Mir. Se trata de un conjunto de módulos de tipo científico, en el que los cosmonautas pueden permanecer durante largos períodos de tiempo. Se ha sobrepasado el año, realizando investigaciones de todo tipo. La operatividad de esta estación es muy alta ya que para su mantenimiento se ha ideado un sistema de naves no tripuladas muy sencillas, capaces de atracar automáticamente.

Precisamente en el año 86 se registra la mayor catástrofe de la carrera espacial al morir los 7 ocupantes del transbordador americano Challenger, a los pocos segundos de su despegue.
Al año siguiente, 1987, nace otra potencia espacial: Japón, con el lanzamiento del cohete H1 portando un satélite de comunicaciones.

Los soviéticos deciden apostar por un vehículo reutilizable como el transbordador americano y crean el Buran. Hace un vuelo automático en 1988 con total éxito, aunque esta será su primera y única misión. Sin embargo, de este proyecto sale el que es en la actualidad el cohete más potente, el Energía, capaz de elevar hasta su órbita baja una carga de 100 t.

En Europa, sigue el éxito comercial de los lanzadores Ariane. En 1988 se presenta la serie 4 de este lanzador, que será el cohete con el que Europa competirá con los lanzadores americanos por el creciente mercado de lanzamiento de satélites.

La siguiente década comienza con uno de los proyectos científicos más espectaculares: la puesta en órbita de un gran telescopio, el Hubble. Se trata de un satélite con el que se pueden realizar observaciones astronómicas imposibles de conseguir desde la Tierra. Este instrumento, de más de 12 t. de peso fue puesto en órbita en 1990 por el transbordador espacial. Pero lo más espectacular es que en 1994 fue reparado en órbita por los astronautas de otro transbordador, en una operación muy compleja que se saldó con un rotundo éxito. Esta operación fue también un ensayo para la construcción de la proyectada estación espacial americana.

Desde la década de los 80 el programa espacial soviético se iba ralentizando ante los problemas económicos crecientes. El grueso del programa se centraba en la estación Mir, aunque sin olvidar la exploración, como la realizada por las sondas Venera.

El colapso llegó con la desintegración de la URSS. A partir de este momento la situación se hace crítica. Los lanzamientos se ralentizan y el antiguo programa soviético queda dividido entre las distintas repúblicas que formaban la antigua URSS, aunque el peso de las operaciones lo llevará Rusia. Desde ese momento la situación se ha normalizado, dando lugar a un alto nivel de cooperación entre las potencias espaciales. Así cosmonautas rusos, europeos y americanos han podido participar en programas de cada una de las agencias. Los rusos necesitan financiación, mientras que los EEUU necesitan la gran experiencia en vuelos de larga duración y en estaciones orbitales que han acumulado los rusos. Así, el transbordador americano ya ha atracado en la base Mir, lo que es sólo el preludio de una cooperación más estrecha en la construcción de la estación espacial Alpha.

El proyecto Alpha ha sido uno de los más polémicos de los últimos años, ya que a él se han enfrentado los políticos americanos alegando sus costes. Se rebajaron sus características y se dio paso a la colaboración de rusos, canadienses, japoneses y europeos. Se espera que los primeros módulos sean lanzados en 1997, a la espera de completar todo el conjunto en los primeros años del próximo siglo.

En cuanto a los programas no tripulados hemos de destacar el programa conjunto americano-europeo Ulysses para la exploración de los polos del Sol y el programa ISO, un proyecto europeo de satélite con un telescopio de infrarrojos.

En cuanto al futuro cabe señalar que todos los expertos hablan sobre una misión tripulada a Marte, sobre todo ahora que la cooperación entre las distintas agencias nacionales hace más asumible el coste económico y tecnológico. Durante los últimos años se ha seguido con el envío de sondas a Marte como parte de una futura misión. De todos modos aún no hay ningún proyecto concreto.

Revolución de las Trece Colonias


Revolución de las Trece Colonias, estadounidense o de Estados Unidos, son expresiones utilizadas en la bibliografía en castellano para traducir la expresión anglosajona American Revolution, cuya traducción por Revolución americana, admitida por el DRAE, no está recomendada en cuanto al uso de la palabra «americano».

Al ser al mismo tiempo un proceso revolucionario (el primero de la llamada «era de las revoluciones» que abre la Edad Contemporánea) y un proceso de descolonización (la primera «independencia»), esta revolución significó transformaciones y conflictos internos y un conflicto exterior, entre las «Trece Colonias» británicas de América del Norte y su metrópoli (el Reino Unido). De este proceso surgiría una nueva nación (los Estados Unidos de América) que se estableció jurídicamente en textos de gran trascendencia, como la Declaración de Independencia (4 de julio de 1776) y la Constitución (17 de septiembre de 1787).

Desde la década de 1760 la opinión pública de las trece colonias fue tomando conciencia de su identidad y unidad de intereses en una oposición cada vez mayor contra el gobierno británico, que no atendió los llamamientos a la moderación; hasta que la dinámica de desafíos mutuos condujo a un conflicto armado, la guerra de Independencia (1775-1783, aunque las victorias decisivas en el campo de batalla se dieron en octubre de 1781).

El ejemplo estadounidense fue decisivo para que en 1789 el protagonismo revolucionario pasara a Francia, y posteriormente a España y a la América española, dentro de lo que se ha denominado el «ciclo atlántico» de las revoluciones burguesas o revoluciones liberales.

«Injurias y usurpaciones»

La época revolucionaria se inició en 1763, cuando llegó a su fin la amenaza militar francesa sobre las colonias británicas de América del Norte (guerra franco-india); y quedaron frustradas las expectativas tanto de los minutemen y milicianos de a pie como de los colonos más ambiciosos que, habiendo demostrado en la guerra su capacidad y liderazgo, no tenían posibilidades de hacer carrera política o militar frente a los procedentes de la metrópoli, que acaparaban todos los cargos. El incremento de los costes de mantenimiento del Imperio llevó al gobierno británico a adoptar una política altamente impopular: las colonias debían pagar una parte sustancial de ello, para lo cual se subieron o crearon impuestos (Sugar Act y Currency Act de 1764, Stamp Act de 1765).

Pasquín con el texto siguiente: «Mañana del martes 17 de diciembre de 1765. Los verdaderamente nacidos Hijos de la Libertad [o hijos de la libertad por nacimiento] desearían reunirse bajo el árbol de la libertad, a las doce en punto, este día, para escuchar la dimisión pública, bajo juramento, del caballero Andrew Oliver, distribuidor de sellos para la provincia de la Bahía de Massachusetts. ¿Dimisión? Sí.» La expresión True-Born tenía cierto uso socio-político, como en la popular sátira de Daniel Defoe titulada The True-Born Englishman (1701). También se usaba Free-Born o free-born englishman («inglés nacido libre» -véase yeoman-).

El creciente descontento se evidenció en la creación de grupos opositores (como los denominados «Hijos de la Libertad» –Samuel Adams, John Hancock–), la reunión de un congreso de representantes de nueve legislaturas coloniales (Stamp Act Congress, Nueva York –actualmente Federal Hall–, 7 al 25 de octubre de 1765), que emitió una Declaration of Rights and Grievances («declaración de derechos y agravios», 19 de octubre); en incidentes violentos espontáneos (masacre de Boston, 5 de marzo de 1770), y finalmente en movilizaciones populares de protesta (motín del té, Boston, 16 de diciembre de 1773).

La reacción del gobierno británico fue ocupar militarmente Boston (1768) y la del Parlamento de Londres promulgar un conjunto de leyes (primero las llamadas Townshend Acts de 1767, luego las denominadas «Actas intolerables», «coactivas» o «punitivas» de 1774) que recortaban las competencias de las instituciones autónomas y aumentaban las de los funcionarios y militares británicos. Al carecer las colonias de representación elegida en el Parlamento, muchos colonos consideraban ilegítimos tales impuestos y leyes, por suponer una violación de sus derechos como ingleses (No taxation without representation –»ningún impuesto sin representación»–, una derivación del clásico quod omnes tangit). La sensación de trato injusto se incrementó aún más por comparación al trato favorable que la Quebec Act daba simultáneamente a los colonos franceses de Quebec (vencidos en la guerra anterior).

Ya desde 1772, grupos de «patriotas» se venían organizando en «comités de correspondencia», un gobierno secreto o «en la sombra» (shadow government) que daría lugar a la creación de instituciones alternativas de poder en cada una de la mayoría de las colonias (denominadas Provincial Congress –»congreso provincial»– en Massachussets, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Nueva York, Nueva Jersey y Nuevo Hampshire, y Conventions –»convenciones»– en Virginia y Maryland, esta última llamada «de Annapolis» o Assembly of Freemen –»asamblea de hombres libres»–). En el curso de dos años, los congresos provinciales o sus equivalentes sustituyeron eficazmente al aparato de gobierno británico en las hasta entonces colonias, lo que culminó con la unificación de todos ellos en el Primer Congreso Continental (Filadelfia, 5 de septiembre de 1774). En realidad no era la primera reunión semejante (Stamp Act Congress, 1765, Congreso de Albany, 1754), pero sí la más numerosa de las celebradas hasta entonces: acudieron representantes de doce colonias (faltó Georgia).

Entre los colonos las posturas no eran unánimes: Joseph Galloway (representante de Pensilvania, y en otras cuestiones muy cercano a Franklin) era partidario de mantener el vínculo con la metrópoli (Plan de Unión, derrotado por estrecho margen el 22 de octubre de 1774), mientras que los partidarios de la ruptura se agruparon en torno a un texto denominado Suffolk Resolves (9 de septiembre de 1774). El Congreso emitió una «Petición al Rey» (Petition to the King, 25 de octubre de 1774) que no fue atendida; y se estableció un boicot comercial a los productos británicos (Continental Association, 1 de diciembre de 1774).

En Londres se debatía entre los partidarios de reconciliarse con los colonos (Edmund Burke –en sus discursos utiliza argumentos liberal-conservadores a favor del de autogobierno de las colonias, paradójicamente, argumentos equivalentes a los que posteriormente le llevaron a oponerse a la Revolución francesa–, William Pitt –propuso el reconocimiento de autogobierno y la retirada de las tropas de Boston, en ambos casos sin éxito–, Bowood Circle) y los de imponer la soberanía británica de forma intransigente, que dominaban el Parlamento e impulsaron nuevas «leyes restrictivas» (Restraining Acts, 9 de febrero de 1775).

Al tiempo en que entraba en su fase militar, el conflicto tuvo alguna oportunidad de solución negociada, o al menos eso parecían buscar ambos bandos en sendos documentos de 1775: la «Resolución conciliatoria»  (20 a 27 de febrero) presentada por el primer ministro Lord North, y la «Petición de la rama de olivo» (Olive Branch Petition, 5 a 8 de julio) del Segundo Congreso Continental; pero la resolución británica se entendió como una maniobra para dividir a las colonias, ignorando la existencia del Congreso, y la petición americana perdió toda eficacia al realizarse al mismo tiempo que la «Declaración de alzamiento en armas» (Declaration of Taking up Arms, 6 de julio).

Guerra de Independencia

Para reprimir a los «continentales», los británicos enviaron tropas de combate. En respuesta a ello se movilizaron las milicias de cada colonia, y las hostilidades comenzaron el 19 de abril de 1775 (batalla de Lexington). Tras la batalla de Bunker Hill (17 de junio de 1775) las autoridades británicas consideraron ya imposible reconducir en conflicto con negociaciones y se emitió una «Proclamación de rebelión» (Proclamation of Rebellion, 23 de agosto de 1775).  El desafío independentista era tan apremiante que el gobernador de la colonia de Virginia, además de proclamar la ley marcial, prometió la libertad a los esclavos que se unieran al ejército del rey (Proclamación Dunmore, 7 de noviembre de 1775). Aunque se estima que los «lealistas» comprendían entre el 15 y el 20 % de la población, desde el inicio hasta el fin de la guerra los «patriotas» controlaron entre el 80 y el 90 % del territorio; los británicos tan solo pudieron controlar unas pocas ciudades costeras durante un periodo de tiempo extenso.

El 4 de julio de 1776, los representantes de cada una de las trece colonias (Estados independientes de hecho) votaron unánimemente la Declaración de la Independencia que establecía los Estados Unidos, originalmente una confederación con un gobierno representativo seleccionado por las asambleas legislativas de cada Estado.

Los «continentales» se aliaron con el reino de Francia (Tratado de alianza, 1778) y con el reino de España (Tratado de Aranjuez, 1779), lo que equilibró las fuerzas entre los contendientes, tanto terrestres como navales. Los dos principales ejércitos británicos fueron vencidos por el Ejército Continental (George Washington) en Saratoga (octubre de 1777) y Yorktown (octubre de 1781), lo que significó de hecho la victoria militar de los Estados Unidos.

El Segundo Congreso Continental pasó a ser el Congreso de la Confederación con la ratificación de los Artículos de la Confederación (1 de marzo de 1781). El Tratado de París (3 de septiembre de 1783), ratificado por Gran Bretaña y por ese nuevo gobierno nacional, supuso el final de iure de la guerra entre ambos y de toda pretensión británica sobre su territorio.

El nuevo sistema político y social

La revolución estadounidense supuso para esa joven sociedad una serie de grandes cambios intelectuales y sociales, como los nuevos ideales republicanos que, debatidos por los «padres fundadores» (políticos e intelectuales ilustrados como Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams o Thomas Paine) fueron asimilados por la población. La formación de partidos institucionalizados no se produjo hasta la década de 1830, pero en la época revolucionaria había dos tendencias marcadas (federalistas –James Madison, John Jay– y antifederalistas –Patrick Henry, Richard Henry Lee–), mientras los debates políticos se centraban en el reparto de funciones entre Estados y Federación y el grado de participación popular; incluso algunos de los más liberales temían que la pretendida democracia degenerara en una oclocracia (rebelión de Shays, 1786, rebelión del whisky, 1791), aunque se consiguió una notable estabilidad mediante la elección del prestigioso general Washington para ejercer la presidencia de la Convención de Filadelfia (1787) y las dos primeras presidencias de los Estados Unidos (1789-1797). Entre 1792 y 1824 ya estaba configurado un First Party System («primer sistema de partidos») dominado por el Partido Federalista hasta 1800 (Alexander Hamilton) y desde entonces por el Partido Demócrata-Republicano (Jefferson y Madison).

Los complejos detalles del nuevo sistema político, y que venían planteándose desde la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776) no se resolvieron hasta los debates de la Constitución (1787) y sus primeras 10 enmiendas (Bill of Rights –»carta de derechos»–, 1789), que sustituyó a los Artículos de la Confederación: La soberanía nacional se reconocía como residente en el pueblo (We, the people -«nosotros, el pueblo»-, no el de cada Estado, sino el del conjunto que pretendía conseguir una «más perfecta unión»), se confiaba la garantía de la libertad individual y de la personalidad de los Estados miembros en la separación de poderes entendida como un complejo equilibrio institucional (checks and balances) cuyos puntos esenciales eran el federalismo, el presidencialismo, el bicameralismo y un sistema judicial basado en jueces independientes y juicio por jurado.

Los derechos civiles y políticos quedaron reconocidos tal como se concebían por los revolucionarios (influenciados por el contractualismo de Rousseau), como derechos naturales e inalienables (proclamados desde la Declaración de Derechos de Virginia -redacción de George Mason- y resumidos en la de Independencia en una lapidaria expresión de Jefferson: «vida, libertad y búsqueda de la felicidad» –Life, liberty and the pursuit of happiness-). Los nuevos conceptos de democracia y republicanismo produjeron una agitación de la jerarquía social tradicional y crearon una nueva ética pública que conformó la esencia de los valores socio-políticos estadounidenses, compartidos con un altísimo nivel de consenso y permanencia más allá de su cumplimiento en la realidad, que ya describió Alexis de Tocqueville (La democracia en América, 1835) y que posteriormente se englobaron en la popular expresión american dream («sueño americano»). Coinciden en gran medida con los valores burgueses identificados por la sociología del siglo XIX (Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo).

Entre ellos están el igualitarismo ante los orígenes sociales (o igualdad de oportunidades, expresada en el all men are created equal –»todos los hombres son creados iguales»– de la Declaración de Independencia), el respeto a la libre competencia, la propiedad y la iniciativa privada, la responsabilidad individual y la ética del trabajo, la sujección de los cargos públicos a un mandato temporal e institucionalmente limitado y a elección popular, la libertad de creencias y separación entre iglesias y Estado, la prensa libre y el derecho a la posesión de armas. Se conformó un ideal de ciudadanía en los mitificados «padres peregrinos» (los primeros colonos de Nueva Inglaterra, WASP -«blancos, anglosajones y protestantes»-), mientras se dio continuidad al esclavismo y se procuró la expansión territorial frente a los indígenas americanos y la América española (expedición de Lewis y Clark, conceptos de «imperio de la libertad», «doctrina Monroe», «destino manifiesto»).

El Fin de la Guerra Fría [Mapa Conceptual]


Tras la Segunda Guerra Mundial, apareció un nuevo orden internacional en el que destacaba una Europa en declive y unos enfrentamientos y alianzas que sobrepasaban nacionalidades y soberanías. Los tratados de paz y los avances técnicos, por otra parte, se configuraron como factores fundamentales de la nueva situación, por su enorme proyección en la sociedad. Si la Revolución Industrial había dividido el mundo entre países industrializados y los que no introdujeron estas innovaciones, tras la contienda unos países decidieron confiar en la propiedad privada, mientras otros apoyaron el papel primordial del estado en las relaciones económicas.

Los países pretendieron encontrar el equilibrio basado en la coexistencia de dos bloques: el occidental, liderado por los Estados Unidos de América, y el comunista, dirigido por la Unión Soviética. Pero este equilibrio fue siempre difícil, más aún cuando los imparables procesos de descolonización de los Imperios crearon tensiones: cada bloque presionaba sobre los nuevos países para que formaran parte de sus respectivas alianzas políticas y económicas.

 

Las tensiones entre los bloques no fueron una novedad, evidentemente, ya que existieron durante la guerra contra el III Reich (de hecho, se puede afirmar que la cordialidad sólo existió en la Conferencia de Teherán de 1943, puesto que en Yalta y en Potsdam los problemas entre Gran Bretaña, la Unión Soviética y los Estados Unidos, por sus diferentes criterios, ya se apuntaban), pero éstas se hicieron definitivamente patentes a partir de 1947, con la definición de la Doctrina Truman y con la Conferencia de París, donde se aprobó el plan de ayuda americana a Europa que hoy conocemos como Plan Marshall. A partir de entonces se inició una carrera abierta hacia la consecución de enclaves estratégicos, de establecimiento de alianzas, por el control de materias primas y, también, por lograr prestigio. A partir de entonces todos los rincones del planeta adquirían importancia para las grandes potencias, por lo que surgieron en muchos nuevos y viejos países la disyuntiva entre aceptar la ayuda de los grandes colosos (la Unión Soviética y los Estados Unidos), o considerar ésta como un peligro para su independencia.

La nueva guerra, la que a partir de entonces se denominó como Guerra Fría, utilizó como armas nuevas la disuasión, la persuasión y la subversión.

Algunos de los casos de espionaje más sonados del pasado siglo XX


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1. Mata Hari, la espía de la Primera Guerra Mundial

abc – Mata Hari, la famosa espía de la Primera Guerra Mundial

Margaretha Geertruida Zellei (1876-1917), conocida mundialmente como Mata Hari, fue una popular artista fusilada tras ser condenada por la justicia francesa por espionaje en 1917, en plena Primera Guerra Mundial. Todavía existen dudas sobre su culpabilidad.

2. Coco Chanel, una historia conflictiva con el nazismo

El documental francés «La sombra de la duda», emitido en 2014, acusó a la diseñadora Coco Chanel (1883-1971) de colaborar con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Franck Ferrand sostuvo esta tesis después de descubrir unos documentos en el Ministerio de Defensa galo. Además, Chanel fue amante del barón alemán Hans Gunther von Dincklage.

3. Kim Philby, el espía que traicionó a su país

Kim Philby (1912-1988) abrazó el marxismo durante sus años de estudiante universitario en Cambridge y colaboró activamente con los servicios secretos soviéticos, a pesar de ostentar un alto cargo en la inteligencia británica.

En 1963, Philby fue descubierto y huyó a la Unión Soviética. El agente fue enterrado en el cementerio moscovita de Kúntsevo tras su muerte, en 1988.

4. Graham Greene, escritor y espía

Graham Greene (1904-1991), autor de novelas tan conocidas como «El americano impasible», trabajó como espía de los servicios secretos británicos durante la Segunda Guerra Mundial en Liberia y Sierra Leona.

Gibraltar, la deuda pendiente de la independencia de Estados Unidos


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  • La devolución de la colonia era condición para que España entrara en la guerra. La batalla que se perdió para nuestro país sirvió para ganar la contienda para EE.UU.

Benjamin Franklin – ABC

La idea de que la independencia de Estados Unidos dependió en una medida importante de hispanos y de la ayuda económica y militar de España ha sido, y resulta aún, una conclusión difícil de aceptar para buena parte de la ideología oficial de Estados Unidos. Lo mismo que Gibraltar era parte del precio. Es significativo que en 200 años los Estados Unidos no hayan sido capaces de desarrollar, con todos los recursos de la ciencia historiográfica, un detalle correcto de la participación hispánica en su proceso de nacimiento.

Sin embargo, sin ayuda exterior masiva los colonos norteamericanos no habrían obtenido la independencia de los Estados Unidos. Al menos no se habría conseguido en el momento en que se produjo y con el protagonismo de Washington, Franklin, Jefferson, Adams o Paine los caracteres que la concibieron en origen, dando lugar a la república que ahora conocemos.

El dominio del mar

¿Habría bastado sólo la ayuda francesa para lograr la independencia? Los datos del conflicto son la más eficaz refutación de esta idea: la alianza entre la rebelión americana y el Reino de Francia carecía de dos ingredientes fundamentales para producir la independencia de las colonias: cantidad suficiente de plata y el dominio del mar. Gran Bretaña era una manzana demasiado grande para la Francia de entonces. Hasta la entrada de España los datos son concluyentes y el Reino de Francia (y la rebelión americana) pasan por una situación crítica, como corrobora el número de buques destruidos y capturados franceses, la escasa dimensión de los posibles combates y sus resultados, la incapacidad de dotar de una asistencia adecuada a sus aliados, la ruina muy importante y poco analizada hasta ahora del comercio marítimo francés asolado por el corso…

En ese momento y en esas circunstancias ayudar a los rebeldes americanos no parecía ningún buen negocio. Además, España limitaba con Inglaterra en 5 continentes, a través del mar… Un conflicto con ese país sería necesariamente mundial y aquella situación amenazaba con repetir los desastres de la Guerra de los 7 años en que La Habana, Manila y Florida fueron saqueadas por fuerzas británicas.

Armas españolas

Sin embargo, Carlos III de España no se mantuvo neutral nunca en este conflicto. Financió desde el primer momento a los rebeldes, los protegió en su territorio, les abrió sus puertos y les dio acceso a sus arsenales. Como investigador, tengo la certeza de que parte de las armas que se dispararon en Lexington por los rebeldes, donde nació la guerra de independencia americana, fueron españolas, proporcionadas a Jeremiah Lee. Otro de los aportes españoles fundamentales fue el desmantelamiento de todas las posibles alianzas británicas en Europa comenzando con Portugal, el tradicional aliado inglés, a Prusia y Rusia.

Oficialmente, España, antes de la guerra, ofertó su mediación imponiendo un reconocimiento de facto de la independencia de Estados Unidos bajo la protección española y francesa con una tregua, muy similar en su concepto a la de los 12 años entre España y las provincias rebeldes holandesas (1609). El Tratado de Aranjuez (15 de abril de 1779) con Francia vinculó finalmente a España con una guerra que no podrá cerrar ningún acuerdo sin que se concierte la independencia de Estados Unidos (artículo 4) y ambas partes se comprometieron a no deponer las armas, ni hacer tratado alguno de paz, o suspensión de hostilidades, sin que hubieran obtenido respectivamente la restitución de Gibraltar para España y la libertad de fortificación de Dunquerque para Francia. Esta propuesta era congruente con el pacto secreto acordado entre los norteamericanos y Francia para que esta última pudiese acomodarse con España. El último esfuerzo británico de apartar a España de la guerra fue la oferta de Gibraltar por el Comodoro Johnson, jefe de la escuadra británica en Lisboa en 1779.

Las colonias americanas sin recursos, sin industria, sin fuerza naval considerable, poco y mal armadas se dieron cuenta que una mera dimensión local del conflicto les era insostenible frente a Inglaterra. El imprescindible teatro europeo fue posible gracias a algunas de las mentes más valiosas de Norteamérica que lo entendieron así y se desplazaron al viejo continente para que el conflicto fuera global.

Batallas decisivas

Por eso en Europa se libraron algunas de las más decisivas batallas de aquella guerra: la guerra económica que tanto debe a España, Francia y Holanda y que desbordó la capacidad financiera del Reino Unido, la de los mares europeos y las plazas de Gibraltar y Mahón. Aquellas fueron algunas de las batallas más sangrientas, duras y costosas de toda la guerra de independencia de Estados Unidos. Batallas invisibles ahora en los libros de historia pero no lo vivieron así los norteamericanos de aquella época.

De hecho, una de las apuestas estratégicas de Benjamin Franklin fue crear una armada de corsarios desde Europa para enfrentar al comercio y los suministros británicos. Varios de aquellos buques corsarios norteamericanos, y con el protagonismo del gran John Paul Jones, padre de la marina de ese país, concebían la lucha por Gibraltar como parte fundamental de la guerra común. No sólo actuaron cerca del Estrecho sino que Jones, además de dificultar el abastecimiento de la plaza, concibió e intentó interrumpir los movimientos de la flota inglesa del báltico por su directa conexión con los abastos a Gibraltar, afirmando que, de haber sido respaldado por el intermediario francés Chaumont, «la bandera española ondearía rampante en Gibraltar». Todo ello, por supuesto, bajo la supervisión y dirección de Benjamin Franklin. El asalto de Gibraltar y Mahón obligó a Gran Bretaña a destinar una inmensa cantidad de recursos económicos y militares para mantener ambas plazas. Cualquiera de las tres expediciones para abastecer Gibraltar por Inglaterra podría haber desequilibrado el balance de fuerzas en América septentrional, impedido la derrota de Yorktown o asegurado el control para Inglaterra del territorio de Nueva York hasta Canadá.

Incapacidad de Inglaterra

El historiador británico Piers Mackesy no dudó de que fue la incapacidad de Inglaterra de dominar el mar lo que posibilitó la independencia. En ese sentido, Gibraltar desvió la atención de recursos que podrían haber permitido el dominio del mar por Inglaterra y que habrían permitido que incluso el general Clinton se enfrentase con éxito a Washington impidiendo que la batalla de Yorktown se hubiera sucedido.

En Gibraltar combatieron más ingleses que en la batalla de Saratoga y casi los mismos que en la de Yorktown. Los costes de mantener la defensa de la plaza fueron ingentes, y hay que tenerlo en cuenta cuando la batalla de Yorktown nunca habría sucedido sin que España no hubiera financiado en esa ocasión a las tropas francesas y a las propias americanas y, desde luego, a la propia flota francesa.

En la pugna por Gibraltar son muchas las expresiones de respaldo de George Washington, Thomas Payne, el mismísimo Benjamin Franklin, el admirable John Adams, incluso su esposa Abigail… Confiaban en que la toma de Gibraltar acabaría definitivamente con la guerra.

Sin embargo, España no consiguió la toma de Gibraltar y la dura negociación por la paz exigió, por su parte, el sacrificio de la exigencia de Gibraltar. La batalla que se perdió para España sirvió para ganar la guerra para los Estados Unidos.

El mosquito que cambió la historia


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  • El final de Hernando de Soto impidió la colonización española del Este del actual Estados Unidos
 Sepelio de Hernando de Soto, en el Misisipi

Sepelio de Hernando de Soto, en el Misisipi

Tras la violenta batalla de Mauvila contra los indios de Florida, la exploración de Hernando de Soto por el Este de los Estados Unidos se convierte en un errático vagabundeo, con unos soldados que, perdida la esperanza de encontrar vestigios de oro, soportan estoicos los embates de las alimañas, las lluvias torrenciales, el frío del invierno, las enfermedades y el hambre. Poco que ver con el estereotipo de un ejército conquistador. Y han de soportar, además, las asechanzas de los nativos, que mantienen su belicosidad extrema hacia esta hueste de intrusos, y a cada nueva escaramuza le corresponde un goteo de hombres y caballos muertos, y un nuevo paso en la desesperanza.

Solo el capitán general, Hernando de Soto, mantiene el plan en su cabeza. Su rastreo no es errático, sino que tiene un propósito: localizar los mejores lugares para asentar a los pobladores españoles en un futuro próximo. Cruzan ríos de difícil vado, pero el grado superlativo de la dificultad se alcanza cuando avistan el majestuoso Misisipi. Sin entretenerse admirando sus dimensiones colosales, se aplican a cruzarlo. Ante el asombro de los indios, que consideraban infranqueable el río, los españoles improvisan barcas con los materiales a mano y salvan el río en el punto de Memphis, para continuar la exploración en la contraorilla. Pero las tierras del otro lado del Misisipi no convencen al Adelantado, y retorna al entorno del río, porque ha tomado ya la decisión de establecer allí el inicial núcleo poblador, para extender luego pueblos, misiones y ranchos hasta el Atlántico. Por el momento navegarán corriente abajo y regresarán con el grueso colonizador.

Una fiebre…

Y es entonces, momento culminante, cuando, dicen las crónicas, que De Soto «se vio aquejado de una fiebre». La cree pasajera el Adelantado, pero al tercer día arrecia, y sabe que ha sido afectado por la malaria. Lejos de mejorar, su salud se agrava, y ahora intuye que su muerte está próxima. Llama a sus soldados, designa a Luis de Moscoso su sucesor como capitán de la tropa, se despide uno por uno de sus soldados, que lloran amargamente pues idolatran a su noble capitán, y rinde la vida a punto de cumplir los 42 años. Un augur le había profetizado tiempo atrás que no llegaría a cumplir esa edad.

Sus apenados soldados le entierran en los playones de la ribera. Pero los indios de los contornos sospechan que algo raro está ocurriendo en el campamento español. Vigilantes, desde hace días han captado el nerviosismo de los soldados, y ahora les intriga no ver a su jefe, aureolado ya entre los nativos con los ribetes del mito. Temiendo los españoles que adivinen su muerte y desentierren el cadáver para profanarlo, lo que en su creencia les serviría para asimilar su fuerza, resuelven trasladarlo y sepultarlo en un lugar seguro. Vacían un tronco de encina, lo lastran con piedras y colocan el cuerpo de De Soto en él. A la hora del crepúsculo navegan hasta el centro del río, y en una solemne y lúgubre ceremonia entregan el tronco al abrazo del agua, y el cuerpo del capitán general flota un momento antes de hundirse en las aguas que él avistó. El Misisipi, el Padre de las aguas, fue la grandiosa tumba del Adelantado Hernando de Soto, probablemente la espada más noble de cuantas viajaron al Nuevo Mundo.

Regreso a Nueva España

Sin su capitán como guía, los españoles al mando de Moscoso no piensan en otra cosa que en regresar a Nueva España. Los supervivientes de la otrora flamante expedición arman unas precarias embarcaciones y descienden río abajo. La vuelta será dramática, porque las canoas indias los persiguen y asaetean continuamente, las bajas se suceden y lo que llega a México es un hatajo de famélicas, quebrantadas figuras humanas.

Con el cuerpo de De Soto, quedaron enterrados sus sueños colonizadores. Solo su energía y su convicción hubieran hecho posible el poblamiento de esa región inédita, desde el Misisipi al Atlántico. Tras su muerte, quedó esa tierra vacía durante medio siglo, a disposición de otros ocupantes.

Y queda flotando una última pregunta: ¿qué hubiera sido de la historia y del destino de no haberse interpuesto en ella aquel mosquito que transmitió a Hernando de Soto la malaria? Siempre resulta aventurado vaticinar lo que pudo ser, aunque hay algo cierto: las regiones de Norteamérica que ocupó España, carentes del atractivo del oro, lo fueron por el empeño personal de algunos líderes: Menéndez en Florida, Oñate en Nuevo México, Serra en California. Vivo De Soto, España hubiera poblado el Este de los Estados Unidos. Y conociendo el celo de España a la hora de defender sus reinos, los colonos de Jamestown y los pioneros del Mayflower, ni siquiera hubieran podido poner un pie en tierra, y habrían sido reexpedidos a Inglaterra. La historia hubiera sido otra…