La criada que descubrió 10.000 estrellas


El Pais

  • La escocesa Williamina Fleming, empleada en la casa del director del Observatorio de Harvard, terminó siendo una pieza clave en la aparición de la astrofísica
Williamina Fleming hacia 1890 junto al sector de la placa, de 1888, en la que por primera vez identificó la nebulosa Cabeza de Caballo. Abajo, una toma reciente del mismo campo / grupo de astrofotografía del IAC, 2012.

Williamina Fleming hacia 1890 junto al sector de la placa, de 1888, en la que por primera vez identificó la nebulosa Cabeza de Caballo. Abajo, una toma reciente del mismo campo / grupo de astrofotografía del IAC, 2012.

“¡Hasta mi criada haría un trabajo mejor!”, pero el profesor Pickering jugaba con las cartas marcadas cuando les lanzó estas palabras de ánimo a sus ayudantes en Harvard. Delante de ellos se acumulaban las placas fotográficas con los espectros estelares más detallados captados hasta la fecha. Las primeras placas de una enorme serie que, a la postre, estará llamada a ser la llave con la que la vieja astronomía dará paso a una ciencia nueva: la astrofísica.

Cómo es la vida; un día tienes 19 años y el tiempo se te escapa. Rompes a correr sin rumbo, provocando al destino, te casas, te largas lejos y antes de dos años estás sola, en la calle, preñada y a 5.000 kilómetros de casa. Estos pensamientos debían rondar la mente de Mina Fleming en la primavera de 1879 mientras se sobreponía a los quiebros de la vida y se guardaba sus seis años de prácticas de magisterio para buscar un trabajo urgente de criada. Su vieja Dundee natal no era, desde luego, sitio para una mente inquieta, más allá de un duro pero estable futuro en la floreciente industria textil de fibra de yute o en las fábricas de mermelada. Tampoco su marido, James Fleming, un contable bancario, viudo y 15 años mayor, era, probablemente, su compañero de viaje ideal. Sea como fuere, Mrs. Fleming encontró refugio, y trabajo, en el servicio doméstico de la casa del director del Observatorio de la Universidad Harvard, el profesor Edward Charles Pickering.

Sola, en la calle, preñada y a 5.000 km de casa, Mrs. Fleming encontró refugio, y trabajo, en el servicio doméstico de la casa del director del Observatorio de la Universidad Harvard

Williamina Paton Stevens Fleming, tenía una personalidad magnética y un rostro atractivo, con ojos brillantes y vivos que aumentaban el encantador efecto que, al entrar, dejaba en el aire un saludo alegre, adornado de acento escocés. A Edward Pickering, entre cuyas habilidades estaba la de identificar el talento, no le pasó desapercibido ni un instante que, además, la nueva sirvienta tenía una educación e inteligencia claramente superiores. Así que esperó a que volviera de Escocia, a donde Williamina había regresado para dar a luz a su hijo y, conforme puso el pie de nuevo en Boston en abril de 1881, le ofreció trabajo en el Observatorio. De momento, como ayudante en tareas administrativas y para hacer cálculos rutinarios en los que, en su visión de entonces, una mujer mostraría especial destreza. Al menos, más que sus ayudantes varones.

Pickering era un profesor de Física al mando de un observatorio astronómico, lo que no fue fácil de asumir para la vieja guardia de Harvard. Creía que era el momento de introducir nuevos métodos. Dejar atrás la antigua astronomía de posición y movimientos para dar paso a la fotometría y los estudios espectrales. Y aunque aún sin la base física que permitiera conocer la naturaleza de los objetos, tenía claro que el camino era la obtención y clasificación de la mayor cantidad de datos. Para ello, al igual que hiciera Piazzi Smyth en su pionera campaña en Tenerife, puso la técnica delante del carro de la ciencia. Con el apoyo de su hermano menor William Henry, comenzó por adoptar el método de obtención de espectros estelares mediante la colocación de un prisma en el objetivo del telescopio, para seguir mejorando las técnicas espectroscópicas a lo largo de toda la década de los 80.

Su sueldo ‘de mujer’, muy inferior al de sus compañeros varones, fue otro de sus fastidios y motivos de protesta permanentes

Como siempre en ciencia, Pickering viajaba a hombros de gigantes en su empresa. Antes que él, las primeras descripciones de los espectros de Sirio y Arturo de William Herschel (1798), la clasificación de las líneas del espectro del Sol de Joseph von Fraunhofer (1814), la identificación de elementos químicos en la atmósfera solar por Gustav Kirchhoff y Robert Bunsen (1861), las primeras placas y clasificaciones de espectros estelares de Lewis Rutherfurd (1862) y, finalmente, el meticuloso trabajo del Padre Angelo Secchi (otro jesuita) durante la década de los 60 (siempre del siglo XIX) que culminó en la primera clasificación de estrellas por su distribución de líneas espectrales, es decir, de momento, por los componentes químicos de sus atmósferas (1867).

En 1886 llegó el dinero de la viuda de Henry Draper, un pionero en la obtención de fotografías de espectros de estrellas. En memoria de su marido y para la finalización de su sueño de realizar un gran catálogo, interrumpido por una muerte prematura, Mary Draper decidió financiar los trabajos de Pickering. Fiel a su pragmatismo y poco complejo ante las novedades, Pickering no perdió un momento. Su experiencia con Williamina Fleming no podía haber sido mejor, así que contrató a otras nueve mujeres para realizar los cálculos rutinarios y la clasificación de los espectros en las placas fotográficas.

Era un equipo de calculadoras humanas que pasarían a ser conocidas como “las computadoras de Harvard” o “el harén de Pickering”, según se fuera mejor o peor intencionado. Un grupo de mujeres que seguiría aumentando en los años siguientes, y entre las que se encontrarán algunos de los más relevantes astrofísicos de la historia. Y un auténtico chollo, al fin, para el pragmático Pickering, que se hizo con un brillante equipo de 10 especialistas al precio de 5 ayudantes varones. Como responsable nombró a Nettie Farrar, que tan sólo unos meses después abandonaría su carrera para casarse. Una decisión de hace 130 años sobre cuya proyección en el presente podríamos reflexionar. Pickering no tuvo dudas: la sustituiría Mrs. Fleming.

Descubrió 59 nebulosas, entre las que se encuentra uno de los objetos más hermosos y fotografiados del firmamento, la nebulosa Cabeza de Caballo

Laboriosa, incansable y con el coraje suficiente para defender sus resultados, Williamina Fleming identificó y clasificó los espectros de más de 10.000 estrellas. Amplió la clasificación de cuatro grupos de Secchi e introdujo un nuevo esquema basado en 16 tipos, tomando como referencia las líneas de absorción del Hidrógeno, identificados alfabéticamente desde A a N (saltando la J), más las letras O para estrellas con líneas brillantes de emisión, P para nebulosas planetarias y Q para las estrellas que no encajaban en los grupos anteriores. Esta primera entrega del catálogo Draper, en compensación por la financiación recibida, la publicó Edward Pickering en 1890 sin figurar Fleming como autora (aunque sí está citada en el interior y, posteriormente, no dudó en hacer reconocimiento público de su autoría) y es la base de la clasificación espectral hoy en uso (clasificación de Harvard).

La llegada de espectros cada vez de mayor resolución y la instalación de un telescopio en Arequipa, Perú, en el Hemisferio Sur, permitió al equipo dirigido por Fleming y Pickering evolucionar en la clasificación, sobre todo con las decisivas aportaciones de otras 2 “calculadoras”, Antonia C. Maury y Annie J. Cannon, que reordenaron los grupos espectrales y aumentaron el número de estrellas clasificadas. En la publicación de las extensiones del catálogo Draper lideradas por Maury (1897) y Cannon (1901 y varias otras hasta su muerte en 1941) ya figuran ellas como las autoras del trabajo. En total, las clasificaciones de estrellas llevadas a cabo por estas mujeres fueron más de 400.000.

La aportación de Williamina Fleming podría considerarse decisiva y envidiable para cualquier astrónomo hasta aquí, pero se le debe sumar el descubrimiento de 10 supernovas y más de 300 estrellas variables, de las que midió la posición y magnitud de 222 de ellas (1907), como parte de la línea de trabajo que llevaría a otra eminente “computadora de Harvard”, Henrietta Swan Leavitt, a realizar uno de los descubrimientos fundamentales de la astrofísica: la relación periodo-luminosidad de las Cefeidas, la base de la medición de distancias en el Universo. Finalmente, 59 nebulosas, entre las que se encuentra uno de los objetos más hermosos y fotografiados del firmamento, la nebulosa Cabeza de Caballo en la constelación de Orión (1888). Uno solo de estos descubrimientos serviría para compensar los sacrificios de cualquier astrónomo. Antes de que una neumonía se llevara a Mina a los 54 años, aún le dio tiempo de publicar una última clasificación de un tipo de estrellas con un espectro especialmente particular y color blanco que dará lugar a lo que posteriormente se denominará “enanas blancas”.

Williamina Fleming identificó y clasificó los espectros de miles de estrellas

El éxito en el desempeño de sus tareas y su capacidad de trabajo terminaron cargándola con tareas más prosaicas que la alejaban, con fastidio por su parte, de la ciencia. Mrs. Fleming fue nombrada conservadora de la colección fotográfica del Observatorio, siendo este el primer cargo orgánico ocupado por una mujer. Pero también gastó innumerables horas, por ejemplo, en labores de edición y corrección de los Anales del Observatorio. Su sueldo “de mujer”, muy inferior al de sus compañeros varones, fue otro de sus fastidios y motivos de protesta permanentes, puede que parcialmente compensado, a cambio, por el reconocimiento y honores que tuvo de numerosas sociedades astronómicas.

En alguna tarde de domingo, quizás a la vuelta del estadio de fútbol americano tras ver a los Harvard Crimson, y sus pensamientos divagaban libres entre preocupaciones cotidianas y desvelos de madre, puede que volvieran a rondar por su mente reflexiones acerca de los meandros del azar y de cómo es la vida.

Julio A. Castro Almazán es físico y miembro del SkyTeam del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), especialista en Caracterización de Observatorios Astronómicos y Óptica Atmosférica.

Dos bolas de fuego iluminan el Mediterráneo y Madrid


El Mundo

El Centro Astronómico Hispano Alemán, (Observatorio de Calar Alto) de Gérgal, en Almería, registró ayer el paso de dos «brillantes bolas de fuego» asociadas al cometa Encke sobre el mar Mediterráneo y la Comunidad de Madrid.

 Imagen del bólido SPMN281015C desde la estación del Observatorio de La Murta. J.A. DE LOS REYES /SENSI PASTOR/UHU-CSIC

Imagen del bólido SPMN281015C desde la estación del Observatorio de La Murta. J.A. DE LOS REYES /SENSI PASTOR/UHU-CSIC

En una nota, el Observatorio ha informado de que el primer bólido fue producido por un fragmento del cometa Encke que impactó contra la atmósfera en la madrugada 28 de octubre, según el investigador de la Universidad de Huelva que ha analizado el fenómeno.

Los cálculos preliminares apuntan a que el meteorito tenía una masa de 100 gramos y el impacto tuvo lugar a una velocidad de más de 100.000 kilómetros por hora y a una altitud de unos 100 kilómetros sobre el mar Mediterráneo, «generando una impresionante bola de fuego mucho más brillante que la luna llena».

«La bola de fuego avanzó en dirección noreste y se extinguió cuando se encontraba a unos 25 kilómetros de altura sobre el nivel del mar», siendo registrada desde las estaciones de meteoros ubicadas en los observatorios de Calar Alto, La Hita (Toledo) y Sevilla.

El segundo bólido, también asociado al cometa Encke, sobrevoló la Comunidad de Madrid el mismo día, y en este caso el meteoroide impactó a unos 110 kilómetros de altitud sobre la vertical de Alcalá de Henares (Madrid), avanzando en dirección noroeste a más de 100.000 kilómetros por hora.

Este otro fragmento se destruyó completamente en la atmósfera cuando se encontraba a unos 57 kilómetros de altura sobre la localidad de Hoyo de Manzanares (Madrid).

El Sahara, una «herida abierta» todavía en la historia de España


Noticia en ABC.es LUIS DE VEGAMadrid

  • «¿Por qué no quieren que se hable?», se queja el historiador José Luis Rodríguez Jiménez, autor de «Agonía, traición huida. El final del Sahara español»
  • Madrid, sin importar el color del gobierno, no muestra interés en el conflicto de la ex colonia, todo lo contrario que Rabat

 

Campamento de integrantes de la marcha verde en 1975

Campamento de integrantes de la marcha verde en 1975

Se cumplen cuarenta años de la salida del Sahara Occidental en un momento en el que en España, más que nunca, se habla de unidad, de soberanía y de territorio. Qué contraste entre la férrea defensa que Madrid hace de Cataluña y la absoluta pasividad que sigue mostrando con la que fue su provincia hasta 1975 y su población. Nuestros políticos, nuestros gobernantes y nuestros diplomáticos huyen de este conflicto como de la peste. Alguien se sigue encargando de que la memoria no sea tan fácil de remover.

«¿Por qué no quieren que se hable?». El que se queja de esta forma no es otro que el historiador José Luis Rodríguez Jiménez, autor de «Agonía, traición y huida. El final del Sahara español» (Ed. Crítica). Es el último que ha buceado en diversos archivos públicos, privados y hasta particulares. Y no siempre sin dificultades, a pesar de los años transcurridos. La obra recoge correspondencia entre Franco y Hasán II o entre Carlos Arias Navarro y Manuel Gutiérrez Mellado, que llega a solicitar abiertamente al presidente del Gobierno «una solución promarroquí y antiargelina» para el conflicto pocos meses antes de la muerte de Francisco Franco.

«Esto sigue siendo una herida abierta», señala el autor durante una entrevista con ABC. «Una herida abierta por cómo ha quedado España y su diplomacia ante el mundo. A la altura del betún. Las promesas a los saharauis de incumplieron de manera vergonzosa». «A los políticos y los diplomáticos les duele la palabra traición. Pero no solo se traicionó a los saharauis. También se traicionó a los intereses de España» en un momento «en el que el riesgo de guerra era múnimo por la superioridad aplastante de España», añade el historiador.

 Pero el trabajo de investigación no es sencillo, deja entrever este profesor de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, cuando se tienen entre manos asuntos del Sahara, Ceuta, Melilla, Ifni o Gibraltar. «Una recomendación, mejor no hablar de este tema, pues el gobierno español no quiere que se trate el mismo, puede molestar al de Marruecos», afirma Rodríguez en el libro. En efecto, el reino alauí es hoy aliado estratégico en asuntos diversos, entre ellos el espinoso terrorismo yihadista. Y el interés de Rabat en la cuestión de la ex colonia es inversamente proporcional al desinterés español.

Un lustro antes de organizar la Marcha Verde con el dictador Franco en el lecho de muerte, el rey Hasán II de Marruecos ya presionaba a Madrid para que saliera del Sahara sin hacer caso de las peticiones de la ONU para que organizase un referéndum de autodeterminación. En 1969 se monarca se presentó en la capital de España y los detalles de lo que habló con el Caudillo estaba recogido en la Real Academian de la Historia. Rodríguez Jiménez se apoya también en las cartas que se cruzaron en 1975 Franco y el soberano alauí. Las misivas se guardan en el archivo de la Fundación Franco. En el Archivo General Militar de Ávila se topó con «documentación muy interesante y completa de los servicios de inteligencia con, entre otros asuntos, referencias a las radios de diferentes países que iban escuchando».

De la Marcha Verde hasta hoy

El libro, nutrido de datos, citas y referencias de documentos sigue sin embargo sin llenar un vacío bibliográfico. ¿Qué ha ocurrido en la ex colonia española en estos cuarenta años? ¿Todo acabó con la Marcha Verde? ¿Qué ha cambiado en el territorio? ¿Cómo ha evolucionado el Frente Polisario? ¿Y los refugiados? ¿Y los saharauis que viven bajo la ocupación marroquí? ¿Y las Naciones Unidas?

Recordar que la administradora legal del Sahara sigue siendo, a falta de proceso descolonizador, España frente a la presencia de facto marroquí no está de moda. Seguramente sea una nueva casualidad del destino, pero mientras se escriben estas líneas el secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon se encuentra en Madrid y el rey Mohamed VI hace las maletas para celebrar en El Aaiún que hace 40 años su padre se aprovechó del desinterés español para ocupar el Sahara Occidental. En efecto, la herida sigue abierta.

 

El secreto peor guardado de la historia de España: las mujeres guerreras «de puñal guardado en la liga»


Abc.esCésar CerveraC_Cervera_M

  • De la «Monja Alférez» a la gallega que mató a un abanderado inglés durante el ataque inglés de 1589 a La Coruña, son muchos los casos de mujeres que destacaron en el área militar en época donde su participación estaba limitada a casos de emergencia extrema
 Pintura de Agustina de Aragó junto a una batería de artillería - Ferrer Dalmau

Pintura de Agustina de Aragón junto a una batería de artillería – Ferrer Dalmau

Entre la polémica surgida hace unos años con el vilipendiado Diccionario Biográfico Español, la entonces ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, añadió otro elemento crítico al alertar de que entre los volúmenes había una «escasísima presencia de mujeres» (solo un ocho por ciento de biografías) por lo esperaba que se revisasen «esos conceptos que no parecen muy contemporáneos». Obviamente la historia no puede plegarse a conceptos contemporáneos, ni es contemporáneo el peso que las mujeres han tenido en ella hasta fechas más recientes. Más allá de las Reinas, algunas nobles, poetisas, escritoras y pintoras, el bajo número de españolas célebres está condicionado por su escasa participación en la historia militar, un elemento que vertebra la trayectoria de cualquier país. Pocos imaginan, sin embargo, que en España los casos de mujeres guerreras –las que triunfaron en un terreno siempre vetado para ellas– son demasiados cómo para guardar el secreto.

«Difícil es disuadir a la mitad de los habitantes de Europa de que casi todas nuestras mujeres fuman y de que muchas llevan un puñal en la liga»

«A mí me han preguntado los extranjeros si en España se cazan leones; a mi me han explicado lo que es el té, suponiendo que no le había tomado ni visto nunca, (…). Difícil es disuadir a la mitad de los habitantes de Europa de que casi todas nuestras mujeres fuman y de que muchas llevan un puñal en la liga», escribía Juan Valera, novelista y diplomático, en 1868, sobre la percepción que se tenía de España en el extranjero. Eran los tópicos resultantes de la leyenda negra contra lo español y de varios siglos de aislamiento respecto a Europa, pero también suponía los resquicios de las mujeres que se destacaron como milicianas durante la Guerra de Independencia.

La mujer más destacada en la guerra fue Agustina Zaragoza Doménech «la Artillera», la heroína de los sitios de Zaragoza. Esta catalana se casó con un militar profesional, que se trasladó a Zaragoza en medio de la guerra con los franceses. Entre el mito y la realidad, Agustina acudió a la puerta llamada del Portillo durante el sitio de Zaragoza en busca de su marido y acabó, por las circunstancias del combate, disparando un cañón sobre las tropas francesas que corrían sobre la entrada. Los asaltantes franceses, temiendo una emboscada, abrazaron la retirada al sufrir el disparo de Agustina, y nuevos defensores acudieron a tapar el boquete, salvando la ciudad una vez más.

El capitán José Rebolledo de Palafox recompensó a la joven supuestamente con el distintivo de subteniente de la unidad de artillería, aunque probablemente todo se limitó a permitir que Agustina ingresara dentro del cuerpo como soldado raso. Sea como fuere, Agustina continuó en su empeño de defender su ciudad de los franceses vestida con enaguas «y con este atavío de aspecto de soldado». En algunas ocasiones incluso pegó sobre su labio un bigote postizo para incrementar su aire feroz. Tras dos meses de frenética resistencia, la ciudad maña no pudo aguantar la presión napoleónica y cayó irremediablemente. Después de Zaragoza, la artillera catalana también participó en el sitio de Tortosa, fue tomada prisionera por los franceses y, cuando fue liberada como parte de un intercambio de prisioneros, intervino en las batallas de los Arapiles y Vitoria. Sus gestas fueron contadas por el poeta Lord Byron, aunque sin dar su nombre, en la obra «Childe Harold’s Pilgrimage» publicada en 1812.

«Quen teña honra, que me siga»

Mientras Agustina se batía en Zaragoza contra los franceses, otras heroínas populares adquirieron gran peso durante la Guerra de Independencia. Así fue el caso de Manuela Malasaña –la joven madrileña que murió durante el levantamiento del 2 de mayo– o de Clara del Rey –que fue herida de muerte ese mismo día en el Parque de Artillería de Monteleón–. El relato nacional de una mujer guerrera que defiende su tierra frente a una invasión extranjera es, en cualquier caso, un mito recurrente en distintos países de Europa, pero además traza un antecedente directo con la historia de María Pita, la defensora de La Coruña en 1589 frente a la Contraarmada Inglesa. Tras el desastre de la Armada española en 1588, Isabel I de Inglaterra ordenó a Francis Drake lanzar un contraataque contra España, la conocida como «Contraarmada», que curiosamente tuvo un destino tan trágico como el de su precursora española.

A falta de la experiencia española para la organización de una operación de grandes dimensiones, que tampoco había servido de nada a éstos, la aventura de la escuadra inglesa acabó en un irremediable desastre. El primer objetivo fue La Coruña, que albergaba a algunos barcos supervivientes de la Empresa inglesa todavía en reparación. Y aunque los ingleses tomaron parte de la ciudad, la actuación heroica de las milicias, entre las que se contaba la popular María Pita, forzaron la huida de los extranjeros sin obtener botín. Cuando los ingleses abrieron una brecha en la muralla y comenzaron el asalto de la ciudad vieja, María Pita acudió a esta posición y mató a un alférez inglés con una espada.

La historia de Pita, no en vano, guarda muchas similitudes con la que luego protagonizaría Agustina de Aragón. Se dice que la gallega mató al alférez inglés precisamente con la espada de su marido fallecido durante el asalto, Gregorio de Recamonde, en un relato muy parecido al de la defensora zaragozana, que se unió al combate contra los galos por acudir junto a su marido artillero. Según la leyenda, acuchilló al inglés al grito de «Quen teña honra, que me siga» («Quien tenga honra que me siga»), lo cual desmoralizó a la tropa inglesa, compuesta por 12.000 efectivos, y provocó su retirada. Junto con María Pita, otras mujeres de La Coruña ayudaron a defender la ciudad, siendo el caso mejor documentado el de Inés de Ben, herida en la batalla, aunque ninguna adquirió tanta notoriedad.

Tras la contienda, Felipe II concedió una pensión a Pita que equivalía al sueldo de un alférez más cinco escudos mensuales. La guerrera gallega, que se casó otras dos veces (en total fueron cuatro veces), es hoy en día recordada, entre otras cosas, por la estatua de bronce que decora la Plaza de María Pita, en la ciudad de La Coruña, donde se representa a la heroína alzando una lanza y a sus pies el cuerpo sin vida del alférez inglés.

Otro caso de una mujer que consiguió romper todas las barreras sociales que encontraban quienes querían empuñar una espada en el siglo XVI fue la casta Monja Alférez. Bien es cierto que se valió de un enorme ardil para ese propósito: hacerse pasar por un varón. La historia documentada de Catalina de Erauso, nacida en San Sebastián el 10 de febrero de 1592, empezó cuando con cuatro años ingresó en un convento, donde las novicias la humillaban y la maltrataban. A los 15 años, Catalina de Erauso logró escapar de allí y se disfrazó de hombre para no ser reconocida. A partir de ese momento pasó toda su vida disfrazada bajo la identidad de Francisco Loyola y, solo al final de la misma, confesó que era una mujer. No en vano, Catalina llegó a ser durante esos años de mentiras y fingimiento conocida por su exitosa senda de conquistas amorosas con otras mujeres y, lo que es más esperable dadas sus habilidades como espadachín, por ser un excelente soldado en el ejército español que luchaba contra los guerreros indígenas de Chile. Tras batirse contra un jefe indígena y quedar herida de poca gravedad, Catalina de Erauso fue ascendida a alférez.

El carácter pendenciero del alférez conocido como Francisco Loyola, algo habitual entre los soldados españoles de la época, le costó con los años que fuera expulsada del ejército y fuera finalmente prendida por la justicia en Perú. Viéndose ante la posibilidad de ser ejecutada por sus delitos, Catalina reveló su auténtica identidad y su condición de virgen. A partir de entonces, como el historiador José Luis Hernández Garvi relata detalladamente en «Adonde quiera que te lleve la suerte» (Edaf, 2014), se convirtió en un personaje mediático, incluso recibido por el Papa, que viajó por toda Europa ante el interés de reyes y plebeyos. Cansada de su popularidad, que en realidad era una suerte de asombro por lo que se consideraba en la época un bicho raro, Catalina de Erauso volvió a hacerse pasar por un hombre, un mercader español en América, hasta sus últimos días.

También en el Nuevo Mundo se gestó la historia de una de las españolas más combativas. La extremeña Inés de Suárez fundó Santiago de Chile junto a Pedro de Valdivia y mantuvo una relación considerada escandalosa con este conquistador. Tras quedarse viuda de su primer marido, un aventurero que llevó a su mujer consigo al otro lado del Atlántico, conoció a Pedro de Valdivia e inició algo más que una amistad con él, mientras la esposa de Valdivia, Marina Ortiz de Gaete, esperaba pacientemente en España.

Cuando a finales del año 1539 Pedro de Valdivia inició su expedición a Chile, Inés no dudó en acompañarlo previa autorización del explorador Francisco Pizarro. Inés viajaría como sirvienta de Pedro para no escandalizar a la Iglesia, lo cual hizo igualmente. La principal ocupación de Inés durante las refriegas y enfrentamientos con los caciques locales fue la de asistir a los heridos y a las tropas. En uno de los episodios más oscuros de la conquista de América, la joven convenció a los conquistadores españoles para decapitar a los siete caciques que habían conseguido capturar y lanzar sus cabezas a los enemigos para amedrentar sus ánimos.

Inés y Pedro de Valdivia mantuvieron una relación que se alargó más de diez años, aunque ni la Iglesia ni el virrey aceptaron aquella situación en ningún momento y obligaron a Pedro a traer a su esposa. La extremeña también se vio obligada por la presión social a casarse por segunda vez, siendo el elegido el capitán Rodrigo de Quiroga, con el que terminaría sus días lejos de las contiendas militares de su juventud.

La «Leona de Castilla» y los comuneros

Prácticamente en el mismo periodo de la conquista de Chile vivió María Pacheco y Mendoza, la fiera esposa del general comunero Juan de Padilla. Casada con un hombre de rango inferior al linaje de ella y de poca ambición, fue María Pacheco quien empujó a su marido a que se uniera en 1520 al levantamiento contra Carlos I de las Comunidades. Así, coincidiendo con la salida del Rey para la elección imperial en Alemania, se produjo una serie de revueltas en las principales ciudades castellanas que tuvieron por protagonistas a miembros de la nobleza media como Padilla.

No obstante, la revuelta duró poco tiempo y en la batalla de Villalar fueron hechos prisioneros los principales líderes comuneros, entre ellos, Juan Bravo, Francisco Maldonado y Juan de Padilla, que fueron ejecutados en esta misma localidad. Cuando María Pacheco recibió la noticia de la muerte de su marido cayó en una depresión y se encerró en el luto unos días. Pero al convertirse Toledo en el último reducto comunero, «la Leona de Castilla» apartó el luto para dirigir con el obispo de Zamora, Antonio de Acuña, la resistencia desesperada frente a las tropas realistas. Y aunque el resto de los dirigentes comuneros de la ciudad se inclinaron por capitular, la viuda de Padilla logró evitar la rendición hasta extremos heróicos y, habiendo huido el obispo Acuña en dirección a Francia, se elevó como el máximo mando en Toledo.

La resistencia de Toledo se alargó nueve meses más allá de la batalla de Villalar, durante los cuales María llegó a apuntar los cañones del Alcázar contra los toledanos para mantener el orden. Finalmente, la superioridad de las tropas reales forzó la caída de la ciudad. Gracias a la ayuda de los familiares que militaban en el bando realista, María Pacheco logró huir disfrazada de la ciudad con su hijo de corta edad con el objetivo de exiliarse en Portugal. Allí fallecería casi una década después sin lograr jamás el perdón del Monarca, pese a la insistencia de su hermano menor, el poeta Diego Hurtado de Mendoza, que era uno de los hombres de mayor confianza de Carlos I. Suyas son las palabras del poético epitafio de la «Leona»:

«Si preguntas mi nombre, fue María/ Si mi tierra, Granada; mi apellido/ De Pacheco y Mendoza, conocido/ El uno y el otro más que el claro día/ Si mi vida, seguir a mi marido;/ Mi muerte en la opinión que él sostenía/ España te dirá mi cualidad/ Que nunca niega España la verdad».

 

‘Rosetta’ descubre moléculas de oxígeno en su cometa


El Pais

  • La sonda Rosetta logra la que se supone es la primera observación directa de este elemento en la coma de un cometa

 

El cometa 67/P fotografiado por la sonda 'Rosetta' / ESA

El cometa 67/P fotografiado por la sonda ‘Rosetta’ / ESA

La sonda Rosetta ha logrado detectar oxígeno molecular (O2) en la nube de gases que rodea el núcleo del cometa 67P Churyumov Gerasimenko, lo que supone la primera observación directa de este elemento en la coma de un cometa. El hallazgo, que se publica hoy en la revista Nature, tiene importantes implicaciones en la comprensión de los procesos químicos que reinaban en los lejanos tiempos de formación de nuestro Sistema Solar.

Cerca del 95% de los materiales de los que se componen las colas de la mayoría de los cometas (comas) son agua y monóxido y dióxido de carbono. El 5% restante está formado por una gran variedad de otras moléculas, entre las que se incluyen compuestos orgánicos como los hidrocarburos. Sin embargo, nunca hasta ahora se había logrado identificar oxígeno molecular (O2) en un cometa, y ello a pesar de que ese elemento sí que ha sido ya encontrado en otros cuerpos helados del Sistema Solar, como por ejemplo en varias lunas de Júpiter y Saturno.

En su artículo de «Nature», un grupo de investigadores de la Universidad de Michigan anuncia el hallazgo de oxígeno molecular en la coma del cometa 67P Churyumov Gerasimenko, el mismo junto al que la sonda Rosetta sigue viajando tras lograr depositar con éxito, en noviembre de 2014, un módulo de aterrizaje sobre su superficie. La abundancia del oxígeno detectado, según detallan los investigadores, oscila entre el 1% y el 10% de los gases que componen la coma del cometa.

André Bieler y su equipo localizaron el oxígeno entre septiembre de 2014 y marzo de 2015 utilizando el espectrómetro de masas ROSINA-DFMS de la sonda Rosetta. Las observaciones, llevadas a cabo durante la órbita de la sonda alrededor del núcleo cometario y que, entre otras cosas, determinaron la proporción entre oxigeno y agua en la nube de gases que lo rodea, indican que ambos elementos, O2 y H2O, tuvieron un origen similar en el núcleo del 67P. Y eso sugiere a su vez que que el oxígeno se incorporó al núcleo del cometa durante su formación, es decir, que estaba ya presente en la nube molecular a partir de la cual se formó el Sistema Solar. Se trata, en definitiva, de «oxígeno primordial».

Se trata de un hallazgo inesperado, ya que ninguno de los modelos vigentes de formación del Sistema Solarhan sido capaces hasta ahora de predecir estas condiciones.