La legión de árabes nazis que luchó junto a Hitler


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  • Aprobada por el líder nazi y el Gran Muftí en 1941, la Legión Árabe Libre formó parte del ejército alemán y, junto con pequeños grupos de paracaidistas de la misma procedencia, combatió en contra del imperialismo francés e inglés
 Miembros de la Legión Árabe se toman unos momentos de descanso antes de seguir con sus tareas diarias - Wikimedia

Miembros de la Legión Árabe se toman unos momentos de descanso antes de seguir con sus tareas diarias – Wikimedia

Desde italianos hasta letones. Si por algo se destacó el régimen de Adolf Hitler fue por reclutar a casi todo aquel que pudiese empuñar un arma para defender los intereses del nacionalsocialismo. Sobre todo, cuando la Segunda Guerra Mundial estaba absolutamente perdida y un brazo capaz de disparar un fusil era más valioso que mil monedas con las que adquirir munición. Un proceder raro si se tiene en cuenta que, para el «Führer», el perfecto ser humano era el alto, blanco rubio y con ojos azules. En base a ello, llama la atención que el líder alemán aprobase que en las filas de la «Wehrmacht» (las fuerzas armadas germanas) se crease la «Legión Árabe Libre», una unidad en cuya creación colaboró el Gran Mufti y que estaba formada en buena parte por militares árabes dispuestos a combatir contra Francia e Inglaterra. Dos países que se habían establecido, en una buena parte de los casos, por la fuerza en otros tantos países del norte de África.

La historia de la «Legión Árabe Libre», así como la de las unidades musulmanas que se crearon antes de ella, había permanecido en la sombra estos últimos años. Sin embargo, ha vuelto a ganar un espacio en la actualidad después de que, la semana pasada, el ministro israelí –Benjamín Netanyahu– desatara una increíble polémica al afirmar que el Gran Muftí de Jerusalén (Muhammad Amin al-Husayni) fue el líder que introdujo a fuego en la cabeza de Hitler la idea de que había que aniquilar a los judíos. «Hitler no quería exterminar a los judíos en aquel tiempo, los quería expulsar. Y el Haj Amin al Huseini fue a Hitler y le dijo: “Si los expulsas, vendrán aquí (a Palestina)”. Entonces, Hitler preguntó: «¿Qué tendría que hacer con ellos?» Y el Gran Muftí le contestó: “Quémalos”», señaló el líder político durante un discurso en el Congreso Sionista Mundial.

El Gran Mufti, el primer paso hacia la Legión Árabe

Independientemente de que lo explicado por Netanyahu sea cierto o no, lo que sí se puede afirmar es que el devenir de la «Legión Árabe» está íntimamente ligada al Gran Mufti (el líder religioso más importante del Islam por entonces y que se hizo famoso por las múltiples controversias que protagonizó al apoyar la expulsión por las bravas de Francia e Inglaterra del norte de África). Su historia como personaje de influencia estuvo desde el principio ligada al odio hacia los británicos. Y es que su predecesor, Faysal I -rey de Irak-, dejó este mundo por culpa del servicio secreto de la Pérfida Albión. Este, según decían las malas lenguas, estaba tan deseoso de que este político contrario a Su Majestad dejase el cargo a alguien más proclive al imperialismo que acabó con su vida mediante uno de sus espías. Sin embargo -y dejando a un lado esta leyenda- se llevaron una gran sorpresa cuando el testigo fue recogido por Muhammad Amin al-Husayni, quien rezumaba odio hacia ellos.

Fuera como fuese -por suerte o por obra y gracia de los agentes secretos británicos-, al-Husayni logró convertirse en el máximo representante del Islam a nivel político y religioso en 1922 tras ser nombrado presidente del Gran Consejo Musulmán. Este fue también el momento en que, apoyado en su gran poder. comenzó su Guerra Santa particular contra el dominio británico de Oriente Medio. Concretamente, este líder apostaba por la libertad de los territorios musulmanes y creía que la mejor forma de luchar contra ellos era fomentando las revueltas violentas.

«Tan explosivas fueron sus arengas, que el alto comisario de Su Majestad dispuso la detención “del alborotador que sobrepasaba los atributos de su jerarquía religiosa para inmiscuirse en política subversiva preconizando métodos de violencia”» explica el autor Fernando P. de Cambra en su obra «El Gran Mufti de Palestina». Perseguido por las autoridades inglesas, el líder político no tuvo más remedio que ir huyendo de región en región escondiéndose de los enemigos que querían acabar con el alboroto que estaba generando. Aunque en varios momentos lograron tenerle casi entre sus manos, los ingleses nunca pudieron tomarse el té de las cinco con este sujeto entre rejas.

En esas andaba la situación (con el Gran Mufti corre que te corre por el norte de África y los ingleses a su acecho) cuando, el 1 de septiembre de 1939, un tal Adolf Hitler -cuyo nombre empezaba a sonar por entonces debido al revuelo que había montado ocupando los Sudetes– decidió invadir con sus tropas Polonia. Desde allí, y con el paso de los meses, bajo el poder de sus «Panzer» cayeron también Bélgica y Francia. Esta última región no pudo más que rendirse tras un mes de combates contra los germanos. La Segunda Guerra Mundial había llegado a la vieja Europa, y también había afectado a Gran Bretaña, la cual declaró la guerra al «Führer» apenas dos días después de que sus tropas pisasen territorio polaco. En base a la teoría de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, el líder político comenzó a barruntar la idea de que debía aliarse con el fascismo. «Mussolini y Hitler cooperarán con nosotros para expulsar a los colonialistas actuales. Debemos levantarnos en armas y favorecer al Eje», solía señalar.

El enemigo de mi enemigo…

No andaba desencaminado el Gran Mufti en cuanto a la elección de sus futuros aliados, pues los alemanes eran partidarios también de buscar las simpatías de los árabes. Eso si, con un objetivo bien distinto: fomentar el revuelo en los países del norte de África dominados por Francia e Inglaterra. Así pues, se pusieron como misión dar la murga a los musulmanes lo más posible mediante una propaganda subversiva constante con la finalidad de que se levantasen en armas contra los europeos. El argumento estrella era que estos les oprimían y debían liberarse de su yugo. Y es que, si esto se producía, los nazis lograrían que ambos países tuvieran problemas para resistir los futuros ataques del «Afrika Korps» alemán y podrían aprovecharse del follón formado por esos lares. Con esta finalidad, Hitler instauró varias radios en lugares como Sttutgart y Berlín que, día si y noche también, llamaban a las regiones bajo dominio aliado a alzarse contra sus captores.

Sus mensajes, que eran locutados principalmente en árabe y francés, comenzaron caldeando el ambiente a base de acusaciones como la siguiente: «Os preguntamos [musulmanes] ¿cómo pueden los musulmanes ayudar a Francia, cuando no os reconoce ningún derecho y os trata como a seres inferiores». No obstante, estos ataques moderados no tardaron en mutar en auténticos golpes directos contra los aliados. Un claro ejemplo fueron los textos que, durante minutos y minutos, repitieron los operadores de radio alemanes durante una de las fiestas religiosas más destacadas de los musulmanes: «Con ocasión de esta fiesta deseamos unir a todos los musulmanes que Francia ha colocado frente a los fusiles alemanes. Rezamos porque Alemania gane esta guerra y porque África del Norte logre su independencia. ¡Abajo el imperio francés!, ¡vivan los árabes!, ¡viva la libertad!». El germen del odio estaba siendo regado a más no poder.

En este contexto de odio, no es extraño que el Gran Mufti partiera hasta Roma con la idea entre ceja y ceja de buscar el apoyo de Mussolini. Con él se entrevistó en octubre de 1941 ofreciéndole la ayuda musulmana y declarar la Guerra Santa contra Gran Bretaña. «Benito Mussolini no quiso o fue incapaz de comprender el alcance de aquellos planes. De aceptar, habría captado a las poblaciones de musulmanes de Albania, Montenegro, Macedonia, Túnez, Libia, Egipto y el Norte Africano […] pero consideró inútiles los servicios de aquel oriental intrigante y peligroso», determina de Cambra en su obra. Lejos de rendirse, el musulmán se dirigió entonces hacia Alemania, a donde llegó el 2 de mayo de 1941. Allí fue recibido por le mismísimo Adolf Hitler, quien, en contra de todo pronóstico, aceptó la ayuda del Gran Mufti para conquistar Europa y el norte de África.

A su vez, el «Führer» aceptó crear una unidad (la futura «Deutsche Arabische Lehr Abteilung» o «Legión Árabe Libre») formada por alemanes y árabes deseosos, según el Gran Mufti, de «liberar a sus hermanos de raza y religión que gemían bajo la esclavitud impuesta por Gran Bretaña y sus aliados». «Hitler realmente era un admirador del imperialismo inglés. Nunca había apoyado el nacionalismo árabe. Pero cuando empezó la guerra contra Gran Bretaña intentó aprovecharse de los musulmanes contra sus deseos más íntimos. Si hubiese sido por él, no se hubiese creado esta unidad, pero sabía que no podía desaprovechar aquel momento», explica, en declaraciones a ABC, Carlos Caballero Jurado (licenciado en Geografía e Historia y autor de varios libros como «La espada del islam. Voluntarios árabes en la Wehrmacht» y «El cerco de Leningrado» -editado por «Galland Books»-).

Los inicios de la legión nazi del islam

Un mes después de que el Gran Mufti y Hitler compartieran una larga conversación y, probablemente, alguna que otra taza de té, se alistaron los primeros 30 voluntarios iraquíes en la «Wehrmacht». Los alemanes, sabedores por su parte de que podrían aunar a un gran contingente de árabes en un futuro, les formaron como oficiales y les encuadraron de forma figurativa dentro de la «Sonderstab F» como «especialistas» y «colaboradores». El por qué no fueron considerados en un principio combatientes a nivel oficial era sencillo: los italianos sentían gran recelo ante la idea de usar tropas musulmanas en los contingentes del Eje. Por ello, precavidos como eran los seguidores de Hitler, prefirieron optar por este grado para evitar futuros problemas con sus aliados. Con todo, en agosto de 1941 los combatientes juraron obediencia al «Führer»» y que lucharían por la independencia árabe. Tras este primer detonante y las arengas de el Gran Mufti, fueron decenas los que entraron a formar parte del ejército alemán.

«A partir de ese momento comenzaron a llegar al ejército germano musulmanes de múltiples orígenes y con objetivos dispares. Los primeros provenían del Próximo Oriente y se alistaban para sacudirse el yugo de los imperios inglés y francés. También se unieron después musulmanes cercanos a la U.R.S.S. (en Asia y el Cáucaso) que querían luchar contra el comunismo de Stalin y favorecer la identidad nacional turca. Finalmente, llegaron uncluso voluntarios balcánicos. Hay que tener claro que cada uno se unía por unos objetivos determinados, no había un sentimiento panislámico entre ellos. Correspondía a motivaciones absolutamente nacionales», explica en experto a ABC.

La primera unidad musulmana fue entrenada para lanzarse en paracaídas

Fuera por la razón que fuese, lo cierto es que los musulmanes que se ofrecieron para combatir por Hitler se fueron acumulando y, el 24 de julio de 1941, los alemanes decidieron agrupar a un grupo de ellos en una unidad de reciente creación llamada «Sonderverband 288». Esta fue una de las primeras formadas por soldados árabes y, curiosamente, no tardó en recibir un objetivo concreto. «Los alemanes crearon con ellos unidades pequeñas de musulmanes que serían entrenados como paracaidistas. La finalidad era que se infiltraran tras la retaguardia enemiga y realizaran labores de sabotaje y comando. Con todo, y a pesar de que recibieron entrenamiento para ello y entraron en acción, no fueron muy efectivas. Pero no por culpa de sus soldados, sino porque, a pesar de que las películas dicen lo contrario, no era efectivo lanzarse por detrás de las líneas enemigas», añade Jurado.

No obstante, esta unidad especial tuvo poca vida pues, con la llegada en noviembre de 1941 de los aliados hasta Libia fusil en mano y cuchillo entre los dientes, todos los miembros de la 288 fueron trasladados a Bengasi e insertados en el «Afrika Korps» para defender la zona. Así continuó la situación hasta que, en 1942, Hitler se decidió a unir a todos los voluntarios musulmanes en una misma unidad que llamó «Legión Árabe de Liberación». Había nacido oficialmente la flecha alemana del Islam, y lo hizo con su propio uniforme y parche. Este último incluía los colores nacionalistas de la región junto a la leyenda «Arabia libre» escrita en árabe y en alemán. En menos de tres meses, se corrió la voz de la existencia de esta unidad y se unieron voluntarios hasta completar un centenar. Todos ellos fueron entrenados en el uso de las armas cortas, fusiles y subfusiles alemanes, así como la conducción y reparación básica de los vehículos más habituales dentro del ejército.

El régimen nazi también aprobó que dentro de esta «Legión Árabe» se formara una nueva unidad llamada «Sonderverband 287». Esta recibiría adiestramiento en Berlín, estaría compuesta por una buena parte de las reservas de la «Sonderverband 288» y, finalmente, tendría como objetivo participar en el ataque que los germanos iban a hacer sobre el Cáucaso con el objetivo de llegar hasta Oriente Próximo. No obstante, este grupo de musulmanes no llegó a luchar en esa zona. Curiosamente, algunos musulmanes sí lucharon después en la batalla de Berlín defendiendo a Hitler hasta el último aliento.

¿Creados con el objetivo de combatir?

La teoría alemana era impecable. Al menos de cara a la opinión pública árabe, a la que buscaban «camelarse» haciendo uso de soldados musulmanes. Sin embargo, la realidad es que, a pesar de que participaron en algunas batallas sonadas, Hitler no buscaba usar estas unidades en grandes contiendas, sino crear un impacto mediático con ellas.

«La “Legión Árabe” fue siempre muy pequeña. En su momento de máxima expansión llegó a ser de un batallón. Su función era político propagandística principalmente. La idea era que, si los alemanes lograban entrar en el Próximo Oriente, las masas árabes les vieran como amigos y no se armaran contra ellos. Es algo parecido a lo que hizo Stalin cuando sus tropas entraron en Polonia: se preocupó de reclutar un contingente considerable de polacos para relajar el fuerte sentimiento anti ruso que había en esa zona», completa el autor a ABC.

De hecho, y siempre según Jurado, muchos de sus miembros no compartían la ideología nazi, pero apostaron por enfrentarse a su enemigo más odiado junto a un ejército poderoso. «En algunos casos llegaron incluso a negarse a combatir del lado alemán. Un ejemplo es el avance sobre el Cáucaso. En ese punto no lucharon porque afirmaron que sus enemigos no eran los rusos, sino los ingleses. Por otro lado, no llegaron a combatir seriamente más que la retirada que hicieron de Grecia. Al final sirvieron, entre otras cosas, para reclutar combatientes para el ejército alemán en el Norte de África», añade el experto.

 

Los fotografías más manipuladas de la Segunda Guerra Mundial


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La Segunda Guerra Mundial y sus años previos, que vieron el auge de las ideologías totalitarias por media Europa, supusieron una edad de oro para la propaganda. Por entonces, el arte de manipular las fotografías adquirió algunos de sus mayores hitos a través de los precarios métodos de edición: es decir, el corta y pega en la mayoría de los casos.

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–El 23 de octubre de 1940, la agencia EFE se hacía eco de la entrevista en Hendaya entre Francisco Franco y Adolf Hitler con un amplio reportaje fotográfico. El problema estuvo en que la mejor de las fotografías de ambos mostraba a Franco con los ojos cerrados en ese preciso instante, lo cual fue resuelto encajando la cabeza de otra foto del dictador español en la imagen.

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–Otro descarado caso de fotomontaje con intenciones propagandísticas es el que afectó a Rudolf Hess, figura clave de la Alemania nacionalsocialista hasta su misterioso y controvertido vuelo a Inglaterra. Nunca quedaron claras las razones qué se ocultaban tras su decisión de volar hasta Inglaterra sin el permiso de Hitler, pero por si acaso la propaganda nazi se encargó de borrar cualquier vestigio de su paso por el partido. En una imagen de 1933, donde aparecía junto a Adolf Hitler, Wilhelm Frick y Hermann Goering, fue borrado directamente.

A la derecha, Rudolf Hess en una fotografía de 1933. En versiones posteriores su imagen sería borrada

A la derecha, Rudolf Hess en una fotografía de 1933. En versiones posteriores su imagen sería borrada

–Un caso parecido al de Rudolf Hess es el ocurrido con León Trotsky, que fue borrado literalmente de la historia rusa con la victoria a nivel interno de Joseph Stalin. Así, cuando Lenin quedó postrado en su cama y terminó falleciendo prematuramente, el líder bolchevique fue apartado de los cargos públicos y eliminado de las fotografías a partir de 1923. Un ejemplo de ello es la edición realizada sobre una fotografía de Lenin dando un discurso a las tropas del Ejército Rojo antes de su campaña en la guerra contra Polonia de 1920. Trotsky, que aparece escuchando el discurso a la derecha de la imagen, desaparece como si de la pata de gallo de una modelo eliminada con photoshop se tratara.

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–Además de las numerosas fotografías donde Trotsky fue borrado, la propaganda estalinista firmó una de las manipulaciones más conocidas de la Segunda Guerra Mundial. El 2 de mayo de 1945, los soldados de la Unión Soviética tomaron el Parlamento alemán tras varios intentos fallidos antes. Precisamente en uno de estos, el fotógrafo Yevgeny Khaldei inmortalizó el momento del izado de la bandera soviética en el Reichstag, aunque posteriormente las tropas rusas tuvieron que retirarse del lugar. La fotografía fue publicada en la revista Ogonjok con unos cuantos retoques. El objetivo principal de la edición era ocultar que los soldados rusos, Abdulkhakim Imailov y Aleksey Goryachev, portaban numerosos relojes en sus muñecas, presumible resultado del saqueo que todas las guerras traen consigo.

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–Otro protagonista del conflicto mundial, el italiano Benito Mussolini, reclamó que fuera retocada una fotografía suya a lomos de un caballo para ensalzar sus habilidades guerreras. Es decir, que no se viera al ayudante que agarraba el caballo para evitar que el líder fascista pudiera caerse mientras alzaba con fuerza la conocida como “espada del Islam” (un regalo del gobierno libio en 1936).

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Descubren la «lista del odio nazi» con los 3.000 enemigos que Hitler quería asesinar durante la IIGM


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  • En pleno 75 aniversario de la Batalla de Inglaterra, una nueva investigación ha desveldo que el «Führer» odiaba a muerte a personajes como Churchill o Baden Powell
ABC Durante la Operación León Marino, Hitler elaboró una extensa lista de británicos que debían ser asesinados

ABC | Durante la Operación León Marino, Hitler elaboró una extensa lista de británicos que debían ser asesinados

Hace 75 años que, en plena Segunda Guerra Mundial, los bombarderos alemanes de la «Luftwaffe» (la fuerza aérea de la Alemania nazi) surcaban los cielos y las aguas del Canal de la Mancha dejando caer sus letales bombas sobre Gran Bretaña. La situación no podía ser peor para los ingleses que, desesperados, se veían obligados en ciudades como Londres a protegerse de las explosiones en los túneles del metro. Aquella infame situación formaba parte del plan de Adolf Hitler para conquistar las islas, la denominada «Operación León Marino». Un proyecto que también incluyó la elaboración de una «lista negra» de casi 3.000 objetivos famosos que el «Führer» quería asesinar antes de que finalizase la contienda.

La lista ha sido traducida y digitalizada hace pocas semanas como parte de los actos de conmemoración del 75 aniversario de la Batalla de Inglaterra (el nombre que recibió, a la postre, la contienda que enfrentó a la «Luftwaffe» y a la «RAF» -la Real Fuerza Aérea- en los cielos de las islas). El listado forma parte del además del «Libro Negro» (un documento elaborado por los alemanes en el que se detallaban pormenorizadamente los individuos que tenían que ser controlados por el régimen) y está formado por 2.820 enemigos que debían ser aniquilados en Gran Bretaña tras la invasión. Incluye desde políticos, hasta artistas pasando por multitud de periodistas y viejos espías retirados.

Una lista curiosa

Tal y como se puede apreciar en la Web del «Imperial War Museum» de Londres (donde se puede disfrutar de este documento) la lista incluye a personajes como el Premier británico Winston Churchill o el político Clement Attlee. Sin embargo, en ella también aparecen nombres como el Herbert George Wells (autor de «La Guerra de los mundos» o la mundialmente conocida Virginia Woolf. A su vez, también destacan personajes tan curiosos como Robert Baden Powell (fundador de los «Boy Scouts»), el actor Noel Coward y todo tipo de periodistas, artistas, científicos y líderes religiosos.

Para Hitler, todos ellos debían ser ajusticiados (o severamente castigados, según el caso) debido a que eran o podían ser una amenaza potencial para la expansión y la consolidación del Tercer Reich. La cruel idea del líder nazi era que, una vez que la «Lufwaffe» hubiese barrido las defensas inglesas por aire y sus tropas de tierra («el Heer») hubiesen llegado y conquistado el mismísimo Londres, las SS (las tropas mas ideologizadas del régimen) y la Gestapo debían capturar a estos casi 3.000 enemigos del estado alemán. Posteriormente, se decidiría qué hacer con ellos, aunque lo más probable es que fuesen ajusticiados.

En principio, representantes del «Imperial War Museum» citados por el «Daily Mail» afirman que se hicieron 20.000 copias de esta lista durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a día de hoy únicamente se han preservado dos, lo que hace que el documento tenga una importancia histórica vital. Por ello, y en conmemoración del aniversario de la Batalla de Inglaterra, el documento ha sido digitalizado para que pueda consultarse en línea. «Es la primera traducción que se ha hecho en inglés de la lista nazi. Las personas habrían sido detenidas en primer lugar y, posteriormente, asesinadas casi con total seguridad», explica Tim Hayhoe, director de la entidad encargada del proyecto.

«Algunas personas eran buscados por más de un departamento nazi. La rama 4E4 pertenecía a la Gestapo, y si alguien era capturado por ellos no habría salido vivo. El departamento 4A4 era el llamado de “Asuntos Judíos”. Churchill, por ejemplo, habría ido al C49, uno de los que llevaban a los prisioneros trofeo», añade el experto.

Tres curiosos objetivos de Hitler

Entre los cientos de nombres, destacan tres:

1-Conrad Fulke Thomond O’Brien-ffrench. Agente de la inteligencia británica durante la Primera Guerra Mundial, fue uno de los espías que informó de la anexión que Hitler pretendía hacer antes de la Segunda Guerra Mundial de Austria, lo que permitió a muchos judíos escapar de la zona. Fue íntimo amigo de Ian Fleming (el creador de 007) y se cree que el personaje principal de este escritor está basado en sus vivencias.

2-Francis Foley. Apodado el «Schindler británico», Foley fue un espía encubierto del servicio secreto británico. Su trabajo como agente de aduanas en Berlín le permitió salvar a más de 10.000 judíos.

3-Martha Cnockaert. Agente doble durante la Primera Guerra Mundial, fue considerada una amenaza por Hitler a pesar de estar retirada del servicio activo en 1939 y vivir pacificamente con su marido.

Cuatro armas secretas utilizadas por Hitler en la II Guerra Mundial


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  • Los nazis dispusieron de los aviones más rápidos, así como de armas dirigidas por control remoto

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En cuanto alcanzó el poder y comenzó a desarrollar sus planes, Adolf Hitler se aseguró de integrar en las filas nazis a los mejores científicos e ingenieros. De esa manera su ejército pudo dar un importante salto cualitativo en el apartado tecnológico, fabricando sofisticadas armas que utilizaría durante la II Guerra Mundial. Algunas de ellas las conocemos a través del blog «Business Insider», donde han publicado imágenes e información de varias piezas poco conocidas del arsenal nazi.

Lo que puedes ver en la fotografía sobre estas líneas es un avión bombardero «Horten Ho 229». Podía alcanzar velocidades próximas a los 1.000 kilómetros por hora y volar a casi 49.000 pies de altura, transportando hasta 900 kilos de armas. Equipado con dos motores de turborreacción, de él se dice que fue el primer avión indetectable por radar creado por un ejército. Sin embargo, sus habituales problemas técnicos provocaron que no llegase a tener presencia regular en combate.

Goliath

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En esta imagen, soldados nazis posan con una mina dirigida por control remoto, un arma conocida con el sobrenombre de «Goliath». Podía dirigirse utilizando una especie de joystick y se movía gracias a dos motores eléctricos. Era capaz de transportar casi 100 kilos de explosivos y normalmente se utilizaba para explorar campos de minas convencionales. Durante la II Guerra Mundial, los nazis fabricaron más de 5.000 dispositivos como los de la foto. Puedes verlos en acción en este vídeo de YouTube.

Messerschmitt Me 163 Komet

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Este avión «Messerschmitt Me 163 Komet», propulsado por cohetes, pulverizó todos los récords de velocidad aérea en el momento de su aparición. Creado a comienzos de los años treinta, podía volar a más de 1.000 kilómetros por hora, superando ampliamente a sus rivales más poderosos. Los aviones estadounidenses de la misma época no superaban los 710 kilómetros por hora. Hitler ordenó construir más de 300, aunque precisamente esa rapidez en el aire hacía que fuesen difíciles de manejar durante las batallas.

Fritz-X

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La Fritz-X era una bomba dirigida por radio. Un explosivo de más de 1.500 kilos que podía ser guiado con gran precisión hacia los objetivos marcados, lanzándose desde 20.000 metros de altura. Los especialistas del ejército aliado calculan que podía atravesar armaduras de defensa de hasta 28 pulgadas. No se fabricaron demasiadas piezas como la de la fotografía, dado que eran pocos los aviones preparados para transportarla.

Cómo visitar los túneles del «tren del oro» nazi


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  • Este tren fue una «leyenda» durante décadas, un tren perdido y cargado de riquezas. Ahora parece hacerse realidad. Así es, así se puede conocer
Subterráneo de Osówka

Subterráneo de Osówka

La pequeña ciudad polaca de Walbrzych se ha convertido en pocas semanas en el centro del turismo del país y no precisamente por sus bellas callejuelas, el encanto de la plaza del mercado o el impresionante castillo Ksiaz, el tercero más grande de Polonia, sino más bien por el complejo de túneles construidos bajo sus montañas. El motivo, el hallazgo en uno de ellos del llamado «tren de oro» nazi, una «leyenda» de los años 70 que hablaba de un tren bloqueado en una vía muerta y cargado de riquezas que los alemanes habrían saqueado y ocultado en la zona.

Relacionado: El barrio de los judíos de la lista de Schindler.

Ahora la leyenda parece hacerse realidad y aunque el tren en cuestión aún es un misterio para la gran mayoría de la población la verdad es que ya se están organizando rutas por los corredores secretos mandados construir por Adolf Hitler bajo las montañas de Walbrzych cuyo propósito a día de hoy sigue siendo uno de los mayores enigmas de Europa. Existen teorías que hablan que el llamado «Proyecto Riese» serviría para almacenar armas, como refugio antiaéreo, laboratorios secretos o quizá un futuro cuartel del mismo Hitler.

«Golden Tours»

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Para los amantes de la historia del Tercer Reich se ha puesto en marcha del 25 al 27 de septiembre los «Golden Tours» en la que, por 354 euros, se invita a descubrir el misterio que esconde Walbrzych. Los curiosos turistas disfrutarán de una visita por los túneles subterráneos de la ciudad y descubrirán los rincones secretos bajo el castillo de Ksiaz, la Vieja Mina o la ciudad subterránea de Osówka.

Subterráneos de Osówka

Subterráneos de Osówka

El viernes 25 los ávidos descubridores visitarán el castillo de Ksiaz y cenarán en su interior. Será el sábado cuando llegue el plato fuerte en el que se podrá elegir entre visitar la ciudad subterránea de Osówka (duración de 1,5 horas) o recorrer durante tres horas el «Proyecto Riese». El día se completa con la visita al mausoleo Totenburg y una cena en la antigua mina de la localidad.

Para el último día los organizadores aseguran que saldrán a buscar el «tren del oro» nazi y quién sabe, quizá descubran donde guardaba la riqueza el Tercer Reich.

Le devuelven 70 años después la cartera que perdió luchando contra los nazis


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  • El soldado Eligio Ramos ha recibido siete décadas después un bonito recuerdo de su paso por Austria durante la contienda
YouTube Ramos, junto a su unidad durante la Segunda Guerra Mundial

YouTube | Ramos, junto a su unidad durante la Segunda Guerra Mundial

Hace 70 años que Eligio Ramos, un soldado estadounidense que combatió contra Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial, perdió su cartera y sus documentos después de haber pasado la noche en un establo austríaco. En aquellos años, los norteamericanos avanzaban como alma que lleva el diablo hacia Berlín y los nazis acechaban en cada casa, por lo que el militar decidió no darle mayor importancia y continuar su camino junto a su unidad.

Sin embargo, a pocas jornadas de que se celebre el 70 aniversario del final de la contienda, este combatiente (ahora de 91 años) ha recibido su billetera de manos de un europeo que la halló en la casa de su abuelo.

Tal y como afirman varios diarios internacionales como la cadena «ABC», el hombre que encontró este preciado tesoro fue Josef Ruckhofer, un médico de Salzburgo que halló la cartera bajo un tablón mientras limpiaba la granja de su difunto abuelo el junio pasado. En principio no le dio mayor importancia y creyó que no era más que basura pero, cuando se percató de la joya que tenía entre sus manos, revisó la documentación interior para tratar de descubrir a quién pertenecía.

Así descubrió que pertenencia a Ramos, un texano que se había resguardado una noche junto a su unidad en la granja de su abuelo en 1945. «La cartera tenía fotografías de su familia, de una mujer y de un niño, además de viejos sellos, pero no había dinero. Sabiendo que este año se conmemora el 70 aniversario de la fiscalización de la Segunda Guerra Mundial, creí que sería buena idea encontrar al dueño y devolvérsela. Eso, si todavía estaba vivo», señaló Ruckhofer en declaraciones recogidas por la cadena estadounidense «ABC» y el diario «Daily Mail»

Eligio Ramos, junto a su billetera ABC

Eligio Ramos, junto a su billetera | ABC

En un principio, hizo una búsqueda a través de internet y de una guía telefónica de Texas. Sin embargo, no logró averiguar el paradero de Ramos. Con todo, lejos de rendirse amplió su búsqueda a todos Estaos Unidos y, finalmente, halló a su dueño en California. Para cerciorarse de que era él quien había perdido la cartera, le envió una carta con una copia de todos los documentos solicitándole que le llamara si era de su propiedad.

«Después de que pasara una semana, recibí un correo electrónico de su hijo. Este me confirmó que había encontrado al Eligio Ramos correcto y que su padre estaría muy contento si le enviaba la billetera», señala Ruckhofer. A su vez, su interlocutor le señalaba que todavía no había hablado con su progenitor (el único superviviente de su batallón) debido a que esta en el hospital pero que sabía que le haría mucha ilusión recibirla. Así pues, facturó un paquete con el tesoro y, probablemente, dio una alegría a este veterano.

Se celebran 75 años de la caída de Francia


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  • El 25 de junio de 1940 Francia se rindió a la Alemania nazi, dando origen al Estado de Vichy
ABC Los nazis izando la bandera con la esvástica en el Arco del triunfo de París

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Los nazis izando la bandera con la esvástica en el Arco del triunfo de París

El nueve de octubre de 1939 Adolf Hitler ejecutó su directiva número seis sobre la conducta de la guerra. Allí se establecía un párrafo que se haría célebre en la historiografía de la guerra:

«Como es evidente que en un futuro cercano que Inglaterra y, bajo su influencia, Francia, no tienen posibilidad de acabar la guerra pronto, he decidido ir a la ofensiva sin perder más tiempo»

El razonamiento del Führer era aplastante: cualquier demora en el inicio de la guerra podría militarizar los Países Bajos y Bélgica y evitar una campaña rápida, basada en la superioridad tecnológica del ejército alemán. En ese sentido, la Alemania Nazi pretendía ya en este documento tomar control directo del norte de Francia para bombardear el Reino Unido, que en la visión de Hitler era su posible gran rival. Churchill hace un buen análisis de cómo la III República francesa no estaba preparada militarmente en su obra «La II Guerra Mundial»:

«Ni en Francia ni en Gran Bretaña habían reparado realmente en las consecuencias de la novedad de que los vehículos blindados pudieran ser capaces de resistir el fuego de la artillería y de avanzar más de ciento cincuenta kilómetros diarios»

De Gaulle había escrito de manera detenida cómo los vehículos blindados iban a dominar en el futuro, pero Petain y los viejos militares franceses confiaban todavía en una guerra de desgaste. La toma rápida de los Países Bajos dependería, entonces, de la moderna tecnología de vehículos blindados alemanes. Dominó al inicio los Modelos Panzer II, para reemplazarse al final por los modelos III y IV. Si se obtenía rápidamente el control de estos lugares, sería imposible cualquier acción la zona industrial del Ruhr, fundamental en la industria militar alemana.

El ataque, así, se iniciaría el 10 de mayo de 1945, luego de posponer constantemente Hitler fechas ante la oposición del comandante Walther von Brauchitsch. Franz Halder, que preparó la operación técnicamente, quiso hacerlo de manera concienzuda, pero Hitler estaba decidido a que la guerra había cambiado y necesitaba nuevas fórmulas. Un plan previo, en el conocido como incidente Mechelen, hizo públicas las líneas de invasión alemana, lo que llevó a una modificación posterior y un sistema de ataques múltiples que arrolló a los aliados.

En poco tiempo los alemanes dominaron Luxemburgo con paracaídas dirigidos por Kurt Student. Se pretendía que los belgas inundaran los canales, pero los alemanes estaban informados y pudieron capturar fortalezas rápidamente. Holanda cayó también poco después, y quedaba como única frontera el río Dyle. La maestría de los alemanes fue poder cruzar alrededor de Bélgica, en un ataque que no previó la inteligencia aliada, y rodear todo el ejército aliado. Por otra parte, la superioridad de la aviación alemana hizo inútil la artillería francesa. Mayo seguirá siendo una mala noticia tras otra para el ejército francés, que con la llegada el 18 de Erwim Rommel dejará de tener cualquier esperanza en la victoria. Según Churchill:

«Evidentemente no tenía sentido que Francia siguiera combatiendo y el mariscal Pétain estaba casi convencido de que había que firmar la paz. Creía que los alemanes estaban destruyendo Francia de forma sistemática y que él tenía la obligación de salvar el resto del país de este destino. Le mencioné su memorándum al respecto que le había enseñado a Reynaud pero que no le había entregado. «No hay ninguna duda —dije— de que Pétain es peligroso en esta coyuntura; siempre ha sido un derrotista, incluso en la última guerra»

En Dunkerque Churchill puedo evacuar a más de 300.000 soldados aliados, pero la suerte estaba echada y Francia caerá poco después. El Reino Unido, según Hobsbawm, viviría solo contra toda Europa de enemiga en «un momento extraordinario en la historia del pueblo británico» con posibilidades de contrataaque «reducidas». Era el inicio de la discutida «Blitzkrieg», en la que se unía el bombardero con vehículos blindados en rápido desplazamiento. La desesperación queda clara en el recibimiento que describe Rommel, cerca de Flers, en la Baja Normandía:

«En los barrios occidentales de Flers pasamos por una plaza atestada, como de costumbre, de soldados y paisanos. De repente, uno de estos últimos echó a correr hacia mi carro enarbolando un revólver, pero los soldados lo detuvieron, impidiéndole disparar»

París capitula

La escasa resistencia, para el 10 de junio, llevó al abandono de París, que se declaró ciudad abierta. Churchill hubo de retirar sus escuadrones, temiendo que las Islas Británicas se quedaran sin protección ante una eventual invasión alemana. Ante esa perspectiva, Hitler comenzó las conversaciones con el mando francés y tan pronto como el 22 de junio se acordó el armisticio en Rethordes (Picardía). El dictador de Alemania obligó a firmar esta paz de conquista en el vagón donde se había firmado el armisticio de la I Guerra Mundial, el 11 de noviembre de 1918. El republicano Paul Reynaud pretendió, en inicio, continuar la guerra en las colonias, pero se le forzó gracias a la presión del héroe de la anterior guerra Philippe Pétain a la dimisión. Su declaración era definitiva:

«El deber del gobierno, cualquier cosa que pase, es permanecer en el país o perder su derecho a ser reconocido. El renacimiento francés será el fruto de este sufrimiento: declaro que me opondré a abandonar el suelo de la metrópoli. El armisticio a mi manera de ver es la condición necesaria para que la Francia eterna permanezca»

Esto dividirá el país en dos: una zona noroeste controlada por los alemanes y una sudeste en las que se establecería el nuevo Estado Francés. Perdía Francia, además, Alsacia – Lorena, la Valonia histórica conquistada por Luis XIV y los viejos territorios de Saboya, que tomó Italia. El país vivió estas condiciones como una humillación y murió con ello la idea de Francia como polo de las libertades frente a los totalitarismos. El exiliado español Chaves Nogales afirma:

«Francia se ha suicidado, pero al suicidarse ha cometido además un crimen inexpiable con esas masas humanas que habían acudido a ella porque en ella habían depositado su fe y su esperanza. Entre las cláusulas del deshonroso armisticio aceptado por el mariscal Pétain hay una que basta y sobra para deshonrar a un Estado; la cláusula por la que el gobierno francés se compromete a entregar a Hitler, atados de pies y manos, a los refugiados alemanes antihitlerianos que habían buscado su salvación en Francia y a quienes el Estado francés había utilizado sin escrúpulo en el simulacro de lucha contra el hitlerismo»

Esa Francia caída, humillada por un ejército invasor, no era una figura nueva: parecía una repetición de los eventos posteriores a la derrota en Sedán (1870). El expresidente François Mitterrand, sargento en este junio de 1940, dejó claro este cambio de paradigma:

«Era un soldado derrotado de un ejército sin honor: tenía el mayor resentimiento a aquellos que lo habían hecho esto posible, los políticos de la III República. Mi sensación de pertenencia a un gran pueblo, grande en la idea de su propio mundo y su estructura de valor, había recibido varios golpes. Yo he vivido a lo largo de los años 40: no tengo nada más que decir»

El filósofo Jean Paul-Sartre, movilizado por el ejército francés en septiembre de 1939, describe en sus conversaciones con su amante Simone de Beauvoir su captura en esta campaña. A inicios de junio, acabó en una villa abandonada tres o cuatro días, y la artillería le alertó que los alemanes estaban cerca. Los oficiales habían abandonado a los soldados, portando una bandera blanca. El último día Sartre fue despertado con las voces y lloros de la población ante la llegada de los tudescos: «fui afuera y recuerdo la sensación de extraña de vivir la escena de película en la que actuaba y que no era verdad». Luego de las amenazas de los soldados alemanes, acabó acorralado junto a un grupo de jóvenes franceses. Rememora que «había un tipo de unidad entre los hombres que estaban allí, la idea de la derrota, la de de ser prisionero, que era más importante que todo lo demás».

El camino a la resistencia

El trato duro de los alemanes, que de facto dominaban el país en el estilo de los conquistadores con más de 300.000 efectivos, se unió una deuda de cuatrocientos millones de francos franceses. Esta persecución económica derivó inevitablemente en un tipo piratería financiera, que acabó con una población hambrienta y pudo consolidar el germen de una posterior resistencia. Para François Marcot, historiador de la Sorbona, esta viró entre 200.000 y 400.000 habitantes a lo largo de la guerra. Su símbolo fue la cruz de Lorena, utilizada por los templarios por mandato del patriarcado de Jerusalén. El clima parisino, donde sobrevivía «a base de trabajillos», lo describe bien el republicano español Jorge Semprún:

«El París de la Ocupación era la época insensata en la que se iba en pandilla a ver Las moscas de Sartre; en la que, después de haber leído todos los libros, florecía súbitamente en nuestras almas la necesidad de tomar las armas».

La fotografía que Hitler no querría que vieras


ABC.es

  • La instantánea, cuya autenticidad aún no se ha corroborado, muestra al «Führer» ataviado con un kimono
DAILY EXPRESS Hitler, ataviado con un kimono en el que se aprecia una esvástica

DAILY EXPRESS
Hitler, ataviado con un kimono en el que se aprecia una esvástica

 Existen cientos de fotografías de Adolf Hitler. Y es que, si el germano destacó por algo fue por ir de acá para allá con su fotógrafo personal Heinrich Hoffman pisándole los talones para dejar constancia de todo cuanto hacía. No obstante, en el año en que el mundo celebra el 70 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, se ha dado a conocer una curiosa y desconocida instantánea del «Führer» en la que apareceataviado con un kimono japonés con dos esvásticas grabadas.

La imagen ha sido desvelada en exclusiva por el diario anglosajón «Daily Exress», desde donde se ha señalado que están trabajando para corroborar que el personaje que aparece en ella es el propio Adolf Hitler. Sea como fuere, lo cierto es que el protagonista es igual que él, pues cuenta con sus facciones, su clásico flequillo y, cómo no, si bigote «de cepillo» recortado. Como no podía ser de otra forma, la imagen ha tomado las redes sociales debido al curioso aspecto que muestra el líder germano (usualmente ataviado con uniforme militar o traje y corbata).

A día de hoy, se desconoce cuándo fue tomada esta instantánea, aunque los expertos consultados por el diario creen que podría fecharse en la década de los 30. Más concretamente en 1936, año en que (antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial) la Alemania nazi y elImperio japonés firmaron un pacto para aislar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su ferviente comunismo. La rúbrica se produjo el 25 de noviembre, el tratado fue conocido como «Antikomintern» y a él se unirían posteriormente países como Italia.

Esta imagen se suma, además, a otra que fue dada a conocer a mediados de abril y que muestra a Adolf Hitler apoyado sobre un árbol y vestido con bermudas de cuero y calcetines largos. La fotografía causó tanto impacto en el líder, que este prohibió que se publicase y dijo de ella que rebajaba su dignidad. Con todo, el retrato formaba parte de una serie de instantáneas tomadas por Heinrich Hoffman para mostrar al líder como una persona cercana.

De confirmarse su autenticidad, este curioso recuerdo se sumará a los ya cientos existentes y relacionados con el Tercer Reich. Un número tan extenso debido a que Hitler hizo producir una gran cantidad de artículos (des pistolas, hasta cuchillos) con el emblema nazi para lograr que su imperio fuera «visualmente poderoso».

La película nazi que recaudó más que ‘Avatar’


El Confidencial

  • Un documental revisa los 100 filmes de ideología nacionalsocialista rodados durante el Tercer Reich
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Joseph Goebbels en Berlín

Una de cifras frías para empezar: durante los doce años del régimen de Adolf Hitler (1933-1945), se produjeron 1.300 películas en Alemania. Acabada la guerra, los aliados prohibieron 300 filmes por considerarlas propaganda nazi pura y dura. Años después, los expertos redujeron la cifra a un centenar, cuarenta de los cuáles siguen prohibidos y están guardados bajo siete llaves.

He aquí el contexto analizado por el documental Forbidden Films, de Felix Moeller, que programa el Atlántida Film Fest en un ciclo sobre cine y propaganda.

Forbidden Films comienza con un descenso al almacén de los filmes prohibidos. Y sigue con imágenes de una película de época, rodada durante el nazismo, en la que una turbamulta enardecida exige expulsar/linchar a los judíos.

El documental salta luego al interior de un centro cultural israelí en Múnich, donde hay cola para ver El judío Suss (1940), película producida por el Ministerio de Propaganda nazi, dirigido por Joseph Goebbels… No, no es que los judíos de Múnich se hayan vuelto locos, es que El judío Suss se proyecta hoy día por motivos pedagógicos: qué mejor manera de entender lo que pasó en Alemania en los años treinta que enfrentarse a su imaginario más siniestro.

‘YouTube está repleto de vídeos nazis’

No obstante, acceder a algunos de estos filmes no es fácil. “Si quiero ver estas películas, tengo que ir al Archivo, lo que es una barrera importante. O tengo que esperar a que la pongan en el cine, lo que es muy inusual. O tengo que pagar por el DVD a algún distribuidor de derechas al que no quiero apoyar. O descargarlas en YouTube, que está repleto de propaganda nazi y me saludan constantemente con un Heil Hitler”, cuenta la académica del cine Sonja M. Schultz.

Entre la prohibición y la difusión

He aquí la clásica discusión sobre qué hacer con el legado nacionalsocialista: arrojarlo al mar o mostrarlo al público como modo de asumir críticamente el pasado. Si es más nocivo ver estas películas o no verlas.

“Hoy día podrían pasar por películas absurdas. Cintas antisemitas o antibritánicas cuyo sentido propagandístico es tan evidente que habrían quedado desfasadas. Pero ahí radica su peligro precisamente. El peligro de que estos estereotipos vuelvan a calar”, analiza en el filme Moshe Zimmermann, historiador de la Universidad Judía de Jerusalén. “A veces no te das cuenta de que eres víctima de ciertos prejuicios o estereotipos. Eso es peligroso. Sabes que es una película y lo aceptas, pero quizá estés asumiendo sin querer un estereotipo nazi”, añade Zimmermann.

“Creo que las grandes películas propagandísticas deberían verse de nuevo, aunque sean ejemplos negativos. Hay que dejar a la gente pensar por sí misma, especialmente si hablamos de escritores o historiadores, o si no sabes mucho sobre el país y quieres aprender. No creo que sea inteligente privar a la gente de conocer más sobre su pasado», difiere el director de cine Oskar Roehler.

Otro dato: 20 millones de alemanes vieron El judío Suss cuando se estrenó en 1940, nueve millones más de los que vieron Avatar en 2009. El judío Suss también tuvo más espectadores que Titanic (1997). En otras palabras: Goebbels aplasta a James Cameron.

Para rematar, una cita de Joseph Goebbels: «Las películas son el medio más importante para la propaganda». De lo que no dijo nada Goebbels fue del asunto que aquí nos ocupa: si es mejor enterrar o afrontar el pasado.

El escaso papel militar de la Resistencia francesa


ABC.es

  • «La Résistance» fue equiparada de forma poco precisa al incansable coraje del Armia Krajowa en Polonia, a la tenacidad de los guerrilleros griegos o a la audaz actividad de los partisanos yugoslavos
 Biblioteca del congreso de EE.UU. Desfile de la 2.ª División Blindada por los Campos Elíseos, París, el 26 de agosto de 1944


Biblioteca del congreso de EE.UU.
Desfile de la 2.ª División Blindada por los Campos Elíseos, París, el 26 de agosto de 1944

Junto a los descamisados revolucionarios asaltando la fortaleza de la Bastilla en 1789 y las barricadas atravesadas en las calles de París en 1848, la imagen de los miembros de «La Résistance», ataviados con boinas y brazaletes, combatiendo a los nazis por los bosques bretones, ocupa un lugar preferente en la vinculación histórica de los franceses como pueblo centinela de la libertad. No obstante, la realidad de Francia durante la II Guerra Mundial fue otra muy distinta al mito que hoy pervive. La Resistencia francesa se antojó escasa frente a un régimen que contó con gran respaldo por parte de los grupos dirigentes franceses, ya fuera por miedo o por interés político.

El Gobierno de Francia, humillado por Hitler

A diferencia de lo ocurrido en la Primera Guerra Mundial, la red de fortificaciones y trincheras sirvió de poco frente al implacable avance de los tanques nazis en 1940. Desde el final del periodo conocido como «guerra de broma», el 10 de mayo de 1940, los alemanes invadieron Luxemburgo, Bélgica, los Países Bajos y Francia en cuestión de mes y medio. Tras fracasar la operación conjunta de la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) y el Ejército Francés en el norte de Bélgica, que precipitó una de las mayores evacuaciones de la Historia en Dunkerque, Francia se vio obligada a firmar un armisticio con Alemania el 22 de junio de 1940 que condujo a la ocupación directa alemana de París y de dos tercios de Francia. Como muestra de humillación, Adolf Hitler impuso que el documento se firmara cerca de Compiègne, ya que allí se había firmado el armisticio con Alemania en la Primera Guerra Mundial. Ordenó, además, que se trajera el mismo vagón de ferrocarril donde se había firmado aquel armisticio y se colocó en el mismo lugar donde había estado en 1918.

El mariscal Philippe Pétain, el gran héroe nacional en la Primera Guerra Mundial, asumió el gobierno de la supuesta zona libre francesa, con sede en el sudeste de Francia, conocida como la Francia de Vichy. Además de héroes militares del calibre de Pétain, políticos franceses como Pierre Laval –antiguo miembro del partido socialista francés– o numerosos intelectuales y artistas, una buena parte de los poderes franceses apoyaron la presencia nazi no solo en el sudeste sino en la zona directamente ocupada. La derecha ultraconservadora vislumbró la ocasión perfecta para emprender una revolución nacionalista que impugnara los principios ilustrados de la acontecida en 1789.

En apariencia, la zona libre se presentaba como un estado independiente al poder alemán, pero en realidad la estrecha colaboración entre el gobierno de Pétain y la Alemania nazi reducía a mínimos su autonomía. Así y todo, Vichy perdió la poca independencia de la que disponía después de que la «zona no ocupada» fuera invadida por tropas alemanas e italianas el 11 de noviembre de 1942, con lo cual las tropas de la Wehrmacht desplazaron del mando a la administración civil francesa.

Mientras el país era gobernado desde Berlín, se organizaron dispersos núcleos clandestinos contra la invasión extranjera. El sabotaje de las líneas de suministro militar, las operaciones militares de bajo impacto contra las tropas de ocupación y las fuerzas del régimen de Vichy y la difusión de una amplia prensa clandestina fueron las principales actividades de «La Résistance», que, a través de los conocidos como maquis, afianzaron su area de acción sobre las zonas montañosas de Bretaña y del sur de Francia. Estos grupos clandestinos, sin embargo, solo llegaron a movilizar al 2 o 3% de la población francesa en su periodo de mayor actividad. Una cifra escasa frente al colaboracionismo reinante y el sorprendente silencio de muchos grupos políticos como los comunistas. Antes de entrar en la resistencia contra la ocupación nazi, el PCF prefirió adoptar la línea oficial del pacto germano-soviético entre Stalin y Hitler. Solo cuando Hitler ordenó atacar la URSS, el Partido Comunista Francés sumó sus fuerzas a la Resistencia.

Además de implicar a un porcentaje bajo de la población, que se elevó solo cuando el balance de fuerzas europeas empezó a perjudicar a los alemanes, el impacto militar de las acciones de la Resistencia francesa ha sido estimado por los expertos en el conflicto mundial como muy limitado, más allá de que obligara a los germanos a movilizar a la Gestapo en persecución de estos grupos disidentes. «Qué valientes eran los chicos de la Resistencia Francesa. Los pobrecillos se hincharon a oír canciones de Maurice Chevalier», resumió con humor el cómico Woody Allen sobre la escasa incidencia de estas milicias. No en vano, el periodista Alan Riding en su ensayo «Y siguió la fiesta» y el historiador Robert Paxton en su libro «Vichy France: Old Guard and New Order», entre otros autores, han evidenciado que la Resistencia Francesa apenas fue una brisa comparada con la ventisca kamikaze del levantamiento del gueto de Varsovia, el incansable coraje del Armia Krajowa en Polonia, la tenacidad de los guerrilleros griegos y soviéticos, y la efectiva audacia de los partisanos yugoslavos. Fue, de hecho, un decisión propagandística del carismático Charles de Gaulle la que equiparó la oposición de su país a la mostrada en otros rincones de Europa.

Charles de Gaulle busca tapar el oprobio

En paralelo a la tímida resistencia surgida en el interior de Francia, el general Charles de Gaulle fundó en su exilio en Londres el movimiento «Francia Libre» en contra del gobierno de Vichy. Tras una rápida campaña militar dirigida por el general Georges Catroux, la Francia Libre se adueñó del África Ecuatorial Francesa a finales de 1940. Este golpe de mano extendió pronto su influencia a la colonia francesa del Camerún, que también se unió a la Francia Libre. Como hábil propagandista, Charles de Gaulle unió sus fuerzas con la Resistencia interior y llamó desde el territorio conquistado en África a la población de Francia a sumarse a la lucha.

Al finalizar la guerra, De Gaulle regresó convertido en un héroe nacional para presidir el Gobierno Provisional de Francia. Pese a que aprobó la ejecución de destacados colaboracionistas como el primer ministro Laval o el escritor Robert Brasillach, las prioridades del líder galo pasaron por correr un tupido velo sobre la actuación de su país en la guerra. El líder francés usó para ello el mito de la fiera Resistencia francesa, que bajo ningún concepto claudicó frente a las malvadas fuerzas extranjeras. Desde el punto de vista político, esta decisión alineó definitivamente a Francia entre las potencias vencedoras cuando, en realidad, había sido derrotada junto a Alemania. Asimismo, el astuto movimiento de De Gaulle emplazó a la mayor parte de la población del lado de la Resistencia durante la guerra y sirvió para neutralizar el peligroso cariz comunista que había adquirido el movimiento en su último año, precisamente cuando más había crecido en tamaño. Así, evitó de paso que la minoría de franceses que se comprometió con la Resistencia reclamase derechos de vencedor, como podía ocurrir en el caso de los que militaban en el Partido Comunista, frente la mayoría de franceses que colaboró o se mantuvo en un segundo plano durante la ocupación.