Templo Debod – Madrid – Condiciones de cesión del Templo de Egipto-España


El Templo de Debod es un templo egipcio antiguo que fue desmantelado y reconstruido en Madrid, España. Se encuentra en el Parque del Cuartel de la Montaña, cerca de la Plaza de España y es un lugar popular para visitar debido a su belleza e historia.

El templo fue construido originalmente en el siglo II a.C. en el pueblo de Debod, en Egipto. Fue dedicado a los dioses Amón e Isis y se usó para ceremonias religiosas y como lugar de culto. En 1960, debido a la construcción de la presa de Asuán, el templo fue trasladado y reconstruido en Madrid como un regalo del gobierno egipcio a España.

El temblo de Debod es un lugar muy interesante para visitar, ya que ofrece una visión única de la arquitectura y la cultura egipcia antigua. Además, el templo está situado en un parque hermoso, con vistas espectaculares de la ciudad de Madrid y el río Manzanares. Muchos visitantes también disfrutan de las exhibiciones y actividades que se llevan a cabo en el Centro de Visitantes del templo.

Desde Egipto se pusieron unas condiciones para ceder el Templo a España, en general, se puede decir que España ha cumplido con las condiciones establecidas por Egipto para la cesión del Templo de Debod. A continuación, se detallan algunos de los aspectos más relevantes relacionados con cada una de las condiciones:

  1. Preservación y mantenimiento del templo: España ha invertido importantes recursos en el mantenimiento y restauración del templo, incluyendo medidas para protegerlo de la humedad y la contaminación, así como para preservar sus inscripciones y bajorrelieves. Además, se han llevado a cabo numerosas obras de restauración y mejora a lo largo de los años.
  2. Creación de un museo: Aunque no se construyó un museo específico para albergar los artefactos egipcios encontrados durante la excavación y traslado del templo, se creó un centro de interpretación en el parque del Oeste de Madrid, en el que se pueden encontrar exposiciones y audiovisuales que explican la historia del templo y su significado cultural.
  3. Cooperación científica: A lo largo de los años, se han llevado a cabo diversos proyectos de investigación y estudios en colaboración con arqueólogos y expertos egipcios, y se ha permitido el acceso al templo a investigadores y académicos de todo el mundo.
  4. Promoción de la cultura egipcia: El Templo de Debod es un importante centro cultural y turístico en Madrid, y se realizan numerosas actividades y eventos relacionados con la cultura egipcia, como exposiciones, conciertos y actividades educativas. Además, el templo es uno de los principales destinos turísticos de la ciudad y atrae a miles de visitantes cada año, lo que contribuye a la promoción de la cultura egipcia.

En resumen, aunque algunos aspectos de las condiciones impuestas por Egipto se han cumplido de manera diferente a lo que se acordó originalmente, en general se puede decir que España ha hecho un buen trabajo en la preservación y promoción del Templo de Debod, y ha mantenido una relación positiva con Egipto en este sentido.

En muchos foros hemos escuchado que Egipto puso como condición que el Templo estuviera en un sitio techado, pero según lo que hemos podido saber, no, no se acordó que el Templo de Debod estuviera en un sitio techado. De hecho, el templo está situado al aire libre en un Parque Madrid como comentamos anteriormente, sin ningún tipo de cubierta protectora.

Sin embargo, España ha implementado diversas medidas de conservación y restauración para proteger el templo de los elementos y el desgaste del tiempo. Entre ellas se encuentran la aplicación de productos químicos para evitar la erosión de la piedra, la instalación de sistemas de drenaje para evitar la acumulación de agua, y la colocación de pantallas para proteger el templo de la contaminación.

Además, el templo cuenta con un sistema de iluminación nocturna que permite su visibilidad durante la noche y resalta sus características arquitectónicas y decorativas. Todo ello ha permitido que el templo haya sobrevivido durante décadas en Madrid y se haya convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad.

10 expresiones del latín que seguimos utilizando o viendo a día de hoy


  1. Veni, vidi, vici – Julio César. (Llegué, vi, vencí) Esta famosa frase fue pronunciada por Julio César en el año 47 a.C. después de su victoria en la batalla de Zela contra Farnaces II de Pontus. Se utiliza para resumir de manera concisa una acción decisiva y exitosa.
  2. Alea iacta est – Julio César. (La suerte está echada) Se cree que Julio César pronunció esta frase en el año 49 a.C. al cruzar el río Rubicón, lo que representó un acto de rebelión contra el Senado romano. Esta expresión se utiliza para referirse a una decisión irrevocable que se ha tomado.
  3. Carpe diem – Horacio. (Aprovecha el día) Esta frase es parte de una oda del poeta Horacio del siglo I a.C. y se utiliza para animar a las personas a disfrutar del presente y aprovechar el tiempo que tienen.
  4. Senatus Populusque Romanus – Abreviado como SPQR, fue el lema del Senado y Pueblo de Roma. Esta expresión se utilizaba como un emblema de la República Romana y se encuentra en muchos monumentos y edificios públicos de Roma.
  5. E pluribus unum – (De muchos, uno) es el lema de los Estados Unidos de América. Este lema se adoptó en 1782 como el lema nacional de los Estados Unidos de América y simboliza la unión de los estados y la diversidad de la población.
  6. Divide et impera – (Divide y vencerás) Esta frase se atribuye al filósofo griego Jenofonte, pero también fue utilizada por Julio César para describir su estrategia militar de dividir a sus enemigos y vencerlos uno por uno.
  7. Salus populi suprema lex esto – (El bienestar del pueblo es la ley suprema) es un principio fundamental de la República Romana. Este principio establece que el bienestar del pueblo es la máxima ley y se encuentra en la constitución romana.
  8. In vino veritas – (En el vino está la verdad) es un refrán latino que se refiere a la idea de que las personas son más sinceras cuando están ebrias. Este refrán se remonta a la antigua Grecia y se encuentra en la obra «Los pájaros» de Aristófanes.
  9. Annuit cœptis – (Dios ha bendecido nuestros esfuerzos) es un lema en el billete de un dólar de los Estados Unidos. Este lema se adoptó en 1782 y simboliza la creencia de los fundadores de los Estados Unidos de América de que Dios había bendecido sus esfuerzos por lograr la independencia y establecer una nación.
  10. Dum spiro spero – (Mientras respiro, espero) es una expresión que significa que mientras haya vida, hay esperanza. Esta frase se encuentra en las obras del poeta y filósofo romano Cícero y se utiliza para transmitir la idea de que nunca debemos perder la esperanza.

Pintarse las uñas


La práctica de pintarse las uñas ha existido desde hace miles de años y ha sido practicada tanto por hombres como por mujeres en diferentes culturas en todo el mundo. Se cree que los hombres en Egipto, hace más de 5000 años, se pintaban las uñas como símbolo de estatus social. Además, algunos guerreros de la antigua China y los samuráis japoneses también pintaban sus uñas como una forma de demostrar su valentía y fuerza.

En la cultura moderna occidental, la práctica de pintarse las uñas se considera en gran medida como una práctica femenina. Sin embargo, en las últimas décadas ha habido un aumento en la aceptación de los hombres que se pintan las uñas. La moda y la cultura popular también han influido en esta tendencia, con celebridades y figuras públicas como David Bowie, Prince y Johnny Depp, que las han llevado pintadas.

Hay algunas referencias históricas que sugieren que algunos gladiadores de la antigua Roma podrían haber pintado sus uñas antes de entrar en la arena. Sin embargo, la evidencia es limitada y no está del todo clara.

Algunos estudiosos de la historia sugieren que los gladiadores podrían haber pintado sus uñas para protegerlas durante el combate. La pintura podría haber actuado como un refuerzo para las uñas, lo que les permitiría causar más daño a sus oponentes y evitar lesiones en las uñas propias.

Otras teorías sugieren que los gladiadores podrían haber pintado sus uñas con fines ceremoniales o simbólicos, para representar a sus patrocinadores o dioses protectores.

Sin embargo, es importante destacar que estas teorías son solo especulaciones y que no hay pruebas concluyentes de que los gladiadores realmente pintaran sus uñas. La información histórica sobre los gladiadores es limitada y a menudo está basada en suposiciones y conjeturas.

1525 – Batalla de Pavía


La batalla de Pavía se libró el 24 de febrero de 1525 entre el ejército francés al mando del rey Francisco I y las tropas germano-españolas del emperador Carlos V, con victoria de estas últimas, en las proximidades de la ciudad italiana de Pavía.

En la batalla de Pavía, los ejércitos de Carlos V vencieron a los de Francisco I de Francia. Tapiz de Bernard van Orley, Museo de Capodimonte.

 

Antecedentes

En el primer tercio del siglo XVI, Francia se veía rodeada por las posesiones de Carlos I de España. Esto, unido a la obtención del título de Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico por parte del borgoñón (1519), puso a la monarquía francesa contra las cuerdas. Francisco I de Francia, que también había optado al título, vio la posibilidad de una compensación anexionándose un territorio en litigio: el ducado de Milán, más conocido como Milanesado. A partir de ahí, se desarrollaría una serie de contiendas de 1521 al 1524 entre la corona Habsburgo de Carlos V y la corona francesa de la Casa de Valois.

Inicio de los enfrentamientos

La primera batalla tuvo lugar en Bicoca (cerca de Monza). La victoria aplastante de los tercios españoles hizo que en castellano la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «cosa fácil o barata».

En la segunda batalla, la de Sesia, un ejército francés de 40.000 hombres, mandado por Guillaume Gouffier, señor de Bonnivet, penetró en el Milanesado, pero fue igualmente rechazado. El marqués de Pescara, Fernando de Ávalos y Carlos III de Borbón (que recientemente se había aliado con el emperador Carlos) invadieron la Provenza. Sin embargo, perdieron un tiempo valioso en el sitio de Marsella, lo que propició la llegada de Francisco I y su ejército a Aviñón y que los imperiales se retiraran. El 25 de octubre de 1524, el propio rey Francisco I cruzó los Alpes y a comienzos de noviembre entraba en la ciudad de Milán (poniendo a Louis II de la Trémoille, como gobernador) después de haber arrasado varias plazas fuertes. Las tropas españolas evacuaron Milán y se refugiaron en Lodi y otras plazas fuertes. Mil españoles, cinco mil lansquenetes alemanes y 300 jinetes pesados, mandados todos ellos por Antonio de Leyva, se atrincheraron en la vecina Pavía. Los franceses sitiaron la ciudad con un ejército de aproximadamente 30.000 hombres y una poderosa artillería compuesta por 53 piezas.

El sitio de Pavía

Antonio de Leyva, veterano de la Guerra de Granada, supo organizarse para resistir con 6.300 hombres más allá de lo que el enemigo esperaba, además del hambre y las enfermedades. Mientras tanto, otras guarniciones imperiales veían cómo el enemigo reducía su número para mandar tropas a Pavía. Mientras los franceses aguardaban la capitulación de Leyva, recibieron noticias de un ejército que bajaba desde Alemania para apoyar la plaza sitiada: más de quince mil lansquenetes alemanes y austríacos bajo el mando de Jorge de Frundsberg, tenían órdenes del Emperador de poner fin al sitio y expulsar los franceses del Milanesado.

Francisco I decidió dividir sus tropas. Ordenó que parte de ellas se dirigieran a Génova y Nápoles e intentaran hacerse fuertes en estas ciudades. Mientras, en Pavía, los mercenarios alemanes y suizos comenzaban a sentirse molestos porque no recibían sus pagas. Los generales españoles empeñaron sus fortunas personales para pagarlas. Viendo la situación de sus oficiales, los arcabuceros españoles decidieron que seguirían defendiendo Pavía aún sin cobrar.

A mediados de enero llegaron los refuerzos bajo el mando del marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy y el condestable de Borbón, Carlos III. Avalos consiguió capturar el puesto avanzado francés de San Angelo, cortando las líneas de comunicación entre Pavía y Milán. Posteriormente conquistaría a los franceses el castillo de Mirabello.

Finalmente llegaron los refuerzos imperiales a Pavía, compuestos por 13.000 infantes alemanes, 6.000 españoles y 3.000 italianos con 2.300 jinetes y 17 cañones, los cuales abrieron fuego el 24 de febrero de 1525. Los franceses decidieron resguardarse y esperar, sabedores de la mala situación económica de los imperiales y de que pronto los sitiados serían víctimas del hambre. Sin embargo, atacaron varias veces con la artillería los muros de Pavía. Pero las tropas desabastecidas, lejos de rendirse, comprendieron que los recursos se encontraban en el campamento francés, después de una arenga dicha por Leyva.

Formaciones de piqueros flanqueados por la caballería comenzaron abriendo brechas entre las filas francesas. Los tercios y lansquenetes formaban de manera compacta, con largas picas protegiendo a los arcabuceros. De esta forma, la caballería francesa caía al suelo antes de llegar incluso a tomar contacto con la infantería.

Los franceses consiguieron anular la artillería imperial, pero a costa de su retaguardia. En una arriesgada decisión, Francisco I ordenó un ataque total de su caballería. Según avanzaban, la propia artillería francesa (superior en número) tenía que cesar el fuego para no disparar a sus hombres. Los 3.000 arcabuceros de Alfonso de Ávalos dieron buena cuenta de los caballeros franceses, creando desconcierto entre estos. Mientras Lannoy al mando de la caballería y el marqués de Pescara, en la infantería, luchaban ya contra la infantería francesa mandada por Ricardo de la Pole y Francisco de Lorena.

La victoria imperial

En ese momento, Leyva sacó a sus hombres de la ciudad para apoyar a las tropas que habían venido en su ayuda y que se estaban batiendo con los franceses, de forma que los franceses se vieron atrapados entre dos fuegos que no pudieron superar. Los imperiales empezaron por rodear la retaguardia francesa (mandada por el duque de Alenzón) y cortarles la retirada. Aunque agotados y hambrientos, constituían una muy respetable fuerza de combate. Guillaume Gouffier de Bonnivet, el principal consejero militar de Francisco, se suicidó (según Brantôme, al ver el daño que había causado deliberadamente busco una muerte heroica a manos de las tropas imperiales). Los cadáveres franceses comenzaban a amontonarse unos encima de otros. Los demás, viendo la derrota, intentaban escapar. Al final las bajas francesas ascendieron a 8.000 hombres.

El rey de Francia y su escolta combatían a pie, intentando abrirse paso. De pronto, Francisco I cayó, y al erguirse, se encontró con un estoque español en su cuello. Un soldado de infantería, el vasco Juan de Urbieta, lo hacía preso. Diego Dávila, granadino, y Alonso Pita da Veiga, gallego, se juntaron con su compañero de armas. No sabían a quién acababan de apresar, pero por las vestimentas supusieron que se trataría de un gran señor. Informaron a sus superiores. Aquel preso resultó ser el rey de Francia. Otro participante célebre en la batalla fue el extremeño Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile, y su amigo Francisco de Aguirre.

Consecuencias

En la batalla murieron comandantes franceses como Bonnivet, Luis II de La Tremoille, La Palice, Suffolk y Francisco de Lorena.

Tras la batalla Francisco I fue llevado a Madrid, donde llegó el 12 de agosto, quedando custodiado en la Casa y Torre de los Lujanes. La posición de Carlos V fue extremadamente exigente, y Francisco I firmó en 1526 el Tratado de Madrid. Francisco I renunciará al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

Cuenta la leyenda que en las negociaciones de paz y de liberación de Francisco I, el emperador Carlos V renunció a usar su lengua materna (francés borgoñón) y la lengua habitual de la diplomacia (italiano) para hablar por primera vez de manera oficial en español.

Posteriormente Francisco I se alió con el Papado para luchar contra La monarquía hispánica y el Sacro Imperio romano germánico, lo que produjo que Carlos V atacara y saqueara Roma en 1527 (Saco de Roma).

En la actualidad se sabe que Francisco I no estuvo en el edificio de los Lujanes, sino en el Alcázar de los Austrias, que fue sustituido por el actual Palacio Real de Madrid. Carlos V se desvivió por lograr que su «primo» Francisco se sintiera cómodo y lleno de atenciones.


Batalla de Pavía
Guerra Italiana de 1521
Fecha 24 de febrero de 1525
Lugar Pavía, Italia
Coordenadas 45°11′00″N 9°09′00″E (mapa)
Resultado Victoria Habsburgo decisiva.
Beligerantes
Pavillon royal de la France.svg Reino de Francia Estandarte Real de Carlos I.svg España

  • Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Sacro Imperio Romano Germánico
Comandantes
Pavillon royal de la France.svg Francisco I  Rendición
Bandera Navarra.svg Enrique II de Navarra  Rendición
Pavillon royal de la France.svg Francois de Lorena †
Pavillon royal de la France.svg Richard de la Pole †
Pavillon royal de la France.svg Louis de la Trémoille †
Bandera de España Antonio de Leyva
Bandera de España Fernando de Ávalos
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Carlos de Lannoy
Bandera de Sacro Imperio Romano Germánico Jorge de Frundsberg
Fuerzas en combate
Ejército Francés
• 29.000 – 32.000 hombres
• 53 cañones
Guarnición en Pavia:
• 6.300 hombres
Ejército de refuerzo:
• 24.300 hombres
• 17 cañones
Bajas
8.000 franceses muertos o heridos y 5.000 mercenarios alemanes muertos 1.500 muertos o heridos

1477 – Batalla de Nancy


La batalla de Nancy se libró el 5 de enero de 1477 en la ciudad francesa del mismo nombre. Tuvo como principales protagonistas, por un lado, al duque de Borgoña, Carlos el Temerario y el duque de Lorena, René II. Esta batalla culmina con la derrota y muerte del Temerario, la consolidación de la independencia de Lorena y la anexión de una parte de los Estados borgoñones por el rey de Francia Luis XI.

Mapa de la batalla de Nancy

En 1363, Felipe II El Atrevido (Philippe II le Hardi), hijo del rey Juan II El Bueno (Jean II le Bon), recibe como patrimonio el ducado de Borgoña al casarse con Margarita, condesa de Flandes, de Borgoña (Franco-Condado), de Artois, de Retchel y de Nevers. Sus descendientes adquieren de diversas maneras una gran parte de lo que actualmente constituye el Benelux: Condados de Holanda, Zelandia, Hainaut. así como los ducados de Brabante y Luxemburgo.

El conjunto de los Estados borgoñones estaba dividido en dos partes: por un lado, el condado de Borgoña y, por otra, los condados de los Países Bajos, y entre los dos territorios se encontraba inoportunamente ubicado el independiente Ducado de Lorena y de Bar.

En 1467, Carlos el Temerario sucede a su padre Felipe III, ocasión para llevar a cabo el proyecto de su vida, el de unir territorialmente sus Estados y de obtener una investidura real haciendo renacer el antiguo reino de la Lotaringia. Sin embargo, no es por la conquista de Lorena donde va a comenzar a realizar su sueño, sino por la anexión de la alta Alsacia, que el emperador Federico III le había otorgado como garantía al préstamo de 50.000 florines, que era incapaz de devolver. Desde Alsacia planea ir a la conquista de Suiza, y en 1473 se apodera del ducado de Gueldre.

Tratado de Tréveris

El duque de Borgoña puede ya centrar su atención sobre Lorena. Aprovechando la juventud e inexperiencia del duque de la Lorena René II, éste se reúne con él en Tréveris, donde firman un tratado por el cual se comprometen a no aliarse con el rey de Francia Luis XI (Tratado de Tréveris); además de ello René II acepta el paso de las tropas borgoñonas por sus Estados y autoriza la instalación de cuarteles en Charmes, Darney, Épinal, Neufchâteau y Prény. En esos momentos René II no tiene muchas opciones, pues no puede contar con la ayuda de Luis XI que viene de firmar a su vez una tregua con el Temerario.

Ruptura y paz

El joven duque toma conciencia de la ocupación progresiva a que se está viendo sometido y se decide a tomar contacto con los principales adversarios de Carlos, Luis XI, los cantones suizos confederados amenazados con la expansión del borgoñón y las ciudades de la alta Alsacia que soportan los abusos de la ocupación.

Luis XI firma varios tratados: con los suizos en octubre de 1474, con Federico III en diciembre de 1474, y con Eduardo IV de Inglaterra el 29 de agosto de 1475, que tienen como objetivo aislar a Carlos el Temerario. René II aprovecha la situación y lanza un ataque contra su vecino el 9 de mayo de 1475. Carlos sin perder tiempo firma una nueva tregua con el rey francés e invade Lorena en otoño. Rápidamente toma Charmes, Épinal y, por fin,, la capital del ducado, Nancy, el 24 de noviembre de 1475, que se rinde después de un mes de asedio y René II debe refugiarse en Joinville, pequeña ciudad al norte de Lorena.

De esta forma Carlos el Temerario cumple en parte su sueño de reunir territorialmente el antiguo reino de la Lotaringia con Nancy por capital del nuevo reino. Los Estados lorenenses se alían al vencedor, que establece varios fuertes de avanzada con la intención de conquistar Suiza.

Por su lado, René II se une a la Liga de Constanza, compuesta por adversarios suizos y alsacianos de Carlos. Una primera batalla tiene lugar en Grandson el 2 de marzo de 1476, donde el duque de Borgoña fue derrotado. Para vengar esta afrenta, el Temerario emprende marcha hacia Morat, donde fue nuevamente vencido el 22 de junio de 1476. Su ejército quedó completamente destrozado y además pierde la casi totalidad de su artillería. Como consecuencia se ve obligado a replegarse hacia Dijon, donde comienza a levantar un nuevo ejército.

Con la noticia de las derrotas del Temerario, el pueblo de Lorena se subleva y se apodera de Vaudémont. Después expulsan las guarniciones de Arches, Bruyères, Saint-Dié, Remineront y Bayon. René II se reúne con los sublevados en Lunéville, la cual es reconquistada el 20 de julio, y el 22 es el turno de Épinal, que se rinde ante su duque. Seguidamente René se traslada a Friburgo para tratar de obtener ayuda. Sin embargo, sólo obtiene un compromiso de que ningún adversario de Carlos firmará paz alguna por separado.

El asedio

Al frente de un ejército de 5.000 hombres, René II asedia el 22 de agosto de 1476 Nancy defendida por una guarnición borgoñona compuesta de alrededor 2.000 soldados, en su mayoría ingleses y dirigidos por Jean de Rubempré.

Ninguno de los mensajes enviados por Charles anunciando su llegada con refuerzos llegan a Nancy, pues todos serán interceptados por el ejército lorenés. Después de un mes y medio de asedio, la ciudad abre sus puertas el 7 de octubre y la guarnición borgoñona se retira de Nancy.

El 25 de septiembre el Temerario abandona Gex a la cabeza de un ejército de 10.000 hombres y toma la dirección de Nancy dispuesto a reconquistar su efímera capital. El 9 de octubre René II se sitúa en las orillas del río Mosela a fin de impedir que lo crucen, pero Carlos toma posición en las alturas de Toul a poco kilómetros de Nancy, donde el 10 se le reúnen 6.000 hombres más. El 16 de octubre atraviesan el Mosela y René con sólo 9.000 hombres no puede hacer nada por impedir la toma de San-Nicolas de Port. El 19 parte René, seguro de que Nancy soportaría dos meses de asedio, hacia los cantones suizos y Alsacia en busca de refuerzos.

El 22 de octubre, Carlos ya está frente a Nancy y comienza el asedio a la capital ducal. Nancy está defendida solamente por 2.000 soldados, principalmente veteranos de Morat. Carlos se instala en la proximidad de la actual Plaza de la Comandería (Place de la Comanderie) en Nancy, algunos de sus mejores capitanes le sugieren levantar el asedio para dirigirse a Metz o Pont-au-Mousson y reanudar el asalto de Nancy en primavera, pero el Temerario rechaza categóricamente la idea.

Durante el invierno, los partidarios lorenenses hostigan constantemente las tropas borgoñonas. El invierno es particularmente duro ese año, y la moral baja dentro de las tropas de Carlos, por lo que se producen diversas bajas y aumentan las deserciones.

En Nancy asediada se matan los caballos, los perros y los gatos para alimentarse; los pozos de agua están congelados y la población tiene que desmontar los techos de las casas y aprovechar la madera para calentarse.

Por su parte, René II no se queda inactivo. A pesar de que la Confederación Suiza prefiere no intervenir, le autoriza a contratar 9.000 mercenarios con el apoyo financiero de Luis XI. Además se le unen 8.000 soldados alsacianos en el poblado de Sant Nicolas de Port muy cerca de Nancy.

La batalla

El duque de Borgoña, enterado de la llegada del ejército de René II, toma posiciones cerca de Jarville, un pequeño montículo que daba cierta protección, pero descuida gravemente su lado derecho, que queda expuesto sobre el bosque de Saurupt.

El domingo 5 de enero, antes del alba, René II abandona Sant Nicolas de Port y avanza junto a su ejército. El avance es lento pero continuo, los campos están cubiertos de nieve y las temperaturas son muy bajas. El Temerario no sabe por dónde esperar a su contrincante, quien siguiendo los consejos de sus capitanes ataca justamente por el flanco derecho, adentrándose por el bosque de Saurupt.

El efecto sorpresa es total y el futuro de la batalla se decide en algunos minutos. Carlos el Temerario intenta girar hacia el adversario, pero el grueso de sus tropas se dislocan y huyen. Campobasso, el segundo oficial de Carlos, mantiene el puente de Bouxieres y masacra a los desertores que huyen en desbandada.

El enfrentamiento de las tropas de René II contra el ejército borgoñón termina en una masacre total. No es hasta el día siguiente, en que siguiendo las indicaciones de Baptiste Colonna, un paje del Temerario que lo vio caer cerca del estanque de Saint-Jean encuentran el cuerpo del Temerario, medio desfigurado, devorado por los lobos. Su cuerpo será inhumado con los honores de su linaje en la basílica de Saint George en Nancy, y se levantará una cruz en el sitio donde fue hallado para marcar el emplazamiento de su muerte. En este lugar se encuentra actualmente la plaza Cruz de Borgoña, (Croix de Bourgogne). Igualmente delante del número 30 de la Grand-Rue en Nancy, una indicación 1477 grabada en el pavimento, indica el lugar donde fue expuesto el cuerpo del Temerario antes de ser inhumado.

Consecuencias

Como consecuencias de la batalla de Nancy, Luis XI se apodera de varios Estados borgoñones y el rey de Inglaterra Eduardo IV renuncia a sus ambiciones en Francia. Luis XI se adueña del ducado y condado de Borgoña, Picardía, Artois y Flandes en detrimento de María de Borgoña, hija de Carlos, que pide ayuda a su prometido Maximiliano I de Habsburgo, hijo del emperador Federico III, y recupera Flandes, Artois y el Franco-Condado. De esta forma comienzan varios siglos de lucha entre Francia y los Habsburgos. El hijo de Maximiliano y María, Felipe el Hermoso, se casará con Juana, princesa de Castilla e hija de los Reyes Católicos, y su hijo será el emperador Carlos V.

A su vez, René II recupera su ducado de Lorena, la cual consolida su independencia y se convierte en un importante Estado con su capital Nancy. Tras varios siglos de luchas entre Francia y el ducado independiente de Lorena, su definitiva anexión a Francia tiene lugar en 1766. Y más tarde, a las interminables guerras entre Francia y Prusia por la Alsacia y la Lorena, guerra franco-prusiana 1870-1871, en que Francia pierde los territorios para recuperarlos en 1918, que los vuelve a perder cuando la ocupación de 1940 y recuperados de nuevo en 1945.

Recuerdos de la batalla

En los lugares de la batalla, René II edifica la Iglesia de Nuestra Señora del Buen Socorro (l’église de Notre-Dame de Bonsecours) y la Iglesia de los Cordeleros (l’église des Cordeliers). En San Nicolás edifica la gran basílica de Saint-Nicolas-de-Port.

Como recuerdo de la victoria contra el Temerario, la ciudad de Nancy adopta como emblema el cardo y como divisa Non inultus premor (Quien me toque se pica) (qui s’y frotte s’y pique).

Pierre de Blarru narra la guerra entre lorenenses y borgoñones, y fundamentalmente la batalla de Nancy, en su epopeya la Nancéide.

Eugène Delacroix pinta el cuadro La Batalla de Nancy, que hoy día se conserva en el Museo de Bellas Artes de Nancy.

Batalla de Nancy
la guerra de Borgoña
Fecha 4 de enero de 1477
Lugar Nancy, Francia
Coordenadas 48°41′43″N 6°10′53″E (mapa)
Resultado Victoria de Lorena.
Beligerantes
Bandera de Borgoña.svg Ducado de Borgoña Flag of Lorraine.svg Ducado de Lorena
Comandantes
Carlos el Temerario René II de Lorena

Guerra de Sucesión Austriaca


La Guerra de Sucesión Austriaca, también conocida como Guerra de la Pragmática o Guerra de la Pragmática Sanción (llamada por los ingleses Guerra del rey Jorge en su escenario americano) fue un conflicto bélico que tuvo lugar desde 1740 hasta 1748, desatado por las rivalidades sobre los derechos hereditarios de la Casa de Austria a la muerte de Carlos VI, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

En España y Gran Bretaña se entronca con el conflicto que enfrentaba a ambas potencias desde el año anterior, la denominada «Guerra del Asiento».

Batalla de Fontenoy por Van Blaerenberghe. Óleo sobre lienzo.

Antecedentes

En 1740, tras la muerte de su padre, Carlos VI, Maria Teresa le sucedió como Archiduquesa de Austria, Reina de Hungría, Croacia y Bohemia, y Duquesa de Parma. Su padre era emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, pero María Teresa no era una buena candidata para ese título, que nunca había sido ocupado por una mujer; el plan era que ella fuera aceptada en los dominios hereditarios, y su esposo, Francisco Esteban, fuera elegido emperador del Sacro Imperio. Las complicaciones que significaban una gobernante Habsburgo femenina se había previsto, y Carlos VI había persuadido a la mayoría de los estados de Alemania para que aceptaran la Pragmática Sanción de 1713 .

Los problemas comenzaron cuando el rey Federico II de Prusia violó la Pragmática Sanción e invadió Silesia el 16 de diciembre de 1740, argumentando la soberanía prusiana sobre el territorio gracias al Tratado de Brieg de 1537 (que estipulaba que los Hohenzollern de Brandeburgo serían los herederos del territorio si la rama de los Piast desaparecía).

María Teresa, fue percibida como una gobernante débil, y otros monarcas (como Carlos Alberto de Baviera) se presentaron como competidores a la corona Imperial.

Estrategias

Durante gran parte del siglo XVIII, Francia manejó sus guerras de la misma manera. Dejaría que sus colonias se defendieran solas, ofreciendo sólo una ayuda mínima (enviaría un número limitado de tropas o soldados sin experiencia), anticipando que la lucha por las colonias probablemente se perdería de todos modos. Esta estrategia fue, hasta cierto punto, impuesta a Francia: la geografía, junto con la superioridad de la marina británica, hicieron difícil para la marina francesa proporcionar suministros y apoyo a las colonias. Del mismo modo, las extensas fronteras terrestres hicieron de vital importancia el mantenimiento de las fuerzas militares en el continente. Teniendo en cuenta estas necesidades militares, el gobierno francés, como era de esperar, basó su estrategia en el teatro Europeo: mantendría la mayor parte de su ejército en el continente. Al final de la guerra, Francia devolvió sus conquistas europeas, y a cambio recuperó sus posesiones perdidas en el extranjero como Louisbourg.

Los británicos por tradición, así como por pragmáticas razones tendían a evitar comprometer tropas en el continente. Se trató de compensar la desventaja en Europa aliándose con uno o más potencias continentales opuestas a sus enemigos, en particular opuestas a Francia. Para la Guerra de Sucesión de Austria, los británicos estaban aliados con Austria; sin embargo en el momento de las Guerra de los Siete Años , se aliaron con su enemigo, Prusia. En marcado contraste con Francia, Gran Bretaña se esforzó para perseguir activamente la guerra en las colonias, aprovechando al máximo de su potencia naval . Los británicos siguieron una doble estrategia: de bloqueo naval y bombardeo de los puertos enemigos, y también utilizaron su capacidad de moverse tropas por mar al máximo.

Campaña de Silesia de 1740

El rey de Prusia Federico II el Grande precipitó la guerra al invadir y ocupar Silesia en 1740. De un lado se encontraba la alianza formada por Baviera, Prusia, Sajonia, Francia, España (que estaba en guerra con Gran Bretaña desde 1739) y Cerdeña. Por otro, Austria, apoyada por las Provincias Unidas y Gran Bretaña.

Prusia en 1740 era una potencia emergente , pequeña pero bien organizada, su nuevo rey Federico II quiso unificar las tenencias de la corona dispersas. El príncipe Federico tenía sólo 28 años de edad, cuando su padre, Federico Guillermo I murió el 31 de mayo 1740. A pesar de que Prusia y Austria habían sido aliadas en la Guerra de Sucesión polaca (1733-1738), los intereses de los dos países se enfretaron cuando el emperador del Sacro Imperio, Carlos VI, murió el 20 de octubre 1740.

El emperador Carlos VI había estado trabajando para asegurar la sucesión de su hija, María Teresa al trono como emperatriz del Sacro Imperio Romano. Aunque la ley sálica impedía la sucesión por línea femenina, Carlos VI logró obtener el consentimiento de varios de los estados que formaban parte del Sacro Imperio Romano mediante la redacción de la Pragmática Sanción de 1713, que eludió la ley sálica para permitir que su hija accediera al trono. Sin embargo, Federico al llegar al trono, rechazó la Pragmática Sanción e invadió Silesia el 16 de diciembre de 1740. Para sostener la legitimidad de su invasión, Federico utilizó como pretexto una interpretación de un tratado entre los Hohenzollern y los Piast de Brieg.

La única experiencia de combate reciente del ejército prusiano fue su participación en la Guerra de Sucesión polaca (campaña de Renania de 1733-1735). Nadie en el Sacro Imperio Romano confió en la nueva potencia en ascenso y, por lo tanto, el emperador no pidió ayuda a los prusianos. Como consecuencia, el ejército prusiano carecía de prestigio y era considerado como uno de los muchos ejércitos menores del Sacro Imperio Romano. Sin embargo nadie consideró el hecho de que el tamaño del ejército prusiano (80.000 soldados) era demasiado grande para una población de 2.2 millones, llegando a representar un 4% de la población total del reino. En comparación, el Imperio austríaco tenía 16 millones de ciudadanos, pero con un ejército más pequeño que el prusiano debido a restricciones financieras.

Además, el ejército prusiano estaba mejor entrenado que los demás ejércitos de Europa. El rey Federico Guillermo I y Leopoldo I, Príncipe de Anhalt-Dessau habían reformado al ejército prusiano hasta llegar a una perfección entonces desconocido en Europa. El soldado de infantería prusiano estaba tan bien entrenado y bien equipado que podía disparar 4 tiros por minuto en comparación a los 3 tiros por minuto que podía disparar un austriaco; mientras que, a pesar que la caballeria y artillería eran menos eficientes, seguían siendo superior al promedio. Además, mientras que los austriacos tenían que esperar a que se reclutaran hombres para completar sus fuerzas, los prusianos contaban con regimientos permanentes. Con este ejército no era de extrañar que Federico fuera capaz de invadir Silesia. Sin embargo, Federico decidió obtener todas las ventajas posibles en la guerra. Le ordenó a Ministro de asuntos exteriores Heinrich von Podewils que negociara un tratado secreto con Francia (firmado en abril de 1739) para poner Austria en una guerra de dos frentes. De este modo, Prusia podría atacar a los austriacos en el este mientras que Francia atacaría a Austria desde el oeste.

El ejército prusiano se concentró a lo largo del río Oder a principios de diciembre, y el 16 de diciembre de 1740, sin declaración de guerra, Federico atravesó con su ejército la frontera de Silesia. Las fuerzas de las cuales disponían los generales austríacos consistían únicamente en las guarniciones de algunas fortalezas. De estas fortalezas silesianas, solamente Glogau, Breslau y Brieg permanecieron en manos austríacas al inicio de la campaña de Federico. Los prusianos fueron capaces de capturar la fortaleza de Ohlau casi de inmediato la cual utilizarían como cuartel de invierno. Así casi sin resistencia, los prusianos fueron capaces de apoderarse de una gran parte de Silesia duplicando su territorio y población.

Campaña de Bohemia de 1741

A principios de año, un nuevo ejército austriaco bajo el general Wilhelm Reinhard von Neipperg marchó sobre Brieg, amenazando con cortar la retirada de los prusianos. El 10 de abril, el ejército de Federico enfrentó a los austriacos en los campos nevados cerca de Mollwitz. Esta fue la primera vez que Federico entraba en combate. Su gran victoria sería de gran ayuda para la experiencia para del joven rey.

El 5 de junio, Federico logró concretar una alianza con los franceses, con la firma del Tratado de Breslau. En consecuencia, los franceses comenzaron a cruzar el Rin el 15 de agosto y se unieron a las fuerzas del Elector de Baviera en el Danubio y avanzaron hacia Viena . Las fuerzas combinadas de franceses y bávaros capturaron la ciudad austriaca de Linz el 14 de septiembre. Sin embargo, el objetivo cambió de repente, y después de muchas contramarchas las fuerzas franco-bávaras avanzaron hacia Praga. Un cuerpo francés avanzó a través de Amberg y Pilsen. El elector de Baviera marchó sobre Budweis, y los sajones (que se unieron a los aliados contra Austria) invadieron Bohemia por el valle del Elba. Al inicio, los austriacos ofrecieron poca resistencia, sin embargo, en poco tiempo un considerable ejército austriaco intervino en Tábor entre el Danubio y los aliados, mientras que las tropas austríacas de Neipperg fueron trasladados desde Silesia hacia el oeste para defender Viena.

Con esta disminución de tropas austriacas en Silesia, Federico pudo concentrarse en capturar las fortalezas restantes que aún resistían a los prusianos. Antes de irse de Silesia, Neipperg había hecho un curioso acuerdo con Federico, el llamado acuerdo de Klein-Schnellendorf (9 octubre 1741). Mediante este acuerdo, la fortaleza de Neisse se rindió después de un sitio simulado, y los prusianos accedieron a que los austriacos se retiraran. Al mismo tiempo en septiembre de 1741, los húngaros, movilizados por el carisma de María Teresa, se unieron al esfuerzo de guerra, contribuyendo con 60.000 tropas ligeras. Se formó un nuevo ejército bajo el mariscal de campo Khevenhüller en Viena, y los austríacos lanzaron una campaña de invierno contra las fuerzas franco-bávaros en Bohemia y el pequeño ejército de Baviera que se mantuvo en el Danubio para defender el electorado.

Los franceses, mientras tanto, entraron en Praga el 26 de noviembre de 1741, Francisco Esteban, esposo de María Teresa, quien comandaba al ejército austriaco en Bohemia, se movió demasiado lento para salvar la fortaleza. El elector de Baviera, que ahora se hacía llamar archiduque de Austria, fue coronado rey de Bohemia (9 diciembre 1741) y elegido emperador del Sacro Imperio como Carlos VII (24 de enero 1742).

Para Diciembre, las acciones en Bohemia se redujeron a meras escaramuzas. En el Danubio, Khevenhüller, el mejor general de Austria, avanzó rápidamente e hizo retroceder a los aliados, cortándoles la retirada en Linz; para luego invadir Baviera. Múnich se rindió a los austriacos el mismo día de la coronación de Carlos VII.

Hacia finales de la campaña, los franceses, bajo el mando del viejo mariscal Broglie , mantenían un precario equilibrio en Bohemia, amenazados por el grueso del ejército austriaco, y Khevenhüller quien ocupaba Baviera. Mientras que Federico logró una tregua secreta con Austria.

Italia

En Italia se enfrentaron españoles y franceses, por un lado, y austriacos por otro. En julio de 1741 se prepara un ejército español para trasladarlo a Italia con la intención de enfrentarse a sardos y austriacos.

América

La llamada Guerra del rey Jorge (1744–1748) representó la fase americana de la Guerra de Sucesión Austriaca, y la primera de las guerras de Carnatic constituyó la fase india de la misma, ambas libradas entre Francia y Gran Bretaña.

Tratado de Aquisgrán (1748)

El tratado de Aquisgrán puso fin a la Guerra de Sucesión Austriaca en 1748, así como a la llamada Guerra del rey Jorge. Establecía que todas las conquistas llevadas a cabo durante la misma fueran devueltas a sus dueños originales. María Teresa I conservó sus territorios, salvo Silesia, que fue cedida a Prusia. Felipe V de España, a pesar de llevar dos años muerto, consiguió los ducados de Parma, Plasencia y Guastalla. El tratado devolvió Louisbourg (Canadá) a Francia y entregó Madrás (India) a los británicos.

La decisión de Austria de recuperar Silesia llevó a la Guerra de los Siete Años (1756–1763), que dio continuación al conflicto entre Francia y Gran Bretaña por sus colonias en América e India.

Guerra de Sucesión Austriaca
Fecha 16 de diciembre de 1740-

18 de octubre de 1748

Lugar Europa, América del Norte y la India
Resultado Tratado de Aquisgrán (1748)
María Teresa retiene el trono austriaco
Prusia confirma su dominio de Silesia
Los ducados de Parma, Piacenza y Guastallapasan a los Borbones españoles
Beligerantes
Banner of the Holy Roman Emperor (after 1400).svg Sacro Imperio Romano Germánico
· Electoral Standard of Bavaria (1623-1806).svg Electorado de Baviera (1741-1745)
Royal Standard of the King of France.svg Reino de Francia
Flag of Prussia (1466-1772).svg Reino de Prusia
Bandera de España 1701-1760.svg Reino de España
Flag of Electoral Saxony.svg Electorado de Sajonia (1741-1742)
Flag of the Kingdom of Naples.svg Reino de Nápoles
Bandiera del Regno di Sicilia 4.svg Reino de Sicilia
Flag of Genoa.svg República de Génova
Sweden-Flag-1562.svg Reino de Suecia
Savoie flag.svg Reino de Cerdeña (1741-1742)
Ducado de Modena (antes de 1830).svg Ducado de Módena y Reggio
Banner of the Holy Roman Emperor (after 1400).svg Sacro Imperio Romano Germánico
· Flag of the Habsburg Monarchy.svg Archiducado de Austria
Union flag 1606 (Kings Colors).svg Reino de Gran Bretaña
Flag of Hanover (1692).svg Electorado de Brunswick-Luneburgo
Statenvlag.svg Provincias Unidas de los Países Bajos
Flag of Electoral Saxony.svg Electorado de Sajonia (1743-1745)
Savoie flag.svg Reino de Cerdeña (1742-1748)
Flag of Russia.svg Imperio ruso (1741-1743; 1748)
Comandantes
Electoral Standard of Bavaria (1623-1806).svg Carlos VII
Royal Standard of the King of France.svg Luis XV de Francia
Royal Standard of the King of France.svg Conde de Sajonia
Royal Standard of the King of France.svg Duque de Broglie
Royal Standard of the King of France.svg Duque de Belle-Isle
Flag of Prussia (1466-1772).svg Federico II de Prusia
Flag of Prussia (1466-1772).svg Leopoldo I de Anhalt-Dessau
Flag of Prussia (1466-1772).svg Leopoldo II de Anhalt-Dessau
Flag of Prussia (1466-1772).svg Kurt Christoph von Schwerin†
Bandera de España 1701-1760.svg Felipe V de España
Bandera de España 1701-1760.svg Carlos de Nápoles y Sicilia
Bandera de España 1701-1760.svg Duque de Parma
Bandera de España 1701-1760.svg Conde de Gages
Sweden-Flag-1562.svg Charles Emil Lewenhaupt
Flag of Genoa.svg Lorenzo de Mari
Flag of the Habsburg Monarchy.svg María Teresa I
Flag of the Habsburg Monarchy.svg Francisco I
Flag of the Habsburg Monarchy.svg Graf de Aichelberg-Frankenburgo
Flag of the Habsburg Monarchy.svg Príncipe de Lorena
Flag of the Habsburg Monarchy.svg Conde de Abensberg-Traun
Flag of the Habsburg Monarchy.svg Conde de Neipperg†
Union flag 1606 (Kings Colors).svg Jorge II de Gran Bretaña
Union flag 1606 (Kings Colors).svg Duque de Cumberland
Union flag 1606 (Kings Colors).svg Thomas Mathews
Statenvlag.svg Príncipe de Waldeck y Pyrmont
Flag of Electoral Saxony.svg Federico Augusto II
Flag of Electoral Saxony.svg Conde de Rutowsky
Savoie flag.svg Carlos III de Cerdeña
Flag of Russia.svg Conde de Lacy

La Conquista del Polo Norte


Hace un siglo, el 14 de diciembre de 1911, el noruego Roald Amundsen al frente de un equipo de cinco hombres, alcanzó el Polo Sur por primera vez en la Historia. El 17 de enero de 1912, 34 días más tarde, Robert Falcon Scott, junto con otros cuatro británicos, llegaba caminando hasta aquel mismo punto en el corazón del continente antártico. El primero retornó a la civilización; el segundo falleció mientras regresaba al campamento base. Uno se trajo el éxito; el otro quedó atrapado por el fracaso junto a sus compañeros. Ambos se convirtieron en héroes.

Los tintes épicos que rodearon la conquista del polo Sur en los albores del siglo XX, convirtieron esta carrera en la más dramática de cuantas competiciones jamás ha emprendido el espíritu humano. Auspiciados por un pujante nacionalismo y con el apoyo de descubrimientos como las máquinas de vapor y los nuevos medios de comunicación que hicieron al mundo mucho más pequeño, en el periodo entre mediados del siglo XIX y la mitad del XX las grandes naciones de Occidente se lanzaron a conquistar el mundo.

Alemania, Estados Unidos, Bélgica, Francia, Italia, Suecia y especialmente una Inglaterra cargada de poderosas razones victorianas, fueron borrando una tras otra las últimas manchas blancas del mapamundi. La fiebre de la conquista se propagó de las selvas africanas a los desiertos centrales de Asia, alcanzando su arrebato en las regiones polares, hasta alcanzar su final al mismo tiempo que se lograba ascender a las cumbres más altas de la Tierra, en el Himalaya y ya en la década de los pasados 50. Sólo cuando hubo conquistado aquellos últimos lugares vírgenes, el hombre miró al espacio.

El camino del polo Sur pasa por el polo Norte

«Se ha conquistado el polo Norte». En 1909 viajó por todo el mundo la noticia de que Robert Peary lo había logrado —es muy posible que tanto Frederick Cook como Robert Peary pensasen que realmente habían conseguido el éxito en sus respectivas aventuras. Hoy se ha demostrado que no lo hicieron, pero en 1909 no se sabía nada de esto—. Fue un duro revés para el noruego Roald Amundsen, que preparaba una expedición para ser él el primero. Había conseguido que Fridtjof Wedel-Jarlsberg Nansen le dejase el barco polar ‘Fram’; también que el Gobierno noruego y diferentes patrocinadores de su país subvencionasen la aventura.

Haciendo uso de su mentalidad práctica, en la que lo que realmente importaba era conseguir sus objetivos, supeditando la manera de lograrlo al éxito final, Amundsen cambió su sueño anhelado. En vez del ya conquistado polo Norte, marcharía al todavía virgen polo Sur.

Para evitar que nadie le retirase sus apoyos y sobre todo, porque sabía que el británico Robert Falcon Scott se dirigía a la Antártida con idéntico objetivo, Amundsen mantuvo en secreto sus cambios de planes durante el año que duraron los preparativos del viaje. «Si se quería salvar la expedición, era necesario actuar rápidamente y sin ninguna vacilación. Con la misma velocidad que las noticias habían viajado a través del mundo, decidí cambiar mi punto de vista y volví mi mirada hacia el polo Sur», escribiría Amundsen sin el menor inconveniente en el relato de aquella aventura.

http://estaticos.elmundo.es/especiales/2011/12/ciencia/antartida/swf/antartida.swf

 

La edad de oro de la exploración polar

La épica de los descubrimientos tuvo su momento álgido en los albores del siglo XX con la conquista de ambos polos. Nunca antes se vio algo semejante, nunca jamás el hombre se expuso y se fajó cuerpo a cuerpo con una naturaleza cuya esencia salvaje la convirtió a nuestros ojos en despiadada. El periodo se conoce como la edad de oro de la exploración polar.

Esta edad de oro tuvo en los noruegos Fridtjof Nansen y Roald Amundsen y en el británico Ernest Shackleton sus mejores exponentes. Después de sus gestas, sólo los intentos por subir a Everest de los alpinistas británicos, en especial de George Mallory —desaparecido en 1924 tal vez mientras descendía de la cima del techo del mundo—, lograron un paroxismo dramático semejante.

A finales del XIX el más preciado objetivo de la exploración era la conquista del polo Norte. El noruego Nansen estuvo a punto de conseguirlo en un memorable viaje a través de la banquisa ártica entre 1893 y 1896. No lo consiguió por poco. Años después, en febrero de 1908, el médico y experimentado explorador polar estadounidense Frederick Cook partió de Groenlandia hacia el punto más al norte del globo, iba en compañía de dos esquimales llamados Ahpellah y Etikishook. Afirmó haberlo alcanzado el 22 de abril de 1908.

La discrepancia de las observaciones de Cook con las de sus compañeros inuit y la falta de los datos tomados en aquel viaje, al parecer guardados en unas cajas que desaparecieron en Groenlandia tras su regreso, junto con las imprecisiones en el relato de su ascensión al monte McKinley años antes, restaron credibilidad a las palabras del médico americano. El también explorador polar estadounidense Robert Edwin Peary supo aprovechar aquellas fisuras y, gracias a una intensa intensa campaña de desacreditación secundada por sus incondicionales, hizo que se le negase el éxito a Cook en el polo Norte.

Un año después, el 6 de abril de 1909, Peary afirmó haber sido el primero en el polo Norte, con la compañía de cinco miembros de una gran expedición formada por 23 hombres. Su hazaña sí fue reconocida como auténtica durante muchos años. En la actualidad pocos piensan que realmente lo lograse. El enfrentamiento entre los partidarios de Cook y los de Peary aún no se ha resuelto, más aún después de las últimas evidencias que dejan al segundo en entredicho.

El tiempo que Peary declaró haber empleado en alcanzar el polo Norte fue una de ellas. Posteriores travesías polares demostraron que es la tercera parte del menor número de días posibles que son necesarios para recorrer el itinerario que dijo haber seguido el americano. La rectificación de parte de sus diarios y otros asuntos, han hecho concluir que Peary nunca llegó al polo y tal vez se quedase a 150 kilómetros de distancia de dicho punto geográfico.

De esta manera, tan anhelado lugar continuó virgen hasta que el 6 de abril de 1969 el explorador británico Sir Wally Herbert, lo alcanzó por primera vez en la Historia a pie y en completa autonomía durante la Expedición Británica Transártica, un viaje en el que empleó 16 meses. Singular paradoja dice mucho de la dificultad de las aventuras polares: el hombre puso el pie en uno de los lugares más hostiles y alejados de la Tierra el mismo año que logró pisar la Luna.

La carrera más fría de la Historia

El 7 de junio de 1910 Roald Amundsen partió a bordo del ‘Fram’ desde Christiania, en Noruega. En vez de enfilar hacia el Ártico, se dirigió hacia el Atlántico Sur. Sólo cuando habían atracado en Madeira, última escala antes de la Antártida, Amundsen descubrió a una sorprendida tripulación que se dirigían al continente helado.

El aviso del cambio de planes también causó sorpresa a Fridtjof Nansen, propietario del ‘Fram’, y a los miembros de la Expedición Británica Antártica, a quienes les pareció más que inadecuado. Amundsen escribió desde la isla portuguesa un escueto comunicado a Scott: «Permítame informarle que el ‘Fram’ se dirige a la Antártida. Amundsen». Punto final.

Alcanzada la bahía de las Ballenas, un lugar cercano al elegido por la expedición de Scott para instalar su campamento base, el ‘Fram’ dejó en tierra firme a nueve hombres en enero de 1911, dispuestos a pasar el duro invierno antártico como parte de la preparación para el viaje al polo Sur. Junto a ellos, 95 perros esquimales y una amplia cabaña de madera que había viajado hasta allí en dos secciones y víveres para aguantar dos temporadas.

Al mismo tiempo, los británicos desembarcaban en el cabo Evans. Después de que en 1902 viajase al frente del ‘Discovery’, en la Expedición Antártica Nacional Británica, Robert Falcon Scott, oficial de la Marina británica, regresó al polo aquel 1910 a bordo del ‘Terra Nova’. Había preparado a conciencia su expedición, o eso creía: 65 hombres, trineos motorizados, 19 ponis de Manchuria, 39 perros, 162 carneros, cerdos y varias toneladas de comida y combustible. Enterado de los planes del noruego cuando se dirigía a la Antártida, acampó en dicho cabo de la isla de Ross para pasar el invierno.

El 19 de octubre de 1911, ya iniciado el breve verano ártico, cinco noruegos comandados por Roald Amundsen se dispusieron a cruzar la plataforma de Ross. Llevaban cuatro trineos que tiraban 13 perros nórdicos cada uno.

Scott inició la travesía de la plataforma de Ross al frente de un grupo de ocho hombres acompañados por 10 ponis el 24 de octubre de aquel mismo año. Su lugarteniente, Teddy Evans, comandaba un grupo a bordo de trineos con motor. El 21 de octubre se unieron ambos grupos para comenzar la travesía de la plataforma de Ross, una gigantesca capa de hielo que cubre una amplia bahía que penetra en la Antártida y que debían cruzar ambas expediciones.

La distancia que ambos grupos tenían que recorrer superaba los 1.450 kilómetros. Scott había calculado un ritmo diario de 20 kilómetros, de manera que en su viaje de ida y vuelta hasta el polo Sur, debía terminar en el campamento base de cabo Evans a comienzos de marzo de 1912. Por su parte Amundsen, cuando ya había regresado de su travesía polar, calculó que la ruta que recorrieron fue de 1.400 kilómetros, a razón de 25 kilómetros diarios de media.

Tras cruzar la peligrosa plataforma de Ross, los noruegos alcanzaron el 11 de noviembre la cordillera de la reina Maud. Apenas tardaron cuatro días en cruzarla. «El viaje entre 81 y 83º se convirtió en viaje de placer; un lindo terreno, hermosos trayectos en trineo y una temperatura sin variar», refiere Amundsen en su diario.

El 8 de diciembre, por un terreno sin demasiadas dificultades, llegaron al punto más meridional alcanzado por el británico Shackleton durante su expedición de 1907-1909, a 88º 23’S y unos 155 kilómetros del polo Sur. Seis jornadas más tarde, el 14 de diciembre de 1911, exactamente a las tres de la tarde, Roald Amundsen, junto con sus compañeros Olav Bjaaland, Helmer Hanssen, Sverre Hassel y Oscar Wisting, alcanzaron su anhelado objetivo: estaban en el polo Sur. Levantaron la bandera noruega, erigieron una tienda de campaña y tomaron fotografías. La alegría del éxito no impidió a Amundsen escribir aquel mismo día en su diario: «Nunca he conocido a nadie que se haya visto tan diametralmente opuesto a la meta de su vida que yo. Desde niño siempre he soñado con llegar al polo Norte y ahora me encontraba en el polo Sur. ¿Puede alguien imaginar algo tan contradictorio?».

Mientras tanto, Scott y sus hombres tardaron un mes en atravesar la plataforma de Ross desde que iniciaron el viaje. El 21 de diciembre se encaraman a la plataforma antártica. En este lugar Scott eligió a cuatro hombres para que le acompañasen rumbo al polo: Henry Bowers, Edward Wilson, Lawrence Oates y Evans, enviando al resto de regreso. Fue en lo único en que coincidieron el británico y el noruego.

Tras montar varios depósitos de víveres, el 6 de enero alcanzaron el punto Shakleton y 11 días más tarde, el 17 de enero de 1912, 34 días más tarde que sus adversarios y después de una extenuante travesía, los británicos se encontraron en el polo Sur con la tienda y la bandera dejada por los noruegos. Como futbolistas que han perdido un simple partido, la foto que se hacen allí mismo muestra unos rostros que aceptan resignados el destino; sus caras no parecen más defraudadas que quienes sufren una goleada. Aunque Scott garabateó entonces en su diario: «Ha sucedido lo peor. Nuestros sueños deben esfumarse. ¡Dios mío, este lugar es horrible!», al tiempo que señaló que el viaje de vuelta sería «monótono y cansado».

El éxito de Amundsen

De carácter implacable y resolutivo, Amundsen describió con todo detalle las jornadas que pasó con sus cuatro compañeros en el punto más meridional de la Tierra. «Habíamos estimado que estábamos en el Polo. Evidentemente, todos sabíamos que éste no era el punto exacto: era imposible con el tiempo que hacía acertar con el punto concreto».

Para asegurarse el triunfo, Amundsen tramó una estrategia radical, que llevaron a cabo a lo largo de cuatro jornadas. Lo hicieron tres hombres, cada uno de los cuales partió en dirección diferente durante 20 kilómetros. Las líneas de su travesía, unidas a la que habían seguido para llegar a aquel punto, componía una cruz que abarcaba el círculo en cuyo interior pensaban se situaba el punto geográfico. Dos de ellos empezaron a caminar formando un ángulo recto respecto a la dirección de la ruta que les había llevado hasta allí. El tercero continuó en línea recta los citados 20 kilómetros. Una vez completada la distancia, regresarían al punto de partida. Los otros dos expedicionarios, Amundsen entre ellos, quedaron en el campamento realizando mediciones.

De regreso los otros tres, constataron que se encontraban a 89º 54′ 30″, por lo que decidieron recorrer los 10 kilómetros que pensaban les quedaban hasta alcanzar el polo Sur. Lo alcanzaron sin problemas dejando mensajes, comiendo algo menos austeramente que el resto del tiempo, colocando la bandera y la tienda para que no fueran arrancadas por los vientos y abandonando todo lo que consideraron superfluo para el regreso. Cuando sus adversarios británicos alcanzaron el polo 34 días más tarde, poco más pudieron hacer que constatar su fracaso.

Concluida aquella estancia en el punto más meridional de la Tierra, Amundsen y sus compañeros regresaron hacia el campamento base, a donde llegaron 99 jornadas después de su partida. Posteriores mediciones con GPS han constatado que Amundsen y sus compañeros acamparon a 2.500 metros del polo Sur geográfico.

Pocos dudan de que, de haber podido hacerlo, Amundsen habría viajado en solitario al polo Sur. Pero esa misma avidez que le obligaba a mantener su carácter, le hacía discernir qué era lo más conveniente para sus planes y en aquella conquista necesitaba a sus compañeros. Esto no impidió que reconociera el papel de los cuatro hombres que le acompañaron en aquel viaje soñado.

«Cinco ajadas manos, casi congeladas, sujetaron el mástil desplegando la bandera al aire, y lo plantaron, como los primeros en llegar al polo Sur geográfico», escribió en el relato de la expedición, donde señala que tan simbólico acto tenía que realizarse entre todos, que no tendría sentido que lo hiciera uno sólo, sino «todos los que habían arriesgado sus vidas en el esfuerzo y habían permanecidos juntos. Era la única forma en que podía demostrar mi gratitud a mis camaradas».

Triunfador absoluto en aquella despiadada carrera, el noruego se despojó de la parquedad anidada en el corto mensaje de aviso de sus intenciones de ir a la Antártida enviado desde Madeira. Dentro de la tienda que quedó en el polo Sur, Amundsen dejó una nota a sus adversarios, la cual, visto el desenlace de la historia, adquiere un especial dramatismo:

«Querido comandante Scott: Como vd. será probablemente el primero en llegar aquí después de nosotros, ¿puedo pedirle que envíe la carta adjunta al Rey Haakon VII de Noruega? Si los equipos que hemos dejado en la tienda pueden serle de alguna utilidad, no dude en llevárselos. Con mis mejores votos. Le deseo un feliz regreso. Sinceramente suyo. Roald Amundsen».

Tragedia en el regreso

La renuncia de Scott a llevar perros y la imposibilidad de los caballos para moverse sobre nieve blanda, obligó a los hombres a arrastrar los trineos. Los británicos debieron realizar un esfuerzo supremo para mover los pesados trineos en una nieve en la que se hundían hasta las rodillas, un esfuerzo que a la postre les obligó a pagar el precio más caro posible: sus propias vidas.

Aunque en una primera parte caminaron rápido, la llegada del mal tiempo, con un aumento de la temperatura que hizo muy peligroso los glaciares que cruzaban, les hizo demorarse cada vez más. La caída a una grieta de Edgard Evans les retrasó más aún. Los depósitos de combustible que habían ido dejando se estropearon por el frío.

El 17 de febrero, Evans muere. Sus compañeros le dejan en el hielo y continúan la travesía de la letal plataforma de Ross. Las ventiscas catabáticas que les golpeaban, unido a su debilidad extrema y a las congelaciones, ralentizaron cada vez más su retorno. Para entonces, los noruegos estaban a sólo tres jornadas de alcanzar su campamento base en la bahía de las Ballenas, en un viaje ida y vuelta que supuso cerca de 3.000 kilómetros y 99 días de travesía.

El 16 de marzo Lawrence Oates, el más perjudicado de todos los británicos, con escorbuto, una pierna gangrenada y sin poder caminar apenas, salió de la tienda mientras decía: «Voy a salir y puede que tarde en volver». No regresó nunca. Oates no quiso ser una carga para sus compañeros. Su sacrificio no valdría de nada. El 29 de marzo aparece la última anotación en el diario de Scott. «El fin no puede estar lejos… Por el amor de Dios, cuidad de los nuestros». Fueron incapaces de continuar, a pesar de encontrarse sólo a 18 kilómetros de un depósito de víveres y combustible.

Una expedición de socorro encontró el verano siguiente los cuerpos de los cuatro infortunados dentro de sus sacos en la desvencijada tienda. Admirados como pocos, Scott y sus compañeros se convirtieron en el paradigma del héroe británico y su normalmente trágico destino. Revisiones posteriores concluyeron que Scott falló en su estrategia, por carecer de experiencia polar suficiente. Su renuncia a los perros, tal vez por razones morales, el fracaso de los ponis siberianos como animales de carga, no utilizar vestimentas adecuadas y que la ruta que siguieron era mucho más peligrosa y complicada que la elegida por los noruegos son las principales razones del fracaso.

Por su parte, Amundsen fue acusado dentro y fuera de Noruega de absoluta falta de ética, primero al no haber comunicado sus intenciones de ir al polo Sur hasta el último momento, y segundo por acercarse a un objetivo que ‘pertenecía’ ya a los británicos, en razón de los intentos que habían realizado anteriormente.

Roald Amundsen

Prototipo del héroe al que nada hace doblar su espíritu, el noruego Roald Amundsen tuvo siempre muy claras las cosas. Dispuesto a no renunciar a los medios que fueran, siempre que le ayudasen a conseguir sus objetivos, se convirtió en el más implacable explorador polar.

Inspirado por su compatriota Fridtjof Nansen, Amundsen no tardó en adoptar la metodología de aquel en sus aventuras. Estudió e hizo suyas las formas de vida de los inuit en las regiones árticas. Combinándolas con otros conocimientos de los pueblos escandinavos, como el uso de esquís, encontró la receta que le posibilitó hacer realidad sus sueños.

Capaz de adaptarse sin el menor problema a los entornos y circunstancias más difíciles y hostiles, Amundsen vivió como un esquimal en el ártico canadiense, durante meses se alimentó de perros y pinguinos en la Antártida, aprendió a manejar ingenios aéreos cuando vio que eran el camino más seguro para alcanzar el polo Norte y no dudó en ocultar sus verdaderas intenciones a quienes eran sus mentores como el citado Nansen, quien le dejó su barco, y el Gobierno noruego, que sufragó sus expediciones.

Criticado dentro y fuera de Noruega por este estilo pragmático, Amundsen tuvo su némesis en la falta de sostén económico que le acompañó gran parte de su vida, contratiempos que no pudieron evitar que fuera el más grande de los exploradores polares: formó parte de la primera expedición que pasó un invierno en la Antártica, fue el primero en atravesar el mítico Pasaje del Noroeste, el primero en alcanzar el polo Sur como líder de un grupo integrado por cinco hombres y el primero en sobrevolar el polo Norte en avión, junto con Riiser-Larsen, Lincoln Ellsworth y Umberto Nobile.

Amundsen nació el 16 de julio de 1872 en una granja de la región de Fredrikstad, en una familia de marinos y balleneros. Encandilado por los relatos de aventureros y exploradores, en especial los relatos de Sir John Franklin y la búsqueda vana del Paso del Noroeste, con apenas 15 años y ya huérfano de padre, Amundsen tomó la determinación de consagrar su vida a la exploración polar. El éxito logrado por Fridtjof Nansen en la primera travesía de Groenlandia, cuando tenía 17 años reforzó su decisión. A la muerte de su madre en 1893, a los 21 años, deja los estudios y se enrola en una expedición al ártico.

En 1903 se enroló como primer oficial en la expedición Bélgica Antártica, dirigida por Adrien de Gerlache. A bordo del ‘Bélgica’, los componentes de la tripulación quedan atrapados por los hielos de la península Antártica por debajo de los 70º S, convirtiéndose en los primeros en pasar un invierno ártico. En aquella terrible y desconocida experiencia que duró 13 meses fue decisivo el estadounidense Frederick Cook, médico de la expedición y que más tarde tuvo un virulento enfrentamiento con Peary por demostrar que había sido el primero en alcanzar el polo Norte.

Al contrario que Nansen, Amundsen no fue un científico ni tampoco un nacionalista, aunque su pragmatismo pronto le hizo entender que ambos componentes eran esenciales para sufragar sus expediciones. La búsqueda del polo Norte magnético, un punto separado del geográfico, fue una excusa excelente para encontrar apoyos para su próxima expedición: el Paso del Noroeste. Esta mítica singladura, ocasionalmente abierta entre los hielos árticos, era una posible ruta marítima que comunicaba el norte de los océanos Atlántico y Pacífico por el norte del continente americano, ahorrando miles de kilómetros de navegación.

Amundsen adquirió un pequeño pesquero, el ‘Gjoa’, de sólo 21 metros de largo y 45 toneladas. Los barcos polares tendían a tener un tamaño grande, pues aparte de una tripulación más o menos numerosa, debían alojar ingentes cantidades de alimentos, combustible y pertrechos para las travesías polares. En el ‘Terra Nova’, por ejemplo, empleado por el capitán Scott en su expedición a la Antártida de 1911, gran parte de la impedimenta hubo de ser estibada en los camarotes de la tripulación.

El ‘Gjoa’ era todo lo contrario. Y aquí se encuentra una buena muestra del admirable espíritu práctico que gobernó a Amundsen. Este barco fue el más pequeño navío de exploración ártica jamás visto. Preparado para sólo siete tripulantes, en él, llevó lo imprescindible, pues pensaba obtener el alimento cazando y pescando a lo largo de su travesía. Lo que a priori parecía un inconveniente decisivo, resultó clave para el éxito de la expedición, pues el escaso calado del barco hizo posible que encontrara paso por los estrechos canales entre las islas y costas del norte de Canadá, por donde jamás hubiera pasado otro navío de mayores dimensiones.

Entre 1903 y 1905 logró forzar aquella travesía, pasando dos inviernos en la Tierra del Rey Guillermo, al norte de Canadá. Allí Amundsen se sumergió en la forma de vida y la cultura inuits, algo que le ayudó de manera decisiva en el resto de sus travesías polares. Concluida la travesía en el verano de 1905, El ‘Gjoa’ alcanzó la costa de Yukón.

No contento con ello, Amundsen recorrió sobre sus esquís sin el menor problema los 800 kilómetros de distancia ida y vuelta que le separaban de Eagle City, en Alaska, donde estaba el telégrafo más cercano, la única forma de comunicar al mundo la consecución de su éxito y cumplir con el acuerdo que tenía con el Times. Por desgracia, la noticia se filtró en el camino y fe divulgada por los periódicos norteamericanos antes, perdiendo Amundsen la cantidad acordada por la exclusiva.

Al polo por los aires

De regreso de la Antártida, Amundsen se convirtió en héroe, aunque no dejó de recibir severas críticas por su manera de empezar aquella expedición a la Antártida. Poco tiempo después empezó la I Guerra Mundial. Allí descubrió el noruego las posibilidades que ofrecían los aviones a la exploración polar. No tardó en comprarse uno y fue el primer noruego en obtener un carnet civil de piloto.

Con el ‘Maud’ inició en 1918 la travesía del Paso del Noreste, es decir la circunvalación del océano glaciar Ártico entre sus banquisas heladas y las costas del norte de Siberia. Estuvo empeñado en aquella aventura cuatro años y, aunque logró ser el tercero en atravesar el pasaje, terminó arruinado. Con la liquidación del barco, Amundsen concluyó su periodo marítimo, consagrándose a la exploración polar desde el aire.

En 1925 dirigió una expedición de dos ligeros hidroaviones Dornier Do J rumbo al polo Norte en la que a punto está de perder la vida con sus cinco acompañantes, sin lograr el objetivo. En 1926, se embarcó en el zepelin ‘Norge’, Noruega, junto con el creador del aparato el ingeniero italiano Umberto Nobile y 14 hombres más, logrando la primera travesía aérea del Ártico, tras partir de Ny-Alesun, en las islas Svalbarg, y alcanzar la población de Teller, en Alaska, después de un vuelo de cuatro días en los que el 12 de mayo, a las 1.25 horas, sobrevolaron el polo Norte por primera vez en la Historia.

Dos años más tarde, durante un vuelo de rescate sobre el ártico en busca de los tripulantes de otro dirigible de su amigo Nobile, el ‘Italia’, caído cuando regresaba de una nueva travesía sobre el polo Norte, el avión que pilotaba Roald Amundsen en compañía de otros cinco tripulantes, desapareció en el mar de Barents. Nunca fueron encontrados, a pesar de que sus restos se buscaron en distintas ocasiones, incluso con submarinos teledirigidos.

Nansen

«Lo difícil es lo que tarda cierto tiempo; lo imposible es lo que tarda un poco más». Sin los antecedentes del autor de la frase que abre estas líneas, no podría entenderse la figura de Roal Amundsen. Tampoco, aseguran muchos noruegos, la de la propia Noruega.

Marino, diseñador naval, científico, oceanógrafo, zoólogo, diplomático, escritor, antropólogo, esquiador, político, destacado humanista, premio Nóbel y explorador, la aportación de Fridtjof Wedel-Jarlsberg Nansen a la nación nórdica, a la exploración polar, al conocimiento y al sentimiento humanitario es tan importante, potente y variada que cuando relatamos su vida, parece que hablamos de varios Nansen en vez de uno solo.

Nacido en el seno de una familia acomodada en 1861 en Oslo, su infancia fue un periodo decisivo en el que fortaleció su cuerpo practicando el esquí y viviendo intensamente en la naturaleza. Realizó con 20 años su primer viaje ártico a bordo de un barco cazador de focas en Groenlandia. Licenciado en zoología encontró trabajo en el museo de historia natural de Bergen, aunque su cabeza no se apartaba del Ártico.

Después de una laboriosa preparación, en 1888 se embarcó rumbo a Groenlandia junto con cinco compañeros. Sus intenciones eran realizar la ansiada travesía de costa a costa de la isla más grande del mundo. Al contrario que los que le precedieron, quienes siguieron dirección Oeste-Este, Nansen tuvo la idea de intentarlo al revés. Consideraba más duro psicológicamente abandonar la seguridad de las aldeas inuit de la costa oeste y lanzarse rumbo a la nada, que empezar en esa nada que es el resto de Groenlandia y caminar escapando de ella con la esperanza de alcanzar dichas poblaciones. «Sólo nos esperaba la muerte o la costa oeste de Groenlandia», escribiría después en el relato de la aventura.

Después de un recorrido de más de 500 kilómetros, soportando temperaturas inferiores a los 45º bajo cero, consiguieron la primera travesía de Groenlandia. Después de ello, Nansen se quedó un invierno viviendo con los esquimales.

Allí aprendió la forma de vida de los inuit, aplicándolas en sus posteriores viajes árticos. Aparte de adoptar sus ropas, Namsen descubrió que la mejor manera de desplazarse sobre el hielo polar era con trineos tirados por perros mientras los hombres marchaban con esquís, manteniéndose de esa manera una velocidad homogénea, sin que ninguna de las dos partes del equipo (hombres y animales) retrasase a la otra. Esta manera de afrontar el reto polar inspiró a su compatriota Nansen, conquistador años después del polo Sur.

Cuando regresó a Noruega, Nansen ya era conocido internacionalmente. Aquello le permitió presentar a la Sociedad Geográfica Noruega su proyecto para alcanzar el polo Norte. Con los fondos construyó el ‘Fram’ un barco polar específicamente preparado para la travesía. A bordo de aquel navío partió en 1893 rumbo al Ártico.

Su idea era dejarse atrapar por los hielos, para que la deriva oceánica le acercase al polo Norte. Durante dos inviernos el ‘Fram’ permaneció entre los hielos árticos. Nansen aprovechó para realizar diferentes estudios e investigaciones. Finalmente dedujo que los movimientos de la banquisa jamás les llevarían al ansiado polo. Tomó entonces uno de sus riesgos controlados, decisiones al límite que parecían suicidas, pero que él había sopesado largamente.

En compañía del notable esquiador Hjalmar Johansen abandonó el ‘Fram’ y al resto de su tripulación a los 84º 4’ N el 14 de marzo de 1895, para emprender un viaje a pie y esquiando que les llevase al polo. Se llevaron dos trineos, dos kajaks y 27 perros. Casi un mes después, el 8 de abril, a 86º 14’ N decidieron regresar.

El deshielo de la banquisa les obligó a utilizar los kajaks y a sacrificar todos los perros. Con una comida insuficiente cazaron focas y osos, alcanzando tierra firme en el archipiélago de la Tierra de Francisco José. Con piedras, líquenes y musgos construyen un abrigo donde pasan un largo invierno. A la primavera siguiente, el 17 de junio de 1896 encuentran a la expedición del británico Jackson-Harmsworth, con quien regresan a Noruega.

Fueron recibidos como héroes, no en vano habían alcanzado el punto más cerca del polo jamás pisado por el hombre, habían pasado tres inviernos sin problemas de salud y habían realizado importantes estudios oceanográficos y zoológicos. Pero sobre todo porque en aquellos momentos Noruega vivía una efervescencia nacionalista que concluiría con su independencia de Suecia en 1905.

Nansen participó de forma decisiva en la formación de aquel sentimiento de nación. Consagrado a sus investigaciones, realizó importantes aportaciones al conocimiento neurológico y estuvo propuesto para el premio Nóbel en Medicina, que acabó recayendo en el español Santiago Cajal en 1906. Aparte de sus trabajos neuronales, continuó con los estudios oceanográficos con diversos descubrimientos sobre las corrientes oceánicas y la fauna marina.

La independencia de Noruega hizo a Nansen virar su vida hacia la política. Nombrado primer embajador noruego en Londres, su relacción con el monarca Eduardo VII garantizó a su país la integridad del territorio. De regreso a Noruega continuó con diversas campañas de investigación oceánica por los océanos Glacial Ártico y Atlántico norte.

Al final de la Primera Guerra Mundial, Nansen se consagró a la ayuda humanitaria. Convertido en alto comisionado de la Sociedad de Naciones, embrión de las Naciones Unidas, creo el famoso pasaporte Nansen, documento que permitió salvar la vida a 450.000 refugiados de 26 países. En 1922 recibió al fin el Premio Nóbel, en la modalidad de la Paz. El resto de su vida continuó implicado en la ayuda humanitaria por todo el mundo, hasta su muerte en 1930.

La aportación de Fritdjof Nansen a la exploración polar fue la más decisiva. Una preparación exahustiva del desafío a emprender, el conocimiento y la adopción de las formas de vida de la nación inuit, en especial sus prendas y el uso de perros fueron las claves de su manera de afrontar los retos polares y de conseguir el éxito.

Scott

El sacrificio de Robert Falcon Scott y sus cuatro compañeros en aras del ideal de una conquista, hizo que la sociedad británica olvidase que habían perdido la carrera y los elevó a la cúspide de su imaginario. Llegaron después que Amundsen, pero a ningún británico pareció importarle.

No han cambiado tanto las cosas. Igual que hace tres milenios como relata Homero en La Iliada, igual que ahora mismo cuando los informativos nos aturden con cualquier gesto generoso que acarrea un fatal desenlace, la tragedia de aquel capitán de la Marina británica junto con cuatro de sus hombres, muertos en su intento de llegar los primeros al polo Sur, les convirtió en héroes.

Un siglo después de aquello, los análisis coinciden en que el fracaso de los británicos se debió a una serie de desafortunadas elecciones, así como la aparición de una meteorología extraordinariamente virulenta. Scott nunca fue consciente de ello y a quienes siguen admirando su gesta no les preocupa demasiado.

Las últimas líneas de su diario, encontrado junto a su cuerpo al año siguiente de su muerte, lo evidencian: «Asumimos riesgos y esto no hace que nos quejemos, sino que nos resignamos a la voluntad de la Providencia, decididos a esforzarnos hasta el final». La falta de experiencia de Scott fue decisiva para impedirles volver de un territorio tan terrible. «¡Dios mío este lugar es horrible!», se lamenta el británico en unas líneas escritas en el polo Sur, al constatar que el noruego Roald Amundsen se le había adelantado.

Mucho antes de aquello, en 1901, Scott dirigió una Expedición Antártica Nacional Británica. A bordo del buque Discovery alcanzó la bahía de las Ballenas, frente a la plataforma de Ross. Allí, en el verano austral, hizó un aerostato para discernir una ruta que les llevase al interior del continente antártico a través de aquella traicionera banquisa pegada a sus costas.

Pasaron dos inviernos allí y de nuevo en verano, organizaron dos expediciones para alcanzar los polos Sur magnético y geográfico. Scott se hizo acompañar por Ernest Shackleton, a la sazón tercer oficial del barco, y el físico Edward Wilson. Se quedaron a 850 kilómetros de la meta. El regreso les supuso un agotamiento extremo, la enemistad entre Scott y Shackleton y el convencimiento del primero de lo horripilante que podía ser la Antártica.

A pesar de ello, nada más regresar a Gran Bretaña comenzó a pensar en su regreso al continente helado. Espoleado por el relativo éxito del ahora adversario suyo Shackleton, quien en una posterior expedición en 1907-1909 alcanzó los 88º 23’ S, quedándose tan solo a 155 kilómetros del polo Sur, aceleró sus planes para viajar al año siguiente a la Antártida. Con 65 hombres a bordo, ingenios como trineos motorizados, perros, caballos y abundantes provisiones y combustibles, partió a bordo del ‘Terra Nova’.

La noticia durante el viaje de que Amundsen intentaría ser el primero no fue más que un mal presagio que no le hizo cambiar sus planes ni un milímetro. Con increíble similitud, ambas expediciones cumplieron idénticos plazos. Tras pasar un invierno en su campamento base en el borde de la plataforma de Ross, Scott se puso en marcha con solo cinco días de retraso respecto a Amundsen. El resto sí fue diferente.

La llegada al polo Sur 34 días después fue preludio del desastre que se avecinaba. Justo un siglo después de aquello, ver la vestimenta de aquellos cinco hombres da frío. Sus rostros dicen el resto.

Shackleton

«Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». En 1907 este anuncio en el Times causó idéntica impresión que ahora. Respondieron más de 5.000 aspirantes.

Era la tercera incursión en territorio antártico de Ernest Shackleton, carismático viajero y explorador irlandés, que resultó un absoluto fracaso, pues ni siquiera lograron acercarse al continente antártico. Sin embargo su gesta pasó por derecho propio a los anales de la exploración por la capacidad demostrada para resistir y superar las adversidades más extremas.

La primera expedición en la que participó Ernest Shackleton, fue como tercer oficial de la Expedición Antártica Británica de 1901-1904, al mando del capitán Robert Scott, en la que ambos en compañía del físico Edward Wilson alcanzaron un punto de la meseta antártica situado a 857 kilómetros del polo Sur. Esto sin tener ninguna experiencia polar, ni en el manejo de los perros ni los trineos, malcomiendo, tomando decisiones equivocadas y produciéndose continúas disputas entre ellos.

Nada más regresar a las islas Británicas Shackleton empezó a preparar un nuevo viaje al continente helado. En 1907 lideró la Expedición Antártica Imperial Británica. A bordo del Nimrod alcanzaron la isla de Ross desde donde realizaron incursiones al interior. Consiguieron la primera ascensión del volcán Erebus, determinaronn la posición del polo Sur magnético, encontraron un paso en el glaciar Beardmore y cruzaron la cordillera Transantártica, al tiempo que Shackleton en compañía de tres de sus hombres alcanzó los 88º 23’ S, en un recorrido extenuante que les dejó a sólo 180 kilómetros del polo Sur. Viéndole las orejas al lobo, Shackleton decidió darse la vuelta en ese punto. «Más vale burro muerto que león vivo», decía al justificar aquella decisión.

Y se puso a preparar otra expedición para alcanzar por fin el polo Sur. El éxito de Amundsen en 1911 lejos de desanimarle, le dio fuerzas para escoger un objetivo mucho más ambicioso: la travesía de costa a costa de la Antártida pasando por el polo Sur, en un viaje glaciar de cerca de 3.000 kilómetros.

El anuncio del Times fue parte de los preparativos de la Expedición Imperial Transantártica, que partió de Londres el 1 de agosto de 1914 a bordo del ‘Endurance’ y el ‘Aurora’. El objetivo de Shackleton era llegar a la Bahía Vahsel, junto al Mar de Weddell, para alcanzar desde allí el polo Sur y continuar hasta la isla de Ross en el otro extremo de la Antártida.

Con 28 hombres a bordo, el ‘Endurance’ quedó atrapado por la banquisa a la deriva sin poder alcanzar las costas antárticas. Triturado por la presión de los hielos, el barco se hundió el 21 de noviembre de 1914 ante los ojos de la consternada tripulación. Salvaron lo poco que pudieron. Se perdió casi todo el equipo y tuvieron que sacrificar a los perros para poder alimentarse.

Transportando sus pocas pertenencias en trineos, recorrieron la torturada superficie helada del Mar de Weddell rumbo a la isla Paulet, a 554 kilómetros. A veces caminando, otras a bordo de botes, fueron acercándose a su objetivo hasta que las corrientes marinas les impidieron alcanzarlo.

Haciendo uso de sus legendarias dotes de liderazgo, ‘el Jefe’, nombre con el que sus hombres conocían a Shackleton, cambió el rumbo para dirigirse a la isla Elefante, en el archipiélago de las Shetland del Sur. Sus hombres no lo dudaron, alcanzándola a mediados del mes de abril de 1915. Una vez allí, Shackleton con cinco de sus hombres se embarcó en una chalupa que se hizo famosa: el ‘James Caird’. A bordo de la embarcación que sólo medía 6,7 metros de largo, se lanzaron en las azarosas aguas del paso de Drake, en una singladura cuyo recorrido de 1.280 kilómetros la convertía en algo peor que incierta. Su objetivo era la isla de San Pedro, donde entonces había una base ballenera.

Dieciséis días más tarde, ya sin una gota de agua, alcanzaron la isla de Georgia del Sur. Allí se quedaron tres hombres mientras Shackleton partió con los otros dos en busca de la estación ballenera situada al otro lado de la isla. Realizaron una travesía de 35 kilómetros cruzando montañas de más de 1.200 metros de altura. Treinta y seis horas más tarde arribaron a la bahía Stormness. El 30 de agosto de 1915, después de un épico viaje, Shackleton regresaba a la isla Elefante a bordo de un remolcador chileno para recoger a sus hombres. Todos regresaron a Inglaterra sanos y salvos.

El análisis de este extraordinario caso de supervivencia en las peores condiciones posibles ha demostrado el valor del trabajo en equipo y el poder del liderazgo para el logro de los objetivos más difíciles. Después de conocer todo aquello, no puede decirse que Shackleton fracasara.

El ‘Fram’, el barco que pudo al polo

El conocimiento que Fridtjof Nansen tenía de las regiones polares quedó expresado con creces en el ‘Fram’, cuyo nombre significa Adelante. Diseñado por el armador noruego Colin Archer, siguiendo las indicaciones del propio Nansen, este barco muestra una reconocible figura panzuda. Su idea era un barco que antes que resistir la presión lateral de los hielos, flotase sobre ellos, al ser empujado encima de la banquisa.

La influencia del explorador permitió que fuera construido con madera curada que estaba destinada a barcos de la Marina Real. Estaba dotado de una quilla reforzada de hierro y tanto su timón como la hélice del motor podían retraerse dentro del casco para evitar que el hielo los rompiera. Su interior tenía todas las comodidades de la época, incluyendo lámparas eléctricas y un molino de viento para el generador.

El ‘Fram’ se mostró excelente para la navegación por los mares infectados de icebergs, pero precisamente a causa de su forma de cáscara de nuez producía fuertes mareos a sus tripulantes en cuanto salía a mar abierto, al ser zarandeado por el oleaje con mucha mayor facilidad que barcos de líneas más estilizadas.

Amundsen y los esquimales

La íntima relación establecida por Amundsen y los inuit quedó subrayada por la adopción que realizó de dos niñas esquimales años después durante sus intentos de navegar el Paso del Noreste. Cakonita, una niña de cuatro años, hija de uno de los inuit que le ayudaron en la expedición perteneciente a la tribu siberiana tsjuksji, y a otra de nueve años llamada Carmilla, hija de una mujer de aquella etnia y de un comerciante ruso.

Amundsen las llevó consigo a Noruega, donde estuvieron varios años en la localidad de Svartskog bajo la tutela del matrimonio Gade. Finalmente Amundsen las llevó de vuelta a su país, al comprobar que no podía hacerse cargo de ellas. «Bueno, sólo fue un experimento», se excusó el noruego.

La gallardía de Amundsen

La animadversión que la sociedad británica sentía hacia Roald Amundsen como consecuencia de su secretismo a la hora de anunciar sus intenciones de alcanzar el polo Sur, no impidieron que fuera presentado en la Royal Geographical Society a su regreso de la Antártida, el 15 de noviembre de 1912. Su presidente, Lord Curzón, le felicitó públicamente, resaltando la suerte que tuvo en su hazaña. Amundsen, lejos de molestarse, respondió: «Rechazaría todos los honores y beneficios a cambio de poder salvar a Scott de su terrible muerte».

El fotógrafo del frío

Frank Hurley era uno de los fotógrafos australianos más reconocidos de su tiempo. Era miembro de la expedición del ‘Endurance’ de Shackleton, en la que se enroló como fotógrafo. Su papel fue uno de los más importantes de la épica escapada de aquellos hombres. A pesar de la situación límite que se produjo con el hundimiento del barco, fue capaz de rescatar del naufragio su cámara de fotos y abundantes placas de cristal.

Gracias a ello pudo documentar de forma artísticamente precisa aquella singular aventura. Sus esfuerzos y negociaciones evitaron que las imágenes desaparecieran a la hora de ir reduciendo el bagaje para escapar de la Antártida. Un siglo después, sus magistrales imágenes enseñan un mundo remoto y majestuoso y los no menos excepcionales esfuerzos que hicieron unos hombres para sobrevivir en ellos.

La Biblia recortada

En su huida por el mar de Weddel después del naufragio del ‘Endurance’, la tripulación de Shackleton redujo al máximo su bagaje, pues era la única garantía de poder escapar de aquel infierno. Arrojaron al fondo del mar las cosas más inverosímiles, incluyendo el dinero de la expedición. Por ello adquiere más valor aún que Hurley pudiera conservar sus aparatos y material fotográfico. Entre las escasas pertenencias que se salvaron de ser abandonadas está la Biblia que llevaba Shackleton. Eso sí, le faltan muchas páginas, producto de la obsesión por reducir el peso.

La muerte del ‘Jefe’

Seis años después de la expedición ‘Endurance’, Ernest Shackleton regresó a la Antártida. Con varios de los veteranos de aquella expedición como compañeros alcanzaron la isla de Georgia del Sur al inicio del verano austral. No pudieron completar su objetivo al fallecer ‘El Jefe’ por un ataque cardiaco el 5 de enero de 1922. Su cuerpo permanece en el puerto de Grytviken, en aquella isla, el mismo en el que tiempo atrás el Endurance permaneció anclado un tiempo a la espera de la llegada de condiciones meteorológicas favorables.

Refugios históricos

Scott, Amundsen y Shackleton construyeron unos campamentos base lo más cómodo posibles para hacer frente a los duros inviernos de la Antártida. La cabaña de madera que Amundsen trasladó en piezas hasta la bahía de las ballenas se convirtió junto con las tiendas de campaña de la expedición, chozos e iglús de nieve en una mínima población que Amundsen llamó Frandheim.

Scott levantó un campamento en Cabo Scott en cuyo interior se combinaban las necesidasdes del laboratorio con las mínimas comodidades que debía ofrecer una vivienda. Construido con habitaciones y paneles prefabricados, tenía varias dependencias donde no faltaba un cuarto oscuro de revelado fotográfico y un establo para los ponis.

Por su parte, la cabaña erigida por Shackleton fue catalogada como patrimonio cultural a restaurar y conservar por la World Monuments Fund, WMF, organización que lucha por preservar estos monumentos históricos.

Los primeros en la Antártida

Se estima que el primer occidental que vislumbró las tierras antárticas fue el marino y explorador español Gabriel de Castilla, a quien los científicos españoles han dedicado la base situada en la isla Decepción. El español recorrió en 1603 las aguas situados a 64º S en las proximidades de las Shetland del Sur. En el siglo XVIII cazadores de focas españoles y sudamericanos eran frecuentes visitantes de las llamadas Antillas del Sur frente a la costa occidental de la península Antártica e incluso de algunas regiones de este último territorio.

La primera persona antártica

La noruega Solveig Gunbjörg Jacobsen tiene el honor de haber sido la primera ciudadana nacida en territorio antártico. Vino al mundo el 8 de octubre de 1913 en la estación ballenera de Grytviken, en las Georgias del Sur, un archipiélago reivindicado por los Gobiernos argentino y británico. Murió el 25 de octubre de 1996.

Bases científicas

En la Antártida se localizan 42 bases científicas permanentes (65 si se cuentan las bases temporales). Pertenecen a una veintena de países según la siguiente distribución: Argentina y Rusia (seis); Chile (cuatro); Australia, EEUU y China (tres); Francia, Reino Unido (dos) y una Alemania, Brasil, Corea del Sur, India, Italia, Japón, Noruega, Polonia, Sudáfrica, Rumania, Ucrania y Uruguay. En ellas viven unas seis mil personas.

La más antigua es la argentina Base Orcadas, en funcionamiento desde 1904. La más amplia es la McMurdo, de EEUU. También americana es la Amundsen-Scott, en el polo Sur. España tiene dos bases de exclusivo uso estival. La Juan Carlos I y la Gabriel de Castilla, ambas en las Shetland del Sur, a 150 kilómetros de la península Antártica. La primera se alza en el núcleo de Bellingshausen, en la bahía Sur de la isla Livingston; la otra, en isla Decepción.

Fuente: El Mundo

Tratado anglo-irlandés (1921)


El Tratado anglo-irlandés fue el tratado entre el Gobierno británico y la República irlandesa por el que se puso fin a la guerra anglo-irlandesa y se estableció el Estado Libre Irlandés. Fue firmado en Londres el 6 de diciembre de 1921.

Entre los signatarios que representaban al gobierno británico se encontraba David Lloyd George, que era el jefe de la delegación, mientras que la delegación de la República Irlandesa estaba encabezada por Michael Collins y Arthur Griffith. Según las cláusulas del tratado, debía ser ratificado por los miembros de los parlamentos británico e irlandés (‘House of Commons of Southern Ireland’). Aunque el tratado se ratificó, se produjo una división interna en el bando irlandés que condujo a la Guerra civil irlandesa en la que se acabó imponiendo el bando partidario del tratado.

El Estado Libre Irlandés que creaba el tratado entró en vigor el 6 de diciembre 1922 por proclamación real, una vez que su constitución había sido aprobada por el parlamento provisional de Irlanda del Sur y el Parlamento británico. Toda la isla se convirtió en el Estado Libre de Irlanda, pero el 8 de diciembre, se segregaron los seis condados del Ulster de la zona oriente del estado libre, de acuerdo con una votación de las Houses.

Contenido

Página de firmas del Tratado anglo-irlandés.

Entre los principales puntos del tratado destacan los siguientes:

  • El ejército británico se retiraría de la mayor parte de Irlanda.
  • Irlanda se convertiría en un dominio con autogobierno del Imperio Británico; un estatus que compartía con Canadá, Terranova, Australia, Nueva Zelanda y la Unión Sudafricana.
  • Al igual que en los otros dominios, el monarca británico sería jefe de Estado del Estado Libre Irlandés (Saorstát Éireann) y su representación la ejercería un Gobernador General.
  • Los parlamentarios del nuevo estado libre deberían hacer un juramento de lealtad al Estado Libre Irlandés. La segunda parte del juramento sería «ser fiel a S.M. el Rey Jorge V, sus herederos y sucesores por ley, en virtud de la ciudadanía común».
  • Irlanda del Norte, que había sido creada con anterioridad por una ley de 1920, tendría la opción de retirarse del Estado Libre Irlandés durante el mes siguiente a la entrada en vigor del tratado.
  • Si Irlanda del Norte escogía retirarse, se constituiría una Comisión de Fronteras para trazar la frontera entre el Estado Libre Irlandés e Irlanda del Norte.
  • Gran Bretaña mantendría, por razones de seguridad, el control de un conjunto de puertos para su Armada Real. Estos puertos serían conocidos como «puertos del tratado».
  • El Estado Libre Irlandés asumiría la responsabilidad de su parte en la deuda del Imperio.
  • El Tratado tendría un estatus supremo en la ley irlandesa, es decir, que en caso de conflicto entre el Tratado y la nueva Constitución del Estado Libre Irlandés, que se aprobó en 1922, el Tratado tendría preferencia sobre esta.

Negociadores

Los negociadores eran:

Británicos 

  • David Lloyd George, Primer ministro.
  • Lord Birkenhead, Lord Canciller.
  • Winston Churchill, Secretario de Estado para las Colonias.
  • Austen Chamberlain.
  • Gordon Hewart.
Irlandeses

  • Arthur Griffith (presidente de la delegación), ministro de Asuntos Exteriores.
  • Michael Collins, secretario de Estado de Finanzas.
  • Robert Barton, ministro de Asuntos Económicos.
  • Eamonn Duggan
  • George Gavan Duffy

Robert Erskine Childers, autor de Riddle of the Sands (Enigma de las Arenas) y con anterioridad Funcionario de la Casa de los Comunes británica hizo de signatario por la delegación irlandesa. Tom Jones fue uno de los principales colaboradores de Lloyd George y describió las negociaciones en su libro Whitehall Diary.) Es de destacar que el Presidente irlandés, Éamon de Valera no asistió.

Winston Churchill tuvo un papel dual en el gabinete británico, en relación con el Tratado. En principio, como Secretario de Guerra, deseaba el fin de la Guerra Anglo-irlandesa en 1921; luego en 1922 como Secretario para las Colonias (que incluían los asuntos de los Dominios) se tuvo que encargar de ponerlo en práctica.

Tratado de Rapallo (1920)


El Tratado de Rapallo de 1920 fue un acuerdo entre el Reino de Italia y el nuevo Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos que fijó las fronteras entre ambos Estados.

Antecedentes

El 15 de abril de 1915, los aliados de la Triple Entente, enfrentados entonces con los Imperios Centrales, firmaron el Tratado de Londres, de carácter secreto, por el que se comprometían a entregar amplios territorios austrohúngaros a Italia a cambio de su entrada en la guerra. Estos territorios estaban poblados mayoritariamente por italianos dentro de zonas eslavas.

Tras el final de la Primera Guerra Mundial, los representantes italianos en la Conferencia de Paz de París exigieron el cumplimiento del tratado de 1915 al que Gran Bretaña y Francia estaban sujetas, además de reclamar la cesión de Fiume que no les había sido concedida. Los representantes del nuevo Estado yugoslavo, creado oficialmente el 1 de diciembre de 1918, se negaron a admitir las exigencias territoriales italianas, contando a su favor principalmente con la simpatía estadounidense y, en menor medida, e intermitentemente, con la de británicos y franceses.

El presidente estadounidense Woodrow Wilson se opuso al reconocimiento del tratado, que su país no había firmado, por contravenir el punto noveno de sus Catorce Puntos (el trazado de la nueva frontera italiana de acuerdo con la nacionalidad de los habitantes).

Durante la conferencia de paz, se sucedieron las propuestas y contrapropuestas entre las dos delegaciones y las grandes potencias, sin lograrse un acuerdo. Entre ellas, el presidente estadounidense presentó la que se conoció como «línea Wilson» el 26 de abril de 1919, basada en estudios de los expertos de EE.UU. Esta seguía la frontera trazada por el Tratado de Londres hasta un punto entre Tolmino y Cercina, siguiendo entonces hacia el sur hasta la desembocadura del Arsa, dejando Fiume en poder de los yugoslavos.

El 9 de diciembre de 1919, al no haberse logrado un acuerdo entre italianos y yugoslavos, los Cuatro Grandes modificaron esta línea para favorecer a Italia, concediéndole parte de la costa de la Bahía de Kvarner (en italiano: Quarnero) y proponiendo la independencia de Fiume bajo amparo de la Sociedad de Naciones.

Ante la falta de acuerdo, en enero los italianos, ingleses y franceses propusieron a los yugoslavos una nueva frontera, más favorable a Italia, que obtenía la costa hasta Fiume y más territorio de Istria. El presidente Wilson se opuso a la propuesta de las potencias europeas. Declaró al tiempo que no se opondría a cualquier acuerdo al que pudiesen llegar las dos partes enfrentadas en negociaciones bilaterales, lo que llevó a la celebración de estas. Los yugoslavos, con la ausencia de los estadounidenses, enfrascados en problemas internos, y el deseo de franceses y británicos de resolver cuanto antes la cuestión, se hallaban en una posición de desventaja ante los italianos. Estos, sin embargo, deseaban también definir cuanto antes la frontera y acabar su enfrentamiento con los yugoslavos. Habiendo evacuado Dalmacia y abandonado sus exigencias sobre Albania, se presentaron ante británicos y franceses como moderados que sólo pedían una frontera de fácil defensa y ciertas compensaciones que calmasen a los nacionalistas.

Negociación y firma

Frontera en Istria. El trazado final era desfavorable a los yugoslavos tanto lingüística como militarmente

Frontera en Zara. La ciudad era un enclave de 7 km. de longitud rodeado por territorio yugoslavo en Dalmacia.

Los yugoslavos se prepararon en octubre para recibir la invitación italiana para enviar delegados para la negociación final que se debía de llevar a cabo en Rapallo para evitar publicidad incómoda para aquellos, que deberían hacer sacrificios territoriales que serían vistos con malos ojos en su país (las propuestas incluían la cesión de territorios poblados mayoritariamente por eslovenos a Italia).

Tras varios retrasos, la delegación yugoslava se halló en Rapallo lista para las conversaciones con los italianos el 8 de noviembre de 1920. El primer día no hubo avances, presentando cada delegación su postura pero rechazando la de la otra parte. El día 9 tampoco hubo avances. El día 10, ante la imposibilidad de lograr mejores condiciones de los italianos, los yugoslavos decidieron ceder para evitar la ruptura de las negociaciones. Ante la derrota electoral de Wilson en Estados Unidos y el apoyo franco-británico a los italianos, los delegados yugoslavos no vieron otra salida. Sabían además que el Gobierno italiano estaba dispuesto a aplicar unilateralmente las disposiciones del Tratado de Londres si no se alcanzaba un acuerdo.

El tratado se firmó finalmente entre las dos naciones en Rapallo, en la costa de Liguria, el 12 de noviembre de 1920. La redacción final reflejaba las exigencias italianas en la zona norte mientras concedía la mayoría del sur a los yugoslavos.

En el Norte, la frontera se parecía a lo estipulado en el Tratado de Londres, siendo más favorable a los italianos que la propuesta de Italia, Francia y Gran Bretaña de enero de 1920, a la que Wilson se había opuesto a finales de febrero. La nueva frontera privaba a los yugoslavos de parte del ferrocarril que unía Fiume, puerto natural de la región, con Liubliana. Por motivos estratégicos, zonas pobladas uniformemente por eslovenos pasaron a formar parte de Italia. Esta cesión se entendió como una compensación a Italia por renunciar a sus aspiraciones respecto a Fiume y Dalmacia. Los italianos, aparte del tratado, cedieron el puerto de Baros a Šušak, en las afueras de Fiume, a los yugoslavos.

Sobre Fiume, ambos Estados se comprometieron a reconocer su independencia perpetuamente.

En Dalmacia, el reino yugoslavo recibió la mayor parte del territorio, a excepción de la ciudad de Zara (en croata Zadar) y sus alrededores, y las islas de Lagosta (en croata Lastovo), Cherso (en croata Cres), Lussin (en croata Lošinj) y Pelagosa (en croata Palagruža), que pasaron a Italia.

Italia reconocía la integridad territorial del nuevo reino yugoslavo, abandonando su reconocimiento del antiguo Reino de Montenegro.

Además de las cláusulas territoriales, el tratado incluía la protección de los intereses económicos italianos en Dalmacia y la posibilidad de los italoparlantes de optar por la nacionalidad italiana sin necesidad de abandonar el territorio yugoslavo, opción que los eslavos en territorio italiano no recibieron.

Consecuencias

La ratificación del tratado por los dos países fue rápida y a continuación los italianos devolvieron a los últimos prisioneros de guerra eslavos al nuevo país.

El pacto, que definió la última frontera yugoslava que quedaba por trazar, supuso un trago amargo para el nuevo país y el comienzo de un movimiento irredentista que perpetuó la tensión con Italia. En 1924, tras el ascenso a poder de Mussolini en Italia en octubre de 1922, Fiume fue anexionado a esta, con la aquiescencia renuente de los yugoslavos, a través del Tratado de Roma de enero de ese año.

Tratado de Rapallo
Firmado 12 de noviembre de 1920
Rapallo, Reino de Italia Bandera de Italia
En vigor 27 de noviembre de 1920, 8 de diciembre de 1920 (ratificación italiana, Congreso y Senado)
22 de noviembre de 1920 (ratificación yugoslava)
Firmantes Bandera de Italia Reino de Italia
Flag of the Kingdom of Yugoslavia.svg Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos

1810 – Batalla del Monte de las Cruces


La Batalla del Monte de las Cruces fue un enfrentamiento militar ocurrido en Monte de las Cruces, cercano a Toluca, en el municipio de Ocoyoacac, Estado de México, el 30 de octubre de 1810, entre las fuerzas del Ejército Insurgente, dirigido por Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, y las fuerzas leales a la Corona española, comandadas por el coronel Torcuato Trujillo.

Tras triunfar en la Toma de la Alhóndiga de Granaditas, el 28 de septiembre los Insurgentes se dirigieron a Valladolid y más tarde tomaron Toluca, el 25 de octubre. El Virrey de la Nueva España, Francisco Xavier Venegas ordenó al general Trujillo, quien gozaba de mucho prestigio por su participación en la Batalla de Bailén, ponerse al frente de las pocas guarniciones realistas de la capital, y con ellas habría de emprender un intento para hacer frente a los independentistas. La mañana del 30 de octubre, les alcanzaron en un paraje cercano a la capital conocido como Monte de las Cruces. Los realistas fueron derrotados por los más de 80 000 insurgentes, quienes consiguieron gran parte del armamento español y estuvieron a un paso de tomar la Ciudad de México, pero por motivos desconocidos, Hidalgo decidió no entrar en México y retirarse al Bajío, donde el 7 de noviembre, Félix María Calleja infligió la primera derrota insurgente en la Batalla de Aculco, hecho que distanció a Hidalgo de Allende, ya que los jefes insurgentes tomaron rutas distintas; el primero marchó a Valladolid y el segundo a Guanajuato.

Monumento en el Monte de las Cruces en honor a los cabecillas de la batalla. De izquierda a derecha: Ignacio Allende, Miguel Hidalgo y Mariano Jiménez.

Antecedentes

La situación política de España, invadida por Napoleón Bonaparte en 1808, propició una serie de conflictos en México y en otros países de Hispanoamérica, que dieron origen a la Guerra de Independencia Hispanoamericana. El Virreinato de Nueva España vivió la Crisis política de México en 1808, agudizada por la Conspiración de Valladolid y la Conspiración de Querétaro, en 1809 y 1810, respectivamente. El 16 de septiembre, el cura de Dolores, Guanajuato, Miguel Hidalgo y Costilla lanzó el Grito de Dolores, con el que inició formalmente la Guerra de Independencia de México. El 28 de septiembre entraron en Guanajuato luego de una estruendosa batalla en la que murieron muchos combatientes de ambos lados en guerra. Sin ninguna resistencia, el generalísimo Hidalgo tomó Valladolid el 17 de octubre, desde donde planeó entrar en Toluca para luego apoderarse de la ciudad capital. Fue en este contexto cuando se realizó la batalla del Monte de las Cruces, que muchos historiadores consideran el primer encuentro bélico de los insurgentes realizado con formalidad, ya que el anterior, la Toma de Granaditas, es tomado en cuenta más como un motín que como una batalla.

Mientras Venegas intentaba organizar tropas en la capital, el comandante general de San Luis Potosí, Félix María Calleja del Rey salió de su territorio al frente de 600 infantes, 2.000 caballos y cuatro piezas de artillería, y se reunió con el intendente de Puebla, Manuel de Flon en Querétaro. Con el mando unificado de ambas fuerzas, el ejército realista de operaciones, fuerte de 2.000 infantes, 7.000 caballos y 12 piezas de artillería, marcha a sitiar a los insurgentes en Valladolid, pero teniendo noticias de que estaba siendo atacado San Juan del Río por los guerrilleros Villagranes, descabeza su columna rumbo a espa plaza.

Venegas, que había desguarnecido la capital enviándole gran parte de su guarnición a la división de Manuel Flon a Querétaro, como pudo reunió una fuerte y selecta división de 2.000 hombres al mando del joven Torcuato Trujillo, recién ascendido a coronel, y le ordena atrincherarse en Toluca para resistir el avance de los insurgentes y evitar a toda costa que entren al Valle de México. Componían esta fuerza los cuerpos de infantería Regimiento de Tres Villas y la caballería del Regimiento de Dragones de España, sin artillería, teniendo como subalternos de Trujillo al mayor José Mendívil y a los capitanes Antonio Bringas y Agustín de Iturbide. En la capital solo quedaron de guarnición el Regimiento Urbano de Comercio y el Regimiento de Patriotas Distinguidos de Fernando VII, cuerpos que nunca entrarían combate a lo largo de la campaña.

El avance insurgente

Tras fracasar en su intento de detener a los independentistas en Ixtlahuaca, Trujillo y su división se retiran a Toluca, esperando un posible ataque de las fuerzas de Hidalgo.

Así las cosas, Trujillo sale el 28 de octubre a reconocer el camino del norte, encontrándose con que un fuerte destacamento que había colocado en la cabeza del puente de San Bernabé, sobre el Río Lerma, había sido arrollado por la división de Mariano Jiménez, que avanzaba como tromba sobre Toluca.

Débil y sin conocer nada de la fuerza del enemigo a que debe enfrentar, el coronel Trujillo abandona Toluca y se retira a Lerma, población donde se fortifica, cerrando con fosos y trincheras la calzada que de Toluca conduce a ésta villa, interceptando de ésta manera el camino carretero de Ciudad de México.

El día 29 de octubre, sin embargo, un sacerdote le advierte que los insurgentes pueden ir a pasar por el puente de Atengo, hacia el sur, para tomar de esta forma el camino de Santiago Tianguistengo a Cuajimalpa, rodear los montes cortando la retirada a los realistas y caer sobre la capital por sorpresa, como llegando después de un paseo.

Alarmado por las noticias, Trujillo manda un destacamento a Tianguistengo, al sur de Lerma, ordenando previamente que se destruya el puente. Sin embargo, ya una fuerte división al mando de Mariano Jiménez había pasado el puente, desbaratando las avanzadas realistas, dirigiéndose a Cuajimalpa, tras la sierra de Toluca, ya en pleno Valle de México.

Mientras esto pasa, el grueso de las tropas de Hidalgo llaman la atención de Trujillo por su frente y derecha, por la calzada de Toluca; más, conociendo la fuerza real de los insurgentes, el coronel realista comprende aunque tarde sus faltas y dejando guardias y destacamentos escalonados, parte al terminar este día a tomar posiciones en el Monte de las Cruces, a donde llegó Ignacio Allende con sus regimientos de caballería media hora después.

Ejecuta Trujillo con rapidez éste movimiento que es toda una retirada, casi una fuga, dejando comprometido al coronel José Mendibil en Lerma al mando del Regimiento de Tres Villas, que se bate en retirada con brío y discreción hacia la columna realista internada en el monte, haciendo nutrido fuego sobre las desordenadas filas insurgentes, donde no hay bala española que no siembre la muerte

En la noche de este 29 de octubre, los dos ejércitos acampan uno frente a otro, habiendo escogido el jefe realista el fondo pedregoso y selvático de la estrecha meseta, inepta disposición del coronel Trujillo pues estaba dominada a los flancos por diversas alturas cubiertas de cedros, pinos y demás árboles.

Por la madrugada, Trujillo recibe entonces un parte del virrey Venegas:

Trescientos años de triunfos y conquistas de las armas españolas en estas regiones nos contemplan… Vencer o morir es nuestra divisa. Si a usted le toca pagar ese precio en ese punto, tendrá la gloria de haberse anticipado a mí de pocas horas en consumar tan grato holocausto: yo no podré sobrevivir a la mengua de ser vencido por gente tan vil y fementida.

Francisco Xavier Venegas de Saavedra, virrey de la Nueva España

El plan de batalla de Allende había sido combinado hasta el momento con toda habilidad, y era sencillo si se lograba, como en parte se hizo, obrar con la suficiente rapidez para sorprender o rodear al enemigo. Debía Mariano Jiménez seguir con su movimiento de flanqueo, envolviendo al enemigo por la izquierda, cerrándole la retirada en Cuajimalpa, mientras Allende le perseguía de frente, no sin llamarle falsamente la atención por el norte. Muy imperfectamente se ejecutó este plan, pero fue lo suficiente para ganar la terrible batalla.

La batalla

En la mañana del 30 de octubre de 1810, una división de avanzada al mando de Abasolo manda una carga a vanguardia de los realistas para reconocer la fuerza de resistencia del enemigo. Los irregulares insurgentes sostienen su avance de frente, resistiendo heróicamente tres descargas consecutivas de la fusilería realista, pero finalmente se descompone la columna y regresa a sus posiciones. Eran las ocho y media de la mañana.

En esos momentos, el coronel Torcuato Trujillo recibe un buen socorro. El virrey Venegas tiene noticias de su desesperada posición frente a Cuajimalpa y le envía un auxilio consistente en dos piezas de artillería de a cuatro libras, servidos por marinos al mando del teniente de artillería de marina, Juan Bautista de Ustoris, cincuenta jinetes de las haciendas del rico español Gabriel de Yermo y trescientos treinta mulatos bien armados. Esto hizo cobrar gran ánimo al jefe español y sus huestes, que no podrían resistir sin artillería otro ataque de los independientes, ni podía tomar la ofensiva, pues seria correr a pronta e inútil muerte.

Por su lado, el general Ignacio Allende no desespera y forma a sus tropas en batalla. A la izquierda coloca cinco compañías de lo mejor del Regimiento de Celaya, el Regimiento Provincial de Valladolid y el Batallón de Voluntarios de Guanajuato; por la derecha forma al Regimiento de la Reina y los Dragones de Pátzcuaro; en el centro, los más bravos, diestros y mejor armados charros, rancheros y vaqueros a caballo, que dejaran sus haciendas para combatir por la independencia, compacto y fuerte núcleo; a retaguardia, el temible Regimiento del Príncipe, lo mismo que tres escuadrones de charros lazadores y cazadores a caballo, como fuerte reserva e impulsar el ataque.

Miguel Hidalgo e Ignacio Allende se dividieron el mando de la reserva, con Juan Aldama comandando la caballería de la derecha, el coronel Narciso María de La Canal la infantería de la izquierda y Abasolo mandó el frente.

Enfrente, Trujillo, ya animado con sus dos bocas de fuego y sus cuatrocientos hombres de refuerzo, oculta sus cañones entre la maleza del bosque. Se lanza la columna insurgente a vanguardia para la carga, tronando en ese momento la fusilería y los disparos de la artillería española. Se detiene un momento el ejército insurgente, pero resiste y desprecia las balas enemigas y avanza firme hacia las trincheras realistas, dando con las fuerzas de José Mendívil y el Regimiento de Tres Villas y trabándose un combate a la bayoneta.

De repente, hubo un flaqueo por parte de los realistas. Era que por su extrema izquierda, en lo alto de unas lomas se encontraba el general insurgente Mariano Jiménez al mando de tres mil indios y un cañón, flanqueando completamente la batalla española, dominando el núcleo y las reservas de Trujillo.

Entonces, el coronel español cambió el orden de batalla. Puso a la izquierda al capitán Antonio Bringas con los jinetes de Yermo y dos compañías del Regimiento Tres Villas; por la derecha mandó al teniente Agustín de Iturbide con las restantes compañías del mismo cuerpo, y en el centro a los mulatos de milicia y dragones a pie del Regimiento España, al mando de José Mendívil.

En ese instante, el combate se generalizó por todo el frente de batalla. Trujillo intenta, sin conseguirlo, contener a la división de Jiménez con sus reservas, viendo desmontado ya uno de sus cañones y al teniente Ustoris herido por un casco de granada.

El ataque se hizo cada vez más fuerte por parte de los insurgentes, que llamaban a los mexicanos realistas, invitándolos a rendirse, prometiéndoles puestos en sus filas. Sin embargo, un grupo de charros, armados con reatas, se abren paso a lanzazos entre la masa de dragones españoles, y llegando hasta el otro cañón que aún hacía fuego sobre la fuerza insurgente, lazándolo, se lo llevaron a cabeza de silla hasta el campo insurgente, donde inmediatamente fue servido contra los realistas.

En vano Agustín de Iturbide se lanza al frente de un pelotón de valientes del Regimiento de Tres Villas en busca del cañón capturado, pues fue frenado de súbito por los infantes de Valladolid, entablándose serio combate con armas blancas.

Media hora después, por entre el monte huían los restos de la división de Trujillo, perseguidos de cerca por la caballería de los insurgentes. La derrota española fue completa. Torcuato Trujillo se abre paso entre los dragones enemigos, acompañado de Iturbide y cosa de cincuenta fugitivos, resto de sus granadas tropas. Llega a Cuajimalpa donde se hace fuerte, pero acometido rudamente tiene que abandonar ésta Venta y seguir hasta Santa Fe, hasta donde no continuaron la persecución los jinetes independientes.

Acontecimientos posteriores

Los insurgentes estaban ansiosos por entrar a la Ciudad de México, entonces descrita por el viajero alemán Alexander von Humboldt como «La ciudad de los palacios». Pero Hidalgo decidió enviar el 1 de noviembre a Mariano Abasolo y a Allende como emisarios para negociar con Venegas la entrega pacífica de la ciudad a las tropas sublevadas. El virrey, lejos de aceptar un acuerdo, estuvo a punto de fusilar a los negociantes, de no ser por la intervención del Arzobispo de México y otrora virrey, Francisco Xavier de Lizana y Beaumont. Pero Hidalgo comenzó a reflexionar y ordenó la marcha del Ejército Insurgente la noche del 3 de noviembre, no hacia la capital, sino con rumbo al Bajío, donde el 7 de noviembre Calleja les alcanzó en San Jerónimo Aculco, paraje en que fueron derrotados, hecho conocido como la Batalla de Aculco. Después de la derrota, surgió un distanciamiento entre Hidalgo y Allende, por lo que el cura de Dolores decidió retirarse a Valladolid, acentuando así las diferencias y el distanciamiento con Allende, que incluso intentó envenenarlo.

Batalla del Monte de las Cruces
Independencia de México
Fecha 30 de octubre de 1810
Lugar Monte de las Cruces, Estado de México
Coordenadas 19°19′46″N 99°18′59″O (mapa)
Resultado Victoria insurgente
Beligerantes
Insurgentes mexicanos Imperio español
Comandantes
Miguel Hidalgo
Ignacio Allende
Torcuato Trujillo
Fuerzas en combate
Total: 60 000-80 000
(50 000 infantes indígenas)
Total: 1400 -7000
(posiblemente 2500)
Bajas
3000 -5000 muertos y heridos 1000 -2500 muertos y heridos