Jacques de Morgan

Descubridor de la Prehistoria de Egipto

Prof. Jorge Roberto Ogdon 07 de Junio de 2006

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Jacques de Morgan (1857-1923)

Cuando Jacques-Jean-Marie de Morgan nació el 3 de junio de 1857, en Huisseau-sur-Cosson, localidad aledaña al río Loire, vino al mundo una de las personalidades más fascinantes del siglo XIX. Un viajero e investigador riguroso, quien exhumó los restos de la ciudad de Susa, en Mesopotamia, y quien desveló el pasado más remoto del Egipto faraónico, antes de que Sir Flinders Petrie siquiera soñara en descubrir el cementerio áulico de las primeras dinastías egipcias en Abidos.

Su padre Eugene de Morgan fue su primer maestro en las lides de la excavación arqueológica, al dejar que sus hijos Jacques y Henri le acompañaran en el desentierro del famoso yacimiento de Champigny, descubierto en 1868, en el departamento del Sena inferior, el cual da su nombre a la primera fase del Neolítico en Francia. Fue educado formalmente en el liceo de Lons-le-Saulnier por los hermanos Charles y Edouard Toubin, siendo el último quien le guió en las primeras excavaciones de la gran necrópolis de Moidon hasta 1877. Entretanto, la colaboración familiar antedicha continuó exhumando yacimientos paleolíticos, entre los que se cuentan los cementerios de la Picardía y la Normandía. En 1878 le tocó hacer el servicio militar en el regimiento de ingeniería, durante lo cual desarrolló sus dotes para las matemáticas, aprendidas con Eduard Toubin, y, en 1879, ingresó a la Escuela Superior de Minas, en donde siguió su preparación hasta 1882. Gracias a los programas de investigación vigentes por entonces, que prevían viajes al extranjero, De Morgan tuvo la ocasión de visitar los países escandinavos, Austria, Bélgica, Inglaterra y la naciente Alemania. Estos viajes tuvieron poco de turístico y más de estudio, y uno de los resultados de los mismos fue la edición de sus opúsculos sobre geología de escandinavia y de la Bohemia.

Los primeros años

Entre 1883 y 1903, continuó solo, intermitentemente, trabajando el terreno en Moidon,  produciendo importantes hallazgos con la asistencia de L. Clos, dibujante y topógrafo de una institución local. Desde pequeño, a Jacques le atrajeron las regiones alejadas y las tradiciones exóticas, por lo que, en 1884, emprendión un corto viaje a la India, aunque la experiencia ayudó a no amarrarla a Francia. Al poco tiempo de volver, ya partía, de nuevo, hacia la remota península de Malaca (Malasia), llevado por un contrato para explotar nuevas fuentes de extracción para una empresa privada dedicada a laborar el estaño. A pesar del fracaso comercial que supuso la aventura, estuvo por ocho meses allí, «cuando ningún europeo habia penetrado todavía en el domino de esas tribus [i.e., los negritos]». Luego de la experiencia en Malasia, emprendió otros rumbos y colaboró, entre 1883 y 1887, con la explotación de una mina de oro en Transilvania y otra de cobre en el Cáucaso. Como en ambos emprendimientos no le fue mejor que antes en Malasia, aceptó, cuando estaba a orillas del Mar Caspio, una comisión del Ministerio de Instrucción Pública de su país, que le llevó a Azerbaiján, Kurdistán y Luristán, hasta llegar a la planicie de Susa, en donde su compatriota Marcel Dieulafoy había ya realizado las primeras excavaciones. Allí se interesí, especialmente, por la estratigrafía, pero recién veinte años más tarde tan temprano interés por los cacharros y sus niveles sedimentarios rendiría frutos.

A su regreso a Francia, sin haber aumentado su caudal económico, De Morgan edita su publicación «Explotation de la presqu’ile Malaise du royaume de Pérak», seguida de «Megathyrides. Mollusques du Pérak», y edita un informe geológico y mineralógico en los   Annales du Mines . En 1888, antes de regresar a Francia, ya habia empezado a publicar sus trabajos en el Cáucaso, que le reportarían un reconocimiento general como arqueólogo de nota: en «Recherches sur les origines des peuples du Caucase» ya emitía su hipótesis sobre el origen de la metalurgia en China central.

A causa de tan brillantes muestras de su labor, el gobierno francés volvió a darle otra comisión, esta vez para que, entre 1889 y 1891, efectuara una prospección petrolera en Kurdistán y el noroeste de Persia, la cual Jacques realizó cabalmente, e, incluso, exploró el volcán Demaved, en la cadena de el-Burz, al noroeste de Teherán. En 1891, cuando vio la luz el quinto volúmen de los cinco que conformaban sus indagaciones en Persia, De Morgan era una respetada autoridad sobre el Medio Oriente en su país de origen. Y, en medio del reconocimiento público que le procuró la exposición de sus hallazgos persas, en el Museo del Trocadero, le llegó una noticia que le llevaría a un destino inimaginado por él:

En ocasión de mi regreso a Francia (1° de febrero de 1891), contaba con poner en orden mis notas, analizar los distintos documentos que habia recogido. Terminado ese trabajo contaba para salir para Persia y proseguir mis estudios en las provincias del sur y del este. Pero ese proyecto no pudo ser puesto en ejecución, pues desde el mes de febrero de 1892 el ministro de Instrucción Pública me envió a Egipto.

Nuevos aires en el Servicio de Antigüedades de Egipto

Esfinge de Amenemhat II hallada por De Morgan

La designación de Jacques De Morgan como Director General del (entonces denominado)   Service des Antiquités de l’Égypte , fundado por Auguste Mariette en 1860, fue una de las más acertadas decisiones del ministerio francés. Hasta entonces el   Service   habia estado a cargo de un compatriota suyo, M. Grebaut, cuyo desempeño no fue nada descollante. Dirigir la institución era una doble tarea, a la vez cultural y política, pues la misma implicaba dotes de orden cintífica y diplomática al mismo tiempo, cosa que Grebaut no tenía en ninguno de los dos casos. Debemos notar, en este sentido, que los descubrimientos durante su mandato fueron más gracias a la labor de la policía egipcia, que a su propia gestión. Y, en lo que hace a la política, ésta fue tan irrelevante que no hay hechos significativos que puedan ser considerados por el beneficio de Francia. La situación daría un vuelco completo con la llegada de De Morgan: su vasta experiencia en el campo arqueológico y sus antecedentes en la investigación rigurosa, agregadas a sus capacidades empresariales y mundanas, adquiridas durante sus viajes a tierras extrañas, le permitieron adaptarse a las exigencias de su nuevo puesto sin problema alguno. Y este era un cargo muy ambicionado por los orientalistas franceses, como bien sabía.

De Morgan tomó las riendas en un momento en que la burocracia hacía hincapié en las actividades relativas a los descubrimientos arqueológicos, más que en la protección y restauración de los monumentos excavados: la avidez por los hallazgos espectaculares para el avance de la Egiptología no había decaído en nada desde los tiempos de Napoleón Bonaparte. Por el contratio, y gracias a su don de gentes, Jacques halló el tiempo y los recursos para que tales tipos de labores fueran puestas al mismo nivel de importancia, y fue con él que comenzaron las primeras tareas de restauración y conservación de los objetos acumulados durante años de atesoramiento irresponsable en edificios adecuados. En calidad de lo que ahora se llamaría un «museólogo», organizó completamente el Museo de Guiza, heredero del Museo de Bulaq, fundado por Auguste Mariette, y antecesor del actual Museo Egipcio de El Cairo; y creó también el Museo de Alejandría, como una de sus primeras medidas. Y para que a nadie le cupiera ninguna duda de su tenacidad y espíritu emprendedor, entre 1891 y 1892 se abocó, con total éxito, a desenterrar y consolidar el templo ptolemaico de Kom Ombos, consagrado a Horus y Sobek, y ubicado a 40 kms de Asuán, sobre un recodo del Nilo, que las arenas del desierto cubrían casi por completo. Debemos recordar que, por esos tiempos, llegar a Kom Ombos y efectuar esa tarea de despeje era una hazaña de titanes. La localidad se ubica a 840 kms al sur de El Cairo, donde se ubicaba el cuartel general del   Service . Los detalles de la empresa fueron registrados en una serie de volúmenes, lamentablemente discontínuos, entitulados «Catalogue des Monuments et Inscriptions de l’Égypte antique», que fueron publicados entre 1894 y 1902. Esta obra contó con colaboraciones de insignes egiptólogos franceses como B. Bouriant, G. Jéquier y G. Legrain, quienes le asistieron en la catolagación de los monumentos existentes entre Kom Ombos y la frontera meridional de Egipto.

En 1895, sus inquietudes de investigador le condujeron al sitio de Dahshur, en donde, si bien no pudo ubicar la pirámide del rey Snofru, que algunos sepulcros contemporáneos a él indicaban como cercana a ellos, logró uno de los descubrimientos más importantes de su época: la tumba del rey Autibra Hor I, que contenía su espectacular estatua del   ka   y su ataúd recubierto con láminas de oro puro, al igual que cinco entierros de princesas, cuyos tesoros, en palabras del descubridor, constituían   un grupo de atractivos collares, brazaletes, anillos, espejos, pectorales, perlas, pendientes, alhajas de todas clases (.) casi todas hechas de oro, a menudo incrustadas de piedras preciosas; otros son de amatistas, cornalinas, lapislázuli, turquesa, tallado en forma de escarabajos, de perlas, de pendientes, y a menudo realizadas en oro (.), el trabajo de esas alhajas es exquisito por su forma, su precisión y, sobre todo, por la composición de los motivos. Las inscripciones y cincelados son particularmente bellos. Todo su conjunto denota una civilización extremadamente avanzada, aún más desarrollada de lo que es posible suponer por lo que conocemos de la XII dinastía.   (*)

(*) En   Fouilles a Dahchour   (París, 1895).

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De Morgan, en Dahshur, descubre la tumba del rey Autibra Hor I

El ajuar de las princesas alcanzaba a los 30 kgs de oro, sin contar la pedredría semipreciosa, y los tesoros de las llamadas Si-Hathor-Iunet, Mereret y Jnumet, fueron el conjunto más rico de joyería egipcia que se conoció hasta el descubrimiento de la tumba del rey Tutanjamon ´por Howard Carter, en 1922.

El entusiasmo de Jacques queda bien justificado, pero la continuación de las excavaciones reveló prontamente que nada más podía esperarse encontrar en la zona, que fue saqueada en tiempos remotos. Lo único interesante que halló allí fue unas caricaturas burlescas dejadas por los ladrones de tumbas para mofarse de sus tardíos seguidores.

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Ataúd del rey Autibra Hor I, hallado por De Morgan

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Collar de los Halcones de la princesa Jnumet

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Corona floral de la princesa Jnumet

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Tiara de las Liras de la pincesa Jnumet

 



 

Al año siguiente, Jacques presentó una ponencia en el décimo Congreso Internacional de Orientalistas realizado en Ginebra, en donde exponía con apoyatura cintífica sus nuevas revelaciones de Dahshur y mostraba, por vez primera, evidencias sobre la existencia del Período Paleolítico egipcio, lo que, hasta entonces, era negado por los especialistas. Este adelanto en el conocimiento del pasado más remoto del Nilo produjo una gran conmoción en la visión que prevalecía entonces entre los estudiosos, incluyendo al célebre arqueólogo inglés Sir Williams Flinders Petrie, considerado el Padre de la Arqueología egipcia. Para sustentar de modo irrefutable su demostración que antes de los faraones Egipto habia conocido una verdadera Prehistoria, Jacques, acompañado por su hermano Henri, excavó localidades alejadas de los yacimientos principales, y, por eso mismo, en un estado de conservación idóneo para un arqueólogo en busca de testimonios.

Con su formación de geólogo, De Morgan se ocupó de apuntar datos importantes para el conocimiento de las condiciones de formación geomórfica, variaciones climáticas y otras cuestiones atinentes a la geografía general de Egipto, en la antigüedad y en tiempos recientes. Sus observaciones se extendieron al campo de la Etnografía, como cuando relataba que cada aldea era un mundo especial, cada valle un universo, en donde la Vida se ha desarrollado, en donde el Hombre ha sentido impresiones locales bien particulares, y, aún en los tiempos modernos, aunque todas las aldeas egipcias presenten el mismo estado y aspecto, aunque el   fellah   parezca ser el mismo desde Asuán a El Cairo y de El Cairo a Damietta, cada localidad posee sus caraterísticas propias y únicas.

Para el que sabe ver, para el que observa a la gente y a las cosas, las diferencias son considerables. Escuchad a un fellah de Silsileh: no hablará como un paisano de Qeneh, de Farchout o de Ajmim. Hablad con un pescador del lago Menzaleh: es absolutamente extraño a los usos y a los gustos de un habitante de Tanta o de Siut.   (*)

(*) En   Recherches sur les origines de l’Égypte. L’age de la pierre et les métaux   (París, 1896), prefacio, pp. vii-viii.

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Gargantilla y brazalete de la princesa Mereret

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Cámara funeraria de la princesa Jnumet en Dahshur

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Pectoral de la princesa Mereret

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Pectoral de la princesa Mereret

Para De Morgan, estas diferencias se debían a las condiciones geográficas en las que se asentado las distintas comunidades humanas, ya en tiempos lejanos, más allá del umbral de la Historia. No dudaba en que tales rasgos distintivos debieron haber sido mucho más fuertes cuanto más atrás se remontaba en esa nueva dimensión de la Prehistoria. Reconocía, a su vez, el hilo unificador que, desde Heródoto en más, todo historiador ha reconocido en el gran río Nilo, del que dijo:

Pues en Egipto el agua es la misma en todas partes: es el Nilo el que la da; la tierra no varía en calidad. El río distribuye a los hombrescon una justicia absoluta; la arena del desierto se parece tanto a sí misma por toda la extensión de las inmensidades que colma, como la tierra del Egipto al limo del Nilo.   (*)

(*) En   op.cit. , p. viii.

Una nueva teoría

En esa maravillosa monografía sobre el Egipto más antiguo, De Morgan exhibe sus dotes de narrador, constituyéndose en una sabrosa lectura, pese a la aridez que el tema supone. Su humanismo al describir la relación vital entre el Hombre y el Nilo capturó la mente de egiptólogos más recientes de la talla de John A. Wilson, quien mantuvo su punto de vista en su ya clásico libro «La cultura egipcia», que dominó las décadas de los ’50 y ’60. Si bien influenciado por la perpectiva de la Prehistoria europea, mucho mejor conocida por entonces que la egipcia, De Morgan no dejó de señalar la irrupción de la que Sir Flinders Petrie llamaba «la Raza Dinástica», que conduciría a la instauración de las primeras dinastías egipcias. Su opinión particular a esta postura errónea, descartada totalmente en la actualidad, era que procedían del Asia, y, posteriormente, mantuvo la tesis de la procedencia mesopotámica de la civilización faraónica, otra idea que no cuenta con adherentes en nuestros días.

Uno de los críticos favorables a sus posiciones, el conocido arqueólogo francés Marcellin Boule, se refería a su libro en estos términos:

El volumen sobre la Edad de Piedra fue una verdadera revelación. Lo he dicho y lo he escrito en otra parte, y debo repetirlo aquí: es Jacques de Morgan quien ha creado verdaderamente la prehistoria de Egipto. Por su instrucción general, su vasta erudición de cosas vistas, por su preparación realmente cintífica, ha podido ir mucho más allá de la Egiptología tal como se la comprendía entonces, y enseñar a los arqueólogos clásicos, generalmente extraños por completo a las ciencias naturales, lo que no habrian sospechado jamás y lo que debía turbarnos tan profundamente. Por cierto, la ciencia ha marchado después de Jacques de Morgan. Los ingleses, sobre todo, han seguido el movimiento.

En efecto, el otrora escéptico Sir Flinders Petrie, terminó admitiendo, en el prefacio a su «Diospolis Parva», publicada en 1901, que los sílex tallados, exhumados en tantos yacimientos por los trabajos de Jacques, eran, efectivamente, «prehistóricos». El gran Layard resume claramente las posturas prevalecientes en la discusión, diciendo:

Los prehistoriadores están, por lo general, a favor de un origen remoto, con el doctor Reil, Gallardot-Bey, Henri Haynes, Burton, Greg, Harny, De Nogué, John Lubbock, John Evans, el abate Richard, Montellius, De Mortillet; los egiptólogos con Mariette, Chabas, Lepsius, Ebers, Southell, Brugsch, Dauson, Virchow, se inclinan más bien por el lado de la modernidad de los restos; Schweinfurth está indeciso.

Pero la aceptación de los ingleses y el cada vez mayor convencimiento de los egiptólogos por la veracidad de la Teoría Prehistórica de Jacques, volvió inútiles a las insistentes argumentaciones de Mariette y Gaston Maspero en contrario, quienes pretendían sustentar la validez de la vieja hipótesis de su inexistencia. En el resultado jugó un papel fundamental la aplicación de la estratigrafía como medio para demostrar la antigüedad de las capas en las que aparecían los diferentes tipos de objetos líticos, y para apreciar y clasificar su tipología de manera rigurosa e inequívoca. Casi siempre se encontraban asociados a las clases más primitivas de cerámica, lo que daba mayor respaldo a su datación prehistórica. Sin embargo, los mejores descubrimientos de De Morgan estaban todavía por verse. En 1897 publicó el segundo volumen de sus «Recherches sur les origines de l’Égypte», que registra numerosas localidades prehistóricas del Valle del Nilo, pasa revista a las poblaciones nativas del país, y se explaya sobre su más deslumbrante hallazgo: la Tumba Real de Nagada.

La tumba regia más antigua de Egipto

La tumba real de Nagada, según Jacques de Morgan, 1897

El yacimiento de Nagada habia permanecido intocado hasta entonces, y aunque en 1895 Sir Flinders Petrie ya habia obtenido permiso del   Service   – esto es, de Jacques de Morgan mismo – para excavar allí, no lo hizo en ese sitio sino en los cementerios de Tukh y Ballas. Trabajando con J. Quibell, el inglés publicó un libro al que, malhadadamente, tituló «Naqada and Ballas», cuando, en realidad, ni habia removido una piedra del sitio de marras; un título del que De Morgan hizo críticas feroces por «no haber sido felizmente elegido».Y, para colmo de males, el arqueólogo británico extravió sus cuadernos de notas de sus faenas, lo que ha vuelto muy desgraciado a ese libro. En consecuencia, Nagada permanecía sin hollar y guardando todos sus secretos bajo las arenas del desierto. Jacques invitó al alemán Wiedemann y a su esposa para que fueran sus asistentes y se abocó a la excavación en el sitio genuino.

Llegado al lugar, De Morgan consideró oportuno atacar el montículo del que los modernos habitantes extraían   sebaj   – desechos que son un excelente fertilizante para los cultivos -, el que sólo habia sido parcialmente removido en el pasado. Allí logró despejar una estructura de características inéditas, que asombró tanto al descubridor como a sus colegas, pero que pronto contaría con monumentos similares para compararlo, gracias a las tareas de É. Amelineau y el propio Sir Flinders Petrie en Umm el Gaab (Abidos). La tumba regia de Nagada fue la primera conocida de un tipo arquitectónico ahora sólo reconocido para las dos primeras dinastías egipcias (Período Arcaico o Tinita): su superestructura rectangular presenta una serie de batientes entrantes y salientes, que se conoce como «fachada de palacio», aunque aún no se esté seguro sobre si realmente representaba a la vivienda oficial del faraón, o a sus verdaderas tumbas soberanas y cuyos más magnificentes exponentes descubriría en los ’50 el arqueólogo británico Walter B. Emery, en Saqqara, el cementerio áulico de Menfis.

Etiquetas inscriptas halladas por De Morgan en Nagada

Ya en su tiempo, De Morgan intuyó la gran antigüedad y la naturaleza regia del monumento, y llamó la atención al estado de conservación de la mampostería, que revelaba haber sido sometida a inciendos de alta intensidad. Paralelamente, en Abidos, Amélineau habia ya encontrado similares huellas, luego corroboradas por Sir Flinders Petrie, y tamboén fueron halladas por Emery, en Saqqara, años más tarde. Obviamente, la primera explicación que se esgrimió fue que las tumbas arcaicas habian sido quemadas en tiempos de los coptos, como parte de su destrucción iconoclasta, lo que estaba en contra de las posturas sostenidas por el propio Jacques y el matrimonio Wiedemann, quienes afirmaron que los hechos no pudieron ser posteriores al Reino Nuevo. El tema ha sido discutido hasta tiempos recientes, aduciéndose que los incendios fueron provocados durante las luchas intestinas del Primer Período Intermedio, o que fueron realizados en alguna otra época tumultuosa. Sin embargo, el subsiguiente hallazgo de más de treinta mil vasijas pétreas y cerámicas en las galerías subterráneas de la Pirámide Escalonada de Dyoser, en Saqqara Norte, han confirmado un hito cronológico que debe ubicarse en la Segunda Dinastía, cuando Egipto padeció las consecuencias de su primera gran revolución religiosa bajo los gobiernos de los seguidores de Set.

Tablilla de madera de Hor-Aha hallada en Nagada

Tal como lo hizo en otras ocasiones, Sir Flinders Petrie terminó plegándose a las opiniones de De Morgan, primero acerca de que los enterramientos de Abidos y Nagada debían considerarse los más antiguos del Período Tinita de Manetón, y, segundo, de que fueron saqueados no más tarde que el Reino Nuevo. Inmediatamente editada la secuela de sus «Recherches sur les origines de l’Égypte. Ethnographie préhostorique et le Tombeau Royale de Nagadah», en 1897, surgió un nuevo y ardoroso debate a raíz de las opiniones de Jacques, que fueron apoyadas vehementemente por Wiedemann. Según este investigador alemán, los restos humanos exhumados en Nagada pertenecían a una «raza mixta», formada de elementos africanos – propiamente, libios – y, otros, de origen asiático – afines a los babilonios -, quienes debían proceder de Arabia y que habrían penetrado en Egipto por el Alto Egipto. De cierta manera, esta idea sustentaba la teoría de Sir Flinders Petrie sobre la «Nueva Raza» ( New Race ), quien la había emitido casi simultáneamente. En un apéndice del nuevo libro, el francés Gustave Jéquier opinaba favorablemente sobre la nueva teoría, aduciendo semejanzas culturales y materiales entre las civilizaciones mesopotámica y egipcia, como ser la vajilla de piedra dura, y los cilindro-sellos con nombres reales o representaciones zoomorfas, entre otras. Actualmente, la hipótesis del origen asiático, y, más propiamente, mesopotámica de la civilización faraónica está descartada, y es contraria a la evidencia disponible, pero eso es otra cuestión. Agreguemos a la aportación de haber develado toda una época ignota de la historia egipcia, el hecho de que los trabajos sobre los cuerpos que efectuó el Dr. Fouquet permitieron descubrir que los antiguos egipcios ya habían sufrido las enfermedades de la tuberculosis y la sífilis.

Del Nilo a Persia, de nuevo

Tal fue la repercusión de sus hallazgos y la reputación de su desempeño al frente del   Service , que, en ese mismo año de 1897, De Morgan se encontraría abandonando su puesto de Director y trasladándose a Irán, como Miembro de la Delegación Francesa, lo que suponía el reconocimiento político y cultural más ambicionado en Francia. El mismo Jacques fue el primero en sorprenderse de ello, y, sin duda, debe haber sentido dejar un cargo y un país tan promisorios; pero sabía lo que esta nuevo destino significaba desde todos los puntos de vista, por lo que no titubeó en trasladarse a los paisajes de la antigua Persia,  en donde le esperaban nuevos triunfos. No dudó un momento al elegir a sus acompañantes entre sus colegas de entonces: Jéquier, Lampre, Scheil, Gautier, y hasta su propio hermano, Henri, gracias a lo cual todos ellos siguieron sus fructíferas carreras profesionales.

No todo fue un lecho de rosas después de llegar a Irán. La República Francesa se encontraba interesada en retener a ese país bajo su égida, como una compensación por la pérdida de Egipto, luego de la aventura napoleónica, a manos de los ingleses. En verdad, la delegación tenía un propósito definido y claro, aunque secreto: su fin era » estudiar desde todos los puntos de vista científicos el suelo del Irán, su flora, su fauna, sus habitantes y su historia (.)   (*)

(*) En   Mémories de la Délégation en Perse , I (París, 1900), p. iv.

En una palabra, compilar la información necesaria para estudiar en detalle los recursos naturales, humanos y culturales del país, al cual consideraban una futura tentación para el apetito imperialista británico. El gobierno francés consiguió firmar un tratado con los gobernantes iraníes, y el 21 de julio de 1897 se promulgó una ley que creaba la   Délégation en Perse , bajo la dirección del Ministerio de Instrucción Pública y de Bellas Artes: el camuflaje perfecto, tanto, que ni siquiera los propios científicos que componían la delegación sabían acerca de los verdaderos fines de la expedición.

Sin un dejo de melancolía por abandonar Egipto, De Morgan se dedicó con ahínco a seguir las tareas de arqueología en la ciudad de Susa, iniciadas por Dieulafoy, el descubridor de las ruinas del palacio de Darío I.  Sus lecturas previas ya le habian convencido de que el mejor lugar para comenzar sus labores de campo se ubicaba en la zona del Elam antiguo, la Susiana, aledaña al río Tigris, y cuya capital era la ciudad de Ahushan o Susa, una región de gran fertilidad. Susa está sita casi en la frontera con Turquía, lo que le daba una enorme importancia geopolítica, por lo que, en esa época, no era muy fácil acceder o permanecer en ella; tal como lo dice el mismo Jacques:

[ Hay bandoleros ]   grandemente peligrosos y bien armados, que durante todo el primer invierno nos obligaron a mantenernos en una defensiva fuertemente incómoda para nuestras tareas. La situación siguió siendo mala hasta el día en que, habiendo construido un recinto fortificado, pude poner a resguardo de un asalto nuestro material, el producto de nuestras excavaciones y nuestras propias personas.   (*)

(*) Id., op.cit., I, p. v.

Luego, protegido por una escolta del ejército iraní, Jacques pudo ocuparse de registrar zonas hasta entonces inexploradas, como los yacimientos de obsidiana al pie del monte Alagheuz, que fueron explotados durante las épocas del cobre y del bronce. Pero la importancia de Susa ensombrecía cualquier otra tarea que tuviera   in mente .

La ciudad habia sido la sede de los elamitas, antiguos rivales de los sumerios, quienes predominaron en Mesopotamia hasta bien entrado el tercer milenio a. de J.C. El vigor de las excavaciones de la delegación a su cargo culminaron con revolucionarios e inesperados resultados, como ya habia ocurrido en Egipto. El primero fue que Susa no era una «ciudad llana», sino una superposición de urbanizaciones, al estilo de la Troya de Schliemann, y eso significaba la yuxtaposición en el tiempo de varias culturas, que se fueron sucediendo hasta el mismísimo fin de la ciudad. Dotado de la experiencia requerida, De Morgan hechó mano a la estratigrafía, mandando cavar la que todavía hoy en día se conoce con el nombre de la «Trinchera Morgan», de 80 mts de largo y 35 mts de profundidad, que aún puede verse en el terreno. De allí obtuvo la cronología del asentamiento, imponiendo una técnica que recién entonces empezaba a cobrar adeptos.

Para fines de 1908, la delegación francesa habia explorado unos mil metros cuadrados de la «primera ciudad», y setecientos cincuenta de la necrópolis, descubriendo la existencia de diez fases o niveles cronológicos, que abarcaban desde la diminuta villa prehistórica originaria, pasando por las eras de Naram-Sin, Hammurabi, los períodos anzanita, aqueménida, seléucida, parto y sasánida, hasta la época árabe. Para esa fecha, también, habian despejado no menos de dos mil tumbas en el primer nivel urbano, y obtenido un rico ajuar funerario procedente de muchas de ellas. Estos hallazgos, en general, llevaron a De Morgan a conducir sus indagaciones a las fronteras persas con Rusia, internándose en el entonces llamado Lenkorán o Talyke ruso, pero tuvo que esperar hasta 1912 para arribar al valle de Araxe. Sin embargo, las tropas del gobierno que reprimían la revuelta contra el Zar, y el estado convulsionado que ello implicaba, le impidieron la realización de sus propósitos.

La vida de Jacques se estaba tornando intolerable. El ajetreo vaivén de ser arqueólogo y diplomático al mismo tiempo, le estaba derrumbando como ser humano. Todas estas responsabilidades y exigencias le pedían a gritos que abandonase las faenas de campo. Y, en especial, habian comenzado los tan temidos problemas con la burocracia francesa. Algunos personajes, ya por excesivo celo en sus funciones, ya por mera envidia, empezaron a protestar por el modo en que De Morgan llevaba adelante los gastos anuales de la delegación, que ya habia ascendido, entonces, a la considerable suma de 130.000 francos, que estaban a la discreción de Jacques desde el día en que asumiera la dirección de la delegación, y, para colmo de males, no existía ninguna reglamentación sobre ellos. El ministro Rambaud, quien le habia elegido para el cargo, habia renunciado y habia sido continuado por una administración poco inclinada a graciosas libertades, apoyándose en una contaduría siempre bien dispuesta a recortar los gastos considerados «onerosos» y, hasta cierto punto, «injustificados». En 1904. el Consejo de Estado requirió a De Morgan que presentara, en un plazo perentorio, los documentos que avalaban sus estipendios, a lo que él no pudo responder a satisfacción de sus superiores, por el simple hecho de que tales comprobantes nunca habian existido.

Como suele ocurrir en la vida, los males vienen todos juntos, y Jacques se encontró enfrentando a los funcionarios del ministerio a causa de discrepancias con otros miembros de la delegación, lo que fue oportunamente aprovechado por los contadores para ejercer mayores presiones. Justo entonces, Jean-Jaurés, director del diario socialista «L’Humanité» vino a enterarse de todo el asunto, y, viendo en él una noticia de prensa amarilla, se ocupó de publicar una serie de notas capsiosas, que en nada ayudaron a De Morgan, sino que, por el contrario, contribuyeron a hundirlo aún más.

A causa de esas falaces noticias, el 13 de diciembre de 1908, el diputado Alexandre Blanc interpeló al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Gastón Doumergue. Si bien en su discurso dejó a salvo el honor de De Morgan, afirmó bien claramente que los procedimientos eran «intolerables». El propio Georges Clemenceau, derrocador de ministros, salió a defender a Jacques, pero ya se tenía lo que se necesitaba para deshacerse de él. El ministro Doumergue, que, sin embargo, albergaba respetuosos sentimientos por De Morgan, consiguió, a pesar de la estricta supervisión del Tesoro, costearle un par de misiones en Sicilia y Túnez, y una tercera a Talycge, pero Jacques renunció en 1912.

Último tango en París

La salud de De Morgan, después de todos esos años de andanzas y presiones, habia decaído tanto como la estrella del científico vivaz. Luego de su retiro, retornó a París para quedarse en su departamento de   Quai de Béthume . Anteriormente, ese   quai   era llamado   Dauphin   o «de los Balcones», y durante la Revolución Francesa se le denominó   Quai de la Liberté , para, finalmente, llevar el nombre de Maximiliano de Béthume, duque de Sully y ministro de Enrique IV. Pero el acogedor refugio era muy húmedo, y pronto hubo de cambiar de aires, a una casita en Croissy-sur-Seine, en el Mediodía francés. Y cuando su frágil estado comenzó a decaer aceleradamente, pasó por Saint Raphael, Draguignan y Salernes; Mónaco, Saint-Paul-sur-Vence y Levens, en los Alpes Marítimos, entre 1920 y 1923. Sus pulmones no podían ya respirar con normalidad, y se fue a Niza, en agosto de 1923, para terminar en una clínica de Marsella en donde, luego de una aparente mejoría pasajera, falleció el 21 de diciembre de ese mismo año.

En medio de tanta desgracia, De Morgan no estuvo, sin embargo, inactivo, sino que, con gran lucidez e ingenio, se ocupó de escribir, entre otras cosas, dos libros que le darían un sitial de honor en la Arqueología medio-oriental y la Prehistoria General: «L’humanité préhistorique» (1921), que apareció como el segundo tomo de la prestigiosa colección «Bibliotheque de Sinthésis Historique», a cargo de Henri Berr, que se tradujo al inglés en 1924 y al español en 1925; y su obra póstuma, «La préhistorie Orientale», en tres tomos, que vio la luz entre 1925 y 1927, y fue su última contribución luego de una vida dedicada a la Arqueología de Medio Oriente.

No solamente el texto erudito e iluminador, llevando una visión de conjunto que hacía falta por entonces, sino las 1.300 ilustraciones, casi todas de su misma mano, son, probablemente, el mejor testimonio del genio de De Morgan, un personaje fundamental en la Historia de la Egiptología y la Arqueología contemporáneas.

Bibliografía

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