Historia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte – OTAN


La OTAN es una organización militar de ámbito internacional que agrupa a varios estados de América y Europa, creada en 1949 en cumplimiento del Tratado del Atlántico Norte, firmado en Washington ese mismo año. Es también conocida con las siglas NATO, correspondientes a su denominación inglesa, North Atlantic Treaty Organization, así como con el sobrenombre de Alianza Atlántica, que expresa su condición de cauce institucional para el establecimiento de una cooperación permanente en el ámbito de la defensa y la seguridad entre países de ese entorno geográfico.

En 1998 sus miembros de pleno derecho eran Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega, Islandia, Portugal, Luxemburgo, Grecia, Turquía, Alemania y España. El 12 de marzo de 1999, Polonia, la República Checa y Hungría se convirtieron en miembros de pleno derecho de la Alianza Atlántica, con lo que la organización pasó a estar integrada por 19 países. Desde entonces las incorporaciones han ido sucediéndose.

El Tratado del Atlántico Norte, firmado en Washington el 4 de abril de 1949 y en vigor desde el 24 de agosto de 1949

Antecedentes

El Tratado de Washington fue consecuencia de la tensión subsistente en Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el enfrentamiento de los nuevos poderes emergentes de la contienda. Un enfrentamiento que fue conocido ya como Paz Caliente ya como Guerra Fría, concepto este último que prevaleció hasta la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, y la posterior desaparición de la Unión Soviética (URSS; Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y disolución del Pacto de Varsovia, que agrupaba a la URSS y el denominado bloque del Este o soviético, formado por sus países satélites.

En efecto, el final de la guerra trajo consigo la práctica división de Europa en dos zonas de influencia: la occidental, dominada por las potencias aliadas vencedoras, Francia y el Reino Unido, junto con los Estados Unidos de América, y la oriental, bajo el control de la Unión Soviética, junto a la cual se alinearon los países del Este que habían sido escenario de operaciones de las fuerzas soviéticas en el impulso final de la guerra. Alemania, dividida entre ambos bloques y sometida a las llamadas fuerzas de ocupación en los primeros años de postguerra, constituyó el principal escenario de la Guerra Fría. Entre 1945 y 1949 se llevó a cabo en Europa occidental un intenso esfuerzo de reconstrucción, mientras la URSS, a través de diversos gobiernos más o menos satélites, afianzaba y consolidaba su dominio sobre el Este. Episodios culminantes del inicio de la confrontación entre ambos bloques antagónicos fueron el bloqueo de Berlín y la toma del poder por los comunistas en Checoslovaquia. La mitad oriental de Berlín, hasta entonces principal urbe de la Alemania nacionalsocialista, permaneció bajo control soviético (esta zona oriental del Berlín dividido más tarde se convertiría en la capital de la nueva República Democrática Alemana), aunque con una zona de libre acceso desde el sector occidental, gestionado por los otros aliados coocupantes de la ciudad. El cierre unilateral de este pasillo por las autoridades soviéticas dejó aisladas a las representaciones aliadas en Berlín, lo cual originó la crisis. Por otra parte, a comienzos de 1948 los comunistas llegaron al poder en Checoslovaquia tras un golpe de estado que contó con el apoyo de las tropas soviéticas, lo cual enfrió aún más la ya de por si difíciles relaciones con el resto de las potencias vencedoras.

Así, la respuesta occidental se tradujo en la creación de un sistema de defensa común que fortaleciera los vínculos entre los países europeos restantes para afrontar las amenazas políticas, ideológicas o militares que pudieran provenir del Este. Así nació, de la mano de Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, el Tratado de Bruselas, firmado en esta ciudad el 17 de marzo de 1948 y germen de la que se conocería después como Comunidad Europea de Defensa (CED), reactivada más tarde como UEO (Unión Europea Occidental).

El Tratado de Bruselas puede considerarse como el inicio de un sistema europeo de defensa: en septiembre de 1948 se creó un Comité de Comandantes en Jefe, con cuartel general en la ciudad francesa de Fontainebleau, cuyo primer presidente fue el mariscal de campo británico sir Bernard Montgomery, asistido por un general y un almirante franceses para las fuerzas terrestres y navales y otro mariscal británico del aire para las fuerzas aéreas. Esta entidad fue el antecedente inmediato de la OTAN, ya que, una vez puesta en marcha, se planteó su ampliación hacia otros países del Atlántico Norte, así como hacia Estados Unidos y Canadá, dos países que habían jugado un papel muy importante (esencial en el caso del primero) en el desenlace victorioso de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de construir un compromiso más amplio sobre la base de una identidad de objetivos políticos y mutuas garantías de seguridad frente a riesgos externos globales o individuales. Al proyecto se invitó a Noruega, Islandia, Dinamarca, Italia y Portugal, tras lo cual, una vez superado un intenso proceso de negociación, se dio forma al Tratado de Washington. Se instituía así un sistema común de seguridad para los doce países signatarios, convertidos, en virtud de su participación en el Tratado, en sus sus miembros fundadores. Posteriormente se adhirieron Grecia y Turquía (1952), la República Federal de Alemania (1955) y España (1982), si bien en este último caso sin incorporarse a la estructura militar, en cumplimiento de una de las condiciones aprobadas por el pueblo español en el referéndum celebrado acerca de la incorporación (la integración plena de España no se verificaría hasta la aprobación por amplia mayoría en el Congreso de los Diputados, el 14 de noviembre de 1996). El proceso de ingreso de Polonia, la República Checa y Hungría culminó en marzo de 1999.

El Tratado del Atlántico Norte

El Tratado del Atlántico Norte, firmado en Washington el 4 de abril de 1949 y en vigor desde el 24 de agosto de 1949, consta de un breve preámbulo y catorce artículos. El preámbulo define los propósitos de la organización (salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos) y define los objetivos de la misma, que, basándose en los principios democráticos de libertad e imperio de la ley, pretente promover la estabilidad y el bienestar en la zona del Atlántico Norte, uniendo a tal objeto sus esfuerzos para la defensa colectiva y la conservación de la paz y la seguridad.

El artículo 1 remite como marco de referencia a la Carta de las Naciones Unidas, en cuyo sistema se apoya, para resolver por medios pacíficos cualquier controversia internacional en que pudieran verse implicados sus miembros. El artículo 2 enfatiza las relaciones de cooperación que favorezcan condiciones adecuadas de estabilidad y bienestar, y el 3 propone la asistencia mutua para mantener y acrecentar la capacidad individual y colectiva de resistir un ataque armado. Por su parte, el 4 establece un régimen de consultas en caso de que la independencia o seguridad de cualquiera de las partes fuera amenazada.

El artículo 5 constituye el núcleo central del Tratado: en él se especifica claramente que cualquier ataque contra una de las partes se considera dirigido a todas las demás. Este punto es el que dota a la organización de su característica inequívoca de alianza para la defensa y seguridad de sus miembros, y el que, desde el punto de vista político y estratégico, ha suscitado más debate, ya que demarca la llamada zona OTAN o zona artículo 5 y permite hablar de misiones artículo 5, frente a las misiones fuera de área o no artículo 5, dos conceptos que continúan teniendo, incluso tras la renovación de la OTAN y la redefinición de sus misiones, una importancia fundamental.

Este artículo se complementa con el 6, que detalla el ámbito protegido por el artículo 5: el territorio de cualquiera de las partes signatarias en Europa o en América del Norte, así como el territorio de Turquía, o las islas de jurisdicción de cualquiera de las partes en la Zona del Atlántico Norte, al N del Trópico de Cáncer, de un lado, y de otro, las fuerzas, buques o aeronaves de cualquiera de las partes que se hallen en aquellos territorios, o que se encuentren estacionadas como fuerzas de ocupación a la entrada en vigor del Tratado, o en el mar Mediterráneo. El texto inicial no mencionaba a Turquía, que se adhirió posteriormente, y sí los departamentos franceses de Argelia, cuya inclusión quedó sin efecto a partir del 3 de junio de 1962, fecha de la independencia argelina.

De los artículos siguientes, el 7 salvaguarda los derechos y obligaciones de cada una de las partes que también lo sean de Naciones Unidas respecto a esta organización, así como la responsabilidad del Consejo de Seguridad de aquélla en su propia competencia; el 8 garantiza el respeto a los compromisos internacionales de cada parte ante las otras o terceros estados, y obliga a no contraer otros que se opongan al Tratado; el 9 -del que nace propiamente la OTAN como organización- crea un Consejo en el que todas las partes estarán representadas para dar forma a las disposiciones del documento y que “en particular establecerá inmediatamente un Comité de Defensa que propondrá las medidas apropiadas para la puesta en práctica de los artículos 3 y 5”; el 10 extiende una invitación genérica a otros Estados a ser parte del Tratado -y es, por consiguiente, la base de las posteriores incorporaciones-, detallando el procedimiento de ampliación y la forma de depósito del instrumento de adhesión “ante el Gobierno de los Estados Unidos de América”, y el 11 establece los procedimientos de ratificación por cada uno de los Estados signatarios y de entrada en vigor en cada uno de ellos.

Por último, los artículos 12 y 13 se refieren a su vigencia, duración y revisión, y el 14 y último especifica que los textos fedatarios deben ser redactados en francés e inglés, y depositados en los archivos del Gobierno de los Estados Unidos de América.

Estructura básica de la OTAN

Aunque el Tratado de Washington no especifica la estructura concreta de organización alguna, ésta se ha desarrollado a partir del Consejo Atlántico, organismo sí previsto en ella. Así se ha ido formando una compleja red institucional que permite a sus miembros la realización de tareas, consultas, relaciones de cooperación y estrechos contactos, no sólo en el ámbito militar y de la defensa sino también en el político. Ello supone establecer planes conjuntos para la defensa común, dotarse de las infraestructuras adecuadas para la operatividad de las fuerzas armadas, organización de maniobras y ejercicios, y todo lo que hoy representa la percepción de la OTAN como organización de defensa y seguridad en el ámbito euroatlático, y como poder político de definida personalidad y prestigio en el escenario de las relaciones internacionales.

Esta estructura se fue estableciendo en los primeros años de funcionamiento de la Alianza, y sus órganos principales son los que se analizan a continuación:

Consejo del Atlántico Norte

Es el máximo organismo con autoridad política y capacidad de decisión, integrado por representantes permanentes de todos los países miembros, con rango de embajadores, y cuyas reuniones tienen una periodicidad semanal. Se convoca también de manera habitual con presencia de los ministros de Asuntos Exteriores de los estados miembros o, excepcional y singularmente, de los respectivos Jefes de Estado y de Gobierno. Cada una de estas cumbres suele marcar un hito importante el devenir inmediato de la política de la Organización. El Consejo deriva su autoridad directamente del Tratado y facilita a los gobiernos el único foro para mantener consultas que afecten a su seguridad. En él se ventilan, por tanto, las cuestiones fundamentales en esta materia.

Secretario General

Se trata de un cargo de alta representación para el cual designa el Consejo a una personalidad de acusado prestigio político internacional. El Secretario General dirige el proceso de consultas y toma de decisiones en el seno de la Alianza. Es también el presidente del Consejo del Atlántico Norte, del Comité de Planes de Defensa y del Grupo de Planes Nucleares, así como de otros comités superiores. Actúa ante el exterior como representante y portavoz de la Alianza, y bajo su responsabilidad se encuentra el cuerpo de funcionarios que constituye el Secretariado Internacional. Le asiste un Vicesecretario General en el ejercicio de sus funciones, que le sustituye en caso de ausencia.

Comité de Planes de Defensa

Se le conoce habitualmente por sus siglas inglesas, DPC. En su normal funcionamiento lo integran los embajadores representantes permanentes, pero se reúne dos veces cada año con la asistencia de los ministros de Defensa. Estudia la mayoría de las cuestiones de defensa, incluida la planificación de la defensa colectiva, y transmite sus orientaciones a las autoridades militares de la OTAN.

Grupo de Planes Nucleares

También conocido por sus siglas inglesas, NPC, aborda todas las cuestiones que guardan relación con el potencial nuclear de los miembros que poseen este tipo de armamento, en lo relativo a la utilización de fuerzas nucleares en las políticas de defensa y seguridad de la OTAN. Todos los países miembros participan en él, si bien Islandia mantiene únicamente un status de observador. Francia, tras la decisión del presidente De Gaulle (1966) de retirar a su país de la Estructura Militar Integrada de la organización, no participa en el DPC ni en el NPC.

Comité Militar

Es la más alta instancia militar de la Alianza, y depende de la autoridad política del Consejo del Atlántico Norte y del DPC o el NPC si se trata de cuestiones nucleares. Lo componen los Jefes del Estado Mayor de cada uno de los miembros, a excepción de Islandia, que al no tener fuerzas armadas se hace representar por un civil. Francia, que lo abandonó en 1967, forma de nuevo parte del Comité Militar, al que corresponde recomendar las medidas para la defensa común y las directrices a los comandantes principales de la OTAN en asuntos militares. El presidente o vicepresidente (ejercen su mandato anual por el orden alfabético inglés) es su representante en las reuniones del Consejo del Atlántico Norte, el DPC y el NPC. Aunque sus titulares son los jefes de los Estados Mayores, que se reúnen al menos dos veces al año, en sus tareas regulares cuenta con los representantes militares permanentes de cada país.

Estructura Militar Integrada

Comprende una red de mandos principales y subordinados que cubren el conjunto de la zona del Atlántico Norte y han sufrido, al socaire de la evolución de la OTAN, una profunda transformación cuyas características se detallarán posteriormente. Su control corresponde a la autoridad política al más alto nivel y su misión es garantizar la seguridad e integridad territorial de los miembros y mantener la estabilidad en Europa. Constituye la defensa del área estratégica cubierta por el Tratado de Washington. En la OTAN actual, un nuevo concepto estratégico al que se hará referencia más adelante permite a través de estructuras más flexibles misiones de mantenimiento de la paz y otras de las llamadas fuera de área.

Estado Mayor Internacional

Es el órgano de apoyo del Comité MIlitar y está compuesto por personal militar y civil designado por las autoridades militares de los países miembros. Es el órgano ejecutivo del Comité Militar y tiene como misión principal llevar a la práctica las directivas y decisiones de aquél.

Fuera de los principales elementos institucionales, la OTAN, como tal organización, actúa a través de una estructura administrativa y militar muy compleja. Como principales divisiones de ésta cabe destacar la de Asuntos Políticos, que se ocupa entre otros temas de preparar las reuniones de carácter político del Consejo Atlántico y elaborar notas e informes sobre estos temas. Desde la creación del Consejo de Cooperación Atlántico, del que más adelante se hablará, ha cobrado un mayor protagonismo en las relaciones con otras organizaciones internacionales. También es importante la División de Planes y Políticas de Defensa, dependiente del Secretario General adjunto para Planes y Política de Defensa, quien preside también el Comité de Análisis de la Defensa, al que corresponde la planificación de la defensa en la OTAN bajo la autoridad del DPC. Desde la creación en la nueva OTAN, tras la puesta en marcha del programa Asociación para la Paz, presta su apoyo al Comité de Dirección Político-Militar que dirige éste. Por otra parte, la División de Apoyo a la Defensa asesora al Consejo, al Secretario General y DPC en temas relacionados con el I+D de defensa y la producción de sistemas y armamentos. Por último, cabe citar las Divisiones de Infraestructura, Logística y Planes de Emergencia Civil y de Asuntos Científicos y de Medio Ambiente, y otras propias de una organización de tal magnitud, como la Oficina del Interventor de Finanzas, la del Comité de Presupuestos, la Auditoría Internacional, la de Relaciones Publicas, etc.

Funcionamiento

La sede política y administrativa de la OTAN está establecida en la capital belga, Bruselas, que es también el cuartel general permanente del Consejo del Atlántico. Más de 3.500 personas trabajan en ella y alrededor de 2.000 integran las distintas representaciones de los países miembros. El Secretariado Internacional cuenta con unos 1.000 funcionarios civiles; otros 500 forman parte del Estado Mayor Militar, de los cuales unos 80 son civiles. Desde 1980, los llamados socios de cooperación disponen en la OTAN de oficinas de enlace. La sede central de la OTAN es también la del Secretario General, y acoge las representaciones permanentes y delegaciones nacionales, la presidencia del Comité Militar y del Estado Mayor Militar Internacional, y diversas agencias que integran la Organización.

La pertenencia a la Alianza implica un compromiso común entre sus miembros respecto a la defensa y seguridad, así como una voluntad inequívoca de cooperación. Este compromiso supone que la seguridad es indivisible y conjunta. Así, ningún miembro depende exclusivamente de sí mismo para la defensa: la Alianza ha desterrado el concepto de nacionalización de la defensa, tentación que, sin embargo, no deja de aflorar cuando en momentos de crisis ha llegado a cuestionarse su propia definición. Ello no excluye el deber y derecho que corresponde a cada Estado miembro de asumir sus propias responsabilidades de seguridad. La pertenencia a la Alianza, sin embargo, permite un efecto de sinergia para aumentar su capacidad en cuanto a los objetivos nacionales, a través del esfuerzo colectivo.

El artículo 5 garantiza la seguridad solidaria de todos los miembros de la Alianza y requiere como contrapartida la cooperación leal y el respeto al Tratado. La evolución de la OTAN ha permitido, no obstante, diversos niveles en la forma de asumir este compromiso. Así, Islandia, que no tiene fuerzas armadas, se hace representar por civiles en los organismos militares, y Francia, que se retiró en 1966 de la Estructura Militar Integrada por personal decisión del general Charles De Gaulle, presidente en aquel momento del Estado, no ha dejado de ser miembro de pleno derecho de la OTAN y de sus estructuras políticas, colaborando estrechamente en las militares a través de especiales acuerdos.

España, como se ha señalado antes, quedó fuera de la Estructura Militar Integrada al ratificar su ingreso en 1986, petición que ya había sido efectuada formalmente por el Gobierno de Unión de Centro Democrático (UCD) en 1982. Al contrario de Francia, participó activamente, sin embargo, en el DPC, el NPG y el Comité Militar. A través de diversos acuerdos de coordinación militar se establecieron las áreas y zonas de cooperación de sus fuerzas armadas: ni éstas ni las francesas han estado ausentes de las misiones de cooperación en que han sido requeridas por la OTAN, bajo las especiales condiciones fijadas en los respectivos acuerdos. España, por su parte, es desde noviembre de 1996 miembro de pleno derecho de la OTAN, ya que en esa fecha pasó a formar parte de la Estructura Militar Integrada.

La toma de decisiones se lleva a cabo siempre en común, aunque la OTAN no es un organismo multinacional o intergubernamental, sino una alianza de países soberanos, y cualquier decisión ha de estar precedida de una larga preparación, con reuniones de información y consultas que lleven al adecuado consenso. El foro principal para este proceso es el Consejo, que empezó a actuar en ese papel desde su primera reunión, en septiembre de 1949. El Secretario General, que preside sus reuniones, debe ejercer su capacidad e influencia para aproximar los diferentes puntos de vista. A través de contactos más o menos informales, éstos llegan ya prácticamente consensuados a la decisión final del Consejo, lo que no excluye tensiones, como puso de manifiesto el caso francés. El proceso se intensifica cuando se trata de las reuniones anuales de ministros, y de manera muy especial de las cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno, que deben adoptar las decisiones de mayor trascendencia de la OTAN. Su preparación requiere una intensa actividad diplomática en la sombra, en la que se defienden con dureza las posiciones respectivas, aunque lo más usual sea que se acabe cediendo o aproximándose en beneficio del interés común.

Estos mecanismos de consulta se producen también a otros niveles, como son el Comité Político, antes citado, los grupos regionales de expertos, los grupos políticos ad hoc, el Grupo Consultivo de Política Atlántica y otros. La proliferación de organizaciones a las que luego se hará referencia, nacidas tras la asunción de nuevos planteamientos por parte de la Alianza, han multiplicado hasta límites insospechados en el momento de su constitución la actividad política y diplomática, tanto interna como externa, de la Alianza.

La relación de pertenencia a la UE y a la OTAN en Europa.

  • Estados de la Unión Europea     (Azul)
  • Miembros de la OTAN     (Naranja)
  • Miembros de ambas organizaciones (Morado)

Evolución histórica

La Alianza se concibió para consolidar la paz y la estabilidad en Europa en momentos en que comenzaban a ponerse de manifiesto con especial intensidad las tensiones entre el Este y el Oeste continentales. Los riesgos y amenazas de la Guerra Fría llevaron a los países de Europa occidental a forjar un vínculo trasatlántico, que asegurara la asistencia y compromiso de defensa de los Estados Unidos, principal aliado de la Segunda Guerra Mundial. Mientras, los países europeos, incluida la URSS, habían salido de la guerra con enormes pérdidas en vidas humanas y en su potencial económico e industrial, así como en sus infraestructuras urbanas y de comunicaciones. Estados Unidos había permanecido prácticamente indemne en sus territorios, salvo las islas del Pacífico, aunque experimentara pérdidas sensibles en vidas humanas y material de guerra. Su enorme capacidad le permitió reponer su potencial económico e industrial de forma espectacular, supliendo durante la guerra las maltrechas economías europeas. En el momento de la victoria, era realmente la única potencia mundial que contaba, y su condición de poseedor en exclusiva del armamento nuclear no dejaba dudas al respecto.

Finalizada la guerra, los Estados Unidos contribuirían a la reconstrucción europea con la ayuda del Plan Marshall, al que la URSS no quiso, sin embargo, acogerse. Así, mientras la Europa occidental se volcaba en su reconstrucción y diseñaba diversos organismos para llevarla a cabo, como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), germen de la posterior Comunidad Económica Europea (CEE), la Europa oriental, bajo el control de Moscú, orientado hacia el poderío militar y político con la ambición de oponerse como potencia mundial a los Estados Unidos, sacrificaba el bienestar económico a su consolidación como bloque ideológico. Esta situación llevó, como se ha dicho, al Tratado de Bruselas y con posterioridad al de Washington, del que nació la OTAN. Pero Europa no renunciaba a su propia identidad defensiva. Fue así como surgió la Comunidad Europea de Defensa, heredera del Tratado de Bruselas y creada bajo el modelo de la CECA, dentro de un ambicioso proyecto de unidad continental y de una Constitución europea.

La CED no llegó a cuajar, pero sirvió para integrar a Alemania en la comunidad de defensa continental. Así, los acuerdos de París permitieron a la nación alemana recobrar su soberanía como país independiente. El 27 de mayo de 1952 se firmaba en esta ciudad la creación de la CED, con participación de la República Federal Alemana, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Una nueva convocatoria en París, el 20 de octubre de 1954, acordaba que los países signatarios del Tratado de Bruselas debían colaborar estrechamente con la OTAN, suprimía el carácter militar europeo integrado de la CED, que se transfería a la Alianza, y creaba la Unión Europea Occidental (UEO), sustituyendo, como tratado modificado de Bruselas, a la CED. Ello permitió la reincorporación a esta nueva UEO del Reino Unido, que había mostrado muchas reticencias a la creación de un Ejército propiamente europeo. Pero la UEO, como se verá más adelante, nunca llegó (hasta estas últimas décadas, en las que se la definiría como “pilar europeo de defensa”) a tener una consistencia real, y su protagonismo fue borrado por el cada vez mayor de la OTAN. La organización atlántica asumió durante todo el periodo de la Guerra Fría el peso en el desarrollo y mantenimiento de un sistema de defensa colectivo, así como el papel principal en el tratamiento de los temas políticos más acuciantes que dividían Europa. Tres fases pueden distinguirse en esta evolución: Una primera de consolidación, que culminó con la incorporación de Alemania, Grecia y Turquía; una segunda de madurez, que finalizó con la caída del Muro de Berlín (noviembre 1989), la reunificación alemana y la desintegración del Pacto de Varsovia (marzo 1991) y de la URSS (diciembre 1991), y una tercera, en la que nos hallamos ahora y que aún no ha concluido, en la que la organización, perdido el objetivo primordial de todos sus esfuerzos al desaparecer la amenaza del Este, pareció quedarse sin razón de ser y hubo de replantearse su propia naturaleza, misiones y futuro. La OTAN que más ha calado en la conciencia general es la de la segunda fase, en la que se registraron los periodos de mayor actividad militar y el más intenso debate público y político acerca de la necesidad de una organización de este tipo. Fue una época en la que no siempre estuvieron acordes las sensibilidades de los europeos y de sus aliados trasatlánticos, y en la que alcanzaron su máxima pujanza postulados aislacionistas y consignas anti-Otan y antiamericanas tan extendidas como el recurrente America go home.

Tras la Guerra de Corea (1950) se empezó a configurar en el seno de la Alianza su nueva doctrina militar. En su reunión de aquel año en Nueva York, el Consejo Atlántico aprobó un concepto estratégico basado en la forward defence (“defensa avanzada”), que implicaba en lo posible situar el teatro de operaciones en caso de guerra más allá del territorio OTAN especificado en el artículo 5. El enorme esfuerzo militar exigido por esta doctrina suponía a su vez contar con el potencial nuclear estadounidense como garantía adecuada de respuesta en caso de agresión. La base de esta doctrina defensiva era la amenaza de una represalia masiva, que, no obstante, sería irreversible y no estaría justificada en el caso de un ataque que no tuviera esas características. Se desarrollaron por ello, a partir de los años 50, una serie de sistemas tácticos nucleares de acción más limitada que empezaron a desplegarse en Europa para compensar la superioridad de hombres y armamento convencional de las fuerzas soviéticas y los países del Este, bloque que se constituyó formalmente como Pacto de Varsovia el 14 de mayo de 1955.

El lanzamiento por la URSS del Sputnik, que la adelantó en la carrera espacial, así como el impulso dado a su potencial nuclear, desequilibraron la precaria estabilidad del miedo que se había logrado hasta entonces. Es así como la Alianza puso en marcha, no sin polémica, una denominada respuesta flexible, combinación de medios convencionales y armamento nuclear táctico y estratégico que provocó, no obstante, serias dudas sobre el compromiso real de Washington para arriesgar la seguridad de su propio país frente a las posibles represalias soviéticas si tuviera que defender con su armamento nuclear el territorio europeo. La necesidad de una doctrina clara en este trascendente asunto llevó al Consejo Atlántico a adoptar, en su reunión de diciembre de 1967, el Informe Harmel, sobre futuras tareas de la Alianza. El documento, que recibió el nombre de su principal redactor, que fuera presidente del gobierno belga, Pierre Harmel, es el fundamento de la llamada doble decisión. Su doctrina, clave en aquellos años, es el soporte del concepto estratégico adoptado por el Comité de Planes de Defensa en su reunión de diciembre del 67, coincidente con el del Consejo ya citado. La doble decisión vinculaba estrechamente la firmeza en el potencial defensivo de la OTAN con la apertura de conversaciones con el Pacto de Varsovia para la reducción de fuerzas. Una doble consecuencia de estos procesos fue la retirada de Francia de la Estructura Militar Integrada, por discrepar en algunos aspectos de la estrategia de respuesta flexible, y el despliegue en Europa de los misiles de crucero con cabeza nuclear Pershing II, que suscitaron, especialmente en la República Federal Alemana, una enorme oposición popular. Fueron éstas dos crisis que conmovieron profundamente a la Alianza. La doble decisión, sin embargo, inició un proceso de profunda transformación y modernización de la OTAN, tanto en sus posiciones políticas como en su proyección externa.

Esta evolución coincidió en su fase final con el Acta Final de Helsinki (1975), en la que culminó el llamado proceso CSCE (por la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa). El documento generó un gran impulso hacia la distensión y auspició movimientos de defensa de los derechos humanos en los países del Este. En esta fase de menor intensidad de la guerra fría debe situarse el proceso de incorporación de España a la OTAN, tras un debate interno en el que se constató una fuerte confrontación entre las fuerzas políticas españolas, y que acabó resolviéndose definitivamente en 1986 con la incorporación restringida que ya se ha avanzado, previo referendum convocado por el gobierno socialista para decidir la permanencia o no del país en la Alianza (la decisión de ingresar ya había sido adoptada por el gobierno de la Unión de Centro Democrático -UCD- en 1982). Fue una decisión difícil, puesto que el ingreso, ya aprobado por el anterior gobierno de UCD, había contado con el rechazo de los partidos de la izquierda, incluido el socialista, desde la oposición. El acceso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) al poder supuso un cambio de perspectiva que le alineó en las posiciones de seguridad y defensa con los demás partidos socialistas de la Europa occidental. El referendum incluía condiciones especiales para la adscripción de España, como la no participación en la Estructura Militar Integrada y el no envío al exterior de las fuerzas nacionales. Con él se dio una salida relativamente airosa a la situación planteada.

A la adhesión de España a la OTAN siguió el ingreso en la UEO, previsto también en la declaración de política de defensa y seguridad proclamada por el gobierno socialista como paso previo al referendum. La incorporación se llevó a cabo en 1988, a través de la firma del Tratado Modificado de Bruselas, que había creado esta organización en 1954. La entrada de España en la UEO estuvo precedida de un amplio debate parlamentario que concluyó con la constatación mayoritaria de que la participación española no violaba las cláusulas del referendum sobre la OTAN y serviría para consolidar un pilar europeo de defensa y seguridad.

El desarme y el fin de la Guerra Fría

La doble decisión es inseparable de los pasos que se dieron para el desarme de ambos bloques, y resulta por ello el referente fundamental del proceso CSCE, que llevó a la convocatoria de la Conferencia de Viena para la Reducción de Armamento Convencional, mientras paralelamente se desarrollaban las negociaciones START I y START II para la limitación del armamento estratégico nuclear. Como se puso de manifiesto en el proceso CSCE, el control de armamentos incluye medidas de confianza junto a la reducción de efectivos y de equipos y sistemas armamentísticos. En mayo de 1989, la Alianza elaboró un Concepto Global sobre Control de Armamentos y Desarme que vino a ser el marco delimitador de su posición en la Conferencia de Viena, en la cual se sentaron a uno y otro lado de la mesa los países miembros de la OTAN y del Pacto de Varsovia. La conferencia se inició en marzo de ese mismo año bajo la denominación de FACE, que hacía referencia al propósito de reducción de Fuerzas Armadas Convencionales en Europa. Un año más tarde se llegaba, el 19 de noviembre de 1990, a la firma del Tratado FACE, que preveía reducciones sustanciales en el armamento y efectivos de ambos bloques. A la firma de los 22 miembros de la OTAN y del Pacto de Varsovia se sumaron posteriormente, en la reunión de París de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) de aquel mismo año, todos los demás países, hasta el número de 34, que entonces participaban en el proceso de Helsinki.

Todos los participantes de la CSCE reunidos en París en noviembre de 1990 ratificaron el documento de Viena, haciendo pública además una declaración de no agresión, y firmaron la Carta de París para una nueva Europa. Para entonces, el orden europeo nacido de la Segunda Guerra Mundial se había convulsionado profundamente. En la Unión Soviética, el acceso de Mijail Gorbachov al poder había inciado una imparable dinámica de cambios en la política interior y exterior de la URSS. Presionado por el esfuerzo militar a que le arrastraba Occidente con su política de reforzar y modernizar sus sistemas armamentísticos y ofrecer simultáneamente vías de distensión hacia la reducción global de armamentos, se vio forzado a optar entre el reto de continuar el esfuerzo militar de una imposible equiparación a Occidente, o sanear una economía agotada que había llegado a sus límites. Gorbachov eligió las demandas de mayor bienestar que le planteaba el pueblo soviético e inició un plan de reformas radicales que, si bien le granjearon la simpatía occidental, le enfrentaron a una significativa oposición interna. La llamada perestroika no fue bien recibida por la vieja oligarquía soviética gobernante que controlaba el poder político y militar. La reunificación alemana, con la desaparición de la República Democrática Alemana, constituyó el argumento crítico de esta resistencia, lo cual era comprensible, ya que Alemania y la presencia en ella de las fuerzas soviéticas constituían el emblemático símbolo de la victoria de la URSS en una guerra que había costado enormes sacrificios a su pueblo. La realidad era, sin embargo, que tras la caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento en cadena de los regímenes del Este, la unificación alemana solo suponía aceptar lo inevitable. Ya nada sería igual después aquélla, que vendría seguida de la retirada de la mayor parte de las fuerzas soviéticas estacionadas en los países del Este y la propia Alemania, la llegada de nuevos gobiernos de apertura democrática en Europa central y oriental, la desintegración del Pacto de Varsovia y, por último, la propia sustitución del presidente Gorbachov y la desaparición de la URSS como Estado. Un proceso al que Europa y el mundo asistieron atónitos y que algunos, como Francis Fukuyama, en un discutido ensayo, llegaron a calificar como el final de la historia (F. Fukuyama. The end of History and the Last Man, Nueva York, 1992). No lo era, por supuesto; la historia continúa, pero lo que sí acabó sin remedio fue la Guerra Fría y el equilibrio bipolar de poderes que con su estabilidad había venido sosteniendo el desarrollo económico de Occidente.

El Tratado FACE suponía la coronación de los diversos intentos de la Alianza para reducir el nivel de fuerzas situadas en Europa, entre el Atlántico y los Urales. Su puesta en práctica supuso la reducción sustancial de todas aquéllas que concitaban capacidad ofensiva, como carros de combate, artillería, vehículos acorazados, aviones y helicópteros de combate, haciendo que ningún país pudiera mantenerse como potencia dominante desde el punto de vista militar en el continente europeo. Los cambios producidos en Europa -que supusieron, entre otros, la desaparición como entidades de algunos de su firmantes, como la URSS y el Pacto de Varsovia- retrasaron su entrada en vigor. Lo hizo provisionalmente tras la Conferencia de Oslo de 1992, y sólo de modo oficial el 9 de noviembre de ese mismo año, una vez ratificado por los ocho Estados independientes en que se transformó la antigua URSS y completada la ratificación de los veintinueve signatarios. La proclamación posterior de Eslovaquia y la República Checa como estados independientes ha elevado su número a treinta.

En cuanto a la reducción del armamento nuclear ha sido un objetivo fundamental de la Alianza garantizar el nivel mínimo necesario para asegurar la paz. Las conversaciones START para la reducción de armas estratégicas culminaron en su primera fase, START I, de 1991, con una reducción de un 30% aproximadamente de las fuerzas nucleares estratégicas de Estados Unidos y la URSS. En la segunda fase, Rusia, como Estado de nuevo cuño, había sustituido a la Unión Soviética. El Tratado START II, firmado en Moscú el 3 de enero de 1993, reducía aún más los techos que se habían establecido en el START I, incluía la eliminación de los misiles intercontinentales terrestres ICBM, portadores de ojivas nucleares múltiples, y determinaba la supresión total del armamento estratégico existente con límite en el año 2003. El problema planteado por Ucrania al constituirse en nuevo Estado independiented con potencial nuclear, quedó resuelto con la firma de la Declaración Trilateral, que tuvo como partes a Estados Unidos, Rusia y Ucrania, en enero de 1994, por la cual se se transfirieron las ojivas ICBM de este último país a Rusia y se comprometió la retirada de las ojivas estratégicas antes de la fecha acordada para la desactivación de todos los SS-24 ICBM en su territorio.

Una nueva OTAN

La simultánea desintegración del Pacto de Varsovia y de la URSS pareció dejar a la Alianza Atlántica en una incómoda situación. El desarme había permitido a los líderes de las potencias occidentales referirse al cobro del dividendo de la paz, como fuera denominado por el presidente estadounidense George Bush, en forma de significativas reducciones presupuestarias en los gastos de defensa. Las reducciones en tropas, sistemas y armamento hicieron disminuir la demanda en gastos militares y permitieron aplicar los dividendos de la paz a otras atenciones directamente vinculadas al bienestar de los respectivos países.

Ésta había sido la intención política de Gorbachov, pero ni la rigidez de las estructuras económicas e industriales de la ex-República Soviética ni las carencias institucionales estaban adecuadamente preparadas para el enorme esfuerzo que requería su reconversión. En Occidente, por su parte, se produjo una reducción generalizada de los presupuestos de defensa y algunos comenzaron a cuestionarse la existencia misma de la OTAN, al menos en la forma y características que había llegado a tener al final de la Guerra Fría.

Con ello se entró en la tercera fase de la evolución de la Alianza a que anteriormente se había hecho referencia: el 6 de julio de 1990, plenamente conscientes de la necesidad de este replanteamiento, se reunió en Londres una cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los países de la OTAN. El encuentro concluyó haciendo público un documento de extraordinario interés, ya que en él se fundamenta el nacimiento de la nueva OTAN: la Declaración de Londres sobre una Alianza del Atlántico Norte Renovada. En ella se contienen propuestas concretas para desarrollar la cooperación con los países de Europa central y oriental, se delinean actividades políticas y militares para llevarla a cabo y se ponen las bases para el establecimiento de relaciones diplomáticas regulares entre aquellos países y la OTAN. Así, la Alianza abrió las puertas a los gobiernos de la URSS, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Bulgaria y Rumania, creando con ellos el Consejo de Cooperación del Atlántico Norte.

En París, en noviembre de aquel mismo año, se dio un paso más avanzado al firmar la Alianza con todos ellos una declaración conjunta por la que dejaron oficialmente de considerarse como adversarios y que, por tanto, significó el fin oficial de la Guerra Fría. El nacimiento de esta nueva OTAN permitió a la Alianza conjurar el peligro siempre latente de una renacionalización de las políticas de defensa y, una vez reducidos sus niveles de fuerza, alerta y despliegue, asumir nuevas tareas y modificar otras; entre ellas, la apertura de un proceso de cooperación con los que habían dejado de ser sus enemigos, en el que alcanzaría nuevo protagonismo la antigua Conferencia para la Seguridad y Cooperación Europea (CSCE). Ésta, a su vez, se transformaría en la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, que daría forma institucional al proceso iniciado años atrás en Helsinki. Parte de esta nueva concepción es también la colaboración en las misiones de paz de la ONU y el entendimiento con la nueva Unión Europea, que había dejado atrás en Maastricht, en diciembre de 1991, el viejo Mercado Común nacido del Tratado de Roma, de 25 de marzo de 1957.

El nacimiento de la Unión Europea hizo aflorar la aspiración siempre latente de una organización propiamente continental de defensa, con la reaparición de antagonismos de influencia y poder que habían quedado más o menos soterrados durante el largo periodo de la Guerra Fría. Una posición que en cierto modo lideraba Francia y a la que no era ajeno el nuevo protagonismo alcanzado por una Alemania renacida tras la unificación como potencia europea, pero a la que el Reino Unido oponía la necesidad de mantener por encima de todo el vínculo trasatlántico, ante un futuro que no dejaba de aparecer incierto. La respuesta a esta dualidad fue la realista revitalización, antes aludida, de la Unión Europea Occidental (UEO) como pilar europeo de defensa, en búsqueda de una identidad europea propia de seguridad y defensa, en el marco del nuevo concepto de seguridad que se iba configurando en la Alianza. A la declaración de Londres siguió otra en Roma, en noviembre de 1991, sobre paz y cooperación, en la que se definió un nuevo concepto estratégico. En su virtud, la seguridad de los países de la Alianza se situó en una perspectiva global en la cual los riesgos posibles adoptaban nuevas formas, tales como la proliferación de armas de destrucción masiva, la interrupción de suministros esenciales -según puso de manifiesto la crisis del petróleo o la guerra del Golfo, primero, y la invasión de Kuwait, después- o los actos de terrorismo o sabotaje. También se puso un énfasis especial en la cooperación y desarrollo de medidas de confianza, por lo cual se invitó a los antiguos adversarios a asociarse con la Alianza en la búsqueda de la paz.

Nuevas instituciones

Se creó así, simultáneamente a la definición del nuevo concepto estratégico, el Consejo de Cooperación del Atlántico Norte. La constitución oficial de este nuevo órgano, que habría de tener una singular importancia en el nuevo marco de las relaciones europeas, se llevaría a cabo en Bruselas el 20 de noviembre de 1991, y su primera reunión se celebró en diciembre de aquel mismo año con la participación de venticinco países. Del vértigo en que se movían los acontecimientos da idea el que la URSS desapareciera oficialmente el mismo día de la apertura del Consejo, que tuvo que ser ampliado para acoger a los nuevos miembros de la naciente Comunidad de Estados Independientes (CEI). Georgia y Albania se sumaron en 1992, asistiendo Finlandia como observador a la sesión celebrada en Oslo aquel mismo año. Desde el punto de vista de la Alianza, este proceso se perfeccionó en la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de Bruselas, en 1994, que proclamó la continuidad de la OTAN e invitó a todos los países del CCAN y otros Estados de la CSCE a unirse para crear la Asociación para la Paz (AAP). A esta iniciativa impulsada por el presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, se sumaron no solo los países de la Alianza, sino también los que ya formaban parte del CCAN y otros países de la CSCE.

La Asociación para la Paz se encuadra dentro del Consejo de Cooperación del Atlántico Norte, sobre la base de acuerdos bilaterales de cooperación entre la Alianza y cada uno de los participantes, en función, en cada caso, de los concretos intereses respectivos. Dentro de este marco general, la Alianza ha establecido con Rusia y Ucrania unos acuerdos especiales. El primero, firmado en París el 27 de mayo de 1997 entre Rusia y la Alianza, se cerró con la llamada Acta Fundacional. En ella se estipula la creación de un Consejo Conjunto Permanente que regulará las relaciones de cooperación pero impide a cada parte el derecho de veto sobre las decisiones de la otra. El segundo con Ucrania, aunque de menos relieve, confiere a esta un status particular, correspondiente a su propio peso específico, dentro de los diversos Estados de la APP.

La culminación de este proceso de institucionalización de la nueva OTAN se produjo en mayo del pasado año con la transformación del Consejo de Cooperación del Atlantico Norte (CCAN) en un nuevo organismo, el Consejo de Asociación Euroatlántico (CAEA), que sustituyó por tanto a aquel. Se pretende que el CAEA, al que se han incorporado todos los países que han firmado acuerdos de Asociación para la Paz, sea más operativo que sus precedentes. Uno de sus objetivos es hacer partícipes a sus miembros del proceso de planeamiento de la OTAN, especialmente en las misiones de paz que constituyen uno de los objetivos actuales de la nueva Alianza.

Nueva Alianza, nuevas misiones

Aunque el artículo 5 del Tratado de Washington sigue vigente y la garantía de defensa que establece para los miembros de la Alianza no ha perdido, por tanto, su plena efectividad, se ha introducido en ella un cambio fundamental, al perder su carácter de confrontación y acentuar el de cooperación. El nuevo mapa europeo sitúa en primer término otros elementos de inestabilidad, como puso de manifiesto el conflicto de Yugoslavia. Por primera vez se enfrentaba la Alianza a una posibilidad real de actuar fuera de área, con la aparición de conflictos que no por ser limitados -lo que sería denominado como de baja intensidad- dejaban de entrañar riesgos para la seguridad común. Así, aparece clara la necesidad de enmarcar estas misiones de mantenimiento de la paz o de carácter humanitario en el marco más amplio de las Naciones Unidas y de las nuevas instituciones que se iban consolidando en el proceso: el CCAN y la Asociación para la Paz, primero, y el CAEA, después, que engloba a ambas; la nueva estructura que con el nombre de OSCE sustituye a la antigua CSCE… etc.

Ello supone también contar con la voluntad integradora de la Unión Europea y su deseo de establecer una política exterior y de seguridad común (PESC, en el lenguaje al uso de las cancillerías), que tiene en la UEO renovada el germen de su estructura propia de defensa. La UEO constituye lo que se ha dado en llamar pilar europeo de defensa y es el núcleo de lo que se pretende englobar en el concepto de Identidad Europea de Seguridad y Defensa, IESD. Los miembros de la Unión Europea que lo son también de la OTAN son los de mayor peso en términos políticos, económicos y militares, y en Maastricht se dejó claro que la Unión habría de dotarse “en su momento” de una defensa común. Ello es todavía un objetivo lejano, porque en términos económicos es escasamente realista duplicar los esfuerzos presupuestarios y las estructuras para sostener dos sistemas de seguridad y defensa paralelos, el europeo y el de la Alianza. Además, podría ir en perjuicio de la solidaridad trasatlántica que la mayoría desea mantener con Estados Unidos y Canadá. Se ha llegado por ello a la conclusión de que no tiene sentido construir una IESD al margen de la OTAN. Más bien al contrario, se deben situar las estructuras militares de ambos sobre planteamientos nuevos que permitan la creación de unidades operativas “separables, pero no separadas”, distribuir los recursos de acuerdo con las misiones y encomendar éstas bien a la UEO o bien a los países de la OSCE, o de esta y el CAEA, poniendo a su disposición para llevarles a cabo en estructuras ad hoc los medios y las capacidades logísticas y de inteligencia de la Alianza. En su caso, y cuando se actúa bajo mandato de la ONU, pueden incluir, y de hecho incluyen, fuerzas de países no pertenecientes siquiera a ninguna de estas organizaciones, pero que sí son miembros de las Naciones Unidas.

Se desarrolla así un nuevo concepto, el de la Arquitectura de Seguridad y Defensa Europea. Su razón es que, si antes, en palabras de Javier Solana, Secretario General de la OTAN entre 1995 y 1999, asociábamos seguridad casi exclusivamente a lo militar, tiene hoy “un sentido mucho más amplio, y en un mundo globalizado no sólo debemos hablar del concepto de seguridad defensiva o militar, sino también de otras acepciones que tienen que ver con la seguridad económica y la seguridad del comercio mundial, y entenderla también como la defensa de los derechos humanos, de las minorías, y del medio ambiente que queremos mantener para las futuras generaciones”. Por ello, añade, “las instituciones que deben garantizar la seguridad no pueden reducirse solamente a una, sino que deben ser un conjunto de ellas, europeas, internacionales o trasatlánticas”.

La Alianza ha tenido que adaptarse a estas nuevas misiones. El conflicto de Bosnia-Herzegovina ha sido para ella su principal piedra de toque: hace sólo unos años era difícil imaginar su actuación en un conflicto como éste, que se ha convertido, según su propio Secretario General, en la “primera acción militar de la Alianza en su historia fuera de zona. Es decir, fuera del perímetro de los países que componen la Alianza Atlántica: en Bosnia y Herzegovina y en una operación de paz, en la cual lidera una coalición de treinta y dos países”. La base para esta intervención se adoptó en la Reunión del Consejo del Atlántico Norte de Oslo, en junio de 1992. Entre esa fecha y 1995 la Alianza condujo operaciones navales en el Adriático, conjuntamente con la UEO, para controlar el embargo y asegurar el cumplimiento de las sanciones decretadas por las Naciones Unidas. Fuerzas aéreas intervinieron también para vigilar la zona de exclusión de vuelos sobre Bosnia-Herzegovina y prestar apoyo aéreo a las unidades desplegadas por la Agrupación de Naciones Unidas para el Mantenimiento de la Paz (UNPROFOR).

Al firmarse en París el acuerdo-marco de paz, en diciembre de 1995, tras las previas negociaciones de Dayton (Ohio), se inició para su puesta en práctica el despliegue de fuerzas multinacionales de la OTAN y otros países, bajo la dirección de la Alianza y sometidas al mandato de Naciones Unidas. Se constituyó también una fuerza de intervención o Implemention Force (IFOR) para facilitar el cumplimiento de los acuerdos respaldando los respectivos esfuerzos de las partes implicadas. No se trataba de unidades de guerra, sino de paz. Todas las naciones de la OTAN enviaron su representación, aunque la operación Joint Endeavour era mucho más que una operación de la Alianza. En ella, si bien bajo el mando unificado de la OTAN, se unieron otros países no miembros, pertenecientes en su mayoría a la Asociación para la Paz. Entre ellos Rusia, que se incorporó en enero de 1996 tras un acuerdo especial suscrito con la Alianza. Su contribución, encuadrada en el marco de su tradicional alianza con Serbia, supuso una ayuda importante al éxito de la operación.

La posibilidad de realizar elecciones en un ambiente de estabilidad fue la consecuencia de la acción de IFOR. De su organización práctica, con ayudas técnicas para la realización y la presencia de observadores independientes, se encargó la OSCE. Una semana después de su celebración, en septiembre de 1996, con resultado razonablemente positivo, una reunión informal de los ministros de Defensa de la Alianza, celebrada en Bergen (Noruega), concluyó que era necesario replantearse su misión, que ahora aparecía como la más adecuada para consolidar el proceso de normalización. A finales de 1996 se estableció en París un plan de consolidación de dos años que suponía el despliegue de una fuerza menor de estabilización, la Stabilisation Force (SFOR), activada el 20 de diciembre de 1996, coincidiendo con el final del mandato de IFOR. Su dimensión, con unos 30.000 efectivos, es aproximadamente la mitad de la que llegó a tener IFOR, y su papel es consolidar la paz. Entre sus miembros, además de Rusia y todos los países de la OTAN, se encuentran los que ya participaron en IFOR más Egipto, Malaisia y Marruecos.

Las nuevas estructuras de fuerza y mando

La organización militar de la OTAN ha presentado a lo largo de su existencia caracteres diversos y cambiantes, a medida que se iba precisando su papel como organización y las misiones a desempeñar. La estructura militar inicial surgió en la primera reunión del Consejo Atlántico, inmediatamente después de firmarse el Tratado. Estaba compuesta por un Comité Militar, como principal órgano permanente, con sede en Washington y formado por los jefes de Estado Mayor de los países miembros, y asistido por un grupo también de carácter permanente, el Standing Group, que le servía de órgano ejecutivo, integrado por los representantes de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, y su competencia específica era señalar las directivas estratégicas que debían inspirar el cometido de la Alianza.

Por debajo se estructuraban cinco Grupos Regionales de Planeamiento: el de Europa del Norte, con Dinamarca, Noruega y Gran Bretaña; el de Europa Occidental -Gran Bretaña y Francia, además del Benelux-; el de Europa del Sur-Mediteráneo Occidental -Francia e Italia con Gran Bretaña-; el de Canadá-Estados Unidos, con ambos países, y, por último, el del Atlántico Norte, que englobaba a todos con excepción de Luxemburgo e Italia. A estos Grupos Regionales les correspondía trazar los Planes de Defensa para sus respectivas áreas. Unos meses más tarde, a finales de 1949, los ministros de Defensa de cada uno de los países signatarios del Tratado, reunidos en París, aprobaron un primer Concepto Estratégico para el área del Atlántico Norte.

En 1967, las competencias del Grupo Permanente fueron transferidas al Comité Militar, con lo cual éste quedó disuelto. Su órgano de apoyo se constituyó como Estado Mayor Internacional, que, como su nombre indica, adoptó una composición multinacional proporcional a la aportación de cada Estado, tal y como hoy sigue concebido. Hasta 1950 no se constituyó una Fuerza Europea Integrada con un mando único centralizado. En diciembre de ese año se designó para asumir su mando como primer Comandante Supremo Aliado en Europa (SACEUR) al general estadounidense Dwight Eisenhower, que durante la Segunda Guerra Mundial había dirigido hasta la victoria las operaciones de los aliados y habría de ser más tarde presidente de los Estados Unidos (1953-1961). Su primer Cuartel General se estableció cerca París, en la localidad de Rocquencourt, en abril de 1951. El Mando Atlántico, a cuyo frente fue colocado un almirante estadounidense como Comandante Supremo (SACLANT), se creó en 1952 en la sede de Norfolk (en el estado de Virginia; EEUU), y, en el mismo año, se habilitó el Mando del Canal (ACCHAN) en la ciudad de Portsmouth (Reino Unido), al frente del cual se habilitó a un almirante británico, aunque sin el rango de Comandante Supremo.

Tras la entrada de Grecia, Turquía y Alemania como nuevos socios se desarrolló una subdivisión regional más compleja, al tiempo que se creaba una fuerza multinacional, la Fuerza Móvil del Mando Aliado en Europa (ACE Mobile Force -AMF-), dotada de cinco batallones aerotransportables y cuatro escuadrones de cazabombarderos. Sin embargo, habría que esperar hasta 1978 para crear la unidad aérea multinacional de los o Airborne Early Warning and Control System (AWACS), compuesta por una escuadrilla de aviones B-707 dotados, como indica su nombre, de complejos sistemas de control aéreo para asegurar una información puntual y avanzada acerca de un potencial ataque, que es transmitida directamente a los puestos de mando y control situados en tierra, mar o aire. Si bien no forma propiamente parte de la estructura militar integrada, su gestión depende del SACEUR.

El más importante cambio de toda esta organización se produjo a consecuencia del ya comentado abandono por parte de Francia, en 1966, de la estructura militar integrada. Esto supuso, entre otras cosas, la salida de su territorio de todas las instalaciones que allí se habían ido creando y el replanteamiento, en consecuencia, de una nueva sede. En 1967, el Comité Militar, que seguía funcionando en Washington, se trasladó a Bruselas. Este paso fue decisivo para otorgar a la capital belga el protagonismo que hoy desempeña en la OTAN. Esta estructura ha permanecido más o menos estable -con las incidencias que ya han quedado reflejadas- hasta la convulsión originada por la caída del Muro de Berlín, la reunificación alemana y la desintegración del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética. La imprevisibilidad del entorno estratégico creado tras estos acontecimientos, bien patente en el reciente conflicto de los Balcanes ha llevado a la Alianza a diseñar unas estructuras más flexibles que pudieran hacer frente a nuevos escenarios fuera de área. Se trata de un horizonte cuya estabilidad seguía siendo del interés de todos sus miembros en cuanto aliados, pero en el que se presentaban también intereses históricos antagónicos como países singulares que pudieran entrar en conflicto a la hora de decidir una intervención conjunta. La realidad de las distintas posiciones de Francia y Alemania en la crisis yugoslava mostró que no se trataba de una hipótesis más o menos especulativa.

Nació así una nueva concepción de fuerzas para la Alianza, las llamadas Fuerzas Operativas Combinadas Conjuntas (CJTF, siglas por las que se las conoce y que corresponden a su denominación en inglés: Combined Joint Task Force). La posibilidad de que en su composición entren unos u otros miembros, según la misión que se les encomiende, y el respectivo interés para cada uno, en particular, y general para la Alianza como conjunto, es precisamente lo que las hace idóneas para las nuevas misiones que la OTAN se ha encomendado para la gestión de crisis y las operaciones de mantenimiento de la paz más allá del territorio previsto en el artículo 5. Su flexibilidad se basa en la disposición previa en los cuarteles generales aliados de células de mando, comunicaciones y apoyo logístico que pueden ser reunidas para el cumplimiento de misiones concretas, y en las que la participación de uno u otro país puede soportar la presión de sus intereses políticos sin que quiebre por ello el principio de unidad aliado.

Desde el inicio de la década de los noventa, la reforma de la estructura de fuerzas de la Alianza se ha venido configurando en tres niveles: unas fuerzas de intervención rápida, articuladas en el Cuerpo de Reacción Rápida Aliado, preparadas para operar en tiempo mínimo tanto dentro del territorio OTAN como en el llamado fuera de área (bajo mandato, por ejemplo, de las Naciones Unidas). En un segundo nivel se sitúan las fuerzas principales de defensa, integradas por unidades pesadas cuyo margen de entrada en plena operatividad es, por tanto, menor, y cuya utilización fuera del territorio de la Alianza resulta más dificultosa. Por último, las llamadas fuerzas de aumento o de reserva, cuya disponibilidad solo sería efectiva previa movilización, y con un tiempo de respuesta mayor. Este sistema, de gran flexibilidad y que descuenta por tanto una intervención de extrema rapidez dejando margen a la mediación política, descansa sobre el principio de multinacionalidad y ha permitido alcanzar uno de los objetivos buscados con la reforma: la reducción de costes.

Del mismo modo que se ha modificado el concepto de fuerza, ha sido necesario adaptar también la estructura de mando militar, que durante la Guerra Fría había alcanzado un grado de notable complejidad. Ello no solo desbordaba las necesidades del nuevo entorno estratégico, sino también el costo que estaban dispuestas a asumir las opiniones públicas respectivas tras su percepción del dividendo de la paz. Por otra parte, nuevas estructuras despertaban también nuevas apetencias, pues los nuevos socios, como España, aspiraban a alcanzar una adecuada representación. Otros, como Francia, veían la oportunidad de reintegrarse plenamente a la Alianza y corregir el abandono de su estructura militar integrada, a cambio de recobrar el peso e influencia que debería corresponder a su protagonismo en la política europea. Y, naturalmente, nadie cede de buen grado lo ya adquirido.

La definición de la Nueva Estructura Militar (NEM) no ha sido fácil, pero tras un largo proceso de reuniones, propuestas, y ajustes se alcanzó a finales de 1997 el acuerdo básico que habría de permitir su desarrollo. Se trata de una reestructuración profunda, que reduce y simplifica la compleja estructura anterior: desaparecen todos los mandos de cuarto nivel, denominados Submandos Principales Subordinados y se reducen los demás cuarteles generales. Sólo se configuran dos mandos estratégicos, el de Europa y el del Atlántico; por lo que respecta a Europa, el número de Mandos Supremos Subordinados pasa de tres a dos, el del Norte y el del Sur. Ello ha permitido pasar en la nueva estructura de sesenta y cinco cuarteles generales a veinte.

Los nuevos cuarteles generales hacen amplio uso de la multinacionalidad, a fin de reforzar su percepción como estructuras aliadas y diluir la vinculación al país que los acoge territorialmente. Hasta cierto punto, esto va en perjuicio de su papel como centro de poder o influencia política nacional. Sólo en este sentido puede decirse que España ve satisfechas sus aspiraciones, pues dispondrá en Retamares, cerca de Madrid, de un cuartel general que acogerá el mando subregional que comprende su territorio peninsular e islas adyacentes (también alcanza, como enclave o “burbuja”, a las islas Canarias). En la estructura anterior éstas dependían del mando noratlántico asignado a Lisboa bajo la dependencia del SACLANT. Actualmente, y a través del Mando Regional Sur, se encuadran bajo el Mando Estratégico de Europa, con sede en Mons (Bélgica). El contencioso entre España y el Reino Unido por Gibraltar también trajo problemas a la hora de concretar la atribución a España de este submando regional: los británicos se oponían tanto a la prevista desaparición de todos los mandos de cuarto nivel -que incluían el establecido en el Peñón- como al nuevo papel atribuido a España en la estructura de mandos. No obstante, el 1 de diciembre de 1997, el ministro británico de Defensa, George Robertson, retiró ambas reservas sin condiciones, lo cual permitió poner en marcha definitivamente la nueva estructura.

En cuanto a Francia, no se ha visto satisfecha su pretensión de que se concediese a un mando europeo -aunque no fuese francés, en última instancia- el Mando Regional Sur del Continente. A ello se oponían firmemente los Estados Unidos, pues eso significaría que pasaría a depender de él, en tal caso, la VI Flota desplegada en el Mediterráneo, una cuestión estratégica prioritaria para ellos. El no cumplimiento de sus aspiraciones llevó al gobierno francés a adoptar el gesto político de permanecer fuera de la Nueva Estructura Militar. Sí lograron, sin embargo, la creación de un Consejo Atlántico de Ministros de Defensa paralelo al ya existente de ministros de Relaciones Exteriores, en el que sí participa, y se ha reintegrado al Comité Militar, del que sus representantes habían estado ausentes desde 1967.

En la nueva estructura dependen del Mando Estratégico Aliado de Europa, situado en Mons (Bélgica), dos mandos regionales responsables ante el SACEUR: el Mando Regional Norte, con cuartel general en Brunssum (Holanda), y el Mando Regional Sur, que se halla radicado en Nápoles (Italia). De cada uno dependen, a su vez, dos mandos componentes de segundo nivel y tres mandos subregionales en el Norte y cuatro en el Sur, que constituyen el ultimo escalón de la actual estructura de mandos superiores. Los mandos componentes son, en el primer caso, el Mando Componente Aéreo Norte, en Ramstein (Alemania), y el Mando Componente Naval Norte, en Northwood (Gran Bretaña). Los subregionales respectivos son el Mando Subregional Conjunto Norte, situado en Stavanger (Noruega), el Mando Subregional Conjunto Noreste, en Karup (Dinamarca), y el Mando Subregional Conjunto Centro, con su cuartel general en Heidelberg (Alemania). En cuanto a la estructura en el sur, el Mando Componente Aéreo Sur y el Mando Componente Naval Sur tienen sus cuarteles generales en Nápoles (Italia), y los de ámbito inferior se sitúan respectivamente de la siguiente forma: el Mando Subregional Sureste, en Izmir (Turquía); el Mando Subregional Sur-Centro, en Larisa (Grecia); el Mando Subregional Sur, en Verona (Italia), y el Mando Subregional Suroeste, en Retamares, cerca de Madrid (España).

Del Mando Estratégico Aliado del Atlantico, cuyo cuartel general está en Norfolk (Estados Unidos), dependen dos mandos supremos subordinados, la Flota de Ataque y Apoyo del Atlántico (Strikfltlant), que tiene entre sus cometidos las operaciones aerotransportadas y anfibias, y el Mando de Submarinos en el Atlántico (Subaclant), para operaciones de esa naturaleza, ambos con sede en Norfolk, y tres de ámbito geográfico inferior: el Mando Regional Oeste, también con sede en Norfolk, el Mando Regional Sudeste, en Lisboa (Portugal), y el Mando Regional Este, en Northwood (Reino Unido).

El futuro: el Diálogo Mediterráneo y los nuevos miembros

Ultimadas prácticamente las reformas institucionales internas y externas, con su proyección en la nueva arquitectura de seguridad, y en pleno desarrollo las estructuras de mando y de fuerza, se enfrenta la Alianza a dos importantes temas: el llamado Diálogo Mediterráneo y la admisión de nuevos miembros, solicitada por algunos países que habían formado parte del bloque del Este durante la Guerra Fría. En los más tensos momentos del enfrentamiento Este-Oeste, el Mediterráneo nunca había llegado a ser una prioridad de la Alianza. Su conflictividad, siempre latente, no había dejado de ofrecer riesgos extremos, como el conflicto de Suez, provocado por el carismático líder nacionalista egipcio, Gamal Abdel Nasser, al nacionalizar el Canal. Pero su seguridad implicaba directamente a Estados Unidos, lo cual se plasmaba en el protagonismo absoluto de la VI Flota.

Nadie duda, sin embargo, que la seguridad europea está claramente vinculada a la estabilidad en las dos riberas mediterráneas. Era necesario, por tanto, integrar a la región en la nueva arquitectura de seguridad. Para ello, la Alianza emprendió un diálogo constructivo con seis de los principales estados de la región: Egipto, Israel y Jordania, en el Mediterráneo oriental, y Túnez, Marruecos y Mauritania, en su zona occidental. Por razones fáciles de comprender, han quedado fuera de este proyecto, por ahora, los que ofrecen una mayor conflictividad, como Libia y Argelia. La OTAN pretende abandonar el papel de suministrador activo de defensa y disuasión, para incorporar el de asociado en mayor o menor grado en la cooperación y el desarrollo estable, como una forma más duradera de seguridad, de acuerdo con su nuevo concepto estratégico. Esta positiva actitud de diálogo deriva de la declaración surgida de la reunión de Bruselas, en enero de 1994: los jefes de Estado y de Gobierno afirmaron allí que el proceso de paz en el Cercano Oriente ofrece una base para el entendimiento y las medidas de confianza entre los países de la región, y se mostraron decididos a estimular todos los esfuerzos que conduzcan a fortalecer su estabilidad.

En su reunión de diciembre del mismo año, los ministros de Asuntos Exteriores dieron un paso adelante en el cumplimiento de este propósito, estableciendo la fórmula de contactos caso a caso (case-by-case basis) entre la Alianza y los países mediterráneos “no miembros”, para “contribuir al fortalecimiento de la estabilidad regional”. Se trata, pues, de un dialogo bilateral entre la Alianza y cada país, de carácter progresivo. En ese sentido, no pretende desempeñar un papel exclusivo en el nuevo escenario de relaciones internacionales sobre el que se desarrolla el protagonismo del Mediterráneo. Por el contrario, se suma a los esfuerzos que se vienen llevando a cabo por la Unión Europea (a través del proceso de Barcelona) y por organizaciones como la UEO o la OSCE. Debe aclararse que no se trata de duplicar acciones, sino, más bien, de confluir en objetivos cada una desde su propia competencia.

Por lo que a la ampliación se refiere, es un proceso complejo que arranca desde el momento mismo en que se derrumba el bloque del Este y los países que lo integraban ven en la Alianza su única garantía de seguridad. Tanto en el plano de la defensa como en el político y económico perciben que sus posibilidades de desarrollo se vinculan a la Unión Europea. Comprenden, además, que en cierto modo se trata de dos procesos paralelos e inseparables, que, aunque diferentes, se complementan mutuamente. No obstante, la adaptación de sistemas políticos y militares tan diferentes a los occidentales no podía resultar fácil. No sólo porque sus estructuras militares, en cuanto a organización, doctrina, armamentos y equipos, resultaban dificilmente compatibles. También porque la pertenencia a la Alianza requiere de sus socios una identificación con los valores democráticos, y aún con los sistemas de comprensión y apreciación de las cuestiones de superior interés común, que sólo se ha logrado tras largos años de convivencia, y que son, precisamente, sobre los que descansa la regla de oro del consenso.

Por otra parte, y como ya se ha dicho, por parte de Rusia se veía con enorme recelo la pérdida de influencia política tanto tiempo ejercida sobre estos países, y con no menor desconfianza, desde el punto de vista de la propia seguridad y defensa, el acercamiento de los límites de la OTAN a sus propias fronteras nacionales, sin el Hinterland que suponía el Pacto de Varsovia. La firma de la ya mencionada Acta Fundacional puso fin a esta resistencia: Rusia alcanzaba las garantías de cooperación y no agresión que buscaba a través de un Comité Conjunto Permanente en el cual pudieran resolverse las cuestiones comunes, aunque dejando claro que ninguna de las partes gozaba de facultades de veto sobre la otra. Con este decisivo paso quedaba abierta la posibilidad de la ampliación que ya se había iniciado con la Asociación para la Paz, paso previo y obligado a través de la cual los países aspirantes se someten a una especie de “curso de preparación”. Cinco candidatos aparecían como los mejor colocados: Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovenia y Rumania. En la cumbre de Madrid de 1997, los tres primeros fueron invitados formalmente a incorporarse a la Alianza, mientras que los otros dos habrían de esperar. Se trata de fortalecer la cohesión antes que el número, sin que ello signifique que se pretenda cerrar la Alianza a nuevas incorporaciones. Muy al contrario, se excluye expresamente que los nuevos socios intenten cualquier pretensión de “numerus clausus”. Estos primeros países, Polonia, Hungría y República Checa, alcanzaron la condición de miembros de pleno derecho en marzo de 1999. Tras ella, siguieron nuevas invitaciones.

Fue un año significativo, porque en abril de 1999 se celebró el quincuagésimo aniversario de la firma del Tratado de Washington. Desde la perspectiva que ahora se ofrece, superados ya los años de duro enfrentamiento de la Guerra Fría, la organización se presenta como mucho más abierta y flexible. Sin renunciar a los compromisos de seguridad mutua que la justifican como Alianza, ha ampliado el concepto a cuestiones como la cooperación, la confianza, el mantenimiento de la paz y la defensa de los derechos humanos, que ha asumido como cometidos propios. El sistema articulado por la nueva arquitectura de seguridad europea supone la puesta en marcha de esos compromisos a través de una estrecha colaboración con otras organizaciones, entre las que la propia OTAN se percibe a sí misma como elemento articulador y de referencia. En la reunión de Madrid de 1997, los jefes de Estado y de Gobierno se propusieron revisar el nuevo concepto estratégico planteado en 1991. Se pretende que en la cumbre prevista en Washington para conmemorar el 50 aniversario de la Alianza pueda presentarse una nueva formulación, cuyas bases han quedado establecidas en la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de diciembre del 97. La oportunidad se ve como una ocasión histórica para incorporar definitivamente los cambios políticos y militares que han modificado en estos últimos años el escenario político y estratégico europeo. Con el nuevo concepto estratégico, las nuevas misiones de la OTAN deben quedar clarificadas e institucionalmente definidas en el conjunto de esa nueva arquitectura europea de seguridad y defensa. Es en este sentido en el que caben mayores avances, porque, por ejemplo, mientras los mecanismos de defensa mutua que impone el articulo 5 establecen un serio compromiso, los que han debido asumirse para el mantenimiento de la paz se han articulado a través de estructuras ad hoc que sólo descansan sobre la buena voluntad de sus participantes.

Es muy posible también que los últimos residuos de la defensa territorial que entraña el viejo concepto estratégico en su definición de la defensa avanzada (forward defence), que ya quedaron superados en el nuevo concepto estratégico del 91, desaparezcan finalmente para llevar a sus últimas consecuencias innovaciones tales como las CJTF. Por ultimo, un mundo más seguro y estable requerirá también pasos más audaces en la supresión de los los sistemas nucleares, hasta llegar a la total eliminación de las armas nucleares tácticas aún desplegadas en el continente europeo. Todo ello perfila una nueva OTAN en el horizonte, al filo de cumplirse sus primeros cincuenta años.

El nuevo concepto de la Alianza del siglo XXI

El 25 de abril de 1999 la OTAN cumplió su 50º aniversario, motivo por el cual los 19 países pertenecientes a la organización aprobaron un documento en el que quedó definido el nuevo concepto estratégico de la Alianza que amplía su carácter defensivo, incluyendo el derecho de injerencia humanitaria además de actuar ante actos de terrorismo, sabotaje, crimen organizado y problemas en el abastecimiento de recursos vitales.

La cumbre que se celebró en Washington con motivo de este aniversario pasó a la historia por ser el foro en el que los aliados plasmaron por escrito lo que ya estaban haciendo desde hacía un lustro.

Fuente: Espasa, Enciclopedia Británica


Infografias curiosas de la OTAN

CADA ESTADO CONFIESA CUÁL ES SU PAÍS MÁS TEMIDO

Atlas de varias cartas de Europa y América entre 1662 y 1791


Colección facticia de mapas, cuadros de texto y gráficos, formada y cedida por Francisco Adolfo de Varnhagen, Secretario de la Legación de Brasil en Madrid

Los años de publicación corresponden al periodo que abarca los mapas que componen el atlas

Carece de portada

El atlas está compuesto por 19 hojas sueltas: 1 índice manuscrito con relación de contenido, 10 mapas (dos de ellos manuscritos), 3 cuadros de texto, 2 cronologías y 3 representaciones gráficas

Enlace del documento

Adjuntamos algunos mapas de la colección:

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Amasia – El Supercontinente que Unirá América y Asia


La fuerte atracción hacia el polo norte provocará dentro de millones de años la fusión de América y Asia dando lugar a Amasia, el nombre con el que científicos estadounidenses han bautizado al que creen que será el próximo supercontinente de la Tierra. Según sus cálculos, esta gran masa de tierra llegará a formarse dentro de entre 50 y 200 millones de años, de acuerdo con una investigación publicada en la revista británica ‘Nature’.

Así, ambos continentes se unirán por el polo norte, mediante una cordillera montañosa que permitirá cruzar de Alaska a Siberia y viceversa, de acuerdo con expertos de la Facultad de Geología y Geofísica de la Universidad de Yale (EEUU).

América permanecerá situada sobre el anillo de fuego del Pacífico, una zona de intensa actividad sísmica y volcánica, pero su orografía cambiará radicalmente porque la atracción hacia el Polo fusionará América del Sur con el Norte.

Este desplazamiento provocará a su vez la desaparición del océano Ártico y del mar Caribe, según explicó Ross Mitchell, geólogo de Yale y uno de los autores del artículo.

  Han pasado alrededor de 1.800 millones de años desde que se formó el primer supercontinente, Nuna, al que siguieron Rodinia y Pangea, última gran masa de tierra con centro en el África actual y que con el tiempo y la acción de las placas tectónicas conformó los continentes actuales.

El estudio del magnetismo de las rocas de entonces ha servido en el presente al equipo de Mitchell para determinar la distancia que existió entre uno y otro y estimar dónde se situaría Amasia, cuyo centro localizan en algún punto del actual océano Ártico, a noventa grados de distancia del centro del supercontinente anterior, Pangea.

Esta teoría, a la que han denominado ortoversión, desafía los dos modelos tradicionales defendidos hasta el momento para predecir la evolución de las masas terrestres, según detalló Mitchell.

De estas dos últimas hipótesis, una sugiere que la próxima gran masa continental se formará sobre la región en la que existió el supercontinente anterior (introversión), y la otra, todo lo contrario, defiende que será en un punto opuesto a donde se encontraba su predecesora (extroversión).

De esta forma, los partidarios de la introversión localizan el centro del próximo supercontinente en África, mientras que los defensores del modelo de extroversión lo sitúan en el océano Pacífico, en algún punto entre las islas de Hawaii, Fiji y Samoa.

Según estos modelos, la unión se produciría a través del océano Atlántico o del Pacífico respectivamente, mientras que el modelo de Mitchell se decanta por una unión a través del Ártico.

Fuente: El Mundo

Revolución de las Trece Colonias


Revolución de las Trece Colonias, estadounidense o de Estados Unidos, son expresiones utilizadas en la bibliografía en castellano para traducir la expresión anglosajona American Revolution, cuya traducción por Revolución americana, admitida por el DRAE, no está recomendada en cuanto al uso de la palabra «americano».

Al ser al mismo tiempo un proceso revolucionario (el primero de la llamada «era de las revoluciones» que abre la Edad Contemporánea) y un proceso de descolonización (la primera «independencia»), esta revolución significó transformaciones y conflictos internos y un conflicto exterior, entre las «Trece Colonias» británicas de América del Norte y su metrópoli (el Reino Unido). De este proceso surgiría una nueva nación (los Estados Unidos de América) que se estableció jurídicamente en textos de gran trascendencia, como la Declaración de Independencia (4 de julio de 1776) y la Constitución (17 de septiembre de 1787).

Desde la década de 1760 la opinión pública de las trece colonias fue tomando conciencia de su identidad y unidad de intereses en una oposición cada vez mayor contra el gobierno británico, que no atendió los llamamientos a la moderación; hasta que la dinámica de desafíos mutuos condujo a un conflicto armado, la guerra de Independencia (1775-1783, aunque las victorias decisivas en el campo de batalla se dieron en octubre de 1781).

El ejemplo estadounidense fue decisivo para que en 1789 el protagonismo revolucionario pasara a Francia, y posteriormente a España y a la América española, dentro de lo que se ha denominado el «ciclo atlántico» de las revoluciones burguesas o revoluciones liberales.

«Injurias y usurpaciones»

La época revolucionaria se inició en 1763, cuando llegó a su fin la amenaza militar francesa sobre las colonias británicas de América del Norte (guerra franco-india); y quedaron frustradas las expectativas tanto de los minutemen y milicianos de a pie como de los colonos más ambiciosos que, habiendo demostrado en la guerra su capacidad y liderazgo, no tenían posibilidades de hacer carrera política o militar frente a los procedentes de la metrópoli, que acaparaban todos los cargos. El incremento de los costes de mantenimiento del Imperio llevó al gobierno británico a adoptar una política altamente impopular: las colonias debían pagar una parte sustancial de ello, para lo cual se subieron o crearon impuestos (Sugar Act y Currency Act de 1764, Stamp Act de 1765).

Pasquín con el texto siguiente: «Mañana del martes 17 de diciembre de 1765. Los verdaderamente nacidos Hijos de la Libertad [o hijos de la libertad por nacimiento] desearían reunirse bajo el árbol de la libertad, a las doce en punto, este día, para escuchar la dimisión pública, bajo juramento, del caballero Andrew Oliver, distribuidor de sellos para la provincia de la Bahía de Massachusetts. ¿Dimisión? Sí.» La expresión True-Born tenía cierto uso socio-político, como en la popular sátira de Daniel Defoe titulada The True-Born Englishman (1701). También se usaba Free-Born o free-born englishman («inglés nacido libre» -véase yeoman-).

El creciente descontento se evidenció en la creación de grupos opositores (como los denominados «Hijos de la Libertad» –Samuel Adams, John Hancock–), la reunión de un congreso de representantes de nueve legislaturas coloniales (Stamp Act Congress, Nueva York –actualmente Federal Hall–, 7 al 25 de octubre de 1765), que emitió una Declaration of Rights and Grievances («declaración de derechos y agravios», 19 de octubre); en incidentes violentos espontáneos (masacre de Boston, 5 de marzo de 1770), y finalmente en movilizaciones populares de protesta (motín del té, Boston, 16 de diciembre de 1773).

La reacción del gobierno británico fue ocupar militarmente Boston (1768) y la del Parlamento de Londres promulgar un conjunto de leyes (primero las llamadas Townshend Acts de 1767, luego las denominadas «Actas intolerables», «coactivas» o «punitivas» de 1774) que recortaban las competencias de las instituciones autónomas y aumentaban las de los funcionarios y militares británicos. Al carecer las colonias de representación elegida en el Parlamento, muchos colonos consideraban ilegítimos tales impuestos y leyes, por suponer una violación de sus derechos como ingleses (No taxation without representation –»ningún impuesto sin representación»–, una derivación del clásico quod omnes tangit). La sensación de trato injusto se incrementó aún más por comparación al trato favorable que la Quebec Act daba simultáneamente a los colonos franceses de Quebec (vencidos en la guerra anterior).

Ya desde 1772, grupos de «patriotas» se venían organizando en «comités de correspondencia», un gobierno secreto o «en la sombra» (shadow government) que daría lugar a la creación de instituciones alternativas de poder en cada una de la mayoría de las colonias (denominadas Provincial Congress –»congreso provincial»– en Massachussets, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Nueva York, Nueva Jersey y Nuevo Hampshire, y Conventions –»convenciones»– en Virginia y Maryland, esta última llamada «de Annapolis» o Assembly of Freemen –»asamblea de hombres libres»–). En el curso de dos años, los congresos provinciales o sus equivalentes sustituyeron eficazmente al aparato de gobierno británico en las hasta entonces colonias, lo que culminó con la unificación de todos ellos en el Primer Congreso Continental (Filadelfia, 5 de septiembre de 1774). En realidad no era la primera reunión semejante (Stamp Act Congress, 1765, Congreso de Albany, 1754), pero sí la más numerosa de las celebradas hasta entonces: acudieron representantes de doce colonias (faltó Georgia).

Entre los colonos las posturas no eran unánimes: Joseph Galloway (representante de Pensilvania, y en otras cuestiones muy cercano a Franklin) era partidario de mantener el vínculo con la metrópoli (Plan de Unión, derrotado por estrecho margen el 22 de octubre de 1774), mientras que los partidarios de la ruptura se agruparon en torno a un texto denominado Suffolk Resolves (9 de septiembre de 1774). El Congreso emitió una «Petición al Rey» (Petition to the King, 25 de octubre de 1774) que no fue atendida; y se estableció un boicot comercial a los productos británicos (Continental Association, 1 de diciembre de 1774).

En Londres se debatía entre los partidarios de reconciliarse con los colonos (Edmund Burke –en sus discursos utiliza argumentos liberal-conservadores a favor del de autogobierno de las colonias, paradójicamente, argumentos equivalentes a los que posteriormente le llevaron a oponerse a la Revolución francesa–, William Pitt –propuso el reconocimiento de autogobierno y la retirada de las tropas de Boston, en ambos casos sin éxito–, Bowood Circle) y los de imponer la soberanía británica de forma intransigente, que dominaban el Parlamento e impulsaron nuevas «leyes restrictivas» (Restraining Acts, 9 de febrero de 1775).

Al tiempo en que entraba en su fase militar, el conflicto tuvo alguna oportunidad de solución negociada, o al menos eso parecían buscar ambos bandos en sendos documentos de 1775: la «Resolución conciliatoria»  (20 a 27 de febrero) presentada por el primer ministro Lord North, y la «Petición de la rama de olivo» (Olive Branch Petition, 5 a 8 de julio) del Segundo Congreso Continental; pero la resolución británica se entendió como una maniobra para dividir a las colonias, ignorando la existencia del Congreso, y la petición americana perdió toda eficacia al realizarse al mismo tiempo que la «Declaración de alzamiento en armas» (Declaration of Taking up Arms, 6 de julio).

Guerra de Independencia

Para reprimir a los «continentales», los británicos enviaron tropas de combate. En respuesta a ello se movilizaron las milicias de cada colonia, y las hostilidades comenzaron el 19 de abril de 1775 (batalla de Lexington). Tras la batalla de Bunker Hill (17 de junio de 1775) las autoridades británicas consideraron ya imposible reconducir en conflicto con negociaciones y se emitió una «Proclamación de rebelión» (Proclamation of Rebellion, 23 de agosto de 1775).  El desafío independentista era tan apremiante que el gobernador de la colonia de Virginia, además de proclamar la ley marcial, prometió la libertad a los esclavos que se unieran al ejército del rey (Proclamación Dunmore, 7 de noviembre de 1775). Aunque se estima que los «lealistas» comprendían entre el 15 y el 20 % de la población, desde el inicio hasta el fin de la guerra los «patriotas» controlaron entre el 80 y el 90 % del territorio; los británicos tan solo pudieron controlar unas pocas ciudades costeras durante un periodo de tiempo extenso.

El 4 de julio de 1776, los representantes de cada una de las trece colonias (Estados independientes de hecho) votaron unánimemente la Declaración de la Independencia que establecía los Estados Unidos, originalmente una confederación con un gobierno representativo seleccionado por las asambleas legislativas de cada Estado.

Los «continentales» se aliaron con el reino de Francia (Tratado de alianza, 1778) y con el reino de España (Tratado de Aranjuez, 1779), lo que equilibró las fuerzas entre los contendientes, tanto terrestres como navales. Los dos principales ejércitos británicos fueron vencidos por el Ejército Continental (George Washington) en Saratoga (octubre de 1777) y Yorktown (octubre de 1781), lo que significó de hecho la victoria militar de los Estados Unidos.

El Segundo Congreso Continental pasó a ser el Congreso de la Confederación con la ratificación de los Artículos de la Confederación (1 de marzo de 1781). El Tratado de París (3 de septiembre de 1783), ratificado por Gran Bretaña y por ese nuevo gobierno nacional, supuso el final de iure de la guerra entre ambos y de toda pretensión británica sobre su territorio.

El nuevo sistema político y social

La revolución estadounidense supuso para esa joven sociedad una serie de grandes cambios intelectuales y sociales, como los nuevos ideales republicanos que, debatidos por los «padres fundadores» (políticos e intelectuales ilustrados como Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams o Thomas Paine) fueron asimilados por la población. La formación de partidos institucionalizados no se produjo hasta la década de 1830, pero en la época revolucionaria había dos tendencias marcadas (federalistas –James Madison, John Jay– y antifederalistas –Patrick Henry, Richard Henry Lee–), mientras los debates políticos se centraban en el reparto de funciones entre Estados y Federación y el grado de participación popular; incluso algunos de los más liberales temían que la pretendida democracia degenerara en una oclocracia (rebelión de Shays, 1786, rebelión del whisky, 1791), aunque se consiguió una notable estabilidad mediante la elección del prestigioso general Washington para ejercer la presidencia de la Convención de Filadelfia (1787) y las dos primeras presidencias de los Estados Unidos (1789-1797). Entre 1792 y 1824 ya estaba configurado un First Party System («primer sistema de partidos») dominado por el Partido Federalista hasta 1800 (Alexander Hamilton) y desde entonces por el Partido Demócrata-Republicano (Jefferson y Madison).

Los complejos detalles del nuevo sistema político, y que venían planteándose desde la Declaración de Derechos de Virginia (12 de junio de 1776) no se resolvieron hasta los debates de la Constitución (1787) y sus primeras 10 enmiendas (Bill of Rights –»carta de derechos»–, 1789), que sustituyó a los Artículos de la Confederación: La soberanía nacional se reconocía como residente en el pueblo (We, the people -«nosotros, el pueblo»-, no el de cada Estado, sino el del conjunto que pretendía conseguir una «más perfecta unión»), se confiaba la garantía de la libertad individual y de la personalidad de los Estados miembros en la separación de poderes entendida como un complejo equilibrio institucional (checks and balances) cuyos puntos esenciales eran el federalismo, el presidencialismo, el bicameralismo y un sistema judicial basado en jueces independientes y juicio por jurado.

Los derechos civiles y políticos quedaron reconocidos tal como se concebían por los revolucionarios (influenciados por el contractualismo de Rousseau), como derechos naturales e inalienables (proclamados desde la Declaración de Derechos de Virginia -redacción de George Mason- y resumidos en la de Independencia en una lapidaria expresión de Jefferson: «vida, libertad y búsqueda de la felicidad» –Life, liberty and the pursuit of happiness-). Los nuevos conceptos de democracia y republicanismo produjeron una agitación de la jerarquía social tradicional y crearon una nueva ética pública que conformó la esencia de los valores socio-políticos estadounidenses, compartidos con un altísimo nivel de consenso y permanencia más allá de su cumplimiento en la realidad, que ya describió Alexis de Tocqueville (La democracia en América, 1835) y que posteriormente se englobaron en la popular expresión american dream («sueño americano»). Coinciden en gran medida con los valores burgueses identificados por la sociología del siglo XIX (Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo).

Entre ellos están el igualitarismo ante los orígenes sociales (o igualdad de oportunidades, expresada en el all men are created equal –»todos los hombres son creados iguales»– de la Declaración de Independencia), el respeto a la libre competencia, la propiedad y la iniciativa privada, la responsabilidad individual y la ética del trabajo, la sujección de los cargos públicos a un mandato temporal e institucionalmente limitado y a elección popular, la libertad de creencias y separación entre iglesias y Estado, la prensa libre y el derecho a la posesión de armas. Se conformó un ideal de ciudadanía en los mitificados «padres peregrinos» (los primeros colonos de Nueva Inglaterra, WASP -«blancos, anglosajones y protestantes»-), mientras se dio continuidad al esclavismo y se procuró la expansión territorial frente a los indígenas americanos y la América española (expedición de Lewis y Clark, conceptos de «imperio de la libertad», «doctrina Monroe», «destino manifiesto»).

¿Cuáles son los Continentes?


Un continente es una gran superficie de tierra rodeada por océanos y constituida, esencialmente, por corteza continental.

Tradicionalmente se ha considerado que las tierras emergidas están divididas en seis continentes: África (30.330.000 km2), América (42.032.000 km2), Asia (44.178.785 km2), Europa (10.525.000 km2), Oceanía (8.945.724 km2) y la Antártida (13.000.000 km2). Sin embargo, y desde hace tiempo, se tiende a separar América del Norte de América del Sur por lo que en total aparecen siete continentes. A ellos se asimilan las islas de las plataformas continentales, con las que, en conjunto, suman apenas un tercio de la extensión total del planeta (29,2%). Eso supone algo menos de 150.000.000 km2, frente a los 365.000.000 km2 de superficie oceánica. Los geógrafos, atendiendo a criterios políticos, han clasificado las seis masas continentales en cuatro grupos: África y Eurasia (nombre que recibe el conjunto continental formado por Asia y Europa, que de hecho no están separadas por ningún accidente geográfico notable) constituirían el antiguo Continente, en el que surgieron las principales civilizaciones, mientras que América se correspondería con el nuevo Continente y Oceanía con el novísimo Continente. La Antártida, por su parte, es denominada Continente reciente.

 

 

El límite entre Asia y Europa coincide con una línea imaginaria que discurre a lo largo de los montes Urales y el río homónimo, mientras que la división entre Asia y África viene marcada por el istmo de Suez. América, por su parte, comprende dos subcontinentes: América del Norte y América del Sur, unidos entre sí por el istmo de Panamá. La localización de los continentes está caracterizada por su concentración en el hemisferio boreal, al que pertenece la totalidad del territorio de Europa y Asia, y la mayor parte de América y África, quedando sólo Oceanía y la Antártida circunscritos al meridional.

 

 

En lo concerniente al relieve, puede afirmarse que las masas continentales presentan un perfil básicamente llano, ya que sus montañas y depresiones son irregularidades de escasa significación en comparación con el radio terrestre. La altitud media sobre el nivel del mar de las tierras emergidas es de 700 m, frente a los 3.800 m de profundidad media de los océanos. Este dato apoya la teoría formulada por el geofísico alemán Alfred Wegener acerca del origen y configuración de los continentes, que explica su actual morfología partiendo de la división de la corteza terrestre en varios bloques continentales, que se habrían escindido hace 200 millones de un continente primigenio (llamado Pangea por Wegener) y que estarían en continuo movimiento sobre el manto. Esta teoría, comúnmente aceptada en nuestros días y confirmada por los modernos estudios científicos, es conocida como Deriva Continental, y su análisis forma parte de la rama de la geología, conocida como Tectónica de Placas.

La masiva expulsión de españoles de América: la infame historia que escondió la independencia


ABC.es – Cesar Cervera

  • Los Estados surgidos tras las Guerras de independencia hispanoamericanas del siglo XIX asumieron entre sus primeras decisiones la depuración de la administración y de aquellos individuos que habían ocupado cargos de responsabilidad
 Fragmento de la Batalla de Carabobo. Oleo sobre tela - Palacio Federal Legislativo

Fragmento de la Batalla de Carabobo. Oleo sobre tela – Palacio Federal Legislativo

La historiografía casi no quiso acordarse de ellos. Tal vez estaba demasiado entretenida con las mentiras de la leyenda negra como para prestar atención al éxodo que protagonizaron miles de españoles expulsados de América conforme se emancipaban territorios españoles en el continente. Fueron los perdedores de una guerra iniciada por los criollos (entre el 10 y el 15% de la población), los acomodados descendientes de españoles –como Simón Bolívar o José de San Martín– que se revolvieron contra la madre patria y se cobraron lo que ellos pensaban la revancha. Los últimos españoles de América sufrieron toda clase de abusos y desprecios.

La población mestiza e indígena luchó en ambos bandos

Lejos de ser una revolución popular y espontánea, los procesos de independencia de principios del siglo XIX corrieron a cargo de criollos dueños de grandes plantaciones e intelectuales enriquecidos, que recibieron el apoyo indirecto de EE.UU e Inglaterra, empezando con el comercio de armas y barcos de guerra a los insurgentes. En tanto, la población mestiza e indígena, la mayoritaria, luchó en ambos bandos. Siendo que al final el dominio económico ejercido por España fue, simplemente, sustituido por el de otras potencias mundiales como Gran Bretaña. Cambio de patrones, pero no de estructura.

Los españoles fuera de la vida civil

Los Estados surgidos tras las Guerras de independencia hispanoamericanas del siglo XIX asumieron entre sus primeras decisiones la depuración de la administración y de aquellos individuos peninsulares que habían ocupado cargos de responsabilidad. Si bien fueron miles los españoles que huyeron debido al propio conflicto, el verdadero acoso comenzó con leyes dirigidas a expulsarlos o evitar que pudieran entorpecer la creación de los nuevos estados.

Como suele ser habitual en estos casos de expulsiones masivas –véase la de los judíos en 1492 o la de los moriscos en el siglo XVI– los que se llevaron la peor parte fueron los ciudadanos con pocos recursos que lo perdieron todo.

Los miembros de la aristocracia lograron congraciarse con el nuevo régimen o, simplemente, huyeron sobre puentes de plata. Los españoles que cambiaron su nacionalidad lo hicieron por conservar sus vastas propiedades y a cambio de renunciar a sus títulos nobiliarios. El verdadero drama afectó a miles de familias humildes, que abandonaron a contrarreloj los países donde vivían y sus propiedades. En muchos casos la expulsión se realizó a través de precarias embarcaciones, hacinados y obligados por la fuerza. Una vez en puertos de la Península Ibérica tampoco les esperaban vítores precisamente. España vivía uno de sus peores momentos.

En México, el antihispanismo que acompañó a los acontecimiento revolucionarios afectó gravemente a los 15.000 españoles que allí residían. En previsión de un conflicto de puertas para dentro, se le retiraron las armas a todo individuo español y se les expulsó del estado militar. Asimismo, en febrero de 1824, se relegó a los españoles de cualquier cargo público que ocupasen. Se les negaba la posibilidad de retirar capitales, y se les obligaba a abandonar sus lugares de residencia. En este sentido, los líderes más radicales culparon a los españoles de los males del continente y justificaron por ello que ahora se les quitara todo y se les expulsara, por muy ilegal e injusto que fuera esta medida.

Al declararse la independencia, los españoles que quisieran marcharse libremente, incluso con sus caudales, lo pudieron hacer en virtud del artículo 15 de los Tratados de Córdoba. Aquella fue la mejor opción, a tenor de la radicalización que se vivió más adelante y las insistentes vulneraciones del tratado. México promulgó el 10 de mayo de 1827 una ley de empleo por la que ningún español de nacimiento podría ocupar cargo alguno en la administración pública, civil o militar. Los españoles quedaron marginados a nivel social, hasta el punto de que tenían prohibido reunirse o asociarse. Una serie de leyes a nivel local y nacional orquestaron en varias oleadas la salida de los españoles de México, con un plazo de 30 días, y la condición de poder sacar del país únicamente la tercera parte de sus bienes.

Calcula el investigador Harold Sims (autor de «La Descolonización de México») que, entre los años 1827 y 1829, fueron expulsados de México en razón de su origen español 7.148 personas. En 1830 quedaban ya menos de 2.000 españoles en esa región. Los principales receptores de este éxodo fueron Estados Unidos, Filipinas, Cuba, Puerto Rico y Europa. No así las islas británicas. Los peninsulares, a pesar de la supuesta amistad con Inglaterra, eran recibidos por las autoridades británicas en el Caribe con desconfianza y controles exhaustivos.

La situación vivida en la Gran Colombia de Simón Bolívar fue todavía más violenta que en México. Lo prueba el hecho de que ya el 11 de julio de 1812, mientras en España se combatía a los franceses, fueron linchados y ejecutados 60 canarios por protestar contra la proclamación de la independencia de la primera república de Venezuela. Sus cabezas posteriormente cortadas fueron exhibidas en Caracas. Sin tiempo que perder, la guerra de Bolívar desembocó en una ley de expulsión de los españoles el 18 de septiembre de 1821. Todos los españoles de origen peninsular que no demostrasen haber formado parte del movimiento independiente serían sacados a la fuerza del país.

El principal lugar al que partieron estos expulsados fueron las islas del Caribe españolas, sobre todo Puerto Rico, donde arribaron 3.555 refugiados.

Los últimos de Callao

En Argentina y Perú también se aplicaron leyes para apartar inmediatamente a los españoles de la administración. Durante el conflicto fueron habituales las penas de confinamiento, «contribuciones especiales» y expropiaciones contra los españoles peninsulares con el fin de recaudar fondos militares. Los abusos fueron frecuentes. En torno a 1.000 personas de la población de españoles peninsulares sufrieron penas de prisión en Argentina debido a la actividad militar en curso.

En torno a 1.000 personas de la población de españoles peninsulares sufrieron penas de prisión en Argentina

En Perú la población española se concentraba principalmente en Lima y, dada la antiguedad de este virreinato, se sentía más protegida que en otros rincones. Su seguridad jurídica, sin embargo, se vino abajo con la llegada de la expedición militar al mando de José de San Martín, quien amparó 4.000 actos de confinamiento en prisiones contra civiles españoles. El acoso contra los españoles se tradujo en un exilio de unos 12.000 españoles en este virreinato.

El epílogo de la guerra tuvo tintes de masacre. Tras la batalla de Ayacucho en 1824, en Lima, cerca de 6.000 civiles españoles se refugiaron en la fortaleza del Callao cuya guarnición resistió hasta el año 1826 al más puro estilo de los Últimos de Filipinas. Aquel lugar fue el último refugio de un territorio que había sido hispánico desde tiempos de Pizarro. La capitulación de la fortaleza terminó con solo 400 soldados supervivientes, de un total de 700 personas vivas.

Nuevas evidencias afirman que los chinos descubrieron América antes que Colón


ABC.es

  • John Ruskamp dice haber hallado más petroglifos asiáticos en Estados Unidos que confirman la llegada a la zona de esta civilización

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Los libros de Historia explican, desde siempre, que el primero en llegar hasta América fue Cristóbal Colón. Con todo, son varios los estudios que han afirmado en los últimos años que hubo otras civilizaciones que pudieron arribar antes que el hasta el Nuevo Mundo.

Uno de ellos es John Ruskamp, un investigador de Illinois doctorado en Educación que, en 2012, afirmó haber encontrado una serie de inscripciones con carácter asiático en Estados Unidos que podrían desvelar que los chinos pisaron aquella región antes que los marinos que venían en las conocidas carabelas. Su tesis le permitió escribir un libro y ganar un buen dinero Ahora, el autor afirma haber descifrado nuevas inscripciones que corroboran su teoría.

Así lo explica en su versión digital el diario «Epoch Times», donde se señala que Ruskamp ha encontrado marcas en el Monumento Nacional de la ciudad de Albuquerque, en Nuevo México. Tras realizar una investigación previa de los petroglifos, el estadounidense afirma que fueron realizados 2.800 años antes de que Colón pisase aquella región (aproximadamente, en el año 1.300 A.C.) por exploradores chinos.

«Los resultados son claros e indican que los antiguos chinos estaban explorando e interactuando con los pueblos nativos de América hace más de 2.500 años. Los hallazgos indican además que hicieron más de una expedición», ha determinado el experto.

Ruskamp no es el primero que se ha atrevido a afirmar que los chinos llegaron a América durante aquella época. De hecho, anteriormente la teoría ya había sido expuesta por Gavin Menzies, quien mantenía que una flota de buques de ese país viajó hasta el Nuevo Mundo en 1421, 70 años antes de la expedición de la Pinta, la Niña y la Santa María.

No obstante, Ruskamp es partidario (desde que escribió su libro) de que ambas civilizaciones se conocieron hace muchísimo más tiempo. Para ello, se basa en el hallazgo de hasta 84 pictogramas que ha encontrado en Estados Unidos (en Nuevo México, California, Oklahoma, Utah, Arizona y Nevada, concretamente). Todos ellos, símbolos asiáticos milenarios, según afirma.

Según ha explicado a lo largo de estos años, todos ellos han sido analizados por expertos en escritura china y se han tratado de traducir. En este último caso, de hecho, Ruskamp dice haber hallado un tipo de letra que fue utilizado por los chinos al final de la dinastía Shang (S.XVIII-S.XI A.C.).

«Aunque solo la mitad de los símbolos que se encuentran en la gran roca de Albuquerque, Nuevo México, se han identificado como escritura china, el mensaje hace referencia a que un hombre rindió honores a un ser superior con un sacrificio de un perro», completa el estadounidense. En este sentido, el investigador afirma que tanto la sintaxis como la forma de las letras es similar a la que fue utilizada para documentar antiguos rituales de las dinastías Shang y Zhou. «Los sacrificios de perros eran muy habituales en la segunda parte del segundo milenio antes de Cristo», determina.

Desde que desveló sus teorías hace varios años, Ruskamp ha sido criticado por no pocos científicos que acusan su trabajo de superficial y falto de evidencias. No obstante, sus hallazgos han sido apoyos por expertos como Dennis Stanford (del Smithsonian Institution) y David Keightley, un experto en la civilización china del Neolítico de la Universidad de California.

Una nueva investigación afirma que los chinos llegaron a América antes que Colón


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  • El hallazgo de varios artefactos con características asiátacas en Alaska ha abierto de nuevo el debate
 Archivo ABC Esta investigación se suma a la que afirmaba que los vikingos habían llegado a América antes que Colón

Archivo ABC | Esta investigación se suma a la que afirmaba que los vikingos habían llegado a América antes que Colón

Un grupo de arqueólogos de la Universidad de Colorado (Estados Unidos) ha hallado nuevos indicios de que hubo una civilización que llegó antes a América que Cristóbal Colón: la china. Así lo afirma la versión digital de la revista «Live Science», donde Owen Mason -uno de los investigadores- ha señalado que sus conclusiones se basan en dos objetos de origen asiático con miles de años de antigüedad que han sido encontrados en Espenberg, un cabo ubicado en Alaska.

Esta teoría se suma a la que fue desvelada el pasado diciembre por la Universidad de Michigan, la cual afirmaba que los primeros en llegar a América fueron los vikingos durante el SVIII. Para afirmar esto, los investigadores se basaban en varios artefactos que habían descubierto al sur de la isla de Buffin (en la parte ártica de Canadá) y que se podían asociar a estos «asesinos del norte». Los hallazgos de Mason, por el contrario, situarían el descubrimiento de esta región en el año 600 D.C.

Un silbato y una hebilla

El equipo ha hallado los artefactos en una vivienda con más de 1.000 años de antigüedad. De las decenas de elementos descubiertos, destacan principalmente una hebilla –la cual cuenta con un trozo de cuero fechado hace más de 1.400 años- y un objeto que, según se cree, podría haber sido utilizado como silbato. Ambos elementos, en palabras del arqueólogo, cuentan con determinadas características que desvelan su origen asiático. Una de ellas sería que están elaborados en bronce, una aleación que no se había descubierto en Alaska por entonces.

Así pues, los investigadores mantienen la teoría de que los pueblos ubicados en esta región comerciaron con alguna civilización asiática que atravesó las aguas para llegar hasta ellos. «Creemos que hubo interacciones, directas o indirectas, con las llamadas “grandes civilizaciones” de China, Corea o Yakutia [en Rusia], determina el arqueólogo. La historia sustenta sus afirmaciones, pues todas ellas eran regiones en las que sí se había desarrollado el bronce.

A su vez, dentro de la vivienda los investigadores han encontrado multitud de artefactos elaborados con obsidiana, un material cuya firma química les ha dirigido hasta le valle del rio Anadyr, en Rusia.

Todos estos descubrimientos ponen punto y final a más de un siglo de excavaciones realizadas en la zona y que, finalmente, han determinado que los asiáticos viajaron a Alaska a través del estrecho de Bering antes de la llegada de la Pinta, la Niña y la Santa María.

Las investigaciones comenzaron en 1913 cuando el antropólogo Berthold Laufer afirmó que los chinos habían viajado hasta esa región con el objetivo de obtener marfil y otros elementos de las morsas. En este sentido, no son pocos los expertos que han relacionado las armaduras utilizadas por los guerreros de Alaska con aquellas que se pueden ver en China, Corea, Japón y el este de Mongolia.

¿Había estado Cristóbal Colón ya en América antes de su famoso viaje?


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  • El misterioso navegante llevaba dos cuentas diferentes durante la primera travesía. Una, la que enseñaba a sus capitanes y anotaba menos leguas de las recorridas, y otra correcta que guardaba en secreto. Su oscura biografía alimenta las dudas
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ABC | Retrato de Cristóbal Colón conservado en la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de América.

La expedición castellana que Cristóbal Colón condujo hasta el Nuevo Mundo, aunque entonces nadie pensaba que se trataba de un nuevo continente, inició un encuentro entre dos civilizaciones que cambió la Historia. No eran, sin embargo, los primeros europeos en llegar a sus costas –sí los primeros en establecer una ruta fija– puesto que hay pruebas claras de que los vikingos estuvieron en la costa noroccidental de Terranova. Otras tantas teorías sitúan a navegantes chinos, turcos e incluso romanos en las costas americanas muchos siglos antes que Colón. Y puede que ni siquiera fuera el primer hispánico: los balleneros cántabros y vascos habían frecuentado Terranova sin que exista consenso sobre la fecha en la que comenzaron sus primeros viajes.

La hipótesis de que Cristóbal Colón pudiera haber estado anteriormente en América, o en contacto con marinos que lo habían estado, nace de su injustificado convencimiento en que lograría su propósito –a pesar de que fue incapaz de demostrarlo desde un punto de vista científico frente a los Reyes Católico– y de la siempre misteriosa biografía del descubridor. Nacido probablemente en Génova, dentro de una familia de tejedores de clase media, Colón se vinculó desde la juventud con el mar y la navegación, pese a que en su estirpe no había tradición marinera. «De muy pequeña edad entré en la mar, navegando, y lo he continuado hasta hoy», declaró en una ocasión el navegante a los Reyes Católicos. En valoración de Lourdes Díaz-Trechuel, autora de «Cristóbal Colón: primer almirante del mar océano» (1991), lo hizo a los 14 años como grumete en un mercante genovés.

Si bien no hay duda de que Colón tuvo contacto con la vida marítima desde muy joven, más difícil es atestiguar que tuviera conocimientos avanzados de astrología, cosmología, geometría y navegación; ciencias necesarias para plantear una expedición que desafiaba a todo lo conocido en la época. Al contrario, el genovés aprendió las primeras letras en una escuela que el gremio de artesanos, al que pertenecía su padre, sostenía en Génova, pero resulta poco probable que estudiara latín y gramática en la Universidad de Pavía como relató Hernando Colón, el hijo del navegante. No obstante, los historiadores que han buscado alguna referencia o matrícula en esta universidad han fracasado y consideran que fueron adornos del hijo para revestir a un hombre que fue completamente autodidacta.

El último documento firmado por Colón en Génova es del 7 de agosto de 1473: los siguientes 5 años resultan casi desconocidos para los historiadores. Según Díaz-Trechuelo, Colón pasó aquellos años embarcado como comerciante y corsario en aventuras que más tarde se cuidó en ocultar. Una de las banderas bajo las que sirvió fue la de Renato de Anjou, pretendiente al trono de Nápoles, que permanecía bajo el control de Aragón. Porque quizás no estaba interesado en que después se conociera su pasado hostil a la causa de Fernando «El Católico» se difuminaron los detalles de su participación como corsario en esta empresa.

Portugal le pone en contacto con otros aventureros

Tras adquirir una amplia experiencia en el Mediterráneo, Cristóbal Colón se lanzó al Atlántico a través de la Corona portuguesa, muy activa en la costa africana a finales del siglo XV. «Fue en el Atlántico, en sus islas, en sus costas, donde Colón concibió la gran idea de buscar el Levante por el Poniente», narra Paolo Taviani, autor de «Genesis de un descubrimiento». Para llevar a cabo su empresa, Colón tuvo la suerte de contar con las escrituras y cartas de marear de su difunto suegro Bartolomé Perestrello y estuvo en contacto con marineros que habían alcanzado los límites de lo que se consideraba el fin del mundo. Un piloto –así lo recoge el propio navegante– le dijo que a 450 leguas al oeste del cabo de San Vicente había encontrado en el agua un madero labrado por manos de hombre. Otro marinero daba fe de dos cadáveres de cara ancha naufragados en el cabo de la Verga, en la costa occidental de África. No en vano, Colón reparó en que los avistamientos de islas hacia poniente, donde se suponía que no había nada, se repetían frecuentemente entre los habitantes de Madeira, las islas del Hierro, Gomera y las Azores. No podía ser casualidad.

Coincidiendo con los testimonios que alcanzaban sus oídos, Colón entró en contacto en Portugal con el médico florentino, aficionado a la Cosmografía, Paolo del Pozzo, que le sirvió en bandeja la parte teórica para confeccionar su plan. Las autoridades portuguesas preguntaron al florentino sobre la posibilidad de buscar una ruta para el comercio oriental, puesto en jaque con la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, a través de occidente. Toscanelli propuso navegar hacia el oeste desde Europa, sin sospechar que antes de llegar a las cosas orientales de Asia se interponía todo un continente. La posibilidad de realizar este viaje la avaló el florentino con una errónea medida basada en la longitud que Ptolomeo dio al grado terrestre. Colón tuvo acceso a esta información, incluido el error de cálculos, y elaboró un proyecto que presentó ante la corte portuguesa primero y ante la española después.

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Wikipedia | «Llegada de Cristóbal Colón a las Indias Occidentales», por John Vanderlyn

Si bien es complicado situar a Cristóbal Colón en otras expediciones previas al Descubrimiento, puesto que su biografía en los años portugueses cuenta con claridad los detalles de esta parte de su vida, personas de su entorno pudieron viajar al Nuevo Mundo poco tiempo antes que él. El primer cronista de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, recoge en sus textos una noticia que algunos han catalogado de leyenda. A una carabela que navegaba de España a Inglaterra le sobrevivieron vientos contrarios y «tuvo necesidad de correr al poniente tantos días que reconoció una o más islas destas partes e Indias». Bajó a tierra y halló gente desnuda. En la travesía de regreso murieron casi todos los hombres y solo el piloto (Alonso Sánchez de Huelva) y otros cuatro marineros llegaron a Portugal, tan enfermos que en pocos días fallecieron. El piloto, que era «muy íntimo amigo de Cristóbal Colón», fue a parar a su casa y en ella murió, pero antes pudo darle información del viaje, e incluso una carta de marear en la que había señalado las tierras que había visto.

«Como si en ellas hubiera estado ya»

Otro importante cronista del periodo, Bartolomé de Las Casas aporta un dato de interés al decir que los indios de Cuba tenían reciente memoria de que habían llegado a la vecina isla Española (Santo Domingo) «otros hombres blancos y barbados antes que nosotros no muchos años». Se trata de un testimonio que refuerza la teoría del predescubrimiento.

A su vez, fray Ramón Pane, compañero de Colón en el segundo viaje, recoge una creencia indígena, según la cual, llegarían a la isla «hombres vestidos, armados, de espadas capaces de dividirnos de un solo tajo, a cuyo yugo habría de someterse nuestra descendencia». Frente a estas evidencias, el profesor Juan Manzano afirmó en su libro «Colón y su secreto » (1976) que sin duda algunos portugueses habían llegado por azar a las islas antillanas, a La Española y, concretamente, a la región de Cibao. El encuentro entre algunos de estos marineros y Colón tuvo lugar, en opinión de Manzano, en Madeira hacia 1478, lo cual explicaría la seguridad con que el genovés defendía su proyecto «como si en ellas personalmente hubiera estado», que escribió Las Casas.

«Tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y hallar lo que halló como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera», dejó también registrado Bartolomé de Las Casas sobre la inquebrantable seguridad de Cristóbal Colón durante todo el viaje. Aunque el proyecto no había podido ser respaldado con argumentos científicos sólidos –tanto los asesores portugueses como luego los castellanos habían desaconsejado su ejecución–, fue finalmente aprobado por empeño personal de los Reyes Católicos que, fiándose de su instinto, abrazaron la interminable confianza que parecía radiar Colón. Presumiblemente, el navegante sabía más de lo que decía como atestigua el hecho de que llevara dos cuentas durante todo el viaje. Una, la que enseñaba a sus capitanes y en la que cada día anotaba menos leguas de las recorridas, y otra, secreta y acertada. La supuesta razón de portar dos cuentas era «porque si el viaje fuera luengo no se espantase ni desmayase la gente».

Los dinosaurios desaparecieron «en su mejor momento»


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  • Una investigación europea confirma que el impacto de un asteroide hace 66 millones de años tuvo efectos globales
Los dinosaurios desaparecieron «en su mejor momento»

Archivo Un meteorito impactó contra lo que hoy es México hace 66 millones de años provocando la extinción de los dinosaurios

La teoría de que un asteroide terminó de forma súbita con los dinosaurios de todo el mundo está ampliamente extendida, pero hasta hace muy poco tiempo los fósiles del final del Cretácico (el último capítulo de la evolución de los dinosaurios) procedían casi únicamente de América del Norte. Lo cual ha suscitado la duda de que su repentina desaparición podría haber sido solo un fenómeno local, circunscrito a Canadá y América.

Ahora, un nuevo estudio recién publicado en la revista Zookeys muestra que también en Europa los dinosaurios florecieron justo hasta el momento del impacto que acabó con ellos, hace unos 66 millones de años.

El trabajo sintetiza todo un abanico de investigaciones sobre dinosaurios europeos llevados a cabo durante las últimas décadas y que revelan que al final del Cretácico los dinosaurios prosperaban y eran muy comunes en España, Francia y Rumanía, entre otros países.

Analizando la variedad y la edad de todos estos fósiles, un grupo de investigadores liderado por Zoltán Csiki-Sava, de la Facultad de Geología y Geofísica de la Universidad de Bucarest, ha determinado que la población de dinosaurios fue muy diversa en el Viejo Continente hasta muy tarde en el Cretácico.

En los Pirineos españoles y franceses, la mejor área de Europa para encontrar fósiles de ese periodo, especies carnívoras y herbívoras resultan muy comunes y todo indica que estaban prosperando sin problemas durante los últimos cientos de miles de años antes del impacto del asteroide.

Para Csiki-Sava, «durante mucho tiempo, Europa ha resultado eclipsada por otros continentes por lo que respecta a la naturaleza, composición y evolución de los últimos ecosistemas continentales de final del Cretácico. Pero los últimos 25 años han sido testigos de un gran esfuerzo en todo el continente para mejorar nuestro conocimiento, y es ahora cuando estamos en condiciones de percibir la importancia de todos estos nuevos hallazgos y de la extraña y nueva historia que esos descubrimientos cuentan sobre cómo era la vida al final de la era de los dinosaurios».

Para Steve Brusatte, de la Universidad de Edimburgo y coautor de la investigación, «todo el mundo sabe que un asteroide nos golpeó hace 66 millones de años y que los dinosaurios desaparecieron, pero esta historia se basa principalmente en fósiles de una sola parte del mundo, Norteamérica. Ahora sabemos que los dinosaurios europeos también prosperaron hasta la caída del asteroide, igual que en Norteamérica. Lo cual constituye una fuerte evidencia de que el asteroide realmente mató a los dinosaurios cuando estaban en su mejor momento, y en todo el mundo a la vez».

Los dinosaurios desaparecieron «en su mejor momento»

Mapa de la evolución de ecosistemas europeos en la frontera entre el Cretácico (debajo), y el Paleogeno (arriba) Ron Blakey, Northern Arizona University; fossils: Jeremy E. Martin