1450 – Batalla de Formigny


La batalla de Formigny enmarcada en el contexto de la guerra de los Cien años sucedió en Formigny, cerca de Carentan, Francia. Acabó resultando en una victoria decisiva francesa (15 de abril de 1450).

Los beligerantes fueron el Reino de Inglaterra por un lado y el Reino de Francia y el Ducado de Bretaña por otro. Sus comandantes eran Thomas Kyriell por los ingleses y el Conde de Clermont, Arturo de Richemont, condestable de Richemont por el lado francés. Las fuerzas eran de 4.000 ingleses y 5.000 franceses siendo las víctimas y pérdidas de 2.500 y 100-200 respectivamente.

La batalla de Formigny por Martial d’Auvergne

Antecedentes

El francés, bajo el mando de Carlos VII, había aprovechado el tiempo ofrecido por la tregua de Tours en 1444 para reorganizar y fortalecer sus ejércitos. El inglés, sin un liderazgo claro por la debilidad de Enrique VI, se encontraba peligrosamente débil. Cuando el francés rompió la tregua en junio de 1449 se encontraban en una posición mucho mejor. Pont-Audemer, Pont-l’Évêque y Lisieux cayeron en agosto y gran parte de Normandía, fue recuperada en octubre. Cortando el norte y el este los hermanos supervisaron la captura de Ruan (octubre de 1449), Harfleur (diciembre de 1449), Honfleur y Fresnoy (enero de 1450), antes de pasar a invadir Caen.

El inglés había reunido un pequeño ejército durante el invierno de 1449. Contaban con alrededor de 3.000 hombres que se enviaron desde Portsmouth a Cherbourg bajo el mando de Sir Thomas Kyriell. Llegaron el 15 de marzo de 1450 y el ejército se vio reforzado con 2.000 hombres más por Sir Matthew Gough a finales de marzo.

La batalla

Kyreill avanzó por el sur y capturó Valognes en un sangriento enfrentamiento. Más al sur se sumaron a dos ejércitos franceses (alrededor de 5.000 hombres bajo el mando del Conde de Clermont) y marcharon al norte de Carentan. El ejército inglés rodeó Carentan el 12 de abril, pero el francés se negó a rendirse, aunque hubo una serie de pequeñas escaramuzas. Kyriell giró al este hacia Bayeux, llegando a la aldea de Formigny el 14 de abril. Al mismo tiempo, una tercera fuerza francesa, dirigida por el Condestable de Richmont, había llegado a San Lô desde el sur.

El 15 de abril, las fuerzas de Clermont fueron avistadas por el ejército inglés. Los ejércitos se enfrentaron sobre la carretera Carentan-Bayeux, cerca de un pequeño afluente del Aure. El inglés estaba de espaldas a la corriente. La formación del inglés, alrededor de cuatro mil hombres y con una proporción de arqueros superior —tres contra uno— se reunió en una larga fila detrás de una línea de estacas y bajo pequeñas trincheras. Clermont inició el combate con ataques contra los flancos y pequeñas cargas, pero había pocas posibilidades de éxito y fueron fácilmente rechazados. Luego avanzaron dos cañones. Después de un tiempo de cañoneo que causó algunas bajas, los ingleses cargaron y capturaron las armas. Estas primeras escaramuzas duraron unas tres horas. En ese momento el ejército bretón de Arthur de Richemont llegó desde el sur, después de haber cruzado la Aure y ahora se aproximaba a la fuerza del inglés por el flanco. Su número era de casi 1.200 bretones, casi todos montados a juzgar por el ritmo de su marcha.

Kyriell se replegó de Clermont y formó a las fuerzas en «L». Con la posición preparada abandonada y dividido por el fuego del enemigo el inglés quedó abrumado tras una serie de cargas. Kyriell fue capturado y su ejército destrozado.

El ejército inglés sufrió un importante golpe con 2.500 muertos o gravemente heridos y 900 prisioneros, mientras que el francés y el bretón no sufrieron más de 1.000 muertos y heridos. Con ninguna otra fuerza inglesa importante en Normandía, la región fue sometida rápidamente por los franceses. El avance continuó por todas partes, recuperando todas las posesiones inglesas excepto Calais.

Importancia

La batalla es a menudo citada como la primera en la que los cañones desempeñaron un papel fundamental (el primer uso decisivo del cañón por lo general se considera que ha sido la siguiente batalla, en Castillon). Esto es bastante difícil de juzgar, los testimonios contemporáneos son dudosos y se puede observar que la llegada del ejército bretón de Arthur de Richemont, futuro duque de Bretaña, Arturo III, con su poderosa fuerza de caballería sobre el flanco del inglés fue bastante más significativo ya que obligó a este a abandonar su posición defensiva preparada, aunque hay que señalar que el fuego de artillería desde los dos cañones franceses jugaron un papel también en ello. El cañón pudo haber sido decisivo, no tanto por el efecto que hacía en la batalla, sino porque alertó a Richemont sobre el hecho de que se estaba desarrollando una batalla cerca, y propició su aparición en el campo. Afortunadamente estaba del bando de Clermont porque, como escribió uno de sus capitanes, si el condestable (Richemont) no hubiera entrado cuando lo hizo, el ejército de Clermont habría sufrido «daños irreparables».

Batalla de Formigny
Guerra de los Cien Años
Fecha 15 de abril de 1450
Lugar Formigny, cerca de Carentan, Francia
Coordenadas 49°20′14″N 0°53′52″O (mapa)
Resultado Victoria francesa decisiva
Beligerantes
Inglaterra Francia
Bretaña
Comandantes
Thomas Kyriell Arturo de Richemont
Fuerzas en combate
4.500 8.000
Bajas
3.800 muertos, 1.400 prisioneros 500 a 600

1461 – Batalla de Towton


La Batalla de Towton fue un enfrentamiento militar librado en el contexto de la guerra de las Dos Rosas el 29 de marzo de 1461 en la aldea homónima en Yorkshire. Se considera la más grande y sangrienta batalla librada en el territorio inglés.

Batalla de Towton de Richard Caton Woodville Jr.

Historia

De acuerdo a los cronistas más de 50.000 a 75.000 hombres lucharon en medio de una tormenta de nieve durante dicho día, un Domingo de Ramos. Un boletín publicado una semana después declaró que 28.000 hombres murieron en total durante el combate. Estimaciones modernas rebajan la cifra de fallecidos a 9.000. Fue parte del conflicto entre Eduardo IV y Enrique VI por el trono inglés. La victoria del primero significo el exilio para sus partidarios y familiares.

Los contemporáneos al conflicto describieron al rey Enrique como un hombre pacífico y piadoso, demasiado para los tiempos de guerras civiles en los que tuvo que gobernar. Además sufría de constantes episodios de locura, teniendo que dejar buena parte de sus responsabilidades a su esposa, Margarita de Anjou, lo que contribuyó a su propia caída. Su débil régimen animó a los nobles ambiciosos a intentar dominarlo y la situación finalmente llevó a una guerra civil entre los partidarios de su casa (Lancaster) y los de la Casa de York, liderada por Ricardo Plantagenet.

Después de que los norteños capturaran a Enrique el Parlamento inglés aprobó una Acta de Acuerdo en la que se instalaba a la línea de York en el trono pero la reina Margarita se negó a aceptar que su hijo perdiera sus derechos a la corona, Eduardo de Westminster, y junto al apoyo de los Lancaster se alzo en armas. Ricardo de York murió en la batalla de Wakefield y sus derechos, títulos, influencias y su reclamo al trono pasaron a manos de su hijo Eduardo. Muchos nobles que se habían negado a apoyar a Ricardo tras estos sucesos consideraron que los Lancaster habían incumplido la ley y colaboraron con Eduardo de York quién gracias a un acuerdo legal denuncio al rey Enrique y se proclamo monarca. De esta manera la batalla de Towton era clave para decidir quién habría de dominar trono inglés.

Al llegar al campo de batalla, los norteños se vieron en amplia inferioridad numérica ya que no habían llegado las tropas del Duque de Norfolk. Uno de sus comandantes, el Barón Fauconberg, viendo que la dirección del viento les era favorable les dio mayor alcance a los arqueros norteños, lo que forzó a los sureños a abandonar a sus sólidas posiciones defensivas, provocando un feroz choque cuerpo a cuerpo, que tras varias horas de combate ambos bandos quedaron agotados hasta que llegaron las tropas de Norfolk lo que permitió la victoria de los norteños.

El poder de la Casa de Lancaster perdió mucho de su poder e influencias tras esta derrota, Enrique tuvo que exiliarse y muchos de sus aliados murieron o le acompañaron al exilio, Eduardo IV gobernó por nueve años hasta que el conflicto volvió a reabrirse con el retorno al poder de Enrique.

Batalla de Towton
Fecha Cerca de Towton, Yorkshire, Inglaterra
Lugar 29 de marzo de 1461
Coordenadas 53°50′10″N 1°16′25″O 
Resultado Victoria decisiva de York
Beligerantes
Casa de York Casa de Lancaster
Comandantes
Eduardo IV de Inglaterra
Conde Ricardo Neville de Warwick
Duque Enrique Beaufort de Somerset
Fuerzas en combate
Cálculo de Baines
40.000
Cálculo de Wheater
50.000
Cálculo de Kaufmann
16.000
Cálculo de Boardman
20.000
Cálculo de Sadler
25.000-30.000
Cálculo de Baines
60.000
Cálculo de Wheater
60.000
Cálculo de Kaufmann
20.000
Cálculo de Boardman
25.000
Cálculo de Sadler:
30.000-35.000
Bajas
8.000 muertos 20.000 muertos

Francmasonería


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Es el concepto que agrupa a las distintas organizaciones y asociaciones que a lo largo de la historia se han caracterizado por adoptar el principio de fraternidad mutua entre sus miembros, por la profusión de símbolos identificadores de contenido sólo reconocible para los iniciados, por principios racionalistas y promotores de la paz, la justicia y la caridad, y por su estructuración en pequeños grupos denominados logias que determinaron su condición de sociedades secretas.

El gremio de masones medievales había estado al principio limitado a los albañiles (gremio de la construcción) pero en Inglaterra, durante la Reforma, empezaron a admitir como miembros a hombres ricos o con cierto nivel social. Estos gremios se convirtieron gradualmente en sociedades fieles a unos ideales generales, tales como la fraternidad, la igualdad y la paz, y sus reuniones se volvieron más acontecimientos sociales que reuniones de negocios. Cuatro o más de estos gremios, llamados logias, se unieron en Londres el 24 de junio de 1717, para formar una logia general para Londres y Westminster, que, en menos de seis años, llegó a ser la Gran Logia de Inglaterra. Este órgano es la logia general ‘madre’ de los masones en el mundo, y de ella han derivado todas las logias importantes y reconocidas. La Gran Logia de Toda Inglaterra se formó en York en 1725, la de Irlanda en junio del mismo año, y la de Escocia en 1736. La sección de York se puso bajo la jurisdicción de la Gran Logia de Londres a finales del siglo XVIII.

Como resultado del mecenazgo de la orden por miembros de la nobleza, la ascendente clase burguesa británica consideró la masonería como un medio para obtener el éxito social, y la orden se hizo popular. Los ideales masónicos de tolerancia religiosa y la igualdad fundamental de todas las personas estaban en armonía con el creciente espíritu de liberalismo durante el siglo XVIII. Uno de los principios básicos de las órdenes masónicas en todo el mundo de habla inglesa ha sido que la religión es un asunto exclusivo del individuo. La oposición por parte de la Iglesia católica romana ha existido básicamente porque la masonería, con sus principios obligatorios y su esencia religiosa, ha usurpado las prerrogativas de la Iglesia. El número de miembros en el mundo excede los 6 millones.

FUNCIONES

En la mayoría de los países de habla inglesa el rasgo caritativo y protector de la fraternidad ha sido responsable de la fundación de hogares masónicos para la atención de los ancianos necesitados y sus viudas, orfanatos y escuelas para los hijos de los miembros. El masón es consciente de que sus obligaciones fraternas de ayudar a los miembros deben ser subordinadas a la obligación que debe a Dios, su país y su familia, con pleno reconocimiento de sus deberes para con la humanidad.

SISTEMAS PRINCIPALES

Signos de ritos masones han aparecido desde el siglo XVII, pero solamente cinco con alguna repercusión importante perduran hoy día. Hay dos sistemas masones que se conocen como el rito de York y el rito Escocés. Ninguno tiene conexión, histórica o de otro tipo, con York, Inglaterra o Escocia. El rito de York fue establecido a finales del siglo XVIII y es llamado Capitular, y los miembros, masones de la Bóveda Real (cuatro grados); el siguiente escalón es Secreto y los miembros, masones reales y escogidos (tres grados); y el último escalón es Caballería y los miembros, caballeros templarios (tres categorías). El Rito Escocés fue establecido en Charleston, Carolina del Sur, en 1801 (treinta y tres grados incluidos los tres grados de la Logia Simbólica).

En muchos otros grupos, unidos de alguna manera al rito de York, los miembros son por lo general seleccionados pero a veces son elegidos. Están interesados en aspectos especiales de la Masonería, incluida la investigación masónica. Se podría decir que son ramificaciones del tronco principal. Entre ellas están la Orden Real de Escocia, los Grados Masones Aliados, la Cruz Roja de Constantino, la Sociedad Masónica de los Rosacruces, el Rito de la Estricta Observancia, el Colegio Principal de Ritos, Caballeros Masones, la Orden de Corcho, la Cruz de Honor de York, los Frailes Azules y los Sacerdotes Caballeros Templarios de la Sagrada Bóveda Real. La logia española más antigua de la que se conservan documentos es la Matritense o de Las Tres Flores de Lys, fundada el 15 de febrero de 1728. Entre los masones más ilustres figuraron el conde de Aranda, el conde de Campomanes, Gaspar Melchor de Jovellanos, Muñoz Torrero, Agustín de Argüelles, Rafael del Riego, Alcalá Galiano, José de Espronceda, Alberto Lista, Quintana y Baldomero Espartero. Otras importantes logias y grupos masónicos en la historia de España fueron Gran Oriente de España, Gran Logia Simbólica Española, Gran Logia Independiente, etcétera. Generalmente estos grupos tuvieron sus mayores momentos de auge durante periodos en que los ideales liberales, racionalistas y, normalmente, laicos y anticlericales, fueron predominantes, de un modo especial durante la revolución de 1868, así como durante las dos etapas republicanas de la historia española. Algo similar sucedió en Latinoamérica, donde las sociedades francmasónicas estuvieron muy ligadas al proceso de emancipación respecto de España a comienzos del siglo XIX. Así, podemos citar a la Logia Lautaro, creada en Buenos Aires en 1812 como ramificación de la Logia de los Caballeros Racionales fundada por Francisco de Miranda en 1798.

OPOSICIÓN

La oposición a las sociedades francmasónicas tuvo dos direcciones. La primera, religiosa, fue la manifestada por la Iglesia católica, aunque la masonería no excluye a los católicos y un gran número de éstos pertenece a logias en Latinoamérica y Filipinas. La segunda es política. Durante la década siguiente al secuestro en Batavia (Estados Unidos), en 1821, de William Morgan, un masón que había amenazado con publicar los secretos masones y del que se supuso que había sido víctima de los masones, surgió un movimiento general de protesta en los estados del este y del centro de Estados Unidos. En los del norte se creó el Partido Anti-masón; que fue durante algunos años prácticamente la única oposición al Partido Demócrata. En 1832 el Partido Anti-masón designó a un abogado, William Wirt, como su candidato a la presidencia, pero fue derrotado por Andrew Jackson, que apoyaba a la masonería. Después de esta época la masonería encontró poca oposición política en los Estados Unidos o en cualquier otra parte, hasta la llegada al poder del nacionalsocialismo en Alemania en 1933. En aquel año Hitler hizo recaer sobre los masones la responsabilidad de diversas actividades subversivas, incluidos todos los incidentes que llevaron a la I Guerra Mundial, y decretó la disolución de todas las asociaciones masónicas en Alemania. Entre los miembros notables de la francmasonería se encuentran el compositor Wolfgang Amadeus Mozart (cuya ópera La Flauta Mágica gira en torno el ritual masón) y el escritor Liev Tolstói, cuya novela Guerra y Paz ensalza sus ideales de fraternidad.

Todavía no concluida la Guerra Civil española (1936-1939), la Ley de Responsabilidades de 13 de febrero de 1939 (cuyos efectos se extendieron con carácter retroactivo a octubre de 1934) declaró delictiva la afiliación a una logia masónica. Posteriormente se estableció un lista de 80.000 sospechosos de ser masones (pese al hecho de que no superaban los diez millares en 1936). En febrero de 1940 se promulgó la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo.


Algunos célebres masones

George Washington,

Winston Churchill,

Francisco de Miranda,

Voltaire,

José de San Martín,

Simón Bolívar,

Domingo Faustino Sarmiento,

Benito Juárez,

Fichte,

Mozart,

Rudyard Kipling,

Lafayette,

Krause,

Salvador Allende,

Benjamín Franklin,

Marqués de Rodil,

Alexander Pope,

Jonathan Swift,

Miguel Grau Seminario,

Oscar Wilde,

Víctor Raúl Haya de la Torre,

Rafael de Riego,

Bernardo O’Higgins,

Henry Ford.

Manuel Azaña

Franklin D. Roosevelt

Ramón Franco

Marat

Guillotin

Revolución Industrial


es el proceso de evolución que conduce a una sociedad desde una economía agrícola tradicional hasta otra caracterizada por procesos de producción mecanizados para fabricar bienes a gran escala. Este proceso se produce en distintas épocas dependiendo de cada país. Para los historiadores, el término Revolución Industrial es utilizado exclusivamente para comentar los cambios producidos en Inglaterra desde finales del siglo XVIII; para referirse a su expansión hacia otros países se refieren a la industrialización o desarrollo industrial de los mismos.

Algunos autores para referirse al desarrollo capitalista en el último tercio del siglo XX, con nuevas organizaciones empresariales (trusts, holdings, cárteles), nuevas fuentes energéticas (electricidad, petróleo) y nuevos sistemas de financiación hablan de Segunda Revolución Industrial.

LA EXPERIENCIA BRITÁNICA

La primera Revolución Industrial tuvo lugar en Reino Unido a finales del siglo XVIII; supuso una profunda transformación en la economía y sociedad británicas. Los cambios más inmediatos se produjeron en los procesos de producción: qué, cómo y dónde se producía. El trabajo se trasladó de la fabricación de productos primarios a la de bienes manufacturados y servicios. El número de productos manufacturados creció de forma espectacular gracias al aumento de la eficacia técnica. En parte, el crecimiento de la productividad se produjo por la aplicación sistemática de nuevos conocimientos tecnológicos y gracias a una mayor experiencia productiva, que también favoreció la creación de grandes empresas en unas áreas geográficas reducidas. Así, la Revolución Industrial tuvo como consecuencia una mayor urbanización y, por tanto, procesos migratorios desde las zonas rurales a las zonas urbanas.

Se puede afirmar que los cambios más importantes afectaron a la organización del proceso productivo. Las fábricas aumentaron en tamaño y modificaron su estructura organizativa. En general, la producción empezó a realizarse en grandes empresas o fábricas en vez de pequeños talleres domésticos y artesanales, y aumentó la especialización laboral. Su desarrollo dependía de una utilización intensiva del capital y de las fábricas y maquinarias destinadas a aumentar la eficiencia productiva. La aparición de nuevas máquinas y herramientas de trabajo especializadas permitió que los trabajadores produjeran más bienes que antes y que la experiencia adquirida utilizando una máquina o herramienta aumentara la productividad y la tendencia hacia una mayor especialización en un proceso acumulativo.

División del trabajo en la industria La división del trabajo es un principio básico de la industrialización. En la división de trabajo, cada trabajador es asignado a un cometido diferente, o fase, en el proceso de fabricación, y como resultado, la producción total aumenta. Como muestra la ilustración, si una persona realiza las cinco fases en la fabricación de un producto puede hacer una unidad al día. Cinco trabajadores, cada uno especializado en una de las cinco fases, pueden hacer 10 unidades en el mismo tiempo.

La mayor especialización y la aplicación de bienes de capital a la producción industrial creó nuevas clases sociales en función de quien contratara y tuviera la propiedad sobre los medios de producción. Los individuos propietarios de los medios de producción en los que invertían capital propio se denominaron empresarios. Cuando invierten capital en una empresa sin participar directamente en ella se denominan capitalistas.

Como la Revolución Industrial se produjo por primera vez en Gran Bretaña, este país se convirtió durante mucho tiempo en el primer productor de bienes industriales del mundo. Durante gran parte del siglo XVIII Londres fue el centro de una compleja red comercial internacional que constituía la base de un creciente comercio exportador fomentado por la industrialización. Los mercados de exportación proporcionaban una salida para los productos textiles y de otras industrias (como la siderurgia), cuya producción aumentaba rápidamente gracias a la aplicación de nuevas tecnologías. Los datos disponibles sugieren que la tasa de crecimiento de las exportaciones británicas se incrementaron de forma considerable a partir de la década de 1780. La orientación exportadora y el aumento de la actividad comercial favorecieron aún más el desarrollo de la economía: los ingresos derivados de las exportaciones permitían a los productores británicos importar materias primas para crear productos industriales; los comerciantes que exportaban bienes adquirieron una importante experiencia que favoreció el crecimiento del comercio interior. Los beneficios generados por ese desarrollo comercial fueron invertidos en nuevas empresas, principalmente en mejora de la tecnología y de la maquinaria, aumentando de nuevo la productividad, favoreciendo la dinámica del proceso.

Fuente: aprehenderlahistoria

LA EXPANSIÓN DEL PROCESO INDUSTRIALIZADOR

Gran Bretaña no fue el único país que experimentó una Revolución Industrial. Los intentos de fechar ese desarrollo industrial en otros países están sujetos a fuertes controversias. No obstante, los estudiosos parecen estar de acuerdo en que Francia, Bélgica, Alemania y Estados Unidos experimentaron procesos parecidos a mediados del siglo XIX; en Suecia y Japón se produjo a finales del siglo; en Rusia y en Canadá a principios del siglo XX; en algunos países de Latinoamérica, Oriente Próximo, Asia central y meridional y parte de África a mediados del siglo XX.

Cada proceso de industrialización tiene características distintas en función del país y la época. Al principio, la industria británica no tenía competidores. Cuando se empezaron a industrializar otros países tuvieron que enfrentarse a la ventaja acumulada por Gran Bretaña, pero también pudieron aprovecharse de su experiencia. En cada caso, el éxito del proceso industrializador dependía del desarrollo de nuevos métodos de producción, pero también de la modificación de las técnicas utilizadas para adaptarlas a las condiciones imperantes en cada país y de la propia legislación vigente, que favoreciera la implantación de maquinaria barata gracias a una disminución de los aranceles, lo que, en ocasiones, podría perjudicar a otros sectores sociales, como los campesinos, que veían cómo sus productos debían competir con otros más baratos. Aunque la intervención pública para favorecer la industrialización fue importante en el caso británico, el papel del Estado fue mucho mayor en el caso alemán, ruso, japonés y en casi todos los países industrializados durante el siglo XX.

Por definición, la industrialización aumenta la renta per cápita nacional. También implica cambios en la distribución de la misma, en las condiciones de vida y laborales y en los valores sociales. La Revolución Industrial supuso, al principio, una reducción del poder adquisitivo de los trabajadores y una pérdida de calidad en su nivel de vida. Más tarde, se tradujo en un aumento de la calidad de vida de toda la población del país industrializado. Estos aspectos siguen siendo objeto de importantes trabajos de investigación.

Influencia mundial de la Revolución Industrial

Por Peter N. Stearns

El fenómeno económico conocido como Revolución Industrial es una de las dos transformaciones fundamentales del ámbito económico de la civilización (la otra fue la introducción de la agricultura). La industrialización tomó forma inicialmente a finales del siglo XVIII en el occidente de Europa, en particular en Gran Bretaña. Durante las primeras décadas del siglo XIX, sus rasgos distintivos se extendieron rápidamente a lugares como Francia, Alemania, Bélgica y Estados Unidos. En los primeros años del siglo XX, llega a lugares fuera de Europa y Norteamérica, especialmente a Japón. A finales del siglo XX, la industrialización o sus efectos habían alcanzado prácticamente a todos los rincones del globo.

La industrialización ha acarreado consecuencias abrumadoras. No sólo cambió radicalmente la vida laboral, sino también la vida familiar y el ocio personal. De alguna manera, redefinió los motivos por los que se tenían hijos. Incrementó claramente el poder del estado, especialmente en lo que se refiere a la producción militar. El proceso alteró incluso a sociedades que no estaban directamente inmersas en la industrialización. Las economías industriales adquirieron ventaja sobre las sociedades que seguían basándose en la agricultura, un desequilibrio que todavía afecta a las relaciones económicas mundiales.

Cualquier proceso tan arrebatador como la Revolución Industrial obliga inevitablemente a los historiadores a hacerse un montón de preguntas. El término en sí mismo ha estado siempre en discusión: ¿Es revolución una palabra adecuada para designar un proceso que dura varias décadas y que en su fase inicial no transforma la economía como un todo? (Dado el ulterior impacto del proceso, la mayoría de los historiadores dirían que sí). Por otra parte, ¿qué significa ser una sociedad industrial no sólo en términos tecnológicos sino también de valores culturales e individuales? ¿Cuáles son las dimensiones globales de la Revolución Industrial? Pero por encima de todo ¿qué lo puso en marcha, y dónde nos ha llevado?

Causas iniciales

Para empezar, es necesario definir la industrialización. La industrialización implica la mecanización de los procesos de manufacturación y una mayor importancia de las manufacturas en la economía en su totalidad. Normalmente, suele suceder en economías que han sido previamente agrícolas y a menudo incluye también importantes cambios en la producción alimentaria. Antes de la Revolución Industrial, los bienes eran mayoritariamente fabricados de forma manual, lo que a menudo requería destrezas específicas de los trabajadores. La producción de bienes estaba descentralizada, lo que otorgaba a pequeños grupos de trabajadores participación activa y control sobre su propio trabajo. Los costes sin embargo eran elevados, y el volumen de la producción relativamente bajo. La industrialización los elevó notablemente e hizo más accesibles los bienes de consumo.

Sin embargo, la industrialización no sucedió de forma instantánea. Mientras la Revolución Industrial progresaba, innovadores métodos de producción convivían con los tradicionales, creando a menudo una tensión importante entre los tradicionalistas y los defensores de la mecanización. No obstante, al final del proceso de industrialización, los nuevos métodos de trabajo y las nuevas máquinas habían triunfado plenamente. Partiendo de los centros industriales iniciales, los nuevos métodos se extendieron a otras ramas de la producción, así como al transporte (expansión de los ferrocarriles), la comunicación (invención del telégrafo) y el comercio (el nacimiento de los grandes almacenes).

Antes de examinar el impacto de la industrialización y sus dimensiones globales, debemos examinar sus causas. Comprender por qué sucedió un fenómeno histórico concreto ayuda a los historiadores a comprender la naturaleza del fenómeno y sus consecuencias posteriores. Pero ni las causas ni las consecuencias son generalmente fáciles de entender. Los historiadores deben buscar indicios razonables.

El papel que Europa desempeñaba en la economía mundial con anterioridad proporciona los primeros indicios de por qué fue allí donde primero tuvo lugar. Alrededor del año 1700, países como Gran Bretaña lograban beneficios del comercio por todo el mundo. Estos beneficios podían convertirse en capital para inversiones industriales. El comercio mundial creó también la conciencia de que los mercados mundiales eran capaces de absorber bienes manufacturados más baratos, además de aumentar los beneficios domésticos todavía más.

En Europa, los cambios en la demanda del mercado interior y en la población, fueron vitales para precipitar la Revolución Industrial. En el siglo XVIII, el consumismo crecía. La gente buscaba nuevos tipos de ropa y enseres domésticos. Este nuevo mercado estimuló a los primeros fabricantes que pronto encontraron formas de estimular aún más los gustos del público. Al mismo tiempo, el crecimiento de la producción alimentaria en Europa en el primer estadio de su transformación agrícola (especialmente el creciente cultivo de la patata, importada de América en el siglo XVI) generó un masivo crecimiento de la población. La población de Europa occidental creció entre el 50 y el 100% entre 1730 y 1800. Aquí estaba un nuevo y masivo mercado de bienes, pero también una fuente de mano de obra.

Los factores culturales y políticos fueron los causantes en parte de la Revolución Industrial. Los valores definidos por un movimiento intelectual europeo del siglo XVIII conocido como la Ilustración, especialmente la confianza en la ciencia y el aprecio por el trabajo duro y el éxito material, orientaron a los primeros inventores y fabricantes. El trabajo histórico reciente ha demostrado que tanto los intelectuales como la gente de la calle habían cambiado su visión del mundo en torno a 1750 debido a la influencia de la filosofía ilustrada. La creencia en que la naturaleza y la sociedad se podían comprender y manipular racionalmente, crearon un contexto totalmente nuevo para la producción y la tecnología. Los gobiernos, que perseguían el beneficio económico para mantener su posición diplomática y militar, promovieron también cambios que facilitaran la innovación. Animaban a que se construyeran carreteras, canales y vías de ferrocarril. Limitaron o abolieron los oficios gremiales que protegían los métodos de trabajo tradicionales. Atacaban las protestas de los trabajadores que podrían estorbar a las nuevas fábricas.

Se puede realizar un análisis más preciso de las causas y efectos en relación a la pregunta de por qué Gran Bretaña fue la pionera del nuevo crecimiento industrial. Razones importantes fueron los recursos de acero y carbón y la aceptación general de la innovación técnica en Gran Bretaña. Una vez establecida, el poder de la industria británica (la primera demostración de ello fue durante las Guerras Napoleónicas) inspiró la imitación en otras partes.

Impacto

La industrialización cambió muchos aspectos de la vida. El primer cambio claro afectó a la naturaleza de la fabricación. Como se explicaba más arriba, la Revolución Industrial se basaba en la aplicación del poder mecánico para la fabricación. Al principio este poder venía de las norias, pero la introducción de la moderna máquina de vapor en 1770 en Gran Bretaña, generó un poder mecánico mayor. Mediante bombas más potentes, las máquinas de vapor permitían excavar minas más profundas, además de incrementar de forma importante la cantidad de hulla que se podía extraer. Las máquinas de vapor pronto y pusieron en funcionamiento martillos y rodillos en el proceso de formación de metales. La productividad en la metalurgia creció mucho debido a la sustitución del tradicional carbón vegetal utilizado para fundir y refinar por la hulla y el coque más baratos. Mediante la combinación de estas mejoras técnicas la producción de acero se incrementó considerablemente. Paradójicamente, el uso generalizado de máquinas de vapor provocó una necesidad creciente de hulla y acero para construirlos e impulsarlos.

La temprana Revolución Industrial no sólo cambió la fabricación en su parte técnica, sino que introdujo una nueva organización de la industria. Estas innovaciones derivadas de la nueva maquinaria tuvieron ventajas por sí mismas. Juntos, estos cambios constituyen su impacto económico.

Primero, los trabajadores se concentraron en una fábrica. El uso del agua o la máquina de vapor precisaba que los trabajadores se agruparan en torno a una noria o una máquina. Como estaban juntos, era posible una mayor supervisión que cuando los trabajadores estaban en pequeñas tiendas o en sus casas. Además especializar a un trabajador en una pequeña tarea del proceso productivo podía hacer crecer sustancialmente la productividad. El sistema fabril también concentraba el capital al igual que a los trabajadores en unidades de un tamaño sin precedentes. Cuando el proceso productivo se producía en casa de los trabajadores, los propios trabajadores normalmente compraban el equipamiento y las viviendas, el fabricante suplió solamente el movimiento de capital para comprar los materiales en bruto y pagar los salarios iniciales. Con las nuevas máquinas y fábricas, sin embargo, era necesaria una inversión mucho mayor. En la metalurgia y la minería, por ejemplo, donde las máquinas eran especialmente costosas, se pusieron en marcha nuevas firmas mediante la participación de un cierto número de personas ricas mediante una sociedad por acciones.

La combinación de la nueva tecnología y la nueva organización tuvo inevitablemente un gran impacto sobre los antiguos métodos productivos. Los artesanos, que se basaban en los métodos y destrezas manuales, podían gozar de cierta prosperidad antes de que los nuevos métodos llegaran a su sector, pero su economía tradicional estaba condenada. Algunos de los pasajes más agonizantes de la historia industrial sucedieron durante la lucha de los artesanos entre resistir o adaptarse al nuevo sistema económico. El ludismo, la destrucción deliberada de la nueva maquinaria, era un resultado común, aunque siempre fue breve e infructuoso.

El impacto del industrialismo sobre la agricultura fue más complejo, especialmente debido a la dependencia de la Revolución Industrial de algunos cambios independientes que se produjeron al principio en la agricultura. La mejora de la producción alimentaria, por ejemplo, era necesaria por ejemplo para enviar más trabajadores a las ciudades, a las fábricas y a las minas. Los cambios sucedieron en dos fases. Desde finales del siglo XVII en adelante, los países de Europa occidental introdujeron innovaciones en la agricultura por primera vez desde la edad media. Los nuevos métodos de drenaje abrieron nuevas tierras. La ganadería mejoró. Los nuevos cultivos, especialmente la patata, hizo crecer considerablemente la producción de comidas de alto contenido calórico. El uso de cultivos nitrogenados, como el nabo, permitió que los campos fueran cultivados permanentemente, en lugar de dejarlos en barbecho una vez cada tres años. Por último, simples mejoras en los aperos, como el uso de la guadaña en lugar de la hoz para la recolección, aumentó la productividad. Estos cambios fueron suficientes para generar más alimentos, complementados por las importaciones, para liberar fuerza de trabajo para la industria.

El segundo estadio de la transformación de la agricultura comenzó en torno a 1830, como resultado de la temprana industrialización. Las nuevas máquinas, como segadoras mecánicas y arados más grandes se utilizaban en las granjas. La investigación industrial desarrolló los fertilizantes químicos. Las máquinas para procesar los alimentos, como los separadores de nata, revolucionaron la producción lechera. Lo que podría llamarse agricultura industrial se desarrolló especialmente en las extensas tierras de Norteamérica, donde los nuevos canales, vías y el barco de vapor facilitaban el comercio de bienes agrícolas. Alrededor de 1870, las exportaciones masivas de Estados Unidos, Canadá y Australia, Nueva Zelanda y Argentina proporcionaron alimentos a la Europa industrial y a sus propios centros industriales. En Europa, los estados comerciales ganaron terrenos a las granjas tradicionales, mientras en algunas zonas, como Gran Bretaña, confiaron mucho en la importación de alimentos, encontrando más beneficios en concentrarse en los nuevos sectores industriales.

Impactos sociales

Incluso más allá de los cambios en los oficios y las tradiciones rurales, la industrialización modificó gradualmente la naturaleza de la vida. Durante la primera época, más de la mitad de la población del país vivía en las ciudades. En Gran Bretaña alcanzaron este hito en 1850. Otro cambio clave afectaba a las familias. Con un trabajo que se realizaba fuera de casa, se requerían nuevas especializaciones entre los miembros de la familia. En muchas sociedades industriales, las mujeres casadas eran retiradas a menudo del mercado laboral para ocuparse del trabajo doméstico. Los niños eran utilizados en ocasiones en la industria primaria, pero con la introducción de maquinaria moderna, su trabajo ya no era necesario. Al mismo tiempo, los nuevos niveles educativos parecían útiles para crear trabajadores adultos expertos. Desde este momento, la educación, más que el trabajo, definía la infancia en las sociedades industriales.

Fuera de casa, la industrialización creó nuevas, y a menudo agudizó las divisiones sociales. La brecha entre los propietarios de las fábricas y la creciente masa de trabajadores, incapaces de mejorar sus condiciones de trabajo, aumentó. Nuevas formas de protesta, en particular huelgas y otros tipos de acción política se desarrollaron en paralelo al avance de la industrialización.

La mayoría de los historiadores está de acuerdo en que la calidad del trabajo se deterioró en muchos aspectos como resultado de la Revolución Industrial. Las presiones del ritmo más rápido y la supervisión estricta por parte de los supervisores y encargados, afectó negativamente a la calidad. En suma, trabajar fuera de casa y la creciente especialización a menudo redujeron la identificación de los trabajadores con los productos que elaboraban. Desde luego, había compensaciones. Aunque los salarios a menudo eran bajos en los primeros años de la industrialización, al final mejoraron, creando nuevas oportunidades para consumir. Un pequeño número de trabajadores podía llegar a un alto grado de especialización, incluso podían acceder a los puestos de supervisor. Avances más sustanciales sin embargo, eran infrecuentes. La mayoría de los trabajadores finalmente perdían su confianza en la satisfacción que proporcionaba el trabajo y buscaban trabajar menos horas y un mayor salario.

Pero la vida fuera del ámbito laboral no siempre mejoraba rápidamente. Las familias de clase trabajadora podían estar fuertemente unidas, pero aparecían nuevas tensiones. Muchos trabajadores descargaban sus frustraciones sobre otros miembros de la familia. Y la alegría de vivir inicialmente se deterioró con la industrialización. La presión del trabajo cortó el tiempo de ocio. Incluso en Japón, que es rico en actividades lúdicas populares, los festivales tradicionales fueron atacados por los patronos que los veían como pérdidas de tiempo. Los patronos atacaban cualquier otra actividad lúdica, como la bebida, aunque con menos éxito. Sin embargo, surgieron nuevas formas de ocio, espectáculos comerciales como los deportes profesionalizados, el teatro popular y más tarde el cine.

Industrialización mundial

La industrialización cambió el mundo. Pocos lugares escaparon a su impacto. Sin embargo, la naturaleza del impacto varía de unos lugares a otros. Comprender las consecuencias globales de la industrialización precisa que se entienda cómo fue la industrialización en cada lugar.

La industrialización al principio siempre es un fenómeno que se produce a nivel regional, no nacional, como lo demostró el gran retraso industrial de Sudamérica. Muchas zonas de Europa occidental y Estados Unidos siguieron a Gran Bretaña a principios del siglo XIX. Unas pocas regiones europeas (Suecia, los Países Bajos, el norte de Italia) no comenzaron su verdadera industrialización hasta mediados del siglo. La siguiente gran oleada de nueva industrialización, que comenzó en torno a 1880, llegó también a Rusia y Japón. Una última ronda (hasta hoy día) incluyó la rápida industrialización del resto del borde del Pacífico (concretamente Corea del Sur y Taiwan) en torno a 1960.

Varios factores configuraron la naturaleza de la industrialización en cada sitio. En Gran Bretaña, por ejemplo, la industrialización triunfó cuando dependía de inventores individuales y de compañías relativamente pequeñas. Sin embargo, comenzó a rezagarse en el clima corporativo de finales del siglo XIX. Por el contrario en Alemania avanzó cuando la industrialización provocó la creación de organizaciones mayores, estructuras organizativas más impersonales, e investigación colectiva más que artesanos hojalateros. En Alemania, el Estado estaba también más implicado en la industrialización que en Gran Bretaña.

La industrialización francesa puso el énfasis en la modernización de los productos artesanales. Esto no solamente reflejaba unas especialidades nacionales más tempranas, sino también menos adecuación de recursos en el carbón, un factor que mantuvo muy retrasada la industria pesada. Francia también tenía que presionar a los trabajadores especializados para que trabajaran según las nuevas formas, generando algunas tensiones. Los carpinteros, por ejemplo, utilizaban diseños prefabricados para hacer la carpintería rápidamente, pero como se sentían ofendidos por las adulteraciones de sus destrezas artísticas, conservaron algunos métodos manuales. La industrialización en Estados Unidos dependía de la mano de obra inmigrante. Esto explica en parte por qué los Estados Unidos, pese a su régimen político democrático, fue el pionero en una organización particularmente despiadada de los trabajadores, que culminó en la cadena de montaje. Al contrario que Alemania, en Estados Unidos se pusieron en marcha leyes que combatían los negocios demasiado grandes que incurrieran en competencia desleal, aunque el impacto de estas leyes fue desigual. Estados Unidos, con su enorme mercado, fue el pionero del nuevo estadio económico de la sociedad de consumo que ha tenido en los últimos tiempos un impacto mundial. En concreto, Estados Unidos encabezó la creación de moda popular y de entretenimientos de masas.

Las industrializaciones tardías también variaron. La industrialización rusa comenzó antes de la Revolución Rusa de 1917, pero el comunismo la aceleró considerablemente, sustituyendo la economía de mercado por la planificación estatal en el diseño de las políticas industriales. La industrialización japonesa adoptó una estrecha colaboración entre las grandes empresas y el gobierno. Japón, como todas las naciones que se han industrializado más tarde, al principio tuvieron que importar el equipamiento básico. También carecían de recursos básicos, incluido el combustible. Por eso, el estado rápidamente animó a las industrias que produjeran bienes para exportar aunque limitando las importaciones. Esta política aún afecta a Japón, pese a estar entre las mayores economías mundiales. En suma, la herencia confuciana de Japón, que pone el énfasis en la colaboración, se refleja en la forma de gestionar la industria. De hecho, a finales del siglo XX, muchos observadores señalaban que la industrialización había ganado terreno en dos contextos culturales concretos: occidental y confuciano. Sin embargo, en cada contexto los resultados eran distintos.

No obstante, hay una complicación para describir la industrialización global como sucesivas oleadas, en aquellos casos en que las sociedades están parcialmente industrializadas y no ha habido una auténtica revolución. Países como México, Brasil, India y China han llegado a una cierta producción industrial para reducir la necesidad de importar algunos bienes de consumo como la ropa y los coches. También desarrollaron industrias claves en torno a ciertos bienes para exportar, como la industria informática brasileña (una de las mayores de todo el mundo) y los sectores aeroespacial y de software informático.

El modelo de innovación y diversidad industrial sigue en vigor. El colapso del comunismo europeo a finales de la década de 1980 obligó a los gobiernos de Europa del Este a convertirse a la economía de mercado para acelerar el crecimiento industrial. Algunos que habían prosperado mucho bajo el sistema comunista se encontraron con la dureza de esta nueva forma de funcionar. De hecho, en la historia de la industrial no se había intentado un cambio de sistema económico de esta envergadura. En China, se produjo otra experiencia novedosa en 1978, cuando el país se embarcó en lo que parecía ser el primer estadio de una industrialización rápida, pero con una economía de mercado parcial combinada con un estricto y autoritario control gubernamental.

Es complejo establecer un modelo de industrialización global cuando la industrialización que ha durado décadas es tan distinta de unos lugares a otros. Algunos países, como Francia, Alemania y Estados Unidos, siguieron inmediatamente el modelo británico. Campañas comerciales, gobiernos deseosos de conseguir las ventajas de la industrialización para el ejército, y desde luego recursos naturales favorables, fueron importantes factores para su industrialización. Otras regiones quedaron muy rezagadas. Aquí las causas diferían. Algunos lugares carecían de fuentes de energía adecuadas. Muchos más eran dependientes de la economía occidental, demasiado pobres para conseguir el capital que les permitiera adquirir equipamiento industrial costoso y a menudo dependía de los capitalistas occidentales. Egipto, por ejemplo, intentó industrializarse bajo una líder reformista a principios del siglo XIX pero fue bloqueado. En lugar de eso, se convirtió en productor de materias primas (especialmente algodón) para los fabricantes occidentales. En algunos lugares, para acabar, se resistieron a la industrialización por motivos culturales. En 1870, el gobierno tradicionalista chino destruyó deliberadamente las primeras vías de tren construidas en el gigantesco país.

Las consecuencias de la industrialización son, en última instancia, globales. A principios del siglo XIX, las fábricas europeas empujaron hacia la fabricación tradicional a zonas como América Latina y la India. Al mismo tiempo, los centros industriales buscaban recursos alimentarios y materias primas, ayudando a estos sectores a expandirse en lugares como Chile y Brasil. La búsqueda de dinero mediante las exportaciones con el objetivo de comprar bienes de lujo y maquinaria de las sociedades industriales, ayudó a provocar grandes cambios en los modelos laborales en lugares como América Latina, o en 1900, África. Los bajos salarios, a menudo forzados mediante medidas coercitivas, se generalizaron.

El poderío industrial y la búsqueda de mercados y materias primas yacen tras la expansión imperialista europea del siglo XIX. Sin embargo, de forma gradual, otras sociedades copiaron la industrialización o cuando menos desarrollaron un sector industrial independiente. Gran parte de la historia del mundo en el siglo XX, recoge los esfuerzos de sociedades como la India, China, Irán o Brasil para reducir su dependencia de las importaciones y organizar una forma selectiva de exportación a través de la industria. El impacto medioambiental de la industrialización también ha sido internacional. La industrialización afectó rápidamente a la calidad del agua y del aire cerca de las fábricas. Las demandas industriales de productos agrícolas, como el caucho, provocaron la deforestación y cambios climáticos en lugares como Brasil. Estos modelos se han acelerado, mientras el crecimiento industrial se ha generalizado, creando temas de actualidad, como el calentamiento global. El impacto mundial de la industrialización, en este sentido, permanece como una historia inacabada cuando comienza el siglo XXI.

Dado el impacto global de la industrialización, es creciente la importancia de que entendamos su naturaleza y sus consecuencias. Aunque es fácil entender el impacto de la industrialización desde el nivel personal, es más difícil comprender su naturaleza a nivel global, especialmente cuando el modelo global es tan complejo. La historia proporciona un medio para llegar a comprenderlo. Comprendiendo las causas, las variaciones y las consecuencias históricas de la Revolución Industrial, podemos entender mejor nuestras circunstancias actuales y, con optimismo, diseñar mejor las industrializaciones futuras.

Acerca del autor: Peter N. Stearns es profesor de Historia en la Universidad Carnegie Mellon. Ha escrito The Industrial Revolution in World History, así como otras obras, entre las que destaca Millennium II, Century XXI: A Retrospective on the Future.

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(Infografía tomada de la revista Viva publicación del diario Clarín)

Dicen haber encontrado el oro perdido de Hitler en el naufragio del «Titanic» nazi


ABC.es

  • En una entrevista exclusiva al «Daily Star», un buzo aifrma que ha hallado cajas repletas de riquezas en el pecio del «Wilhelm Gustloff»
 El «Titanic nazi», en una composiciñon - Wilhelm Gustloff museum

El «Titanic nazi», en una composiciñon – Wilhelm Gustloff museum

Ni enterrado en un túnel secreto de Polonia, ni perdido en una base secreta de la Antártida. Según ha explicado un buzo al diario «Daily Star» esta misma semana, los 100 millones de libras en oro que -presuntamente- perdió Adolf Hitler a lo largo de la Segunda Guerra Mundial (el tesoro extraviado de los nazis) se encuentran ubicados en el pecio del «Wilhelm Gustloff». Un buque que fue llamado el «Titanic» germano después de que, en 1945, un submarino soviético lo enviase al fondo del mar junto con más de 9.000 refugiados y militares del Reich.

Así lo ha afirmado, al menos, el buzo británico Phil Sayer (de Esssex, Inglaterra) quien -rememorando lo que sucedió hace un año con dos supuestos cazatesoros– dice haber hallado al fin el supuesto oro. De esta forma, las riquezas que robaron durante años los alemanes (las cuales abarcaban desde obras de arte hasta el dinero que quitaban a los judíos en los campos de concentración y exterminio) se encontrarían, según él, en el mar Báltico, frente a las costas de Polonia y a 450 metros de profundidad.

El superviviente

Para sustentar su teoría, Sayers dice contar con el testimonio de uno de los supervivientes de la tragedia naval del «Titanic nazi». El personaje es -siempre en sus palabras- Rudi Lange, un controlador de radio que no falleció durante el naufragio y que, al parecer, habría visto como subían a este navío (un trasatlántico) varias cajas repletas de oro. «Sabemos de primera mano que un montón de camiones aparecieron repentinamente y transfirieron un cargamento de alta seguridad al buque. Lange vio todo cuando bajó al muelle para fumarse un cigarrillo», ha explicado el buzo.

Sayer afirma que, en ese instante, Lange pudo ver de primera mano como llegó hasta el muelle un convoy repleto de «cajas con lingotes de oro». ¿Cómo pudo conocer lo que había en el interior de las arcas? Por una segunda fuente. «No sabía lo que se estaba cargando en principio, pero en 1972 se reunió con otro superviviente (uno de los guardias encargados de vigilar el oro) y este le reveló la verdad», ha determinado el británico.

Pero no solo eso, sino que Sayers también ha explicado al «Daily Star» (de forma exclusiva) que, en 1988, tuvo la oportunidad de descender en una expedición de buceo hasta el mismísimo pecio del «Wilhelm Gustloff». Supuestamente, bajo las aguas vio como los torpedos soviéticos habían destrozado parte del casco del navío y habían dejado a la vista varias cajas que podrían corresponderse con aquellas en las que estaba guardado el oro.

En este sentido, cree haber visto barrotes en algunas de las ventanas cercanas, lo que sugiere que podría haber sido guardado en una habitación con rejas para evitar que fuera robado.

El «Titanic» nazi

Más allá de elucubraciones, lo cierto es que la del «Titanic» nazi fue una de las catástrofes navales más grandes de toda la historia. Su historia –como ya explicamos en ABC 2013– comenzó en 1937, cuando fue botado por el mismísimo Hitler como «Wilhelm Gustloff» (nombre que fue puesto en recuerdo de un líder germano fallecido hacía pocos meses). Sus medidas eran ciertamente imponentes, aunque no llegaban a las del buque de la «Withe Star Line». Y es que, sumaba 208.5 metros de eslora y 23,5 metros de manga. Podía transportar un total -aproximadamente- de 1.965 personas, un número imponente para la época.

En principio, el Gustloff fue dedicado a hacer viajes de placer hasta la isla de Madeira. No obstante, en 1939 fue enviado a España para recoger a la Legión Cóndor, los aviadores germanos que habían combatido junto a Francisco Franco.

Fue su primera misión militar, pero no sería la última. Y es que, cuando Alemania entró en guerra contra Polonia el 1 de septiembre de 1939, este navío fue requisado por la marina, pintado enteramente de blanco (y una raya verde) y usado como buque hospital.

«Se terminó el sueño del buque de recreo, de las travesías marítimas para los trabajadores. De los espléndidos viajes a Madeira, alrededor de Italia y de los fiordos noruegos…» explica Heinz Schön (uno de los pocos supervivientes del naufragio) en «La tragedia del Gustloff. Relato de un superviviente».

Su objetivo sería participar en la «Operación León Marino» (la invasión de Gran Bretaña por parte del ejército germano). Sin embargo, su cancelación repentina hizo que el Gustloff fuese repintado como navío de guerra y quedase olvidado en un puerto de Sttetin. Y así permaneció hasta que, en enero de 1945, un capitán recibió la orden de usar este navío en la denominada «Operación Hannibal»: la evacuación de más de dos millones de refugiados de la vieja Europa para evitar la ira del Ejército Rojo.

9.400 personas murieron después de que el submarino disparase tres torpedos

Tras arribar al puerto de Gdynia (en Polonia), donde recogió a una ingente cantidad de refugiados (según las últimas investigaciones, hasta un total de 10.582 personas) partió el 30 de enero de 1945.

Iba con una carga 9 veces mayor que la debida y únicamente había botes salvavidas para 5.000 personas. Con todo, ningún marinero pudo negarse a dejar pasar a nadie. Tras algunas horas de viaje, se ordenó al capitán del Gustloff hacer encender sus luces de posición para evitar el impacto con un buque aliado. Los oficiales germanos no tuvieron más remedio que hacerlo, pero la decisión no pudo ser peor.

¿Por qué? Porque debido a ello, el buque desveló su posición al submarino S-13 soviético dirigido por el capitán Alexander Marinesko. «A las 23:00 en punto, hora de Moscú, el submarino se colocó en posición de disparo. El S-13 se acercó a unos 1.000 metros del objetivo. Marinesko ordenó preparar los torpedos de proa para un ataque en superficie y sumergirse luego a una profundidad de tres metros. Cuando la proa del enorme buque fue reconocible en el centro de la retículadel periscopio del S-13, Marinesko dio la orden», añade el alemán.

Instantáneamente, se dispararon tres torpedos hacia él trasatlántico. El Gustloff tardó apenas unos minutos en irse a pique. Con él, se perdieron la friolera de 9.400 persoans. Hombres, mujeres y niños. Una masacre en toda regla. Todo, en apenas una hora. El resultado fue la mayor tragedia naval de la historia.

La leyenda del oro nazi

Las teorías sobre la existencia de un gigantesco tesoro nazi son varias y se apoyan, en su mayoría, en la ingente cantidad de obras de arte y riquezas varias que los hombres de Hitler expoliaron en los países ocupados a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial.

Este gigantesco tesoro estaría formado, además, por todos aquellos objetos, billetes e -incluso- dientes de oro que los germanos decomisaron a los judíos en los campos de concentración. Sin embargo, jamás se ha calculado exactamente a qué cantidad ascendería o cuánto se habrían gastado los jerarcas en el esfuerzo de la guerra.

Con todo, existen algunos autores que se han atrevido a dar una cifra. Uno de ellos es el investigador y divulgador histórico José Lesta quien, en su libro «El enigma nazi. El secreto esotérico del Tercer Reich», afirma que (en los últimos días de la contienda) el secretario personal de Adolf Hitler, Martin Bormann, convenció a los jerarcas nazis de que lo mejor que podían hacer era esconder todo aquello de valor que tuvieran en un lugar más seguro que un país neutral como Suiza. Además, les habría instado a que vendieran todo su patrimonio e invirtieran en objetos que no perdieran valor con el paso de los años. Desde oro, hasta joyas.

El plan, en palabras del experto, habría gustado a muchos jerarcas, quienes lo vieron como una oportunidad futura de escapar de Alemania cuando accedieran a ella los germanos.

«Se iban a buscar los rincones más seguros de la tierra, donde los ricos partidarios del nacionalsocialismo podrían vivir seguros, disfrutando de sus fortunas. En 1946 los aliados descubrieron que habían desaparecido de los bancos alemanes ochocientos millones de dólares, cantidad que tendríamos que multiplicar por cien o más para ha cernos una idea de lo que significaría actualmente. A pesar de las ingentes sumas de dinero gastadas en armamento por el III Reich, se había podido comprobar que todas las riquezas obtenidas en los países ocupados convirtieron la guerra en una especie de inversión, al menos para los grandes industriales», determina Lesta en su obra.

Nuevamente, dejando a un lado las leyendas sobre el lugar exacto en el que fueron a parar las riquezas (o si fueron reinvertidas o escondidas posteriormente), lo que es totalmente cierto es que los hombres de Adolf Hitler amasaron una inmensa fortuna para el esfuerzo de la guerra.

Así lo afirma el catedrático de Historia económica Pablo Martín-Aceña: «La avidez del Tercer Reich por obtener el codiciado metal fue ilimitada y sin él los nazis no hubieran podido sostener una guerra tan prolongada ni tan sangrienta. Sobre los relucientes lingotes apilados en las cámaras acorazadas del Reichsbank en Berlín, erigió el Führer su gran poderío militar».

«La Mala perra» que desplazó del trono de Inglaterra a una reina madrileña y terminó decapitada


ABC.es César Cervera C_Cervera_M

  • Ana Bolena era tan atractiva como para que nadie se fijaba de primeras en el defecto físico de su mano izquierda: tenía seis dedos. Lo ocultaba con mangas largas, puesto que en la Inglaterra de los Tudor aquello podía pasar como un signo de brujería
 Escultura moderna de Ana Bolena, por George S. Stuart

Escultura moderna de Ana Bolena, por George S. Stuart

Todavía hoy el vocabulario español sigue sin perdonar del todo a Ana Bolena sus desprecios hacia la madrileña Catalina de Aragón. En su época se la apodó «la Mala Perra» y, según el diccionario actual de la RAE, una «anabolena» es una «Mujer alocada y trapisondista». Algo así como una mujer traicionera y poco de fiar. La segunda de las seis esposas del pérfido Enrique VIII es recordada en el imaginario popular como una mujer excesivamente ambiciosa, siendo la detonante de una infidelidad que cambiaría la historia de Europa.

Catalina de Aragón cayó en gracia al pueblo inglés desde el principio. La hija pequeña de los Reyes Católicos era una joven de ojos azules, cara redonda y tez pálida, la más parecida a su madre Isabel. A los cuatro años fue prometida en matrimonio con el Príncipe de Gales, Arturo, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, por medio del Tratado de Medina del Campo. La decisión de los Reyes Católicos obedecía a una estrategia matrimonial para forjar una red de alianzas contra el Reino de Francia. Por su parte el Rey inglés necesitaba urgentemente arrojar sangre regia sobre la dinastía que acaba de fundar. Los Tudor necesitaban a alguien como Catalina.

La segunda de las seis esposas del pérfido Enrique VIII es recordada en el imaginario popular como una mujer poco de fiar

La madrileña «poseía unas cualidades intelectuales con las que pocas reinas podrían rivalizar», en palabras de los cronistas del periodo. La infanta causó una grata impresión a su llegada a Inglaterra, donde viajó siendo todavía una adolescente. El 14 de noviembre de 1501, Catalina se desposó con Arturo en la catedral de San Pablo de Londres, pero el matrimonio duró tan solo un año.

Los dos miembros de la pareja enfermaron de forma grave –posiblemente de sudor inglés (una extraña enfermedad local cuyo síntoma principal era una sudoración severa)–, aunque solo él falleció a causa de la gripe. En los siguientes años, la situación de la joven fue muy precaria porque no tenía quien sustentara su pequeño séquito y su papel en Inglaterra quedó reducido al de viuda y diplomática al servicio de la Monarquía hispánica.

Ana Bolena, la pasión morena

Con la intención de mantener la alianza con España, y dado que todavía se adeudaba parte de la dote del anterior matrimonio, Enrique VII tomó la decisión de casar a la madrileña con su otro hijo, Enrique VIII. El apuesto príncipe se casó con la viuda de su hermano en 1509, durante una ceremonia privada en la Iglesia de Greenwich. Para entonces ya era Rey de Inglaterra y su esposa «la Reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina», según la describiría un siglo después William Shakespeare. En definitiva, una de las soberanas más queridas por el pueblo inglés en la Historia.

Sin embargo, la sucesión de embarazos fallidos enturbió la convivencia entre el Rey y la Reina. De lo seis embarazos de Catalina solo la futura María I alcanzó la mayoría de edad. En 1513, su marido la nombró regente del reino en lo que él viajaba a luchar junto a España y el Sacro Imperio contra Francia. La Reina lidió con una incursión escocesa en Inglaterra, que desembocó en la batalla de Flodden Field. Se dice, entre el mito y la realidad, que Catalina acudió embarazada y equipada con armadura a dar una arenga a las tropas antes de la contienda.

Lejos de agradecerle sus servicios, Enrique volvió a casa hecho un basilisco y maldiciendo a Fernando «El Católico» por retirarse de la guerra. El Rey, sensible e inteligente para otras cosas, exhibía un carácter impulsivo y colérico en la esfera privada que fue empeorando con los años. Por esas fechas se planteó por primera vez el divorcio de Catalina.

El Monarca comenzó a partir de 1517 un romance con Elizabeth Blount, una de las damas de la Reina. Al bastardo resultante de esta aventura, Enrique Fitzray, le reconoció como hijo suyo y le colmó con varios títulos. Pero entre las muchas relaciones extramatrimoniales que siguieron a este romance, la que marcó el punto de no retorno fue la de Ana Bolena, una seductora y ambiciosa dama de la Corte que provocó un cisma en la Iglesia.

Si bien Catalina era de facciones rubias y hermosa a pesar de los sucesivos embarazos, la joven Ana Bolena le superaba a esas alturas de su vida en atractivo. Hasta tal punto de que nadie se fijaba de primeras en el defecto físico de su mano izquierda: tenía seis dedos o, para siendo más preciso, cinco y un pequeño muñón. Lo ocultaba con mangas largas, puesto que en la Inglaterra de los Tudor aquello podía pasar como un signo de brujería. Otro hecho sorprendente es que Ana Bolena, educada en Malinas y París, tenía los ojos oscuros y los cabellos negros, casi siempre sueltos, en contra de la tradición de la época. Lejos del mito cinematográfica, se trataba de una lucha entre una rubia nacida en Alcalá de Henares y una morena del condado de Kent.

La mujer que inició un cisma, literalmente

Poco tiempo después de que Enrique mantuviera un breve romance con la hermana mayor, María Bolena, se enzarzó en otro con la pequeña Ana (existen dudas sobre quién era mayor de las dos). Hija de un diplomático de confianza del Rey, la joven se resistió al principio pero con sus reparos se aseguró de que Enrique no la usara como un entretenimiento pasajero. Tras poner tierra de por medio trasladándose a Kent, la joven vio como el Monarca la escribía reclamándole desesperado su amor:

«No sé nada de ti y el tiempo se me antoja sumamente largo porque te adoro. Me siento muy desgraciado al ver que el premio a mi amor no es otro que verme separado del ser que más quiero en este mundo»

Enrique se apasionó con aquella mujer que se había atrevido a decirle que no. La quiso no solo hacer su amante, sino también su Reina. Y no era la primera persona que quedaba fascinada por la personalidad de Ana Bolena. Como explica María Pilar Queralt del Hierro en su libro «Reinas en la sombra» (EDAF), en una de las misiones diplomáticas de su padre por Europa recaló junto a sus familia en Flandes. Allí, Margarita de Austria, la mujer que crió a los hijos de Juana la Loca y Felipe El Hermoso, quedó hechizada por el aire despierto y buenos modales de la niña y la ofreció un puesto de menina en su Corte. La jovencita vivió en Malinas hasta 1514, cuando la Corona inglesa la destinó a París y finalmente propició su vuelta a Inglaterra.

Enamorado locamente, Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial basándose en que se había casado con la mujer de su hermano. El matrimonio era nulo, en tanto era incestuoso. Catalina se interpuso recordando que ella nunca consumó el matrimonio con Arturo, por lo cual ni siquiera era válido. Haciendo caso a la española, el Papa Clemente VII rechazó la anulación, mas sugirió como medida salomónica que Catalina podría retirarse simplemente a un convento, dejando vía libre a un nuevo matrimonio del Rey. Así las cosas, el obstinado carácter de la Reina, que se negaba a que su hija María fuera declarada bastarda, impidió encontrar una solución que agradara a ambas partes. La intervención del sobrino de Catalina, Carlos I de España, neutralizó las amenazas de Enrique VIII hacia Roma.

Cansado de esperar una respuesta favorable, Enrique VIII tomó una resolución radical: rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar «jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra». En 1533, el Arzobispo de Canterbury declaró nulo el matrimonio con Catalina y el soberano se casó en la Abadía de Westminster con Ana Bolena, a la que parte del pueblo ya denominaba «la mala perra». La pareja se consolidó definitivamente con la noticia del embarazo de Ana, que los astrólogos y magos anticiparon un niño. Se equivocaban. Nació otra niña, la futura Isabel I, condenada como la hija de Catalina a una infancia traumática.

Enrique privó a Catalina del derecho a cualquier título salvo al de «Princesa Viuda de Gales», en reconocimiento a su estatus de viuda de su hermano Arturo, y la desterró al Castillo del More en el invierno de 1531. Antes de morir a causa posiblemente de un cáncer, la madrileña escribió una carta a su sobrino Carlos pidiéndole que protegiera a su hija, la cual sería desposada posteriormente con Felipe II. Además, dirigió una carta a su esposo donde le perdonaba por sus errores, terminando con estas palabras: «Finalmente, hago este juramento: que mis ojos os desean por encima de todas las cosas. Adiós».

Con aquel gesto Catalina se aseguró quedar a ojos de la historia como la buena del cuento frente a la trapisondista de Bolena. Eso a pesar de que cierta corriente historiográfica sitúa a la inglesa como una mera víctima de su entorno. Ana repartió prebendas y nombramientos para garantizarse una posición fuerte en la Corte en paralelo al litigio que mantenía su marido, siendo que al final aquel séquito le empujó a exponerse en exceso.

Según la tradición, Enrique VIII y Ana Bolena celebraron una fiesta en palacio y el Monarca prohibió guardar luto en la corte en las fechas en las que murió Catalina. Quería celebrar su victoria, aunque en verdad le quedaban poco tiempo como esposa del Rey. Coincidiendo con la muerte de Catalina, Ana sufrió un aborto de un hijo varón. Enrique ni siquiera se tomó la molestia de ir al lecho de parturienta a consolarla.

Camino al patíbulo tras un embarazo fallido

Solo unos meses después, Ana fue decapitada en la Torre de Londres acusada por el consejero del Rey Thomas Cromwell falsamente de emplear la brujería para seducir a su esposo, de tener relaciones adúlteras con cinco hombres, de incesto con su hermano, de injuriar al Rey y de conspirar para asesinarlo. El 19 de mayo de 1536, Ana Bolena subió las escaleras del patíbulo instalado en el patio de su prisión y se dirigió a los presentes antes de su ejecución:

«No quiero acusar a ningún hombre, ni justificarme de mis decisiones, solo deciros que rezo a Dios para que proteja al rey y le conceda un largo reinado porque es el más generoso príncipe que hubo nunca: para mí fue siempre bueno, gentil y soberano. Y si alguna persona se vincula a mi causa, les requiero que obren en conciencia. Acepto pues mi partida de este mundo y solo les ruego que recen por mí…»

Al igual que le ocurriera a Catalina antes que a Ana, Enrique VIII sustituyó a su segunda esposa por una mujer más guapa y joven, Jane Seymour. El día después de la ejecución de Ana contrajo matrimonio con ella y engendró a su único hijo varón, el príncipe Eduardo. Doce días después de aquel parto murió Jane por fiebres puerperales. Todavía el Rey contrajo matrimonio otras tres veces. Ni siquiera consumó el siguiente, con Ana de Cleves, a la que llamaba en privado «la yegua de Flandes» por su escaso atractivo. Mostraba el rostro picado por la viruela, la nariz enorme y los dientes saltones. El envejecido y obeso soberano se divorció de nuevo para casarse con Catalina Howard, a la que también decapitó.

El Rey inglés falleció, en 1547, cuando todavía seguía casado con su sexta esposa, Catalina Parr. Le sucedió su único hijo varón, Eduardo VI, quien murió a los 15 años de edad por una tuberculosis. Así la Corona pasó sucesivamente a las hijas marginadas del Rey. Hermanastras e hijas de dos antiguas rivales. María, hija de Catalina de Aragón, e Isabel, hija de Ana Bolena.

María «la sanguinaria», la mujer que convirtió a Felipe II en Rey de Inglaterra


ABC.es

  • La larga serie de embarazos psicológicos que registró María finalizó, en 1558, cuando uno de ellos le llevó a caer en una profunda depresión
 María I de Inglaterra entrando en Londres para tomar posesión del trono en 1553 - Wikimedia

María I de Inglaterra entrando en Londres para tomar posesión del trono en 1553 – Wikimedia

María fue una niña triste, una reina sangrienta, una esposa desconsolada, una eterna embarazada… La hija de Catalina de Aragón hubo de hacer frente a muchas dificultades antes de tomar la Corona de Inglaterra a mediados del siglo XVI y, una vez en el trono, se apoyó en su marido para restituir a golpe de ejecuciones la obediencia de su país hacia la Iglesia católica. Todo el éxito político de la alianza entre la inglesa y el español naufragó a la hora de dejar descendencia. La larga serie de embarazos psicológicos que registró María finalizó, en 1558, cuando uno de ellos le llevó a caer en una profunda depresión y a morir meses después. Felipe II, su marido, no encontró el momento de desplazarse desde Bruselas a Londres, a pesar de las cartas de su esposa suplicándole que estuviera a su lado en aquellos momentos tan dolorosos. Murió sin volver a verle.

Tras solo dos años de matrimonio con María Manuela de Portugal, Felipe quedó soltero con un hijo enfermizo como única sucesión. La portuguesa, prácticamente de la misma edad que el entonces príncipe español, había fallecido después de dar a luz a Don Carlos, el Príncipe maldito. Durante la búsqueda de la candidata ideal para ser esposa de su hijo, Carlos I de España (V de Alemania) descartó la opción de que se casara en segundas nupcias con alguna de las hijas del rey de Francia, un enlace que habría sellado la paz entre ambos países, o con la hermosa hija menor del rey de Portugal, que a largo plazo podía asegurarle el trono de este reino; y en cambio recomendó que lo hiciera con una antigua prometida suya, María Tudor. La hija de Catalina de Aragón había vivido una infancia turbulenta a causa de la decisión de Enrique VIII de Inglaterra de divorciarse en contra del criterio de la Iglesia católica. Una mujer repleta de traumas que tenía a Carlos como el hombre que había velado por sus derechos en Europa cuando nadie más lo hizo.

La hija de Catalina de Aragón y Enrique VIII

Pese a contar con el apoyo popular de los ingleses, Catalina de Aragón –la hija menor de los Reyes Católicos– acabó repudiada por su marido, Enrique VIII, debido a la falta de hijos varones. La sucesión de embarazos fallidos, seis bebés de los que solo la futura María I alcanzó la mayoría de edad, enturbió la convivencia entre el Rey y la Reina. Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial basándose en que se había casado con la mujer de su hermano Arturo. El Papa Clemente VII, a sabiendas de que aquella no era una razón posible desde el momento en que una dispensa anterior había certificado que el matrimonio con Arturo no era válido (no se había consumado), sugirió a través de su enviado el cardenal Campeggio que la madrileña podría retirarse simplemente a un convento, dejando vía libre a un nuevo matrimonio del rey. Sin embargo, el obstinado carácter de la Reina, que se negaba a que su hija María fuera declarada bastarda, impidió encontrar una solución que agradara a ambas partes. La intervención del todopoderoso sobrino de Catalina, Carlos I de España, elevó la disputa a nivel internacional.

Pese a las amenazas de Enrique VIII hacia Roma, Clemente VII temía todavía más las de Carlos I, quien había saqueado la ciudad en 1527, y prohibió que Enrique se volviera a casar antes de haber tomado una decisión. Anticipado el desenlace, Enrique VIII asumió una resolución radical: rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar «jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra».

En 1533, el Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró nulo el matrimonio del Rey con Catalina y el soberano se casó con Ana Bolena, a la que el pueblo denominaba «la mala perra». Además, Enrique privó a Catalina del derecho a cualquier título salvo al de «Princesa Viuda de Gales», en reconocimiento de su estatus como la viuda de su hermano Arturo, y la desterró al castillo del More en el invierno de 1531. Años después fue trasladada al castillo de Kimbolton, donde tenía prohibido comunicarse de forma escrita y sus movimientos quedaron todavía más limitados. Allí, el 7 de enero de 1536, antes de morir a causa posiblemente de un cáncer, Catalina de Aragón escribió una carta a su sobrino Carlos I pidiéndole que protegiera a su hija.

De esta forma, la «reina sanguinaria» nunca olvidaría que en 1533 tuvo que renunciar al título de princesa y que, un año después, una ley del Parlamento inglés la despojó de la sucesión en favor de la princesa Isabel, la hija de Ana Bolena, la mujer que había desencadenado el divorcio. No en vano, la ejecución de Ana Bolena en 1536 provocó un cambio en la situación de María. La nueva esposa de Enrique VIII, Juana Seymour, logró que María capitulara y jurara las nuevas leyes religiosas a cambio de una posición más aventajada en la corte, siendo ahora su hermanastra, Isabel, la que quedó marginada. Fruto del matrimonio entre Enrique VIII y Juana Seymour nació Eduardo, que fue designado el heredero de la corte. Cuando falleció de forma prematura Eduardo VI en 1553, la niña marginada se convirtió a sus 37 años en la reina de Inglaterra e inició una represión religiosa contra los líderes protestantes. Una de sus primera medidas fue encarcelar y ejecutar al Duque de Northumberland, quien había endurecido la política contra los católicos en esos primeros años del reinado de Eduardo VI.

«Lo mejor de este negocio es que el rey lo ve y lo entiende que no por la carne se hizo este casamiento, sino por el remedio de este Reno y conservación de estos Estados»Ruy Gómez

Por otra parte, María nunca dejó de escribirse con su primo Carlos I, pero sus buenas relaciones apenas facilitaron las negociaciones para logar un acuerdo que debía salvar la oposición interna de los nobles ingleses y su desconfianza natural hacia los extranjeros. Las exigencias británicas terminaron por ser humillantes: la reina no podía ser obligada a salir de las islas; Inglaterra no estaba obligada a tomar parte en las guerras de los Habsburgo; el posible hijo del matrimonio heredaría Inglaterra, Irlanda y los Países Bajos; y, lo que a la postre fue capital, el monarca español perdería cualquier autoridad si María fallecía antes que él. El rey mostró sus recelos en privado, pero finalmente tragó con un acuerdo que prometía recuperar por completo a Inglaterra para la causa católica.

Pero más allá de las exigencias políticas, el otro escollo eran los recelos de la reina hacia el matrimonio. Su historial amoroso se reducía a haber descartado la posibilidad de casarse con Eduardo Courtenay –hijo de un noble decapitado en 1538, acusado entonces de conspirar contra Enrique VIII– al que había liberado de su prisión en la Torre de Londres con este propósito. Tras descartar la boda con Courtenay, de sangre real, pareció que María permanecería soltera siempre. Al menos hasta que apareció el apuesto Felipe, cuyo cuadro pintado por Tiziano en 1551 fue enviado a la reina. Quedó prendida de él desde el primer instante hasta el último de su vida.

En tanto, Felipe II entendió que el matrimonio respondía más que nunca a asuntos de Estado y aceptó sin la menor queja, pese a que la belleza de María brillaba por su ausencia. A sus 37 años, la reina inglesa parecía aparentar cerca de 50 y mantenía una mirada triste de forma perpetua. Antes de salir de España, no en vano, Felipe recibió también un retrato de su futura esposa pintado por Antonio Moro, donde se evidenciaba que la reina era mucho más mayor que él. Una vez en Inglaterra, los integrantes del séquito español coincidían en señalar lo poco que se parecía aquel retrato al auténtico rostro de María. «Lo mejor de este negocio es que el rey lo ve y lo entiende que no por la carne se hizo este casamiento, sino por el remedio de este Reno y conservación de estos Estados», escribió Ruy Gómez, uno de los hombres que acompañó a las islas Británicas a asistir al enlace, celebrado el día de Santiago de 1554 en la Catedral de Winchester.

«Bloody Mary», 300 muertos en la represión

Bajo el reinado de María y Felipe, se ejecutaron a casi a trescientos hombres y mujeres por herejía entre febrero de 1555 y noviembre de 1558. No sorprende por ello que la historiografía protestante la apodará a su muerte como Bloody Mary («la sangrienta María»).

Muchos de aquellos perseguidos eran viejos conocidos de la traumática infancia de María. Thomas Cranmer, quien siendo arzobispo de Canterbury autorizó el divorcio de Enrique VIII de Catalina de Aragón, fue objeto de un proceso para privarle de su diócesis y posteriormente fue condenado a morir en la hoguera. Se trataba de una persecución religiosa en toda regla, pero también de los esfuerzos de la reina por acabar con sus enemigos políticos. En previsión de su boda con Felipe, el noble protestante Thomas Wyatt encabezó una sublevación que alcanzó las afueras de Londres en enero de 1554. El intento de golpe de estado fracasó gracias al apoyo de los londinenses, debiendo Wyatt rendirse y entregarse solo un mes después. La rebelión terminó con las ejecuciones de varios parientes de Juana Grey –bisnieta de Enrique VII de Inglaterra– y de la propia joven.

Asediado en diferentes frentes por Francia y el Papa Pablo IV, el rey español reclamó a María su ayuda militar

Felipe II apoyó en todo momento a su esposa e intentó congraciarse con sus súbditos repartiendo mercedes entre los nobles leales a la causa católica y organizando justas y torneos para el entretenimiento popular. Estas actividades, que llevaban décadas sin celebrarse en las islas británicas, fueron recordadas durante varias generaciones por su magnitud. Sin embargo, el matrimonio se tornó en una experiencia triste cuando se fueron acumulando una serie de embarazos psicológicos o fallidos que hicieron imposible que naciera un heredero. Después de un año en Inglaterra, Felipe partió a reunirse en Bruselas con su padre. Carlos I había decidido abdicar y con ello legar a Felipe y al archiduque Fernando, su hermano, sus reinos y también sus guerras. Asediado en diferentes frentes por Francia y el Papa Pablo IV, el rey español reclamó a María su ayuda militar, lo cual estaba específicamente prohibido por el acuerdo matrimonial.

En marzo de 1557, el monarca regresó a Inglaterra durante unos meses y empleó su capacidad de persuasión sobre su mujer, que no era poca, para lograr su participación en una guerra que iba a desembocar en una terrible pérdida para Inglaterra. A las puertas del desastre, el Duque de Guisa conquistó a principios de 1558 de forma sorpresiva Calais, la última posesión inglesa importante en el norte de Francia. Tras solo siete días de asedio, las tropas inglesas se rindieron y entregaron la ciudad sin presentar batalla, con el único objetivo de desprestigiar a la reina María.

De la pérdida de Calais a su muerte

Según la tradición, María quedó tan destrozada por esta derrota que predijo que la palabra Calais aparecería a su muerte grabada sobre su corazón. Triste y supuestamente embarazada de nuevo, la inglesa reclamó en esos días la presencia de su marido, que recibió la noticia con «gran alegría y contentamiento» pero hizo poco por desplazarse a Londres. Tras aceptar que se trataba de un nuevo falso embarazo, la reina cayó en un estado depresivo a mediados de 1558. Rápidamente, Felipe entendió que en caso de fallecer su esposa iba a ser su hermanastra, Isabel Tudor, la persona con más apoyos para reinar, por lo que, temiéndose lo peor, comenzó un acercamiento hacia la que a la postre sería la mayor villana del imperio.

El plan original de Felipe era casar a Isabel con algún príncipe católico de su confianza, siendo el mejor candidato su primo Manuel Filiberto de Saboya, quien había encabezado su victoria en San Quintín. Los acontecimientos, sin embargo, se precipitaron y el propio monarca se ofreció a casarse con Isabel cuando vio que Inglaterra podía alejarse de su control para siempre. A principios de noviembre, María hizo testamento designando sucesora a su hermana Isabel con la esperanza de que abandonase el protestantismo; unos días después falleció a los 42 años de edad. El ascenso de Isabel, con el propio apoyo de Felipe, supuso así una victoria póstuma y completa de la decapitada Ana Bolena, que todavía hoy es equivalente en la lengua castellana a ser una mujer alocada y trapisondista. Lejos de aceptar la propuesta matrimonial de Felipe, Isabel se negó a volver a la obediencia papal y permaneció soltera toda su vida.

La relación entre el Imperio español e Inglaterra fue de mal en peor en los siguientes años. Isabel se mostró implacable con los nobles católicos que amenazaron su poder y tomó todas las medidas posibles en pos de borrar la huella hispánica en las islas. Cualquier posibilidad de que el catolicismo volviera a ser mayoritario en Inglaterra en el futuro pereció con la muerte de María. No obstante, el hispanista Geoffrey Parker apunta en su obra «Felipe II: la biografía definitiva» (Planeta, 2010) que «incluso sin hijos, el catolicismo se habría instaurado perdurablemente en Inglaterra si la reina hubiera vivido hasta (digamos) los 56 años como su padre».

 

 

El misterioso pasado de la espía que interrogaba a altos oficiales nazis


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  • Las autoridades han descubierto que la fallecida Eileen Burgoyne trabajó para los británicos tras la IIGM, aunque se desconoce su trabajo

    D.M. La mujer falleció a los 99 hace menos de un año

    D.M.
    La mujer falleció a los 99 hace menos de un año

Hasta hace menos de un año, Eileen Burgoyne era una encantadora jubilada de 99 años que vivía en Twickenham (Londres). Sin embargo, tras fallecer, y por mera casualidad, el recuerdo que sus vecinos tenían de ella cambió radicalmente cuando las autoridades locales encontraron en su hogar una ristra de recuerdos relacionados con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría (entre ellos, un subfusil «Sten»). La investigación posterior ha deparado todavía más sorpresas, pues ha logrado desvelar que esta mujer trabajó como espía durante estos dos conflictos interrogando a prisioneros nazis y, posteriormente, rusos. Con todo, se desconoce su papel concreto en aquellos procesos.

Según afirman varios diarios internacionales como el «Daily Telegraph», los objetos fueron hallados el pasado febrero, pocos meses después de que la anciana dejara este mundo. La forma de encontrarlos fue totalmente inesperada y más propia de una película de Hollywood. Concretamente, los «recuerdos» aparecieron cuando las autoridades se vieron obligadas a desalojar la calle en la que vivía la anciana debido a una amenaza de bomba y tuvieron, posteriormente, que registrar todas las viviendas de la manzana para asegurarse de que no había explosivos en su interior. Fue en ese momento cuando los agentes descubrieron varias cajas que desvelaban la colaboración de Burgoyne con los servicios de inteligencia británicos.

Una espía al servicio de Inglaterra

Tras descubrir estos curiosos recuerdos, la maquinaria estatal se puso a trabajar y las autoridades contactaron con varios de sus familiares. Estos, poco a poco y en base a nóminas, documentos y cartas de la época, fueron juntando el complejo rompecabezas que suponía la vida de la mujer. La fuente de mayor importancia para desvelar su identidad ha sido la prima de Burgoyne, Georgina Wood, quien ha señalado que la anciana trabajó para los servicios de inteligencia británicos en dos períodos, de 1945 a 1947, y de 1950 a 1953. En ambos casos, ayudando a sacar información a prisioneros de alto rango (en primer lugar nazis y, en segundo, soviéticos).

A su vez, los documentos encontrados han desvelado que la anciana fue contratada por el Centro de Servicios Combinados para Interrogatorios de su país para sacar información a los enemigos de Gran Bretaña en cualquier parte del mundo. Este dato ha sido corroborado gracias a una serie de fotografías que muestran a la mujer en lugares tan pintorescos como la bombardeada Hamburgo en plena Segunda Guerra Mundial, o correspondencia oficial enviada desde Europa.

Los documentos encontrados en su vivienda han demostrado también que Burgoyne fue reclutada –entre otras cosas- por su talento para los idiomas. Y es que, conocía a la perfección el francés y el español gracias a su paso por la Universidad de Manchester. Con todo, su pasado sigue inmerso en un cierto halo de misterio pues, aunque se sabe que trabajó en centros acusados de realizar duros y violentos interrogatorios, no se puede corroborar que fuera «obteniendo información» ella misma.

En este sentido, Ian Cobain, un periodista que investiga las torturas cometidas en los interrogatorios aliados, cree que pudo ser una mera traductora y mecanógrafa: «Los interrogatorios eran vistos como un trabajo de hombres. Había una gran cantidad de trabajo administrativo que se debía hacer, por lo que pudo haber sido perfectamente una traductora». La Policía Metropolitana no ha ofrecido datos concluyentes sobre su implicación en la guerra.

Su vida tras la guerra

Tras la Guerra Fría, Burgoyne se retiró del servicio activo y se trasladó a Londres. Allí permaneció hasta que falleció hace pocos meses. Curiosamente, no parece que tuviera reparos en hablar de su pasado, pues en alguna ocasión habló con algún vecino del tema, señalando que había trabajado para el MI5 (uno de los servicios de inteligencia del país). Así lo atestiguaban los recuerdos hallados en su vivienda, entre los que se destacaban varios documentos de la época y un subfusil «Sten» británico totalmente operativo. En palabras de los investigadores, podría haberse quedado con el arma como un recuerdo o como una forma de protección ante el regreso de sus enemigos.

Catalina de Aragón, la Reina madrileña de Inglaterra que fue humillada por Enrique VIII


ABC.es

  • Muy apreciada por el pueblo inglés, la esposa del Monarca se negó a aceptar la anulación de su matrimonio y reclamó a su todopoderoso sobrino Carlos I que defendiera sus derechos y los de su hija María I, futura Reina de Inglaterra. El empeño del Rey por divorciarse le llevó a romper con la Iglesia Católica
Museo Kunsthistorisches Retrato atribuido a Catalina de Aragón, pintado por Michael Sittow

Museo Kunsthistorisches
Retrato atribuido a Catalina de Aragón, pintado por Michael Sittow

Catalina de Aragón, la hija más pequeña de los Reyes Católicos, se alzó como una inesperada figura política en el Reino de Inglaterra, donde vivió en primera persona el acontecimiento más significativo de su historia: la ruptura de Inglaterra con la Iglesia Católica. La Reina de origen madrileño mantuvo la dignidad y el aprecio del pueblo cuando su esposo Enrique VIII la repudió y humilló públicamente para casarse con Ana Bolena. La posterior rivalidad de España e Inglaterra ocultó el hecho de que «la Reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina», según la describió William Shakespeare, fue una de las soberanas más queridas por el pueblo inglés en la Historia.

Nacida en el Palacio arzobispal de Alcalá de Henares, el 15 de diciembre de 1485, donde también lo hizo Fernando de Habsburgo, otro ilustre madrileño con proyección en el extranjero, Catalina de Aragón fue la última de las hijas de los Reyes Católicos y posiblemente la que más se parecía físicamente a su madre Isabel «la Católica». La joven, de ojos azules, cara redonda y tez pálida, fue prometida en matrimonio a los cuatro años con el Príncipe de Galés Arturo, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, en el Tratado de Medina del Campo. La decisión de los Reyes Católicos obedecía a una estrategia matrimonial para forjar una red de alianzas contra el Reino de Francia. Así, dos de los hijos de los Monarcas contrajeron matrimonio con los hijos de Maximiliano, Emperador del Sacro Imperio Romano; dos hijas entroncaron con la familia real portuguesa, y la más pequeña con el heredero a la Corona inglesa.

Catalina de Aragón causó una grata impresión a su llegada a Inglaterra, donde viajó siendo todavía una adolescente. El 14 de noviembre de 1501, Catalina se desposó con Arturo en la catedral de San Pablo de Londres, pero el matrimonio duró tan solo un año. Los dos miembros de la pareja enfermaron de forma grave –posiblemente de sudor inglés (una extraña enfermedad local cuyo síntoma principal era una sudoración severa)– causando la muerte del Príncipe. En los siguientes años, la situación de la joven fue muy precaria puesto que no tenía quien sustentara su pequeño séquito y su papel en Inglaterra quedó reducido al de viuda y diplomática al servicio de la Monarquía hispánica.

Con la intención de mantener la alianza con España, y dado que todavía se adeudaba parte de la dote del anterior matrimonio, Enrique VII tomó la decisión de casar a la madrileña con su otro hijo, Enrique VIII. El Príncipe quedó prendido al instante de la belleza de la hija de los Reyes Católicos, que, además, «poseía unas cualidades intelectuales con las que pocas reinas podrían rivalizar», según las crónicas inglesas de la época. No obstante, el matrimonio con el hermano de Arturo dependía de la concesión de una dispensa papal porque el derecho canónico prohibía que un hombre se casara con la viuda de su hermano. Se argumentó que el matrimonio anterior no era válido al no haber sido consumado. Catalina siempre defendió su virtud y la incapacidad sexual del enfermizo Arturo durante el breve tiempo que duró el enlace.

A la muerte de Enrique VII en 1509, su hijo Enrique VIII fue coronado Rey y dos meses después se casó con Catalina en una ceremonia privada en la Iglesia de Greenwich. Pese a la buena sintonía inicial, la sucesión de embarazos fallidos, seis bebés de los que solo la futura María I alcanzó la mayoría de edad, enturbió la convivencia entre el Rey y la Reina. Con todo, Catalina adquirió gran relevancia política y supo estar a la altura en los asuntos de Estado. En 1513, su marino la nombró regente del reino en lo que él viajaba a Francia. Así, la Reina tuvo que lidiar con la incursión escocesa en Inglaterra que desembocó en la batalla de Flodden Field. Se dice, entre el mito y la realidad, que Catalina viajó embarazada y equipada con armadura a dar una arenga a las tropas antes de la célebre contienda.

La falta de un hijo varón y la aparición de una mujer extremadamente ambiciosa, Ana Bolena –una hermosa dama de la corte–, empujaron al Rey a iniciar un proceso que cambió la historia de Inglaterra. Así, Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial basándose en que se había casado con la mujer de su hermano. El Papa Clemente VII, a sabiendas de que aquella no era una razón posible desde el momento en que una dispensa anterior había certificado que el matrimonio con Arturo no era válido (no se había consumado), sugirió a través de su enviado el cardenal Campeggio que la madrileña podría retirarse simplemente a un convento, dejando vía libre a un nuevo matrimonio del Rey. Sin embargo, el obstinado carácter de la Reina, que se negaba a que su hija María fuera declarada bastarda, impidió encontrar una solución que agradara a ambas partes.

Wikipedia Catalina suplicando en el juicio contra ella por parte de Enrique

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Catalina suplicando en el juicio contra ella por parte de Enrique

Si bien el pueblo inglés adoraba a su Reina y parte de la nobleza estaba a su favor, fue la intervención del todopoderoso sobrino de Catalina, Carlos I de España, la que complicó realmente la disputa. Pese a las amenazas de Enrique VIII hacia Roma, Clemente VII temía todavía más las de Carlos I, quien había saqueado la ciudad en 1527, y prohibió que Enrique se volviera a casar antes de haberse tomado una decisión. Anticipado el desenlace, Enrique VIII tomó una resolución radical: rompió con la Iglesia Católica y se hizo proclamar «jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra». En 1533, el Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró nulo el matrimonio del Rey con Catalina y el soberano se casó con Ana Bolena, a la que el pueblo denominaba «la mala perra».

El corazón negro, ¿un cáncer o un veneno?

Enrique privó a Catalina del derecho a cualquier título salvo al de «Princesa Viuda de Gales», en reconocimiento de su estatus como la viuda de su hermano Arturo, y la desterró al castillo del More en el invierno de 1531. Años después, fue trasladada al castillo de Kimbolton, donde tenía prohibido comunicarse de forma escrita y sus movimientos quedaron todavía más limitados. El 7 de enero de 1536, antes de morir a causa posiblemente de un cáncer, Catalina de Aragón escribió una carta a su sobrino Carlos I pidiéndole que protegiera a su hija, la cual fue esposada posteriormente con Felipe II, y otra dirigida a su terrible esposo. Después de perdonarlo, terminaba con unas palabras conmovedoras hacia Enrique: «Finalmente, hago este juramento: que mis ojos os desean por encima de todas las cosas. Adiós». El color negro de su corazón, indicio de que sufrió algún tipo de cáncer, propagó por Inglaterra el rumor de que había sido envenenada por orden del Rey.

Coincidiendo con la muerte de Catalina, Ana Bolena sufrió un aborto de un hijo varón. La joven, que ya había dado a luz a otra futura Reina de Inglaterra, Isabel I, solo sobrevivió cuatro meses a su antecesora Catalina. Fue decapitada en la Torre de Londres el 19 de mayo acusada falsamente de emplear la brujería para seducir a su esposo, de tener relaciones adúlteras con cinco hombres, de incesto con su hermano, de injuriar al Rey y de conspirar para asesinarlo.

Posteriormente, el Rey contrajo otros cuatro matrimonios más: repudió a su cuarta esposa y también decapitó a la quinta. La tercera esposa, Jane Seymour, dio a luz a su único hijo varón, el Príncipe Eduardo. Así y todo, la prematura muerte de Eduardo VI de Inglaterra, a los 15 años de edad, por una tuberculosis, forzó que la Corona pasara sucesivamente a las otras hijas del Rey: María, hija de Catalina de Aragón, e Isabel, hija de Ana Bolena. La figura de la española quedó parcialmente rehabilitada con el ascenso al trono de la hija por la que tanto había luchado.

El Gobierno argentino desclasifica archivos secretos de la guerra de Malvinas


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  • La decisión fue anticipada por Cristina Fernández durante su discurso con motivo de la conmemoración del 33º aniversario del inicio del conflicto bélico
efe | Cristina Fernández participó en un acto en memoria de los caídos en la guerra de las Malvinas, en Ushuaia (Argentina)

efe | Cristina Fernández participó en un acto en memoria de los caídos en la guerra de las Malvinas, en Ushuaia (Argentina)

El Gobierno argentino oficializó este lunes la desclasificación de los archivos secretos de la guerra de las Malvinas a través de la publicación de un decreto presidencial en el Boletín Oficial.

«Relévase de la clasificación de seguridad, establecida conforme a las disposiciones de la Ley N° 25.520 y su modificatoria, a toda aquella documentación, de carácter no público, vinculada al desarrollo del conflicto bélico del Atlántico Sur obrante en los archivos de las Fuerzas Armadas», indica la norma, firmada por la presidenta argentina, Cristina Fernández.

El decreto otorga «un plazo de 30 días hábiles al Ministerio de Defensa para disponer a la consulta pública los registros» de los documentos conservados en los archivos de las Fuerzas Armadas.

Bajo soberanía del Reino Unido desde 1833

La decisión de desclasificar los documentos secretos fue anticipada por Fernández durante su discurso con motivo de la conmemoración del 33º aniversario del inicio del conflicto bélico.

La guerra, en la que murieron 255 británicos, tres isleños y 649 argentinos, concluyó en junio de 1982 con la rendición de las tropas argentinas ante las fuerzas enviadas por el Reino Unido.

Las islas están bajo soberanía del Reino Unido desde 1833 y el Gobierno británico rechaza negociar al alegar que la decisión corresponde a los malvinenses, los cuales se pronunciaron en 2013 a favor de seguir siendo británicos en un referéndum no reconocido internacionalmente.