Historia de la Bética


la Bética fue una antigua provincia romana de Hispania, cuyo nombre derivaba de Betis (actual Guadalquivir), el río que atravesaba toda la provincia.

Orígenes y época republicana.

Los romanos llegaron al sur de la Península Ibérica con la excusa de expulsar a los cartagineses, asentados allí desde el 237 a.C., aunque en un primer momento se mantuvieron alejados del territorio que luego formaría la Bética. Primero conquistaron el alto Guadalquivir, para de esa forma conseguir el control de la zona minera de Sierra Morena. Iliturgi (Mengíbar) fue la primera ciudad que se pasó al bando romano y abandonó a los cartagineses; acto seguido, la victoria de Publio Cornelio Escipión en las cercanías de Baecula (Bailén) hizo que todos los indígenas se pusieran del lado del ejército del general romano. La batalla definitiva para la conquista del sur de Hispania tuvo lugar en Ilipa (Alcalá del Río) en el 207 a.C., tras la cual sólo quedó Gades (Cádiz) como posesión cartaginesa.

Los soldados de Cartago fueron expulsados de su último baluarte un año después y los territorios incluidos dentro de la Hispania Ulterior, que se puso bajo el gobierno de un pretor. La primera fundación romana fue Itálica (Santiponce), donde fueron instalados los veteranos de los ejércitos de Escipión y dio comienzo el proceso de romanización, extremadamente duro debido a las continuas revueltas de los indígenas, a las que se añadieron las expediciones de rapiña que enviaban los lusitanos sobre el territorio. César fue nombrado propretor de la Ulterior en el año 60 a.C., hecho que le permitió conocer muy bien la zona y utilizar esta información durante la campaña que llevó a cabo en el sur peninsular contra los hijos de Pompeyo, donde obtuvo la importantísima victoria de Munda (Montilla). La victoria de César supuso la definitiva pacificación del territorio.

Alto Imperio.

La reforma provincial de Augusto del año 27 a.C. dividió la Hispania Ulterior en dos provincias: la Lusitania y la Bética. El nombre oficial de la última fue Provincia Hispania Ulterior Bética hasta el siglo II d.C., cuando pasó a denominarse simplemente Bética. La provincia recibió la categoría de senatorial, lo que impedía la presencia de tropas regulares, salvo en casos de urgencia, y la sometía al control directo del Senado romano.

La capital se estableció de forma permanente en Corduba (Córdoba). Los límites de la Bética coincidían casi en su totalidad con los de la Andalucía actual. El límite oriental se situaba en la desembocadura del río Nogalte, cuyo curso seguía hasta confluir con el Guadalimar en la sierra de Cazorla; por el norte y el noroeste seguía de la sierra de Almadén, para luego a través de La Mancha llegar hasta las cercanías de Badajoz donde confluían el río Guadajara con el Guadiana (denominado Anas por los romanos); este río era hasta su desembocadura la frontera occidental de la provincia. Estas fronteras fueron modificadas por Augusto entre los años 12 y 7 a.C., pues entregó parte de los territorios de la Bética a la Tarraconense. La zona minera de Cástulo (Linares) pasó a la provincia imperial, y la nueva frontera oriental se fijó en la desembocadura del río Mojácar. La provincia estaba dividida en cuatro conventos en los cuales se situaban 175 ciudades: el gaditano con su capital en Gades (Cádiz), el astigitano con su centro en Astigi (Écija), el cordubense que tenía su sede en Corduba (Córdoba) y el hispalense cuya ciudad principal era Hispalis (Sevilla).

El convento gaditano comprendía toda la costa andaluza desde la desembocadura del Guadalquivir hacia el este. Algunas ciudades, como Regia y Laepia, gozaban de derecho romano; otras, como Carissa (Bornos), Urgia y Caesaris Salutariensis, se regían por el derecho latino; entre las ciudades estipendiarias destacaban Baesippo (Barbate), Saguntia (Bigonza), Iptuci (Prado del Rey), Lascuta (Mesa de Ortega), etc.; en los oppida se encontraban Carteia (San Roque), Malaka (Málaga), Baelo (Bolonia), etc. El convento cordubense se extendía a lo largo de todo el valle del Guadalquivir hasta su confluencia con el Genil. Por el este llegaba hasta Porcuna y por el noroeste hasta Zafra y Badajoz. Las ciudades más importantes eran Obulco (Porcuna), Epora (Montoro), Melaria (Fuenteovejuna), Mirobriga (Capilla), Sisapo (Almadén), Iliturgi (Andújar) y Ossigi (Mengíbar). El convento astigitano tenía su núcleo principal en el valle del Genil; llegaba hacia el sur hasta el río Carbones y por el noreste tenía sus fronteras en el Guadalbullón. Entre sus ciudades destacaban Tucci (Martos), Ucubi (Espejo), Urso (Osuna), Ulia (Montemayor) e Iliberri (Granada). El convento hispalense iba desde el valle del Guadalquivir hasta Ronda en el sureste y hasta el río Guadiana en el oeste, incluyendo también la costa situada entre las desembocaduras entre el Guadiana y el Guadalquivir. Las ciudades importantes eran Ilipa (Alcalá del Río), Axati (Cora del Río), Itálica (Santiponce), Arunda (Ronda), Carmo (Carmona), Onoba (Huelva) y Caura (Coria). Fue puesta bajo el gobierno del Senado, salvo en la época de Marco Aurelio, cuando estuvo bajo el control directo del Emperador.

El gobierno lo ejercía un procónsul de rango pretoriano que residía en Corduba, ayudado en la administración de justicia por un legado con residencia en Hispalis. El Emperador, sin embargo, intentaba controlar la vida económica de la provincia con el envío de procuradores especializados en las herencias, aduanas, minas, etc. La época de mayor esplendor coincidió con los reinados de Trajano (98-117 d.C.) y Adriano (117-138 d.C.), emperadores nacidos en la bética Itálica, durante cuyos reinados se hicieron las grandes obras monumentales. Adriano recibió de la Bética el título de Restitutor Hispaniae. Con Antonino Pío (138-161 d.C.) la Bética comenzó a perder parte de su importancia comercial en beneficio de la pujante provincia de África. Marco Aurelio se vio obligado a declarar la provincia imperial, para poder permitir la entrada de tropas que se enfrentaran a dos invasiones procedentes del norte de África que se habían producido en los años 170 y 175 d.C. Durante este período la VII Gemina se trasladó desde la Tarraconense a Itálica.

 

Con Caracalla (211-217 d.C.) todos los habitantes de la provincia recibieron la ciudadanía romana. Diocleciano efectuó una nueva reforma provincial en el siglo III d.C., en la cual la Bética perdió parte de las provincias de Badajoz y Ciudad Real. Los gobernadores que hasta entonces habían sido procónsules pasaron a ser praeses de rango ecuestre. Constantino en el siglo IV d.C incluyó la Bética en la diócesis de Hispania, que era gobernada por un vicario con su sede en Hispalis. La antigua separación en conventus iuridici desapareció definitivamente. El final de la provincia romana de la Bética se produjo en el 409 a.C. con el asentamiento de los vándalos silingos en su territorio, al cual los romanos dieron oficialidad en el 411 d.C.

Sociedad.

La mayoría de los habitantes de la Bética eran de origen turdetano, el pueblo que habitaba la región cuando se produjo la conquista romana. A ellos se sumaron una gran parte de itálicos que llegaron en busca de la riqueza agrícola del valle del Betis y la minera de Sierra Morena. La región se encontraba plenamente romanizada a comienzos del Imperio, pues las elites indígenas se adscribieron pronto a la causa romana, ya que esto mejoraba su situación económica. Poco a poco se fue concediendo la ciudadanía romana a los provinciales, aunque Augusto restringió mucho este privilegio. La importancia de las grandes familias de la Bética fue creciendo durante el Imperio; llegó a haber 50 senadores y 29 cónsules originarios de la provincia.

La principal herramienta romana para la romanización fue la creación de colonias y municipios. César inició esta política con la fundación de seis colonias (Hispalis, Ituci, Urso, etc.), la concesión del título de municipio romano a Gades y a otras ciudades y la municipalidad latina a veinticinco poblaciones indígenas. Plinio mencionaba que, en tiempos de Augusto, había nueve colonias, diez municipios romanos y veintisiete latinos. Las demás ciudades tenían la categoría de: inmunes, estipendiarias y federadas. Vespasiano otorgó a todas las localidades el derecho de municipalidad latina a través de las Leyes Flavias Municipales, de las cuales se conservan algunos ejemplos grabados en bronces: Urso, Malaka y Salpensa.

Vías de comunicación.

Los romanos construyeron una tupida red viaria que atravesaba toda la Bética, cuya vía principal era la Hercúlea -rebautizada posteriormente como Augusta-, que corría paralela a la costa y ponía en comunicación Cádiz con Cartago Nova. En el año 7 a.C. se construyó una vía que atravesaba toda la Bastetania desde Ilici (Elche) a Acci (Guadix), después subía a Cástulo para correr junto al Almanzora hasta la costa y desde allí llegaba a Cádiz. Partiendo de estas dos vías principales se extendieron numerosos ramales entre los que destacaban el que iba de Córdoba a Cástulo; el que ponía en comunicación Cádiz con Córdoba por Sevilla y Antequera y otro que llegaba a la desembocadura del Guadiana y Mérida pasando por Sevilla.

Economía

La Bética era la provincia más rica de todo Hispania, gracias a la abundante producción agrícola del fértil valle del Guadalquivir. Los principales cultivos eran la viña y el olivo -que producían abundante aceite y vino-, el trigo, la cebada y la almendra. La importancia de la ganadería se basó en grandes rebaños de ovejas, caballos, asnos y corderos. En torno a la pesca de los atunes se desarrolló una importante industria de derivados, sobre todo salazones y garum. Asimismo, la industria minera tenía gran importancia, pues las aguas del Guadalquivir y del Guadiana proporcionaban oro, Riotinto daba cobre, Almadén cinabrio y de las minas de Sierra Morena se extraía oro, cobre y plata, región esta última de cuya importancia hablan por las cifras: la mina Antoniniana producía 400.000 libras anuales y la Samariense 200.000. La industria minera estuvo en manos privadas hasta que Tiberio las confiscó para el estado. Las cecas béticas produjeron numerosas monedas de bronce, que llevaban la leyenda “con el permiso de César Augusto”. Toda esta riqueza hizo que se desarrollara de gran manera el comercio con los principales puertos de Italia. Esta actividad estaba en manos de los ecuestres provinciales, que se convirtieron en las familias más ricas de la región.