El polémico viaje a Madrid de las juventudes hitlerianas en plena Segunda Guerra Mundial


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  • Una delegación con 62 jóvenes visitó la capital en octubre de 1941 para demostrar la naturaleza cultural del III Reich
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Tres representantes de las juventudes hitlerianas desfilan por delante de la Cibeles – SECRETOS DE MADRID/M. URECH

El 13 de octubre de 1941, según figura en la hemeroteca de ABC, una delegación del Frente de Juventudes alemán, conocido como las juventudes hitlerianas, aterrizó en la capital. Lo hizo en plena guerra, en suelo teóricamente neutral y con la intención de demostrar la sólida formación cultural de los jóvenes del III Reich. Durante la visita, segunda escala de su estancia en España, tras su paso por Barcelona, el grupo desfiló por las calles de Madrid, participó en varios conciertos y hasta organizó un festival deportivo.

Un total de 62 jóvenes alemanes, divididos en dos grupos, se desplazaron a Madrid mientras su país estaba inmerso en la Segunda Guerra Mundial. Unos formaron un grupo musical y otros dos equipos de gimnastas, femenino y masculino. Aquellos adolescentes estaban convencidos de que la guerra tendría un único final y que ellos, porque así se lo habían hecho creer, eran el futuro de un «súper estado». La visita a España, de hecho, estaba configurada como una maniobra propagandística para demostrar la buena salud de Alemania, el horizonte que vislumbraba y la excelente formación física y cultural de sus bases militantes.

Recorte de ABC del 14 de octubre de 1941

Recorte de ABC del 14 de octubre de 1941

Las juventudes hitlerianas dieron un concierto en la embajada alemana, en la residencia particular del embajador Von Stohrer, bajo la dirección del maestro Gehrard Maass. Según recoge la información de este periódico, del 14 de octubre de 1941, al acto acudieron altos cargos del partido nazi en Madrid, miembros de la Falange, diplomáticos del Pacto Tripartito (Alemania, Italia y Japón) y personalidades del mundo de la música. El evento musical se celebró en el edificio más emblemático de Alemania en Madrid: la embajada situada junto a la iglesia de Friedenskirche, una joya histórica y arquitectónica que aún hoy se conserva en la capital. Además, en colaboración con la Jefatura nacional de Educación y Descanso, tuvo lugar el día 16 del mismo mes una especie de exhibición deportiva, donde los bisoños alemanes demostraron sus habilidades en gimnasia rítmica, patín sobre ruedas o ejercicios en paralelas. Todo aderezado con música y con un desfile final con canto del «Nur der Freheit gehört unser Leben».

Las connotaciones del viaje generaron una multitud de críticas en el ala menos germánica de la dictadura. Un ejercicio de cinismo que tampoco pasó desapercibido entre la población, que lo rechazó aunque veladamente. La perspectiva que aporta el paso del tiempo arroja más polémica a la visita, pues la delegación visitó la tumba de José Antonio Primo de Rivera bajo la invitación de las autoridades, aunque España se consideraba neutral en el conflicto. Igualmente, desde un análisis más técnico, se ha considerado esta visita como una muestra estéril de músculo cuando la Alemania nazi se asomaba al abismo.

La valiente mujer que se adelantó a los nazis para salvar a 10.000 niños judíos


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  • La holandesa Geertruida Wijsmuller-Meijer es una de las heroínas «olvidadas» de la II Guerra Mundial

 

 llLa holandesa Geertruida Wijsmuller- Meijer logró salvar la vida de más de 10.000 niños judíos en 74 viajes realizados entre 1938 y 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial

llLa holandesa Geertruida Wijsmuller- Meijer logró salvar la vida de más de 10.000 niños judíos en 74 viajes realizados entre 1938 y 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial

 

Los héroes y heroínas de la historia de la humanidad no siempre alcanzan el reconocimiento que merecen. Algunos de ellos parecen especialmente discretos y silenciosos, como si no deseasen más reconocimiento que el de las personas a las que ayudaron de manera desinteresada. Afortunadamente, la blogosfera nos ayuda a recuperar las biografías de esos magníficos modelos de generosidad y valor. A través de la bitácora Auschwitz.info, por ejemplo, podemos acercarnos al coraje de una mujer holandesa que quizá no conozcas, llamada Geertruida Wijsmuller-Meijer.

Geertruida tuvo desde muy joven dos espejos de solidaridad en los que mirarse, los de sus padres, que tras la I Guerra Mundial no dudaron en alojar en su casa de Alkmaar a varios niños austriacos en situación de necesidad. Ya convertida en adulta, su intuición le advirtió enseguida sobre el peligro en que se encontraba la población judía ante la escalada violenta de antisemitismo en Alemania. Sin pensarlo dos veces y abandonando una situación personal bastante cómoda, Wijsmuller-Meijer comenzó a viajar repetidamente a Viena desde finales de 1938.

En la capital austríaca consiguió entrevistarse con el director de la Oficina para la Emigración Judía, que no era otro que Adolf Eichmann. De forma casi milagrosa obtuvo su permiso para trasladar a 600 niños a Inglaterra, a condición de que ella se ocupase personalmente del transporte. Escasos días más tarde, el 11 de diciembre de 1938, aquellos pequeños encontraron refugio en territorio inglés gracias a las gestiones de Geertruida, a la que muchos empezaron a llamar cariñosamente Auntie Truus (Tía Truus).

Consciente de lo que estaba a punto de estallar, la holandesa no detuvo su actividad y continuó organizando traslados de niños a Inglaterra desde Alemania, Austria y Checoslovaquia. Preparó nada menos que 74 viajes que sirvieron para salvar la vida a más de 10.000 menores. Según algunas fuentes, este hito convierte a Geertruida Wijsmuller-Meijer en la mayor heroína para la población judía de la época tras los célebres Raoul Wallenberg y Aristides de Sousa Mendes.

El inicio de la II Guerra Mundial impidió a Auntie Truus continuar gestionando la huida de niños de forma masiva, pero no por ello dejó de intentar abrirles puertas. Fue voluntaria en campos de refugiados en Francia, ayudando a numerosas personas a llegar a España desde allí; y llegó a ser arrestada por la Gestapo al descubrirse sus planes para conducir a varios judíos hasta Suiza. En Amsterdam, ciudad en la que fue concejala durante dos décadas y en la que murió en 1978, hay varios monumentos que la recuerdan; así como en Berlín, Londres y Gdańsk.

 

 

El «súper espía» catalán que impidió que los tanques de Hitler aplastasen a los Aliados el Día D


ABC.es Manuel P. VillatoroABC_Historia

  • Juan Pujol, el hombre que engañó a Hitler, fue confundido por Carmena con un periodista franquista

 

 Varios soldados desembarcan en Francia - ABC

Varios soldados desembarcan en Francia – ABC

Juan Pujol -el hombre que Carmena confundió con un periodista franquista– nació el 14 de febrero de 1912 en Barcelona. De padre catalán y madre murciana, se crió en una familia que nunca se decantó por un bando político, aunque -como bien señala el historiador Jesús Hernández en «Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»- siempre defendió los valores tradicionales. Con el comienzo de la Guerra Civil española, el futuro espía internacional se alistó en el ejército republicano y, en un descuido, saltó a una trinchera del bando franquista para entregarse. Terminó con sus huesos en el ejército nacional, pero se las ingenió para que no le enviaran al frente. «En el fondo, se sentía apolítico y estaba orgulloso de no haber llegado a disparar en toda la guerra», explica el experto español.

Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Pujol se decantó por el bando de los Aliados y se personó -allá por 1940- en la embajada del Reino Unido en Madrid para ofrecer sus servicios como espía. No le prestaron ninguna atención, pero eso no iba a detenerle. Decidido a ser un agente inglés, se puso en contacto con el ejército nazi para ofrecerles ser su informador. Los alemanes aceptaron y, después de otorgarle formación básica en las artes del espionaje y un nombre en clave (Arabel), le enviaron a Londres a desempeñar su tarea. Sin embargo, el catalán nunca llegó a tierras británicas, sino que se escondió en Portugal y, desde allí, adjuntó información falsa a la embajada de Alemania en Madrid basándose en guías de viajes de la región.

El MI5 (la organización responsable del contraespionaje en el país) no tardó en percatarse de que Pujol estaba haciendo las veces de agente doble para el ejército Aliado pues -aunque los hombres de la Abwehr (la inteligencia germana) no se daban cuenta de ello- cometía multitud de errores a la hora de enviar sus supuestos informes. Entre ellos, solía equivocarse cuando daba cuenta del dinero que le había costado usar el trasporte público. El servicio secreto inglés llegó a decir sobre Pujol que «fue un milagro que hubiera sobrevivido durante tanto tiempo». Al final, Gran Bretaña contactó con él y le «alistó» tras definirle como un hombre con una «inagotable y fuerte imaginación». Fue entonces cuando se convirtió en «Garbo». Un nombre que le pusieron por ser un «auténtico actor».

La «gran cruzada» contra Hitler

En 1944, Garbo ya había enviado cientos de informes a los alemanes para ganarse su confianza. Su método habitual consistía en darles datos veraces sobre operaciones reales, pero procurando que llegaran horas o días después de que estas se hubiesen sucedido. Para aumentar su credibilidad creó una considerable red de espías falsos que corroboraban sus «soplos». Entre los falsos colaboradores destacaban un piloto de la RAF que amaba emborracharse, un curioso sujeto aficionado a la poesía o un lingüista que odiaba el comunismo. Además, y según Hernández, se inventó una relación con una empleada del Ministerio de la Guerra del Reino Unido para explicar lo minuciosa que era su información. Ese mismo año, Pujol fue requerido por los británicos. Su nueva misión sería engañar a Hitler para que no supiera donde se iba a suceder el día D.

La responsabilidad era gigantesca, pues debía evitar que Hitler sospechase que los más de 7.000 buques y casi 2 millones de hombres que se estaban preparando en el sur de Inglaterra iban a cruzar el Canal de la Mancha y hacer su aparición en Normandía. Para ello, Garbo envió información falsa a los alemanes insistiendo en que la operación no se iba a suceder en verano. Sin embargo, llegó un momento en que fue imposible ocultar la misión debido a la gran cantidad de tropas presentes en Gran Bretaña, por lo que cambió de estrategia.

Ideó una gigantesca red de mentiras que tejió desde su «despacho» de la calle Crespigny Road nº 35 de Londres. Este contaba con dos partes. La primera, denominada «Fortitude North», buscaba que los germanos creyesen que la invasión iba a sucederse en la costa de Noruega. En la segunda, conocida como «Fortitude South», debería inventarse la existencia de un falso contingente (con nombre en clave FUSAG, al mando de Patton y con su cuartel general en Wentworth) y afirmar que se estaba preparando para atacar Calais, a unos 300 kilómetros de Normandía (el objetivo principal).

Si lo conseguía, lograría que los Aliados no tuviesen que enfrentarse a dos divisiones de carros de combate y otras cinco de infantería que habían sido destinadas en Calais. Garbo se puso en marcha. A los pocos días, ya había enviado decenas de mensajes señalando -por ejemplo- que su agente de Liverpool había avistado fuerzas «destinadas a atacar la costa atlántica francesa en el sur». Además, el catalán desconcertó todavía más a los nazis aportando sus propias opiniones. Así pues, en una ocasión hizo especial hincapié en que sus fuentes consideraban que era seguro que se iba a suceder «un ataque contra Noruega». Sus informes surtieron efecto y desconcertaron al mismísimo Hitler.

Sin embargo, a Garbo (así como a otros espías que trabajan junto a él) todavía le quedaba una última prueba que tuvo que pasar el mismo Día D, el 6 de junio de 1944. Para que los alemanes siguiesen manteniendo su confianza en él, el gobierno británico estableció que debería informar a los nazis de que -efectivamente- había un desembarco se iba a producir en la playa de Normandía, aunque con tan poco tiempo de reacción (apenas unas horas) que no tuviesen tiempo para desplazar a sus hombres hasta la zona. «No se trataba de presunción, mantener la confianza alemana en la infalibilidad de Garbo era crucial. El retraso en la trasmisión desde Madrid a Berlín era de unas tres horas, por lo que, para cuando el mando alemán recibiera el mensaje, la invasión estaría en marcha», explica Ben Macintyre en su libro «La historia secreta del Día D».

Garbo, obediente, envió varios mensajes a partir de las tres de la mañana a la embajada alemana en Madrid señalando que se iba a producir una invasión en Normandía. El plan salió a la perfección pues, al no haber nadie de guardia en el edificio, los nazis no pudieron usar los datos ni tan siquiera con horas de retraso. «Los alemanes se desesperaron pensando que, si alguien hubiera estado allí para recibir la información de Garbo, podrían haberse enfrentado con éxito al desembarco», añade Hernández. Así pues, aquel día las 7 divisiones que podrían haber expulsado a los Aliados de las playas se quedaron en Calais, esperando un asalto que nunca llegó. Al menos hasta el 8 de junio, cuando Hitler no tuvo más remedio que desplazarlas para combatir la amenaza que se cernía sobre sus dominios. Arabel volvió entonces a demostrar sus dotes de espía al convencerle mediante falsos informes de que hiciera dar la vuelta a sus soldados, pues había indicios de que los Aliados atacarían otras zonas de mayor importancia. El «Führer» lo hizo. Fue engañado dos veces.

«Garbo nunca creyó que la Guerra Civil fuese la solución»

Afirma que no es un experto en la materia, pero Pedro Corral (San Sebastián, 1963) tiene a sus espaldas toda una vida dedicada a la investigación histórica de la Guerra Civil. En las últimas semanas, además, se ha vuelto uno de los políticos más perseguidos por corregir los errores cometidos por Ahora Madrid en su revisión del callejero de la ciudad. Hoy le preguntamos por Garbo, quien, antes de ser espía, pasó por el ejército republicano y franquista.

-¿Cómo pudo luchar Pujol en ambos bandos?

-Después de que la República le llamara a filas se escondió en Barcelona para evitar la guerra. Era un profundo pacifista. Nunca creyó que luchar fuese la solución. Estuvo oculto algún tiempo, pero le tenían tan atemorizado que, cuando el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, dictó en 1938 una amnistía que perdonaba a los desertores de filas si regresaban al ejército, se reenganchó. Posteriormente, mientras me documentaba para un libro, descubrí en los archivos un parte del ejército republicano en el que se informaba de la deserción de Juan Pujol. Así fue cómo descubrí que se había pasado al bando nacional en la batalla del Ebro. Pero no porque fuera adepto a Franco, sino porque quería evitar la guerra, huía de ella.

-¿Demostró en la Guerra Civil sus dotes de espía?

-Se podría decir que sí. El mismo 9 de octubre, un día antes de desertar, se encargó de dar una charla propagandística a los franquistas desde las trincheras republicanas. En ella les dijo que la causa republicana era la que merecía la pena y que deberían dejar de combatir. Ese día convenció a todos sus compañeros de que realmente era de su bando y la jornada siguiente desertó. Dio una lección de auténtico agente doble.

-¿Merece Garbo un hueco en el callejero madrileño?

-Su papel fue brillante en la Segunda Guerra Mundial. Creo que sería formidable que a este héroe de la Segunda Guerra Mundial se le concediera un espacio público en Madrid. Es alguien del que todos los españoles deberíamos sentirnos orgullosos.

 

La legión de árabes nazis que luchó junto a Hitler


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  • Aprobada por el líder nazi y el Gran Muftí en 1941, la Legión Árabe Libre formó parte del ejército alemán y, junto con pequeños grupos de paracaidistas de la misma procedencia, combatió en contra del imperialismo francés e inglés
 Miembros de la Legión Árabe se toman unos momentos de descanso antes de seguir con sus tareas diarias - Wikimedia

Miembros de la Legión Árabe se toman unos momentos de descanso antes de seguir con sus tareas diarias – Wikimedia

Desde italianos hasta letones. Si por algo se destacó el régimen de Adolf Hitler fue por reclutar a casi todo aquel que pudiese empuñar un arma para defender los intereses del nacionalsocialismo. Sobre todo, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba absolutamente perdida y un brazo capaz de disparar un fusil era más valioso que mil monedas con las que adquirir munición. Un proceder raro si se tiene en cuenta que, para el «Führer», el perfecto ser humano era el alto, blanco rubio y con ojos azules. En base a ello, llama la atención que el líder alemán aprobase que en las filas de la «Wehrmacht» (las fuerzas armadas germanas) se crease la «Legión Árabe Libre», una unidad en cuya creación colaboró el Gran Mufti y que estaba formada en buena parte por militares árabes dispuestos a combatir contra Francia e Inglaterra. Dos países que se habían establecido, en una buena parte de los casos, por la fuerza en otros tantos países del norte de África.

La historia de la «Legión Árabe Libre», así como la de las unidades musulmanas que se crearon antes de ella, había permanecido en la sombra estos últimos años. Sin embargo, ha vuelto a ganar un espacio en la actualidad después de que, la semana pasada, el ministro israelí –Benjamín Netanyahu– desatara una increíble polémica al afirmar que el Gran Muftí de Jerusalén (Muhammad Amin al-Husayni) fue el líder que introdujo a fuego en la cabeza de Hitler la idea de que había que aniquilar a los judíos. «Hitler no quería exterminar a los judíos en aquel tiempo, los quería expulsar. Y el Haj Amin al Huseini fue a Hitler y le dijo: “Si los expulsas, vendrán aquí (a Palestina)”. Entonces, Hitler preguntó: «¿Qué tendría que hacer con ellos?» Y el Gran Muftí le contestó: “Quémalos”», señaló el líder político durante un discurso en el Congreso Sionista Mundial.

El Gran Mufti, el primer paso hacia la Legión Árabe

Independientemente de que lo explicado por Netanyahu sea cierto o no, lo que sí se puede afirmar es que el devenir de la «Legión Árabe» está íntimamente ligada al Gran Mufti (el líder religioso más importante del Islam por entonces y que se hizo famoso por las múltiples controversias que protagonizó al apoyar la expulsión por las bravas de Francia e Inglaterra del norte de África). Su historia como personaje de influencia estuvo desde el principio ligada al odio hacia los británicos. Y es que su predecesor, Faysal I -rey de Irak-, dejó este mundo por culpa del servicio secreto de la Pérfida Albión. Este, según decían las malas lenguas, estaba tan deseoso de que este político contrario a Su Majestad dejase el cargo a alguien más proclive al imperialismo que acabó con su vida mediante uno de sus espías. Sin embargo -y dejando a un lado esta leyenda- se llevaron una gran sorpresa cuando el testigo fue recogido por Muhammad Amin al-Husayni, quien rezumaba odio hacia ellos.

Fuera como fuese -por suerte o por obra y gracia de los agentes secretos británicos-, al-Husayni logró convertirse en el máximo representante del Islam a nivel político y religioso en 1922 tras ser nombrado presidente del Gran Consejo Musulmán. Este fue también el momento en que, apoyado en su gran poder. comenzó su Guerra Santa particular contra el dominio británico de Oriente Medio. Concretamente, este líder apostaba por la libertad de los territorios musulmanes y creía que la mejor forma de luchar contra ellos era fomentando las revueltas violentas.

«Tan explosivas fueron sus arengas, que el alto comisario de Su Majestad dispuso la detención “del alborotador que sobrepasaba los atributos de su jerarquía religiosa para inmiscuirse en política subversiva preconizando métodos de violencia”» explica el autor Fernando P. de Cambra en su obra «El Gran Mufti de Palestina». Perseguido por las autoridades inglesas, el líder político no tuvo más remedio que ir huyendo de región en región escondiéndose de los enemigos que querían acabar con el alboroto que estaba generando. Aunque en varios momentos lograron tenerle casi entre sus manos, los ingleses nunca pudieron tomarse el té de las cinco con este sujeto entre rejas.

En esas andaba la situación (con el Gran Mufti corre que te corre por el norte de África y los ingleses a su acecho) cuando, el 1 de septiembre de 1939, un tal Adolf Hitler -cuyo nombre empezaba a sonar por entonces debido al revuelo que había montado ocupando los Sudetes– decidió invadir con sus tropas Polonia. Desde allí, y con el paso de los meses, bajo el poder de sus «Panzer» cayeron también Bélgica y Francia. Esta última región no pudo más que rendirse tras un mes de combates contra los germanos. La Segunda Guerra Mundial había llegado a la vieja Europa, y también había afectado a Gran Bretaña, la cual declaró la guerra al «Führer» apenas dos días después de que sus tropas pisasen territorio polaco. En base a la teoría de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, el líder político comenzó a barruntar la idea de que debía aliarse con el fascismo. «Mussolini y Hitler cooperarán con nosotros para expulsar a los colonialistas actuales. Debemos levantarnos en armas y favorecer al Eje», solía señalar.

El enemigo de mi enemigo…

No andaba desencaminado el Gran Mufti en cuanto a la elección de sus futuros aliados, pues los alemanes eran partidarios también de buscar las simpatías de los árabes. Eso si, con un objetivo bien distinto: fomentar el revuelo en los países del norte de África dominados por Francia e Inglaterra. Así pues, se pusieron como misión dar la murga a los musulmanes lo más posible mediante una propaganda subversiva constante con la finalidad de que se levantasen en armas contra los europeos. El argumento estrella era que estos les oprimían y debían liberarse de su yugo. Y es que, si esto se producía, los nazis lograrían que ambos países tuvieran problemas para resistir los futuros ataques del «Afrika Korps» alemán y podrían aprovecharse del follón formado por esos lares. Con esta finalidad, Hitler instauró varias radios en lugares como Sttutgart y Berlín que, día si y noche también, llamaban a las regiones bajo dominio aliado a alzarse contra sus captores.

Sus mensajes, que eran locutados principalmente en árabe y francés, comenzaron caldeando el ambiente a base de acusaciones como la siguiente: «Os preguntamos [musulmanes] ¿cómo pueden los musulmanes ayudar a Francia, cuando no os reconoce ningún derecho y os trata como a seres inferiores». No obstante, estos ataques moderados no tardaron en mutar en auténticos golpes directos contra los aliados. Un claro ejemplo fueron los textos que, durante minutos y minutos, repitieron los operadores de radio alemanes durante una de las fiestas religiosas más destacadas de los musulmanes: «Con ocasión de esta fiesta deseamos unir a todos los musulmanes que Francia ha colocado frente a los fusiles alemanes. Rezamos porque Alemania gane esta guerra y porque África del Norte logre su independencia. ¡Abajo el imperio francés!, ¡vivan los árabes!, ¡viva la libertad!». El germen del odio estaba siendo regado a más no poder.

En este contexto de odio, no es extraño que el Gran Mufti partiera hasta Roma con la idea entre ceja y ceja de buscar el apoyo de Mussolini. Con él se entrevistó en octubre de 1941 ofreciéndole la ayuda musulmana y declarar la Guerra Santa contra Gran Bretaña. «Benito Mussolini no quiso o fue incapaz de comprender el alcance de aquellos planes. De aceptar, habría captado a las poblaciones de musulmanes de Albania, Montenegro, Macedonia, Túnez, Libia, Egipto y el Norte Africano […] pero consideró inútiles los servicios de aquel oriental intrigante y peligroso», determina de Cambra en su obra. Lejos de rendirse, el musulmán se dirigió entonces hacia Alemania, a donde llegó el 2 de mayo de 1941. Allí fue recibido por le mismísimo Adolf Hitler, quien, en contra de todo pronóstico, aceptó la ayuda del Gran Mufti para conquistar Europa y el norte de África.

A su vez, el «Führer» aceptó crear una unidad (la futura «Deutsche Arabische Lehr Abteilung» o «Legión Árabe Libre») formada por alemanes y árabes deseosos, según el Gran Mufti, de «liberar a sus hermanos de raza y religión que gemían bajo la esclavitud impuesta por Gran Bretaña y sus aliados». «Hitler realmente era un admirador del imperialismo inglés. Nunca había apoyado el nacionalismo árabe. Pero cuando empezó la guerra contra Gran Bretaña intentó aprovecharse de los musulmanes contra sus deseos más íntimos. Si hubiese sido por él, no se hubiese creado esta unidad, pero sabía que no podía desaprovechar aquel momento», explica, en declaraciones a ABC, Carlos Caballero Jurado (licenciado en Geografía e Historia y autor de varios libros como «La espada del islam. Voluntarios árabes en la Wehrmacht» y «El cerco de Leningrado» -editado por «Galland Books»-).

Los inicios de la legión nazi del islam

Un mes después de que el Gran Mufti y Hitler compartieran una larga conversación y, probablemente, alguna que otra taza de té, se alistaron los primeros 30 voluntarios iraquíes en la «Wehrmacht». Los alemanes, sabedores por su parte de que podrían aunar a un gran contingente de árabes en un futuro, les formaron como oficiales y les encuadraron de forma figurativa dentro de la «Sonderstab F» como «especialistas» y «colaboradores». El por qué no fueron considerados en un principio combatientes a nivel oficial era sencillo: los italianos sentían gran recelo ante la idea de usar tropas musulmanas en los contingentes del Eje. Por ello, precavidos como eran los seguidores de Hitler, prefirieron optar por este grado para evitar futuros problemas con sus aliados. Con todo, en agosto de 1941 los combatientes juraron obediencia al «Führer»» y que lucharían por la independencia árabe. Tras este primer detonante y las arengas de el Gran Mufti, fueron decenas los que entraron a formar parte del ejército alemán.

«A partir de ese momento comenzaron a llegar al ejército germano musulmanes de múltiples orígenes y con objetivos dispares. Los primeros provenían del Próximo Oriente y se alistaban para sacudirse el yugo de los imperios inglés y francés. También se unieron después musulmanes cercanos a la U.R.S.S. (en Asia y el Cáucaso) que querían luchar contra el comunismo de Stalin y favorecer la identidad nacional turca. Finalmente, llegaron uncluso voluntarios balcánicos. Hay que tener claro que cada uno se unía por unos objetivos determinados, no había un sentimiento panislámico entre ellos. Correspondía a motivaciones absolutamente nacionales», explica en experto a ABC.

La primera unidad musulmana fue entrenada para lanzarse en paracaídas

Fuera por la razón que fuese, lo cierto es que los musulmanes que se ofrecieron para combatir por Hitler se fueron acumulando y, el 24 de julio de 1941, los alemanes decidieron agrupar a un grupo de ellos en una unidad de reciente creación llamada «Sonderverband 288». Esta fue una de las primeras formadas por soldados árabes y, curiosamente, no tardó en recibir un objetivo concreto. «Los alemanes crearon con ellos unidades pequeñas de musulmanes que serían entrenados como paracaidistas. La finalidad era que se infiltraran tras la retaguardia enemiga y realizaran labores de sabotaje y comando. Con todo, y a pesar de que recibieron entrenamiento para ello y entraron en acción, no fueron muy efectivas. Pero no por culpa de sus soldados, sino porque, a pesar de que las películas dicen lo contrario, no era efectivo lanzarse por detrás de las líneas enemigas», añade Jurado.

No obstante, esta unidad especial tuvo poca vida pues, con la llegada en noviembre de 1941 de los aliados hasta Libia fusil en mano y cuchillo entre los dientes, todos los miembros de la 288 fueron trasladados a Bengasi e insertados en el «Afrika Korps» para defender la zona. Así continuó la situación hasta que, en 1942, Hitler se decidió a unir a todos los voluntarios musulmanes en una misma unidad que llamó «Legión Árabe de Liberación». Había nacido oficialmente la flecha alemana del Islam, y lo hizo con su propio uniforme y parche. Este último incluía los colores nacionalistas de la región junto a la leyenda «Arabia libre» escrita en árabe y en alemán. En menos de tres meses, se corrió la voz de la existencia de esta unidad y se unieron voluntarios hasta completar un centenar. Todos ellos fueron entrenados en el uso de las armas cortas, fusiles y subfusiles alemanes, así como la conducción y reparación básica de los vehículos más habituales dentro del ejército.

El régimen nazi también aprobó que dentro de esta «Legión Árabe» se formara una nueva unidad llamada «Sonderverband 287». Esta recibiría adiestramiento en Berlín, estaría compuesta por una buena parte de las reservas de la «Sonderverband 288» y, finalmente, tendría como objetivo participar en el ataque que los germanos iban a hacer sobre el Cáucaso con el objetivo de llegar hasta Oriente Próximo. No obstante, este grupo de musulmanes no llegó a luchar en esa zona. Curiosamente, algunos musulmanes sí lucharon después en la batalla de Berlín defendiendo a Hitler hasta el último aliento.

¿Creados con el objetivo de combatir?

La teoría alemana era impecable. Al menos de cara a la opinión pública árabe, a la que buscaban «camelarse» haciendo uso de soldados musulmanes. Sin embargo, la realidad es que, a pesar de que participaron en algunas batallas sonadas, Hitler no buscaba usar estas unidades en grandes contiendas, sino crear un impacto mediático con ellas.

«La “Legión Árabe” fue siempre muy pequeña. En su momento de máxima expansión llegó a ser de un batallón. Su función era político propagandística principalmente. La idea era que, si los alemanes lograban entrar en el Próximo Oriente, las masas árabes les vieran como amigos y no se armaran contra ellos. Es algo parecido a lo que hizo Stalin cuando sus tropas entraron en Polonia: se preocupó de reclutar un contingente considerable de polacos para relajar el fuerte sentimiento anti ruso que había en esa zona», completa el autor a ABC.

De hecho, y siempre según Jurado, muchos de sus miembros no compartían la ideología nazi, pero apostaron por enfrentarse a su enemigo más odiado junto a un ejército poderoso. «En algunos casos llegaron incluso a negarse a combatir del lado alemán. Un ejemplo es el avance sobre el Cáucaso. En ese punto no lucharon porque afirmaron que sus enemigos no eran los rusos, sino los ingleses. Por otro lado, no llegaron a combatir seriamente más que la retirada que hicieron de Grecia. Al final sirvieron, entre otras cosas, para reclutar combatientes para el ejército alemán en el Norte de África», añade el experto.

 

Los fotografías más manipuladas de la Segunda Guerra Mundial


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La Segunda Guerra Mundial y sus años previos, que vieron el auge de las ideologías totalitarias por media Europa, supusieron una edad de oro para la propaganda. Por entonces, el arte de manipular las fotografías adquirió algunos de sus mayores hitos a través de los precarios métodos de edición: es decir, el corta y pega en la mayoría de los casos.

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–El 23 de octubre de 1940, la agencia EFE se hacía eco de la entrevista en Hendaya entre Francisco Franco y Adolf Hitler con un amplio reportaje fotográfico. El problema estuvo en que la mejor de las fotografías de ambos mostraba a Franco con los ojos cerrados en ese preciso instante, lo cual fue resuelto encajando la cabeza de otra foto del dictador español en la imagen.

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–Otro descarado caso de fotomontaje con intenciones propagandísticas es el que afectó a Rudolf Hess, figura clave de la Alemania nacionalsocialista hasta su misterioso y controvertido vuelo a Inglaterra. Nunca quedaron claras las razones qué se ocultaban tras su decisión de volar hasta Inglaterra sin el permiso de Hitler, pero por si acaso la propaganda nazi se encargó de borrar cualquier vestigio de su paso por el partido. En una imagen de 1933, donde aparecía junto a Adolf Hitler, Wilhelm Frick y Hermann Goering, fue borrado directamente.

A la derecha, Rudolf Hess en una fotografía de 1933. En versiones posteriores su imagen sería borrada

A la derecha, Rudolf Hess en una fotografía de 1933. En versiones posteriores su imagen sería borrada

–Un caso parecido al de Rudolf Hess es el ocurrido con León Trotsky, que fue borrado literalmente de la historia rusa con la victoria a nivel interno de Joseph Stalin. Así, cuando Lenin quedó postrado en su cama y terminó falleciendo prematuramente, el líder bolchevique fue apartado de los cargos públicos y eliminado de las fotografías a partir de 1923. Un ejemplo de ello es la edición realizada sobre una fotografía de Lenin dando un discurso a las tropas del Ejército Rojo antes de su campaña en la guerra contra Polonia de 1920. Trotsky, que aparece escuchando el discurso a la derecha de la imagen, desaparece como si de la pata de gallo de una modelo eliminada con photoshop se tratara.

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–Además de las numerosas fotografías donde Trotsky fue borrado, la propaganda estalinista firmó una de las manipulaciones más conocidas de la Segunda Guerra Mundial. El 2 de mayo de 1945, los soldados de la Unión Soviética tomaron el Parlamento alemán tras varios intentos fallidos antes. Precisamente en uno de estos, el fotógrafo Yevgeny Khaldei inmortalizó el momento del izado de la bandera soviética en el Reichstag, aunque posteriormente las tropas rusas tuvieron que retirarse del lugar. La fotografía fue publicada en la revista Ogonjok con unos cuantos retoques. El objetivo principal de la edición era ocultar que los soldados rusos, Abdulkhakim Imailov y Aleksey Goryachev, portaban numerosos relojes en sus muñecas, presumible resultado del saqueo que todas las guerras traen consigo.

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–Otro protagonista del conflicto mundial, el italiano Benito Mussolini, reclamó que fuera retocada una fotografía suya a lomos de un caballo para ensalzar sus habilidades guerreras. Es decir, que no se viera al ayudante que agarraba el caballo para evitar que el líder fascista pudiera caerse mientras alzaba con fuerza la conocida como “espada del Islam” (un regalo del gobierno libio en 1936).

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El éxodo de los refugiados se queda sin referencias históricas: el viaje a la tierra prometida


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  • En la actualidad, hay más desplazados por todo el mundo que en la Segunda Guerra Mundial. Si todos formaran un país, sería el vigesimocuarto más poblado del mundo
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ABC | «La expulsión de los moriscos» (1894), de Gabriel Puig Roda.

La coletilla más repetida estos días sobre el particular éxodo que viven los refugiados sirios y otros desplazados alrededor del mundo es que no se había vivido una situación así desde la Segunda Guerra Mundial. Los datos históricos demuestran que la magnitud de esta crisis ya no aguanta ni siquiera la comparación con lo ocurrido en los años cuarenta del pasado siglo: durante la Segunda Guerra Mundial y los años de posguerra se registró un desplazamiento poblacional que afectó a entre 40 y 60 millones de refugiados, deportados o dispersados sobre todo en Alemania, Polonia y Checoslovaquia. Hoy, sin embargo, los informes de el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) alertan de que, a finales de 2014, había casi 60 millones de desplazados forzosos (59,5) en el mundo, ocho más que el año anterior. Y la tendencia sigue creciendo hasta el punto de que ahora, si todos formaran un país, sería el vigesimocuarto más poblado del mundo.

Un recorrido histórico a través de las grandes migraciones de la humanidad pone en evidencia que la crisis actual está fuera de todo lo conocido, incluso en la Segunda Guerra Mundial. Entonces, entre 11 y 12 millones de alemanes fueron expulsados durante el conflicto mundial de las zonas anexionadas por la URSS y Polonia, así como de los Sudetes en Checoslovaquia y de las comunidades germanas de los Balcanes y obligados a regresar al interior de las fronteras alemanas. Igualmente, dos millones de polacos de las zonas orientales cedidas a la URSS fueron realojados en la «nueva Polonia occidental». A su vez, casi 500.000 finlandeses fueron expulsados de los territorios anexionados por la URSS, así como una parte de la población húngara de Eslovaquia. Pero aún aceptando la cifra total de 60 millones que apunta ACNUR, la situación actual sobrepasa lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial y deja muy atrás los ocho millones del otro conflicto con dimensión planetaria, la Primera Guerra Mundial.

La otra gran referencia en cuanto a refugiados en el siglo XX la tenemos que buscar a mediados de los años noventa. Durante las guerras de los Balcanes (con 4.000.000 desplazados) y el genocidio de Ruanda (con 600.000 desplazados), el número global de refugiados aumentó a cifras cercanas a la Segunda Guerra Mundial.

De la colonización de América al siglo XX

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Wikipedia | La calle Mulberry, centro de la Pequeña Italia de Nueva York

Así y todo, el mayor trasvase poblacional posiblemente en la historia de la humanidad se produjo de Europa hacia América a raíz del Descubrimiento de 1492. Se calcula en 100.000 el número de españoles que viajaron a la América hispana durante el primer siglo colonial (1492-1600), lo cual representó solo la avanzadilla de lo que estaba por llegar con la emancipación de los Estados americanos a inicios del siglo XIX. Entre 1800 y 1940, cruzaron el charco 55 millones de europeos, de los que 35 se establecieron de modo definitivo. Por nacionalidades, fueron 15 millones de británicos (ingleses e irlandeses), diez de italianos, seis de españoles y portugueses, cinco de austriacos, húngaros y checos, uno de griegos, alemanes, escandinavos.

La inmigración italiana e irlandesa es un buen ejemplo de este proceso. Solo entre 1860 y 1914, cinco millones de italianos, lo que equivalía a una tercera parte de la población, se lanzaron a buscar trabajo fuera de la península itálica. Entre las razones que se escondían detrás de este éxodo sobre todo desde el sur de Italia, estaban las duras condiciones de su tierra natal, el servicio militar obligatorio para quienes no podían pagar por evitarlo y la interminable oleada de desastres naturales –sequías, inundaciones, terremotos, corrimientos de tierra y erupciones de volcánicas– que azotaron el país a finales del siglo XIX. El caso de los irlandeses, un pueblo azotado por una fuerte hambruna entre 1845 y 1849, registró la marcha de unos tres millones de personas solo en la segunda mitad del siglo XIX.

En paralelo a la migración europea, se produjo entre 1500 y 1850 el traslado forzoso de grandes contingentes humanos de población negra africana para ser comercializada como fuerza de trabajo esclava. Un hecho determinante demográficamente por lo que ha supuesto en la redistribución del mapa de población mundial. Se calcula que fueron en total unos 12 millones de africanos los que fueron obligados a hacer la ruta hacia América, entre el siglo XVI y el siglo XIX.

Descubren la «lista del odio nazi» con los 3.000 enemigos que Hitler quería asesinar durante la IIGM


ABC.es

  • En pleno 75 aniversario de la Batalla de Inglaterra, una nueva investigación ha desveldo que el «Führer» odiaba a muerte a personajes como Churchill o Baden Powell
ABC Durante la Operación León Marino, Hitler elaboró una extensa lista de británicos que debían ser asesinados

ABC | Durante la Operación León Marino, Hitler elaboró una extensa lista de británicos que debían ser asesinados

Hace 75 años que, en plena Segunda Guerra Mundial, los bombarderos alemanes de la «Luftwaffe» (la fuerza aérea de la Alemania nazi) surcaban los cielos y las aguas del Canal de la Mancha dejando caer sus letales bombas sobre Gran Bretaña. La situación no podía ser peor para los ingleses que, desesperados, se veían obligados en ciudades como Londres a protegerse de las explosiones en los túneles del metro. Aquella infame situación formaba parte del plan de Adolf Hitler para conquistar las islas, la denominada «Operación León Marino». Un proyecto que también incluyó la elaboración de una «lista negra» de casi 3.000 objetivos famosos que el «Führer» quería asesinar antes de que finalizase la contienda.

La lista ha sido traducida y digitalizada hace pocas semanas como parte de los actos de conmemoración del 75 aniversario de la Batalla de Inglaterra (el nombre que recibió, a la postre, la contienda que enfrentó a la «Luftwaffe» y a la «RAF» -la Real Fuerza Aérea- en los cielos de las islas). El listado forma parte del además del «Libro Negro» (un documento elaborado por los alemanes en el que se detallaban pormenorizadamente los individuos que tenían que ser controlados por el régimen) y está formado por 2.820 enemigos que debían ser aniquilados en Gran Bretaña tras la invasión. Incluye desde políticos, hasta artistas pasando por multitud de periodistas y viejos espías retirados.

Una lista curiosa

Tal y como se puede apreciar en la Web del «Imperial War Museum» de Londres (donde se puede disfrutar de este documento) la lista incluye a personajes como el Premier británico Winston Churchill o el político Clement Attlee. Sin embargo, en ella también aparecen nombres como el Herbert George Wells (autor de «La Guerra de los mundos» o la mundialmente conocida Virginia Woolf. A su vez, también destacan personajes tan curiosos como Robert Baden Powell (fundador de los «Boy Scouts»), el actor Noel Coward y todo tipo de periodistas, artistas, científicos y líderes religiosos.

Para Hitler, todos ellos debían ser ajusticiados (o severamente castigados, según el caso) debido a que eran o podían ser una amenaza potencial para la expansión y la consolidación del Tercer Reich. La cruel idea del líder nazi era que, una vez que la «Lufwaffe» hubiese barrido las defensas inglesas por aire y sus tropas de tierra («el Heer») hubiesen llegado y conquistado el mismísimo Londres, las SS (las tropas mas ideologizadas del régimen) y la Gestapo debían capturar a estos casi 3.000 enemigos del estado alemán. Posteriormente, se decidiría qué hacer con ellos, aunque lo más probable es que fuesen ajusticiados.

En principio, representantes del «Imperial War Museum» citados por el «Daily Mail» afirman que se hicieron 20.000 copias de esta lista durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a día de hoy únicamente se han preservado dos, lo que hace que el documento tenga una importancia histórica vital. Por ello, y en conmemoración del aniversario de la Batalla de Inglaterra, el documento ha sido digitalizado para que pueda consultarse en línea. «Es la primera traducción que se ha hecho en inglés de la lista nazi. Las personas habrían sido detenidas en primer lugar y, posteriormente, asesinadas casi con total seguridad», explica Tim Hayhoe, director de la entidad encargada del proyecto.

«Algunas personas eran buscados por más de un departamento nazi. La rama 4E4 pertenecía a la Gestapo, y si alguien era capturado por ellos no habría salido vivo. El departamento 4A4 era el llamado de “Asuntos Judíos”. Churchill, por ejemplo, habría ido al C49, uno de los que llevaban a los prisioneros trofeo», añade el experto.

Tres curiosos objetivos de Hitler

Entre los cientos de nombres, destacan tres:

1-Conrad Fulke Thomond O’Brien-ffrench. Agente de la inteligencia británica durante la Primera Guerra Mundial, fue uno de los espías que informó de la anexión que Hitler pretendía hacer antes de la Segunda Guerra Mundial de Austria, lo que permitió a muchos judíos escapar de la zona. Fue íntimo amigo de Ian Fleming (el creador de 007) y se cree que el personaje principal de este escritor está basado en sus vivencias.

2-Francis Foley. Apodado el «Schindler británico», Foley fue un espía encubierto del servicio secreto británico. Su trabajo como agente de aduanas en Berlín le permitió salvar a más de 10.000 judíos.

3-Martha Cnockaert. Agente doble durante la Primera Guerra Mundial, fue considerada una amenaza por Hitler a pesar de estar retirada del servicio activo en 1939 y vivir pacificamente con su marido.

El código Bushido y las bombas de Hiroshima y Nagasaki


ABC.es

  • Debido al indomable espíritu de los samuráis los militares norteamericanos creyeron que sólo podrían doblegar al ejército japonés si sobre territorio civil lanzaban el arma más poderosa y letal
abc Murieron alrededor de 250.000 personas como consecuencia de las dos explosiones

abc | Murieron alrededor de 250.000 personas como consecuencia de las dos explosiones

«Tras las grandes batallas suelen caer grandes e intensas lluvias»

Plutarco

El camino del guerrero (conocido como código Bushido) era de obligado seguimiento para los samuráis, los cuales no temían morir porque estaban seguros de que volverían a reencarnarse y a tener otras vidas. Estos guerreros del antiguo Japón se caracterizaban por las siguientes virtudes: lealtad, justicia, honor y, si era necesario, inmolación. No tenían miedo al peligro y eran expertos en numerosas artes marciales.

Su muerte en batalla producía honor y riqueza a su familia. Morir en batalla no era una desgracia. Sí era una desgracia ser derrotado en combate, entonces la única salida compatible con su estricto código era el suicidio (conocido como seppuku o hara-kiri) para poder morir con honor sin ser hecho prisionero. Después de beber sake, se desabrochaba el kimono blanco (color de los difuntos en Japón), se colocaba de rodillas, redactaba un poema y con una daga de 30 cm atravesaba su abdomen hasta morir desangrado con las entrañas fuera de su cuerpo. Una vez muerto alguien conocido debía decapitarle.

La religión más seguida en Japón es el sintoísmo, y en ella se adoran los espíritus que gobiernan la naturaleza (los kamis), y a los ancestros, especialmente a su señor feudal y a la familia imperial, porque ella es la fuente y el cimiento de toda la nación japonesa. Según esta creencia el emperador es divino, es la encarnación del cielo en la tierra, por lo que se le debe una suprema lealtad y eso explica el patriotismo exacerbado de la mayoría de los japoneses.

Los americanos, desconcertados

Lo expuesto anteriormente explica por qué las tropas americanas en el Pacífico estaban totalmente desconcertadas con la forma de combatir de los japoneses, especialmente con los pilotos de la Armada Imperial denominados kamikazes (vientos divinos). Sus aviones cargados con bombas chocaban, de manera deliberada, contra los barcos americanos para hundirlos. A los kamikazes no les importaba morir, como buenos samuráis, se sacrificaban por su emperador. Ellos no necesitaban espada, porque su alma era una espada.

Avión «Zero» japonés, utilizado por los kamikazes en la II Guerra Mundial y expuesto en el Museo de la Paz de Chiran(PABLO M. DÍEZ)

Avión «Zero» japonés, utilizado por los kamikazes en la II Guerra Mundial y expuesto en el Museo de la Paz de Chiran(PABLO M. DÍEZ)

Los militares japoneses estaban convencidos de que iban a perder la Guerra del Pacífico, ya no había ninguna esperanza de éxito. Creían que los soldados americanos les iban a invadir y el único plan que les quedaba era totalmente kamikaze: los cien millones de japoneses sacrificarían sus vidas cargando contra el enemigo, peleando cuerpo a cuerpo, para obligarles a retirarse de las islas. Pensaban como los espartanos, no preguntaban cuántos son, sino dónde están. También empezaron a construir búnkeres subterráneos secretos para poder salvaguardar al emperador.

El «Proyecto Manhattan»

Por estos motivos, los militares americanos decidieron que la única forma de detener la guerra en el Pacífico era aplicar una medida muy drástica. El 7 de mayo de 1945 se habían rendido los alemanes, había terminado la Segunda Guerra Mundial en Europa. Mientras tanto, el «Proyecto Manhattan», dirigido científicamente por Oppenheimer, había llegado hasta el final.

Se había trabajado en paralelo con una generación excelente de físicos, químicos e ingenieros que habían construido dos bombas nucleares: una de uranio («Little Boy») y otra de plutonio («Fat Man»). La de plutonio se probó en el desierto de Nuevo México el 16 de julio de 1945 con el nombre en clave de Prueba Trinity. Se cuenta que ese día amaneció dos veces. La prueba superó casi todas las expectativas cuando se midió su potencia.

Fujio Torikoshi, superviviente de Hiroshima (PABLO M. DÍEZ)

Fujio Torikoshi, superviviente de Hiroshima (PABLO M. DÍEZ)

El ejército norteamericano ya había masacrado, con los bombarderos B-29, hasta 67 poblaciones civiles de Japón, causando numerosísimas bajas; pero el ejército japonés no bajaba su moral ni se planteaba rendirse. Con estas dos nuevas y mortales armas de combate disponibles, se decidió que la única forma de doblegarles era lanzar una de ellas sobre una ciudad japonesa de tamaño medio. La elegida fue Hiroshima.

La explosión de «Little Boy»

El 6 de agosto de 1945 a las 08:15, «Little Boy» explotó a 600 metros de altura, para producir bastante más daño que si hubiera explotado al colisionar contra el suelo. La onda expansiva se desplazó a 1600 km/h (444 m/s), más rápido que el sonido, y abarcó casi toda la ciudad en pocos segundos. Se fundió todo el cristal en un radio de 1 km (las botellas de cristal, los cristales de las ventanas y de las gafas) y se desintegraron los pájaros que volaban cerca. Pocos segundos después se creó una onda de compresión, opuesta a la onda expansiva inicial, debido a la zona de baja presión en el epicentro de la explosión.

Fotografías aéreas de Hiroshima, antes (arriba) y después (abajo) de la explosión (EFE)

Fotografías aéreas de Hiroshima, antes (arriba) y después (abajo) de la explosión (EFE)

En un radio de un kilómetro, el 90% de los edificios de la ciudad habían sido aplastados. Unas setenta mil personas murieron incineradas por la explosión. La ciudad ardía por sus cuatro costados. Las llamas tardaron más de doce horas en extinguirse. En total se estima que más de ciento cincuenta mil personas desaparecieron de la faz de la tierra. Debido a la elevada tasa de radiactividad, durante más de 50 años no pudo cultivarse nada en la ciudad.

La ciudad que se salvó gracias a las nubes

Después de ver la catástrofe producida en Hiroshima, los japoneses no aceptaban el rendimiento incondicional, su principal obsesión era que Hirohito, el emperador de Japón y su divinidad, quedara a salvo. Por ese motivo no se rendían. Estaban dispuestos a sacrificarse hasta el holocausto final.

Nuevamente la maquinaria militar norteamericana se puso en marcha y tres días después, el 9 de agosto de 1945, eligieron un nuevo objetivo, la ciudad de Kokura, para arrojar sobre ella la otra bomba elaborada en el proyecto Manhattan, la bomba de plutonio. El destino quiso que Kokura estuviera cubierta de nubes y se decidió lanzar «Fat Man» sobre Nagasaki, el objetivo fijado como secundario.

Momento posterior a la explosión en Nagasaki (EFE)

Momento posterior a la explosión en Nagasaki (EFE)

Se estima que murieron cerca de un cuarto de millón de civiles debido a las dos explosiones y sus posteriores secuelas. El azar quiso que se produjera la sorprendente carambola trágica: algunos ciudadanos de Hiroshima había huido a Nagasaki para refugiarse, y allí sufrieron un segundo bombardeo letal. Además, los servicios de inteligencia americanos intoxicaron a la población mundial, pasando la información falsa de que se disponía de más bombas nucleares preparadas para la devastación si el ejército del Imperio del Sol Naciente no se rendía.

Rendición con una única condición

Como consecuencia de estas dos demostraciones tan aplastantes y crueles del poderío nuclear norteamericano, el ejército japonés se rindió con una única condición: preservar al emperador y su familia de todo juicio posterior. El 15 de agosto, Hirohito anunció su capitulación, que implicaba modificaciones de la constitución, ocupación de su territorio con bases militares norteamericanas y la prohibición de tener ejército, entre otras condiciones.

El 2 de septiembre (hace 70 años) se firmó la rendición sobre la cubierta acorazado de la Marina de Guerra norteamericana USS Missouri. Como ya dijo Cayo Julio César: «La guerra otorga a los conquistadores el derecho de imponer a los vencidos las condiciones que quieran».

Los representantes de Japón en el USS Missouri antes de firmar la rendición (U.S. NATIONAL ARCHIVES)

Los representantes de Japón en el USS Missouri antes de firmar la rendición (U.S. NATIONAL ARCHIVES)

Tras la derrota de Japón, que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, muchos soldados japoneses prefirieron morir antes que aceptar la rendición. Pusieron fin a sus vidas usando el método tradicional del código Bushido. Otros, en cambio, nunca aceptaron esta derrota y algunos nunca tuvieron noticias de ella. En 1974 un soldado japonés se entregó al ejército indonesio, había estado oculto en la selva durante casi 30 años. En 1991, en Tailandia, se entregó otro soldado japonés, ya casi anciano. Había pasado 46 años escondido en la jungla. Nunca llegó a asimilar del todo que su país había sido derrotado. Su mente no era capaz de entender lo sucedido. Ya lo dijo Virgilio: «¡Guerras, odiosas guerras!».

 

Un siglo de experimentos militares secretos con humanos


El Pais

  • Decenas de miles de personas participaron sin saberlo en pruebas de armas químicas, bacteriológicas y drogas en EE UU y Reino Unido

 

 

Como estos voluntarios para un ensayo con aerosoles de 1956, otros 21.000 participaron en el programa de guerra química y bacteriológica británico. / Imperial War Museums

Como estos voluntarios para un ensayo con aerosoles de 1956, otros 21.000 participaron en el programa de guerra química y bacteriológica británico. / Imperial War Museums

A finales de 1964, durante unas maniobras en los alrededores de Porton, en el condado de Wiltshire (Reino Unido) y no muy lejos de las piedras de Stonehenge, 16 comandos de la marina real británica empezaron a comportarse de forma extraña. Al segundo día de los ejercicios, mientras unos soldados salían a campo abierto, exponiéndose al fuego enemigo, otros alimentaban pájaros imaginarios y algunos correteaban por las colinas o se subían a los árboles a hacer el mono. Hubo incluso quien empezó a apuntar a sus compañeros con su arma. El informe secreto de aquel día recoge que «el grupo se desorganizó, cayendo en la indisciplina y eran incapaces de cumplir cualquier orden». Su comandante, dio la unidad por perdida. Lo que no sabían ni él ni sus hombres es que les habían dado 75 microgramos de LSD.

La historia puede parecer hilarante vista desde el presente, incluso el sueño inconfeso de un pacifista. Pero es solo uno de los miles de experimentos que los militares británicos y estadounidenses hicieron con humanos dentro de sus programas de investigación para la guerra química y bacteriológica. Desde la creación del complejo ultrasecreto de Porton Down, en la I Guerra Mundial, más de 20.000 personas participaron en miles de ensayos con gas mostaza, fosgeno, sarín y otros agentes nerviosos, ántrax, Yersinia pestis (la bacteria de la peste), mescalina, ácido lisérgico y otras drogas.

Aunque las cobayas humanas, casi todos soldados y ningún oficial, eran voluntarios, ninguno sabía realmente a qué se exponía. El historiador Ulf Schmidt, director del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de Kent, cuenta la historia de los veteranos portonianos en el libro Secret Science: A Century of Poison Warfare and Human Experiments (Ciencia Secreta: Un siglo de guerra de venenos y experimentos humanos, Oxford University Press). La obra relata la particular ética de la estrecha colaboración entre científicos y militares para lograr sustancias cada vez más letales. Aunque se centra en Porton Down y su homólogo estadounidense, Edgewood Arsenal, levantado por el Chemical Corps del ejército de EEUU en 1916, también guarda algo para los alemanes.

De hecho, fueron los germanos los que iniciaron esta infamante relación entre ciencia y guerra. A las cinco de la tarde del 22 de abril de 1915, en las trincheras de Ypres (Bélgica), el ejército alemán liberó 160 toneladas de cloro presurizado a lo largo de seis kilómetros del frente y el viento llevó la nube tóxica hasta las posiciones de franceses y canadienses. Aunque los alemanes no supieron sacar tajada estratégica del terror provocado al otro lado, aquel día fue el «el doloroso recordatorio de que la moderna guerra química había comenzado», escribe Schmidt. El padre de la criatura fue el genial químico Fritz Haber, tan genial que recibió el Nobel de Química solo tres años después.

Más de 20.ooo soldados participaron en pruebas del programa de guerra química y bacteriológica británico

Al día siguiente del ataque alemán, sir John French, comandante en jefe de la fuerza expedicionaria aliada pidió a Londres que hicieran todo lo posible para contar con ese tipo de armas. En septiembre, los británicos ya tenían su propia versión de cloro, que usaron ese mismo mes en el frente de Loos con resultados desastrosos. El viento cambió y centenares de sus propios hombres fueron envenenados. Se iniciaba entonces una alocada carrera de armamentos, primero químicos, y después también bacteriológicos y farmacológicos.

Porton Down fue el corazón del programa de armas químicas y bacteriológicas del Reino Unido. En sus 2.500 hectáreas de terreno se levantaron laboratorios para una pléyade de fisiólogos, patólogos, meteorólogos… venidos de las mejores universidades británicas como Oxford, Cambridge o el University College de Londres. Se llamaba así mismo los cognoscenti, la casta privilegiada que conocía los secretos de la guerra química británica. Al principio, ensayaban las sustancias con ratones, gatos, perros, caballos o monos. Les hicieron de todo, los gaseaban, les echaban polvo de cristal en la cara o concentrado de pimienta de cayena, buscando nuevos agentes químicos.

Pero ya en 1917, tras un ataque alemán con el nuevo gas mostaza, crearon un laboratorio específico para experimentos con humanos. El objetivo era comprender los efectos de los agentes químicos en los órganos y tejidos humanos y, muchas veces, no se podían extrapolar los resultados en los ensayos con los animales. El laboratorio lo dirigía por entonces, el fisiólogo Joseph Barcroft, que había dejado a un lado las enseñanzas pacifistas de sus padres, unos cuáqueros norirlandeses.

Tras el fin de la guerra que iba a acabar con todas las guerras, la investigación no se detuvo, más bien se aceleró. Solo con animales, se realizaron 7.777 experimentos en los que murieron más de 5.000 criaturas. A los voluntarios los reclutaban entre las tres armas del ejército. Al principio, las investigaciones eran defensivas y, hasta cierto punto, lógicas: querían saber el efecto de los agentes químicos en el rendimiento de la tropa y probar la eficacia de las máscaras de gas. A los que se presentaban, les daban unos chelines de sobresueldo y les eximían de las obligaciones normales de un soldado, teniendo incluso la tarde libre. Solo en 1929 se realizaron experimentos con más de 500 militares. La cifra se multiplicaría por 10 durante la II Guerra Mundial.

El mecánico de la RAF, Ronald Maddison, murió en 1953 tras ser expuesto al gas sarín. Su caso no se reabrió hasta 2004. / Lillias Craik (Archivo personal)

El mecánico de la RAF, Ronald Maddison, murió en 1953 tras ser expuesto al gas sarín. Su caso no se reabrió hasta 2004. / Lillias Craik (Archivo personal)

Al entrar las tropas de Hitler en Polonia, en septiembre de 1939, tanto Alemania como Estados Unidos y Reino Unido eran auténticas potencias en guerra química. Y los tres usaron a humanos en sus experimentos. Los nazis recurrieron en muchas ocasiones a prisioneros, en su mayoría judíos, rusos y polacos para sus ensayos. Pero también en Porton Down usaron a extranjeros. A finales de la guerra, ante la escasez de soldados disponibles, los científicos británicos utilizaron a ciudadanos de las potencias del eje que habían sido confinados al comienzo de la contienda.

A pesar de que los aliados contaban con grandes cantidades de gas mostaza o fosgeno, Alemania volvió a adelantarles. En 1936, el químico industrial Gerhard Schrader, creaba el primer pesticida sintético, el tabún, un organofosforado que actúa sobre el sistema nervioso. Además de su letalidad era incoloro e inodoro. En uno de los primeros ejemplos de tecnología dual, los militares enseguida le vieron posibilidades para su uso como arma. Junto al tabún, los alemanes desarrollaron otros agentes nerviosos como el sarín, el somán o el cianuro de hidrógeno o zyklon b, que usaron para asesinar a millones de judíos. Los nazis almacenaron hasta 44.000 toneladas de armas químicas. Sin embargo, ni con los aliados ya en Alemania, las usaron. ¿Por qué?

«La razón principal es que ni los mandos militares aliados ni el alto mando alemán estaban especialmente interesados en usar este tipo de armas por miedo a las represalias. Son difíciles de usar, algo impredecibles y podrían ralentizar el avance de las tropas si la tierra quedaba contaminada», sostiene Schmidt. Eso no impidió que ensayaran durante la guerra. En EE UU, por ejemplo, Edgewood Arsenal pasó de disponer de un presupuesto de uno a dos millones de dólares y unas 1.000 personas en el periodo de entreguerras a 1.000 millones de dólares y 46.000 empleados en 1942. Solo el proyecto Manhattan para crear la bomba atómica recibió más recursos y personal.

Del cloro y el gas mostaza de la I Guerra Mundial, se pasó a ensayar con sarín, ántrax, la bacteria de la peste o el LSD

Al acabar la guerra, Porton Down no rebajó su actividad; el inicio de la Guerra Fría les ofreció la ocasión de investigar hasta lo inimaginable. Fue también el periodo en el que la ética y las normas médicas se relajaron más y eso que, tras los juicios de Nuremberg, se aprobó el Código Nuremberg que prohibía los ensayos con humanos potencialmente dañinos que no tuvieran un fin terapéutico. La gran mayoría de los voluntarios, unos 16.000 en las décadas de los 50 y 60, no sabían nada de Porton Down. Muchos creían que iban a participar en ensayos para encontrar la vacuna de la gripe y nadie les dijo lo contrario.

Eso pensaba Ronald Maddison, un mecánico de la RAF de 20 años destinado en Irlanda del Norte, cuando se apuntó a los experimentos. Le pagaban el viaje, vivía una experiencia nueva, se olvidaba unos días de la disciplina militar y, lo más importante, podría ver a su novia Mary Pyle, que vivía cerca de Porton. Al llegar, a comienzos de mayo de 1953, un científico les explicó que participarían en un ensayo con sustancias químicas sobre la ropa. Del experimento en sí, solo les dijeron que podrían sentir «un ligero malestar» y que estarían «supervisados» en todo momento.

A las 10 de la mañana del seis de mayo, Maddison y otros cinco voluntarios entraron en la cámara de pruebas con máscaras de gas. No sabían que los iban a exponer a 200 miligramos de gas sarín puro. A los 20 minutos, Maddison empezó a decir que se encontraba mal, cayendo al suelo sudando y entre espasmos. Aunque le inyectaron atropina, el antídoto habitual contra agentes químicos, el mecánico iba a peor. Lo llevaron al hospital que tenían en las instalaciones, pero Maddison murió a las 1:30 de la tarde. En una maniobra de ocultación en la que participaron las altas esferas del Ministerio de la Guerra, hicieron creer a la familia y amigos de Maddison que había muerto por una aguda pulmonía agravada por el experimento. Habría que esperar 50 años para que el caso se reabriese y enterrase la reputación ya cuestionada de Porton Down.

Entonces no se supo, pero hubo muchos otros experimentos que leídos hoy espeluznan. Hasta 750 pruebas a campo abierto desarrollaron los científicos de Porton entre 1946 y 1976, muchas de ellas en sus colonias, como en Nigeria, Bahamas o Malasia. Cinco de esos ensayos se hicieron en el mar, usando ántrax o la bacteria de la peste bubónica. Dentro de la operación Cauldron, los militares liberaron Yersinia pestis en las cercanías de la isla Lewis, en el mar del Norte sin percatarse de que un pesquero, el Carella, con 18 pescadores a bordo, pasaba por esas aguas. En vez de recogerlos y tratarlos con estreptomicina, un antibiótico, les dejaron seguir. Querían aprovechar el accidente para sus resultados. Eso sí, estuvieron atentos a la radio del Carella por si lanzaban alguna alerta de socorro.

 

En esta cajtia de polvos iban los 30 gramos de esporas del 'Bacillus globigii' que los científicos y militares liberaron en el metro de Londres. / TNA, WO195/15751

En esta cajtia de polvos iban los 30 gramos de esporas del ‘Bacillus globigii’ que los científicos y militares liberaron en el metro de Londres. / TNA, WO195/15751

Pero uno de los ensayos más siniestros tuvo lugar el 26 de julio de 1963. Dentro de un programa para establecer la vulnerabilidad de las infraestructuras en caso de ataque químico o bacteriológico, los científicos de Porton Down idearon liberar una bacteria en el metro de Londres. Bajo la cobertura de una rutinaria toma de muestras, liberaron 30 gramos de esporas del Bacillus globigii. Era lo que ellos llamaban un simulador, la sustancia era inocua, aunque hoy se sabe que, puede provocar septicemia. La bacteria se extendió por varias estaciones, hasta 15 kilómetros por los conductos de la ventilación. Los londinenses no supieron hasta hace unos años que habían experimentado con ellos.

Pero el final los años 60 también llegó a Porton Down. La crisis de legitimidad del sistema, el pacifismo, el desengaño con la sociedad burguesa hicieron mella en el programa científico militar. Muchos de los veteranos científicos de Porton dimitieron, otros lo dejaron enganchados al LSD. A las puertas de Porton Down se sucedieron manifestaciones pidiendo su desmantelamiento. Desde entonces, aunque la actividad no se ha detenido, sí que se ha reducido. De los más de 6.000 voluntarios que participaron en sus pruebas en los 50, se pasó a apenas 2.000 desde 1979 y hasta 1989. Ya no se experimenta con humanos, pero sí con miles de animales.

En paralelo, se inició un movimiento entre centenares de veteranos de Porton exigiendo la verdad, reconocimiento y compensaciones por los efectos que les habían provocado los ensayos. Aunque un estudio de Oxford patrocinado por el Gobierno y publicado ya en este siglo encontró una mayor tasa de muerte entre los portonianos, la investigación no estudió el impacto mental o psicológico. La presión de los portonianos llevó a la reapertura del caso del soldado Maddison. Tras la investigación judicial más larga del Reino Unido tras la de la muerte de Lady Di, el jurado consideró que había sido un homicidio provocado por «la aplicación de un agente nervioso en un experimento no terapéutico». Aquel juicio, celebrado en 2004, llevó al profesor Schmidt a empezar Secret Science. Más importante, gracias a Maddison, en 2008, las autoridades británicas reconocieron el daño causado, se disculparon públicamente y compensaron económicamente a otros 359 de los casi 22.000 jóvenes soldados que pasaron por Porton Down.

Un español descifra un mensaje secreto de la Segunda Guerra Mundial


ABC.es

  • Asegura haber desvelado sus misterios y haber creado un código inviolable con él. El mensaje apareció en 2012 en la pata de una paloma mensajera muerta en fechas próximas al Día-D
Bletchley Park Se encontró junto al cadáver de una paloma olvidada al fondo de una chimenea en la casa de un particular

Bletchley Park
Se encontró junto al cadáver de una paloma olvidada al fondo de una chimenea en la casa de un particular

OAKN HVPKD FNFJW… Así empieza el mensaje cifrado que estuvo oculto durante años en la chimenea de la casa David Martin, en Bletchingley, Reino Unido. Él solo quería restaurar su casa, pero en 2012 encontró algo que provocó que acabara posando para los medios con orgullo y sorpresa. En las fotografías que se le tomaron entonces, mostraba una cajita roja con los restos mortales de una paloma mensajera caída en acto de servicio en plena Segunda Guerra Mundial. Los historiadores y el Cuartel General de Comunicaciones del gobierno británico (GCHQ), uno de los tres servicios de espionaje británicos, explicaron que aquella mensajera seguramente había viajado desde la Francia ocupada, en las proximidades del Día-D, y que había quedado exhausta en la chimenea de aquella casa.

Ya entonces, un historiador del organismo británico explicó que sería imposible descifrar aquel mensajesin conocer el libro de códigos o sin tener más pistas acerca de los destinatarios y los emisores. Pero este jueves, una empresa española asegura haber descifrado el código y haber creado un sistema de encriptación con él que se comercializará a finales de 2016 y que servirá para sistemas como WhatsApp, SMS, Skype, llamadas telefónicas, etc.

Fragmento del mensaje en clave encontrado junto al cadáver de la paloma mensajera (Bletchey Park)

Fragmento del mensaje en clave encontrado junto al cadáver de la paloma mensajera (Bletchey Park)

«Hasta ahora los servicios de inteligencia no habían podido descifrar el código de este mensaje (…) Pero, tras conseguir descifrar el método utilizado, he desarrollado un software que creo es de los más seguros del mundo, puesto que he adaptado el código británico a la seguridad de datos que precisan hoy las nuevas tecnologías», explica Dídac Sánchez, el creador de este sistema, a través de un comunicado de la empresa.

La propia compañía, ha explicado que el programa, 4YEO (de «For your eyes only») estará a disposición de las empresas y que es inviolable. Tan seguros están, que dicen ofrecer 25.000 euros al que consiga descifrarlo, y para ello han convocado un concurso ante notario que empezará el 1 de septiembre y que acabará el 31 de diciembre.

Nombre en clave: 40TW194

En cuanto a la pobre paloma caída en acto de servicio, algunos historiadores la relacionaron, en el periódico «The Telegraph», con las operaciones de comunicaciones que se realizaron en fechas próximas al desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944. De hecho, tal como explican, en jornadas previas se redujo el tráfico de comunicaciones por radio para evitar que el enemigo las interceptase y, por ello, las palomas mensajeras adquirieron mucha importancia en el ejército.

Según explicaron las mismas fuentes, la paloma en cuestión estaba catalogada con el nombre en clave 40TW194 y al parecer iba en camino del centro de inteligencia de Bletchey Park, donde por entonces trabajaba el importante equipo de criptógrafos de Alan Turing, artífice de la máquina «Enigma», así como otras unidades de los servicios de inteligencia del MI6. Estas instalaciones, estaban a solo cinco millas de la vivienda de David Martin.

Al parecer, el mensaje de la paloma iba dirigido a XO2, que era una clave para designar al «Bomber Command», y estaba formado por 27 bloques de cinco letras y/o números. El críptico mensaje, estaba firmado por un supuesto sargento W. Stot.